sábado, 26 de mayo de 2007

Pentecostés (C)

27-5-2007 PENTECOSTES (C)
Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Queridos hermanos:
Como hemos visto el domingo pasado, domingo de la Ascensión del Señor, nosotros, los cristianos, somos teístas (creemos en un Dios que está entre nosotros y se implica con nosotros: en las pequeñas cosas y en las grandes) y también somos monoteístas (creemos en un solo Dios). Pero igualmente es cierto que nosotros creemos en un solo Dios, mas con tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los dos primeros son más conocidos y orados por nosotros que el tercero. El tercero, el Espíritu Santo, es el gran desconocido.
Acabamos de escuchar la SECUENCIA DE PENTECOSTÉS. Este un texto precioso, tanto literaria como religiosamente hablando. Sólo se puede hablar del Espíritu Santo de un modo alegórico y con ejemplos, o narrando las sensaciones que percibe la persona de fe, pero este “hablar” y este “narrar” no logran expresar toda la riqueza de lo que sucede en quienes reciben este Espíritu. Veamos lo que se dice en la Secuencia de Pentecostés. Haré algunos comentarios:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.

El Espíritu ha de ser pedido y suplicado a Dios Padre y a Dios Hijo. No se puede fabricar el Espíritu aquí, en la Tierra. Su lugar es el cielo, en donde están el Padre y el Hijo, y es a ellos a quienes se lo hemos de pedir. ¿Cómo sé yo que el Padre y el Hijo han escuchado mi oración y me han dado o me dan su Santo Espíritu? El Espíritu Santo está en mí cuando tengo luz para ver la realidad de mi vida. Vamos a ver un ejemplo de una chica que no tenía el Espíritu Santo y de otra que sí lo tenía: La primera se trata de una chica de Taramundi. Cuento el primer caso porque fue público y notorio. Esta chica iba a casarse y, preparando las cosas y los papeles en la sacristía, le dije que tenía que confesarse antes de la boda. Ella me contestó que no le hacía falta, que ella no tenía pecados. Yo le dije que sí los tenía, que todo el mundo los teníamos. Entonces ella insistió en que no tenía pecados. Le dije que sí tenía algunos, y le puse algunos ejemplos a partir de su propia vida: su madre, viuda y jubilada por enfermedad se levantaba todos los días hacia las 6 de la mañana a dar de comer a las vacas y a ordeñarlas a mano; luego su madre cogía el cántaro de leche y, en invierno y en verano, se lo cargaba a su espalda y a pie lo llevaba desde la casa en que vivían unos 4 km. hasta la carretera de Taramundi-Vegadeo por donde pasaba el camión de la leche. Allí su madre esperaba al camión con lluvia, viento, nieve o frío. Luego su madre de nuevo cargaba con el cántaro vacío y regresaba a casa, y al llegar le preparaba el desayuno a la hija, la cual se levantaba hacia las 12 del mañana y veía la telenovela de turno (Cristal), mientras su madre estaba en la huerta sembrando o escarbando las patatas y otras verduras. Encima de la cabeza de la chica, en la cocina, estaba la ropa tendida, que su madre había primero lavado y que plancharía más adelante. Luego su madre regresaba de la huerta y preparaba la comida, que servía a la chica, y con exigencias de ésta, si la comida no le gustaba. Después su madre fregaría, y la chica seguiría viendo la tele esperando a que diera la hora de vestirse y salir con su novio, que la vendría a buscar al pueblo. En este comportamiento yo distinguía los pecados de egoísmo, de pereza, de ira, de desamor hacia su madre. Le dije a la chica que, si le parecían pocos estos pecados, que miraríamos más. Veamos ahora el segundo caso; se trata de la chica que sí tenía la luz del Espíritu Santo. Lo tomo de un escrito de la propia chica: “An­tes... yo nunca veía mis pecados, sólo los de los demás, y sobre todo los de mis padres; hasta sentía satisfacción en criticar y humillar a mi madre... Todo ha cambiado. Ahora, si obro mal, lo reconozco y pido perdón. Y cada día voy descubriendo más cualida­des buenas en mi madre".

Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

El Espíritu Santo, con su luz lee, en nuestro interior. Ante El no hay engaño ni maquillaje. Pero, al penetrar el Espíritu en nuestras almas hasta lo más profundo, no nos humilla ni nos abochorna, sino que, en medio de nuestra mediocridad y pecado, nos produce el mayor de los consuelos. Nada en este mundo se puede parecer a la sensación de paz y serenidad y alegría que nos produce el tener el Espíritu Santo en nosotros. Narra un sacerdote que, dando un retiro, explicaba a los asistentes que “Dios te quiere tanto, porque te mira con ojos de madre. No se fija en tu pequeñez, en tus defectos y fallos; sólo ve en ti un trozo de cielo; un reflejo de su propia luz, belleza y bondad... Entre los participantes de ese retiro se encontraba una señorita muy acom­plejada por su desmesurada talla. Al día siguiente esta señorita dio un testimonio así: ‘Anoche, estando en la capilla, podía sentir la mirada de Dios sobre mí. Y de lo más hondo de mi cora­zón surgió espontánea esta oración: ‘Te doy gracias, Señor, porque me has creado así, como un trozo de cielo, ¡y menudo trozo!’ Y por primera vez en mi vida pude reírme a gusto pensan­do en mi talla. Además, me parecía oír a Jesús riéndose conmigo. El caso es que todos mis complejos se los llevó el viento’". ¡Cuánto nos hacen sufrir nuestros fracasos personales y nuestros complejos! Por eso, podemos decir que el Espíritu Santo es el “padre amoroso del pobre”, de los pobres de este mundo, de los que sufren por cualquier cosa física, moral o espiritual.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Ante esta riqueza y ante tantos dones y regalos (descanso, tregua, brisa, gozo, consuelo, agua en la sequía, salud en la enfermedad, limpieza, calor, guía del que no sabe…) como nos otorga el Espíritu Santo no es extraño que uno vuelva a clamar al Padre y al Hijo por este Espíritu.

