miércoles, 31 de octubre de 2007

Todos los Santos (C)

1-11-2007 TODOS LOS SANTOS (C)
Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
HNO. RAFAEL, MONJE TRAPENSE
Queridos hermanos:
Al querer preparar la homilía de hoy (festividad de Todos los Santos) se me vino a la mente el hablaros de un santo concreto. Un santo al que “conocí” siendo yo seminarista y que me ayudó mucho en mi vida de seminarista y de sacerdote. Es un santo que ha ayudado y ayuda con sus palabras y ejemplo a mucha gente. Me estoy refiriendo al Hno. Rafael de la Trapa de Palencia. Creo que muchos de vosotros habréis oído hablar de él. Os aconsejo que os hagáis con este pequeño libro suyo titulado “Rafael. Vida y escritos de Fray María Rafael Arnaíz Barón” de la Editorial Perpetuo Socorro. Este libro es mucho mejor que todas las televisiones juntas, que todos los ordenadores juntos, que todas las carreras de Formula 1 juntas, que todos los campeonatos de fútbol juntos. ¡¡¡Probadlo!!!
Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos, donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Dotado de una precoz inteligencia, ya desde su primera infancia daba señales claras de su inclinación a las cosas de Dios. En estos años recibió la primera visita de la que había de ser su compañera: la enfermedad que le obligó a interrumpir sus estudios. Trasladada su familia a Oviedo, allí continuó sus estudios medios, matriculándose al terminarlos en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Habiendo tomado contacto con el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas -su Trapa- se sintió fuertemente atraído por la vida monacal. Allí ingresó el 15 de enero de 1934. Aquí se le declaró una penosa enfermedad -la diabetes sacarina- que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, pero una y otra vez regresó en aras de una respuesta generosa y fiel a lo que sentía ser la llamada de Dios. Rafael murió con 27 años. Su familia recogió del convento todas sus pertenencias, y la madre leyó sus cartas y sus escritos íntimos dejándola con una gran paz. Se decidió a publicarlos y el éxito fue arrollador. Rafael fue “un santo después de muerto”. ¿Qué quiero decir con esto? Antes se pensaba que Rafael era un fraile más, incluso para sus propios compañeros del monasterio. En 1983 siendo diácono viajé con otros dos compañeros a la Trapa y se nos decía esto por parte de frailes que lo habían conocido y tratado. Era uno más sin que se le notara nada en especial externamente. Toda la riqueza de santidad del Hno. Rafael quedó oculta en vida para los demás. Sólo salió a la luz una vez fallecido. El Papa Juan Pablo II lo declaró Beato el 27 de septiembre de 1992.
Voy a transcribiros algunas palabras escritas por el Hno. Rafael, y que nos pueden ilustrar de cómo se enfrentaban los santos a hechos comunes de la vida y cómo esos hechos comunes les llevaban a Dios:
* Rafael entró en el monasterio en enero de 1934. Le costó trabajo amoldarse al frío, al calor, al trabajo físico, a los madrugones… Cuando más feliz estaba, en mayo de 1934 se le declara la enfermedad (cansancios y falta de fuerzas), de la que moriría más adelante. “A mediados de mayo ya no podía seguir a sus hermanos en los trabajos del campo, que constituyen uno de los principales en la vida de los monjes. Se iba quedando atrás del grupo que formaban los novicios, pero nada decía Rafael, a pesar de sufrir horriblemente. Al verle tan falto de fuerzas, y con el rostro intensamente