viernes, 18 de mayo de 2007

Ascensión

20-5-2007 ASCENSION (C)
Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Lc. 24, 46-53
Queridos hermanos:
* En la homilía de hoy os voy a dar, si me lo permitís, otra clase de teología.
En esta semana hablaba con una persona y surgió la conversación sobre la fe y los distintos modos de creer en la existencia de Dios o de un dios. Cuando alguien dice que cree en Dios, yo siempre me pregunto en qué Dios cree esa persona. Porque al oírles hablar acerca de su fe, me doy cuenta que, a veces, su Dios no es mi Dios, su fe no es mi fe. Asimismo, le explicaba a esta persona que la fe en Dios puede dividirse en una fe teísta, en una fe deísta, en una fe monoteísta, en una fe politeísta, en una fe panteísta y en una fe henoteísta. De un modo rápido voy a describir cada una de estas creencias:
- La fe panteísta acepta y sostiene que el universo y todo lo que contiene son dioses. No sólo dios está en el aire, en el mar, en la montaña, en las flores, en las estrellas…, sino que el aire es dios, el mar es dios, la montaña es dios, las flores son dios, las estrellas son dios… Aquí estarían, entre otras, las religiones primitivas. También he escuchado a gente aquí, en Asturias, que ésta es su fe.
- La fe politeísta asegura que existen varios dioses en el universo. Por ejemplo, las religiones romana, griega…
- La fe monoteísta nada más acepta la existencia de un único Dios: vg. el Islam, el cristianismo, el judaísmo.
- La fe henoteísta es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte del fiel. El caso de henoteísmo más famoso es el de los primitivos hebreos. En las partes más antiguas de la Biblia han quedado múltiples rastros de que los hebreos, en una fase inicial de su desarrollo religioso, creían en la existencia de varios dioses. Esta fe pensaba que los dioses eran territoriales, es decir, su poder cubría un territorio determinado[1]. El concepto de un único Dios que con su poder alcanza a todo el universo es bastante posterior, de la época de los profetas, quienes denostaron a los otros dioses como ídolos que "tienen ojos y no ven, tienen boca y no comen", etc. En ese período, el primitivo henoteísmo hebreo se transformó en el riguroso monoteísmo judío actual.
- La fe deísta es aquella que admite la existencia de un Dios creador, pero que, una vez creado el universo y habiéndolo dotado de leyes propias (leyes de la naturaleza), ésta sigue su camino al margen e independiente de ese Dios. El está a lo suyo, y los hombres y las demás criaturas también van a lo suyo. Recuerdo que un chico en Alemania me decía que Dios estaba en su chalé de verano y que no intervenía para nada en la vida de los hombres, los cuales se las tenía que apañar como pudieran.
- Finalmente, la fe teísta es la que admite y cree en la existencia de un Dios Creador, pero que también interviene en la historia de los hombres y de cada hombre. El Dios de la fe teísta es un Dios personal. Ejemplo de esta fe es la cristiana: Dios Padre envía a su Hijo para que salve a todos los hombres y a cada hombre, para que perdone a todos los hombres y a cada hombre. Dios Hijo comparte la condición humana en todo, menos en el pecado.
¿Cuál es mi fe? ¿En qué Dios o en qué dioses creo yo? ¿Soy panteísta; soy politeísta; soy deísta; soy teísta? El cristiano, el que confiesa a Jesús como el Hijo de Dios, como el Salvador del mundo, como un Dios Creador y personal, que interviene en la vida de los hombres, tiene la fe teísta. "Mirad las aves del cielo que ni siembran, ni siegan, ni recogen cosechas en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre Celestial las alimenta" (Mt. 6, 26). Dios se interesa tanto por nosotros y por nuestras cosas, que "hasta los pelos de la cabeza los tiene contados".
* Alguien puede preguntarse a qué vino la clase de teología anterior. Pues “viene” ante la celebración que realiza la Iglesia Católica en el día de hoy. Hoy celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos: en la primera lectura leíamos que Jesús, mientras hablaba con sus discípulos se fue levantando del suelo hacia el cielo, “hasta que una nube se lo quitó de la vista”; en el evangelio leíamos que Jesús “levantando las manos, los bendijo (a los apóstoles). Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.” Es decir, Jesús se marchó al cielo. ¿Quiere esto decir que Dios nos dejó solos y a solas? ¿Quiere esto decir que tenía y tiene razón el chico de Alemania, cuando afirma que Dios está en su chalé de verano y que nosotros, aquí en la tierra, nos las tenemos que apañar como podamos? NO. Nuestra fe monoteísta (creemos en un solo Dios) y a la vez nuestra fe teísta (creemos en un Dios que nos ha creado y que está en nuestra historia general y particular, de todos y de cada uno de nosotros, desde antes de ser concebidos en el vientre materno y para toda la eternidad) confiesa que Jesús, el Hijo de Dios Padre, nos ha dejado una tarea a realizar: predicar la necesidad de la conversión, del cambio de vida de los hombres, y también la de anunciar que Dios perdona nuestros pecados y enjuga nuestras lágrimas, sana nuestras heridas, acompaña nuestras soledades y ama nuestro corazón necesitado de amor y comprensión.
Asimismo, nuestra fe monoteísta y teísta confiesa que, lo mismo que Jesús ascendió al Reino de Dios, tras haber cumplido su tarea y su misión, también nosotros seremos llevados por El a su Reino de vida, de justicia, de amor, de verdad, de gracia, de santidad y de paz. Así se nos dice en la segunda lectura: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo […] ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.”
[1] Narra la Biblia cómo Naamán, general sirio, viene a ser limpiado de la lepra por un profeta hebreo. Al marcharse curado se lleva consigo tierra de Israel para poder adorar a Yahvé en su país, pues en la tierra estaba Yahvé. Cuando en el año 722 es arrasado el reino de Israel (10 tribus y media) por los asirios, a los supervivientes los sacan de aquella tierra y los mandan a otros lugares del imperio asirio para desvincularlos de su Dios. Y el rey asirio trae a otras gentes y las instala allí, al norte del actual Israel. Estas gentes piensan que deben adorar al Dios que está en esa tierra, a Yahvé, pero son rechazados por los judíos. Estas gentes son los samaritanos.