pálido, le mandaban sentarse y abandonar la faena, pero eso era para él la mayor humillación y mayor trabajo que el trabajo mismo. ‘¡Cuántas lágrimas –decía él después- derramé entonces a solas con mi Dios!” El 25 de mayo ha de abandonar el convento con una alarmante postración física (había perdido 24 kilos en 8 días) y con el alma desgarrada. Fijaros qué palabras escribe sobre todo esto y cómo lo vivía desde Dios: “Cuando me fui a la Trapa, a El le entregué todo lo que yo tenía, y todo lo que yo poseía, mi alma y mi cuerpo. Mi entrega fue absoluta y total, muy justo es, pues, que Dios haga ahora de mí lo que le parezca y lo que le plazca, sin que haya por mi parte ni una queja, ni un movimiento de rebeldía. Dios es mi dueño absoluto, y yo soy su siervo que obedece y calla. A veces me pregunto, ¿qué querrá Dios de mí? Lo mejor es cerrar los ojos, y dejarse llevar por El, que El sabe lo que nos conviene. Yo era demasiado feliz en la Trapa. La prueba que me ha exigido es dura, pero con su auxilio saldré adelante, y aquí, allí, o donde sea, seguiré adelante sin retroceder. He puesto la mano en el arado, y no puedo mirar atrás. Dios, no solamente aceptó mi sacrificio cuando dejé el mundo, sino que me ha pedido mayor sacrificio todavía, que ha sido volver a él. ¿Hasta cuándo? Dios tiene la palabra, El da la salud, y El la quita. Los hombres nada podemos hacer más que confiar en su Divina Providencia sabiendo que lo que El hace, bien hecho está, aunque a primera vista a nosotros nos contraríe nuestros deseos, pero yo creo que la verdadera perfección es no tener más deseos que ‘se cumpla su Voluntad en nosotros’.”
* Estando en Oviedo recuperándose de su enfermedad escribió Rafael una carta a una tía suya (26 de noviembre de 1935) en que le contaba que había ido a hacer una visita al Sagrario en la iglesia de las Esclavas y que una anciana “que estaba a mi lado y que comenzó a toser desaforadamente. Primero me impacienté; y después me dio tanta vergüenza de este acto mío de impaciencia, que “tomé” a la pobre mujer de la mano y la presenté a la Virgen; le pedí a la Señora que la atendiera y se le quitó la tos. Después me dediqué a pedir por ella; empecé por la viejecita de mi lado y acabé poniendo bajo el manto de la Virgen a todos los fieles de la iglesia. A veces me dan esos ataques por dentro, y te aseguro que me cuesta trabajo estarme quieto. Me estuve en la iglesia hasta que me echaron: salía tan contento de haber estado con Jesús, que me dieron ganas de abrazar al sacristán. ¡Qué feliz soy; cómo me quiere Jesús!”
* Rafael volvió al monasterio el 11 de enero de 1936. Entra enfermo; no puede llevar la vida de un monje, el trabajo físico de un monje, el ayuno de un monje. Tiene que irse a la enfermería y ser medio monje. Quiere dedicarse por entero a Dios bajo la regla cisterciense, pero no puede. Dice él: “Cuando hace dos años entré en el convento yo buscaba a Dios, pero también buscaba a las criaturas, y me buscaba a mí mismo, y Dios me quiere para El solo. Mi vocación era de Dios, y es de Dios, pero había que purificarla. Me di al Señor con generosidad, pero todavía no se lo daba todo; le di mi persona, mi alma, mi carrera, mi familia, pero aún me quedaba una cosa, que era las ilusiones y los deseos, las esperanzas de ser trapense, hacer mis votos y canta Misa. Pero Dios quiere más. Quería que solamente su amor me bastara.” Estuvo Rafael en el monasterio hasta el 29 de septiembre de 1936 en que tuvo que salir otra vez.
* Rafael retornará el 6 de diciembre de este año para salir el 7 de febrero de 1937. De esta tercera estancia suya hay un texto que a mí me gusta mucho. Se trata de un apunte de Rafael en su diario en donde describe una tentación fuerte que tuvo y cómo, con la ayuda de Dios, la superó y le sirvió para acercarse más a El: “12 de diciembre de 1936. Las tres de la tarde de un día lluvioso. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas. El día está triste, unas nubes muy feas, un viento fuerte, algunas gotas de agua que caen como de mala gana y que lamen los cristales, y dominándolo todo, un frío digno del país y de la época. Lo cierto es, que aparte del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado a la ventana; la tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar con una cosa que yo llamo recuerdos. ¡Paciencia y esperar! En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural tan grandes, y tan fríos. Qué le vamos a hacer, no hay más remedio que pelarlos. El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que yo haya dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto. Un demonio pequeñito y muy sutil se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos. El día está triste, no miro a la ventana, pero lo adivino; mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos, ¿y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo. Más no importa, refugiémonos en el silencio. ¿Que qué estoy haciendo? ¡¡Virgen Santa, qué pregunta!! ¡Pelar nabos, pelar nabos! ¿Para qué? Y el corazón, dando un brinco, contesta medio alocado: ‘Pelo nabos por amor, por amor a Jesucristo’ Ya nada puedo decir que claramente se pueda entender, pero sí diré que allá dentro, muy dentro del alma, una paz muy grande vino en lugar de la turbación que antes sentía; sólo sé decir que el sólo pensar que en el mundo se puedan hacer actos de amor de Dios; que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre, nos puede hacer ganar el cielo; que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios le puede a El dar tanta gloria; el pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por El…, es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría del corazón. Yo me reía ‘a moco tendido’ (quizás por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había. Nada somos y nada valemos. Tan pronto nos ahogamos en la tentación como volamos consolados al más pequeño toque del amor Divino. Cuando comenzó el trabajo, nubes de tristeza cubrían el cielo, el alma sufría de verse en la cruz, todo la pesaba: la Regla, el trabajo, el silencio, la falta de luz de un día tan triste y tan frío, el viento soplando entre los cristales, la lluvia y el barro. Pero todo pasa, incluso la tentación. Ya se hizo la luz, ya no me importa si el día está frío, si hay nubes, si hay viento, si hay sol. Lo que me interesa es pelar mis nabos, tranquilo, feliz, y contento, mirando a la Virgen, bendiciendo a Dios. Sepamos aprovechar el tiempo, sepamos amar esa bendita cruz que el Señor pone en nuestro camino, sea cual sea, fuere como fuere. Aprovechemos esas cosas pequeñas de la vida diaria, de la vida vulgar. No hace falta para ser grandes santos grandes cosas. Basta el hacer grandes las cosas pequeñas. Cuando termino el trabajo, y en la oración me puse al pie de Jesús. Allí a sus plantas deposité un cesto de nabos peladitos y limpios. No tenía otra cosa que ofrecerle, pero a Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero, sean nabos, sean imperios. Le pedí a Dios que me permita poner a los pies de la Virgen rojas zanahorias, a los pies de Jesús blancos nabos, y patatas y cebollas, coles y lechugas. En fin, si vivo muchos años en la Trapa, voy a hacer del Cielo una especie de mercado de hortalizas, y cuando el Señor me llame y me diga: ‘Basta de pelar, suelta la navaja y el mandil, y ven a gozar de los que has hecho’ Cuando me vea en el cielo entre Dios y los santos y tanta legumbre…, Señor, Jesús mío, no podré por menos de echarme a reír.”
* Rafael volverá a la Trapa el 15 de diciembre de 1937 y ya permanecerá aquí hasta su fallecimiento.

viernes, 26 de octubre de 2007

Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)

28-10-2007 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C) Eclo. 35, 12-14.16-18; Slm. 33; 2 Tim. 4, 6-8.16-18; Lc. 18, 9-14

Queridos hermanos:
- En este domingo hemos escuchado la parábola del fariseo y del publicano.
El fariseo es un hombre fiel a las normas religiosas en grado sumo: 1) Aunque sólo estaría obligado a ayunar una vez al año, él lo hace dos veces a la semana. En estos dos días a la semana el fariseo no come ni bebe nada, ni agua siquiera. 2) El fariseo paga el diezmo de todo lo que tiene, aunque no tiene obligación de ello, pues el pago del diezmo es obligatorio para el productor y no para el consumidor. 3) Además, el fariseo no roba, no es adúltero, no comete injusticias. Realmente este fariseo es una ‘joya’ y una maravilla de ‘hombre religioso’.