sábado, 12 de mayo de 2007

Domingo VI de Pascua

13-5-2007 DOMINGO VI DE PASCUA (C)
Hch. 15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap. 21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29
Queridos hermanos:
* El evangelio de hoy empieza de este modo: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.’” Esta frase se está cumpliendo hoy en Asturias y en todo el mundo. Las palabras de Jesús no son palabras vanas o vacías, sino que son reales y están presentes por muchos años que pasen y en las circunstancias más diversas. Voy a contaros varios ejemplos en los que veremos que Jesús y el Padre hacen morada en las personas:
- Me decían ayer que este jueves fue una religiosa colombiana a un colegio de una villa asturiana para hablar a los alumnos de EGB (entre 10 y 12 años) sobre las misiones. Lo habitual durante las charlas era que los niños y adolescentes estuvieran en una actitud displicente, poco educada, tuteando a la religiosa y diciendo bobadas o “graciosadas”. En uno de los grupos y en un determinado momento la religiosa preguntó qué hacían los niños los fines de semana y fueron diciendo cosas banales y tonterías. Había un niño, que por su vestimenta parecía más bien de aldea, y que había estado muy formal sentado y muy atento, que levantó el dedo y dijo: “Oiga. Yo ayudo los domingos en la parroquia al sacerdote.” Lo dijo con seriedad y con convencimiento. Lo dijo tratando de Vd. a la religiosa. Lo dijo con sinceridad y sin soberbia.
- Hubo otro caso en el colegio. Al final de una de las charlas, se acercó a la religiosa un niño de unos 12 años, con una vestimenta más urbana, y le dijo a aquélla: “Yo no estoy bautizado, pero yo creo en Dios”. La religiosa lo abrazó y le dijo unas palabras de ánimo. Posteriormente la profesora de religión aclaró la historia de este adolescente: su padre es el médico y ni él ni su mujer son creyentes; no han bautizado a su hijo ni quieren que él tenga nada que ver con la Iglesia ni la fe; el hijo, sin embargo, se siente muy atraído por todo ello y ha conseguido el permiso paterno para acudir a la clase de religión.
- El último ejemplo que os voy a contar es de algunas experiencias por las que pasaron miembros de las Comunidades Neocatecumenales (popularmente conocidos como los “kikos”). Kiko Argüello, fundador de este grupo, pidió a los integrantes de estos grupos que predicaran en los domingos de esta Cuaresma por las calles a la gente con la que se encontraran. Muchos fueron en Asturias, en España, en Europa… y hablaron de Dios y unos fueron mal recibidos (los más) y otros mejor recibidos (los menos). Tres de estos “kikos” fueron a Pola de Siero y hablaron a matrimonios de mediana edad e invariablemente todos se mofaron o les dijeron que no les interesaba el tema. Luego se acercaron a un grupo de jóvenes y les empezaron a anunciar que Dios les amaba; que Dios envió a su Hijo Jesús al mundo para darles luz, amor y perdón por sus pecados; que Jesús sufrió y murió por ellos en la cruz; que Jesús resucitó por ellos y para ellos… En un primer momento había tres jóvenes alrededor, luego se fueron juntando más y más; llegó a haber unos veinte. Todos escuchaban con atención, pero uno empezó a reírse y mofarse en voz alta. Los demás le dijeron que se callara, que respetara y, si no estaba de acuerdo, que se fuera, pues a ellos sí que les interesaba lo que estaban escuchando. Como el otro chico siguiera mofándose, lo cogieron por la chaqueta y lo apartaron del grupo. También estas tres personas hablaron en otro momento con una pareja de jóvenes: ella era creyente y no muy practicante, él no era creyente. A ella le había muerto hacía poco su abuela. Al escuchar que tenía que rezar a su abuela y pedirle que la ayudara, dijo la chica que nunca se le había ocurrido que pudiera hablar con su abuela muerta. Cuando le preguntaron a la chica si su novio creía en Dios, dijo que no lo sabía, y fue cuando él dijo que no era creyente, que en su casa no se hablaba de ese tema. Le dijeron a este chico que en la Semana Santa fuera a los cultos de su parroquia y que hablara con el sacerdote. Dijo que sí, que lo iba a hacer, y lo dijo convencido.