El publicano, en cambio, es un traidor a su patria y a sus compatriotas por colaborar con el ejército invasor, con los romanos. Es ladrón y usurero, sanguijuela de los pobres, huérfanos y viudas, es avaro y estafador. El publicano se da cuenta que, ante Dios, tiene las manos vacías y manchadas.
Sin embargo y a pesar de todo lo dicho anteriormente, quien obtiene el favor y la salvación de Dios es el publicano y no el fariseo. ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho el fariseo? El no miente sobre su observancia y sobre su fidelidad a la religión. ¿Qué ha hecho, en cambio, el publicano para obtener el favor de Dios? En realidad, el fariseo no hace una oración de agradecimiento a Dios por la fe que Éste le ha dado, sino que su oración es un enunciar sus propios méritos, pues las obras que hace van más allá de los exigido por la Moisés, y Dios TIENE que recompensarle por ello. Su religiosidad se convierte en un ‘autobombo’, que le hace despreciar a los demás, porque los demás están por debajo de él. Por otra parte, cuando hablamos y actuamos los gestos son importantes. Fijaros en los gestos del fariseo: en el templo se queda muy cerca de Dios, pues tiene derecho a ello y trata a Dios casi de un igual a igual; el fariseo se planta firme ante Dios y con la cabeza bien alta y con la mirada firme; el fariseo mira a los demás por encima del hombro… En realidad, el fariseo no se reconoce culpable de nada, ni necesitado de nada ni de nadie, ni siquiera de la salvación de Dios. Y esto es precisamente lo que le cierra el corazón de Dios, al cual no necesita para nada.
Veamos qué pasa con el publicano y cómo es su postura física en el momento de orar. Éste se queda en la parte de atrás del templo, pues tiene vergüenza de acercarse a Dios; está con los ojos bajos; y se golpea el pecho constantemente. Y es que el publicano, al entrar en contacto con Dios, se siente urgido a una conversión radical de vida. Habla a Dios con humildad y de inferior a superior. Confiesa la necesidad que tiene del perdón, del amor y de la salvación de Dios: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!” Y es este hombre, el publicano, quien recibe la salvación de Dios.
Al dar Dios su paz al publicano y no al fariseo, se cumplen así las palabras de la primera lectura: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa." Se cumplen las palabras de la Virgen María ante su prima Isabel: “Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 51s). Finalmente, se cumplen las palabras de Jesús en este evangelio: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
Para alcanzar la salvación de Dios y su favor hemos de aprender del publicano:
* Ante Dios nadie hay inocente. Todos tenemos algún pecado o más bien muchos pecados. El domingo pasado iba yo hacia las 10 menos cuarto de la mañana para orar en la catedral antes de celebrar la Misa de 11. Había algunos chicos que regresaban de la juerga nocturna y uno de ellos me dice: “Cura, soy un pecador”. Y a continuación añade: “Yo no creo en Dios”. Sólo es pecador quien cree en Dios y quien tiene una relación de fe y de amor con Dios. Si esto no es así, no hay pecados; hay fallos o errores. Pecador es aquella persona que actúa contra el plan de Dios y lo hace de modo consciente, tanto porque tiene certeza de la existencia de Dios, como de su voluntad y actúa contra ella. Repito, por tanto, el hombre creyente sabe que, ante Dios, uno siempre falla, pues El es el único Santo y uno es pecador.
* Si el hombre creyente se ve pecador (como el publicano), entonces se puede reconocer necesitado del perdón de Dios, de la salvación de Dios, del amor misericordioso de Dios. El hombre creyente y pecador se sitúa siempre en humildad ante Dios.
* El hombre creyente pecador no mira por encima de los hombros a los demás hombres, porque él no es mejor que ellos. Si los demás pecan, él también. Si los demás necesitan de Dios, él también. Por ello el hombre creyente pecador no juzga ni condena.
* El hombre creyente pecador tiene actos y gestos de humildad y de confianza ante Dios. No ve denigrante arrodillarse ante un sacerdote para pedir perdón, ante un sagrario para orar a su Amado. ¡Cuánto me impresiona siempre ver a personas arrodillarse para recibir el Sacramento de la Penitencia! ¡Cuánto me impresionan las personas que hacen la genuflexión ante el sagrario o se arrodillan en el banco para orar o hacen la señal de la cruz en la calle o en el templo! Estos días estuve enfermo de gripe en la cama y vino un joven a confesarse y a hacer dirección espiritual. Al terminar y estirar yo la mano, desde la cama, para darle la absolución, el joven estiró su cabeza para que mi mano tocara su cabeza y sentir así el perdón de Dios.
- Hoy, 28 de octubre, domingo, en la Plaza de San Pedro del Vaticano, van a ser beatificados 498 mártires españoles. Dentro de esos mártires, hay un grupo numeroso de asturianos que fueron mártires aquí en nuestra tierra y otros en otros lugares de España, aunque en la celebración de hoy no están todos los fueron martirizados. Estos mártires dieron su vida, en diversos lugares de España, en 1934, 1936 y 1937. Son los obispos de Cuenca y de Ciudad Real, varios sacerdotes seculares, numerosos religiosos -agustinos, dominicos y dominicas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, distintos grupos de carmelitas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María-, seminaristas y laicos, jóvenes, casados, hombres y mujeres.
Podemos destacar como rasgos comunes de estos nuevos mártires los siguientes: fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuestas que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor.
El Papa Juan Pablo II llegó a escribir de los mártires, de todos los mártires: “quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo […] Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”.
Y es que en los mártires se cumplen las palabras de las lecturas de hoy: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”; los mártires gritaron al Señor y clamaron por el perdón de sus ejecutores y Dios les escuchó. “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”; Dios libró a los mártires del Maligno y los llevó a su Reino de gloria. Allí los mártires alabarán a Dios por los siglos de los siglos, e interceden por nosotros.

sábado, 20 de octubre de 2007

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C) Domund

21-10-2007 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C) (DOMUND) Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2; Lc. 18, 1-8
Queridos hermanos:
- Celebramos hoy la Jornada del Domund y en España el lema que se nos propone para este año es “Dichosos los que creen”.
Llevo varios años de vicario episcopal. Todos los vicarios nos reunimos casi cada viernes del año con D. Carlos, nuestro Arzobispo, y con el Obispo auxiliar para dialogar sobre diversas situaciones de la Iglesia en Asturias y para tomar decisiones. Es normal que, desde finales de abril o primeros de mayo iniciemos en estas reuniones el asunto de los nombramientos de sacerdotes, bien porque pidan cambio, bien porque algunos hayan enfermado o se hayan jubilado… Estamos ahora en la segunda quincena de octubre y aún no hemos terminado de hacer los nombramientos, pues tenemos más parroquias y destinos que sacerdotes. Este año quedarán nuevamente algunas parroquias sin sacerdote. Cada vez hay menos sacerdotes y son cada vez más ancianos. Dice el Papa Benedicto XVI en el mensaje del Domundo a toda la Iglesia que, ante esta situación, las “Iglesias corren el peligro de encerrarse en sí mismas, de mirar con poca esperanza al futuro y de disminuir su esfuerzo misionero. Pero éste es precisamente el momento de abrirse con confianza a la Providencia de Dios, que nunca abandona a su pueblo y que, con la fuerza del Espíritu Santo, lo guía hacia el cumplimiento de su plan eterno de salvación.” Y, efectivamente, nos dice D. Carlos en su carta pastoral, con ocasión del Domund de este año, que nuestra diócesis de Oviedo no quiere encerrarse en sí misma. Por eso, un sacerdote asturiano, Luis Ricardo, que estaba de párroco en la Sagrada Familia de Las Vegas-Villalegre (Avilés) y de capellán en la cárcel de Villabona se ha ofrecido para irse de misionero a Aguarico (Ecuador). Mientras tenemos entre nosotros, en España, a tantas personas que vienen a ganarse el pan de cada día y a sacar adelante a sus familias ante tantas necesidades materiales como hay en Ecuador, Luis Ricardo deja su familia, sus amigos, su tierra natal, su país para irse… a Ecuador de misionero. También nos dice D. Carlos en su carta pastoral que hace muy pocos días despedía a un matrimonio (María y Alex), que se iban de misioneros para Chile.