¿Qué quiero decir con todo esto? Simplemente quiero demostrar lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.” Es decir, Dios Padre y su Hijo Jesús habitan en el corazón del niño de la aldea, que los domingos va a ayudar al cura de su parroquia y su corazón está atento a las palabras sobre Dios. Dios lo educa, le hace tratar con respeto a las personas mayores y desconocidas. Dios le hace hablar con serenidad y seriedad, y no con bobadas. En este niño se cumple el: “y vendremos a él y haremos morada en él.”
En el hijo del médico también se cumple esta Palabra de Dios. Su corazón ha sido tocado por Dios Padre y por su Hijo Jesucristo, a pesar de no estar bautizado, a pesar de tener unos padres que le obstaculizan el contacto con Dios y con las cosas de Dios. Este niño siente en su corazón y en lo más íntimo de su ser a Dios, por eso cree en Dios. No puede dejar de creer, porque lo siente, porque se siente amado por Dios.
En los jóvenes de Pola de Siero también habita Dios Padre y su Hijo Jesús, por eso, en cuanto oyen hablar de Dios, su atención queda presa de las palabras sobre Dios. Sólo hizo falta que alguien les hiciera la caridad de escarbar un poco y, enseguida, afloró lo que llevaban dentro. Como dice S. Pablo, “cómo van a creer, si no hay nadie que les hable de Dios”.
Ahora la pregunta obligada es si las palabras de Jesús (“el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”) se cumplen también en nosotros.
Aunque las palabras de Jesús estén redactadas de esta manera: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”, yo creo que hay que leerlas justo al revés: 1) Dios Padre y Jesús habitan en nosotros; nosotros somos su morada y su hogar. Ellos no están de visita por unos minutos; no están de vacaciones por unas semanas. No, nosotros somos su hogar permanente, para siempre. 2) Somos su hogar, porque ellos han venido a nosotros y han entrado en nosotros. Han entrado sin que nos diéramos cuenta muchas veces de su entrada y de su presencia. 3) Somos su hogar, han venido a nosotros, pero ¿por qué? Porque nos aman. Si no hay amor, no tendría sentido nada de lo que hacen. Su amor hacia nosotros hace que nos acepten tal y como somos, hace que se aproximen y acerquen a nosotros, hace que quieran entrar en nosotros y quedarse para siempre. 4) Dios Padre y su Hijo Jesús tiene su morada eterna en nosotros, se han acercado y venido a nosotros, nos han amado, nos aman y nos amarán para siempre; todas estas son las razones por las que nosotros les amamos y queremos guardar sus palabras, y no al revés. Así, podemos decir, parafraseando al hijo del médico: “No soy fiel, pero creo en Dios”. “No soy humilde, ni caritativo, ni bueno, ni santo, ni sincero, ni casto, ni cariñoso, ni servicial, ni pacífico, ni…, PERO CREO EN DIOS”.
* Se va acercando la celebración de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Jesús nos habló de ello hoy, en el evangelio. El Espíritu Santo será enviado por Dios Padre y nos irá enseñando todo lo que necesitamos. Digamos todos en estos días que faltan hasta Pentecostés esta petición: “¡Ven, Espíritu Santo a nuestros corazones, a nuestra Iglesia, a nuestra ciudad, a nuestra sociedad, a nuestro mundo!”

viernes, 4 de mayo de 2007

Domingo V de Pascua

6-5-2007 DOMINGO V DE PASCUA (C)
Hch. 14, 21b-26; Slm. 144; Ap. 21, 1-5a; Jn. 13, 31-33a.34-35
Queridos hermanos:
Supongo que ya os habéis dado cuenta que, desde el domingo de Pascua, como primera lectura en los domingos, leemos trozos del libro de los Hechos de los Apóstoles. En este libro, escrito por S. Lucas, se nos narra la vida de los primeros cristianos, la vida de la Iglesia primitiva. Y es que la Iglesia de Dios surge y empieza a crecer desde la muerte y resurrección de Cristo. Veamos algunas características de esta Iglesia:
- La Iglesia es una comunidad de hombres y de mujeres. La Iglesia no está formada por ángeles, ni por gente sin pecados. En ella hay hombres y mujeres, corrientes y molientes, con sus defectos y sus virtudes, con sus luchas y con sus caídas, con sus victorias y con sus logros, con sus dolores y alegrías. En la Iglesia hay ancianos y niños, adultos y adolescentes, maduros e inmaduros… Alemanes y españoles, vascos y castellanos, andaluces y catalanes, nigerianos y estadounidenses, ricos y pobres, sanos y enfermos, casados y solteros… Yo había leído que la Iglesia era católica, es decir, universal, pero esto lo experimenté cuando fui a estudiar a Roma y veía gentes en las celebraciones con el Papa de todos los colores y culturas.
Hemos de darnos cuenta que la Iglesia no es simplemente un grupo o conjunto de hombres y mujeres. La Iglesia es una comunidad, es decir, la común-unión de hombres y mujeres entrelazados entre sí de una manera misteriosa, pero real. Fijaros en este templo: hay personas a las que no conocemos; hay personas que vienen a esta Misa, porque están de paso por Oviedo; hay personas que vivimos en la misma ciudad de Oviedo, pero no nos conocemos o no nos tratamos. Sin embargo, todos estamos unidos entre nosotros. ¿No lo percibís? ¿No percibís que los que nos reunimos en esta Misa de once formamos una comunidad, una familia? Pues esto es lo que se llama tener una experiencia de Iglesia, y de una Iglesia viva.
- La Iglesia es una comunidad unida en la fe y por la fe. ¿Qué es lo que hace que los hombres y mujeres sintamos y vivamos esta común-unión dentro de la Iglesia? Es la fe en Jesús; la fe en nuestro Amado Dios y Señor. Cuando alguien se siente alcanzado por Dios con su gracia, enseguida surge la respuesta del hombre. La respuesta del hombre es la fe. ¿Recordáis al chico del que os hablaba el domingo pasado, que quería casarse por la Iglesia por su novia creyente, pero que él no creía? Pues bien, este chico se sintió alcanzado por Dios en su corazón y la fe brotó de su interior. Ahora se siente unido a su novia de una forma que no lo estaba antes. Antes la amaba, la deseaba, tenían aficiones comunes, lo pasaban bien juntos en los mismos lugares…, pero ahora hay un aspecto más que los une: la misma fe. Y es que la fe puede unir más que la sangre, más que las aficiones, más que la profesión, más que el cariño meramente humano… La misma y única fe en Cristo Jesús hace que hombres y mujeres muy distintos entre nosotros formemos una comunidad. Es nuestra fe quien nos une, pero sobre todo es la gracia de Dios la que nos une a través de nuestra fe en El.
- La Iglesia es la esposa de Dios. Fijaros cómo describe S. Juan en el Apocalipsis a la Iglesia y lo que Dios hace con esta Iglesia, es decir, con esta comunidad de creyentes, con todos y cada uno de ellos: "Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa... que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios con los hombres... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor". Dios mima a su Iglesia como una madre mima a su bebe, como un novio tiene detalles de delicadeza con su novia.
- La Iglesia es una comunidad organizada. Cuando Cristo Jesús asciende al cielo y deja solos a los discípulos, surge enseguida una organización dentro de la comunidad: hay quienes predican y rigen la comunidad, como los apóstoles; hay quienes sirven y predican en la comunidad, como los diáconos (Felipe y Esteban); hay quienes hacen obras de caridad y repartía limosnas, como Tabita; hay quienes se dedican a la oración y tienen visiones de Dios, como Ananías, el que curó a Pablo de su ceguera; hay quienes están al frente de las comunidades que van surgiendo, como los episcopoi (obispos) y los presbíteros (de estos últimos se nos habla en la primera lectura de hoy);… S. Pablo ya escribía en sus cartas algunas de las cualidades que debían tener los ministros sagrados: “Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? […] Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo. También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura […] Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa” (1 Tm 3, 2-13).
- La Iglesia está impregnada de amor. Cuando la Iglesia es auténtica comunidad de fe en el mismo Dios, Creador y Salvador nuestro, surge inmediatamente el amor. Amor hacia Dios, pero amor también entre los creyentes. Por eso decía Cristo en el evangelio de hoy: "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros". No amor de boquilla, sino amor concreto: que nos hace llorar con el que llora y reír con el que ríe; que nos hace compartir las penas y las alegrías, los bienes materiales y las necesidades espirituales, morales o materiales; que nos hace escuchar al que necesita hablar y acompañar al que se siente solo. Recuerdo un domingo de 1988, creo que era el 10 de junio. Estaba yo de cura en Taramundi y, después de celebrar las Misas en las parroquias, un matrimonio mayor de la villa de Taramundi me invitó a comer y en la sobremesa jugábamos a las cartas. Nos reíamos y lo estábamos pasando muy bien. En esto, hacia las 7 de la tarde, me vinieron a buscar el médico y el juez de paz. Resultó que un chico, de unos 26 años, se había ahorcado en una de mis parroquias y quisieron que los acompañara. Fuimos los tres a buscar al padre del chico y al hermano pequeño. Encontramos el cadáver aún colgado. No se podía mover nada hasta que el médico y el juez de paz dieran la orden. El chico llevaba desaparecido desde las 10 de esa mañana, le echaron de menos a la hora de comer, le salieron a buscar y le encontraron como a las 5 ó 6 de la tarde. Tenía la cuerda bien incrustada en su cuello, los labios llenos de saliva, pero ya verde y con moscas entre sus labios. Entre el padre, el hermano pequeño y yo lo descolgamos. Lo metimos en un Land Rover y las piernas sobresalían por detrás, pero no se doblaban por la rigidez de la muerte. Lo más terrible, sin embargo, fue cuando metimos al chico en la casa y la madre lo vio. Allí estaban acompañándola varias mujeres; mujeres cristianas que habíamos estado celebrando la Misa por la mañana. Acompañaban a esta madre desconsolada. Cuando regresé a Taramundi, el matrimonio mayor me esperaba para que siguiera jugando con ellos a las cartas, pues rara vez tenían visita y mucho menos al cura para que echara “unas manos” a las cartas con ellos. Amor concreto que comparte las penas y las alegrías