¿Qué impulsa a Luis Ricardo a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a María y a Alex, que no son curas, a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a D. Carlos a dejar que Luis Ricardo, María y Alex se vayan con tanta necesidad como hay en Asturias de sacerdotes jóvenes, de matrimonios jóvenes y de cristianos jóvenes? PUES ES LA FE LO QUE LES IMPULSA A LOS CUATRO: La fe que recibieron en las aguas bautismales; la fe que creció en ellos por la catequesis y enseñanza de sus padres, de los sacerdotes y catequistas en las parroquias; la fe que se fue robusteciendo en los ratos de oración y de lectura espiritual; la fe que se afianzó ante las alegrías y los sufrimientos, pues en uno y otro momento siempre sentían de algún modo la presencia de Dios; la fe que, si les faltase, sería como si les quitasen el aire que respiran. Porque ¿qué otra cosa es la fe sino el amor de Luis Ricardo hacia Dios y sobre todo el amor de Dios hacia Luis Ricardo? ¿Qué otra cosa es la fe sino el amor de María hacia Alex y de Alex hacia María, y de ellos dos hacia Dios y sobre todo de Dios hacia ellos dos? D. Francisco, el obispo encargado en España de las Misiones nos narra esta experiencia personal: “El sacerdote de mi pueblo nos contaba a los niños la vida de Jesús con tal convicción que nos dejaba ‘con la boca abierta’. No eran narraciones bonitas como pudieran ser los cuentos o las fábulas; nos ayudaba a hacernos amigos de un Amigo que nunca habíamos conocido y del cual recuerdo que lo tuve como el mejor compañero. Creer, por lo tanto, no era saber muchas cuestiones o hacer cosas extrañas, sino vivir una amistad que vale más que ninguna otra cosa. En muchas ocasiones, a escondidas, me escapaba de casa para ir a visitarlo a la iglesia de mi pueblo, porque el sacerdote me decía que en el Sagrario –muy escondido-, allí estaba El. Era verdad, yo le sentía muy cercano. No me hablaba, pero me entendía; no jugaba, pero me divertía; no estudiaba, pero me enseñaba; no me acariciaba, pero me amaba; no le veía, pero le sentía. Yo le miraba y El me sonreía, me ayudaba y no me daba cuenta. ¡Qué feliz era cuando estaba a su lado! ¡Qué dicha la de creer!”
Y es que como fruto de la fe, que Dios nos ha regalado sin que nosotros lo merezcamos en modo alguno, surge la dicha y la alegría interior ; de la fe surge también la necesidad de compartir la certeza de ese Dios que me ama, pero que también ama a todo aquel con el que nos encontramos o con el que nos encontraremos. Quien tiene fe y es una fe auténtica, no se la guarda para sí mismo, no tiene miedo ni vergüenza, sino que habla de ella y la ofrece a los demás. Por todo esto, para el lema de este año se ha propuesto éste: “Dichosos los que creen”.
Sí, felices los que creen, porque nunca se encontrarán solos. Felices los que creen, porque tendrán la paz de Dios y la querrán compartir con los demás. Felices los que creen, porque tendrán la sonrisa en los labios y en los ojos como la niña del cartel de la propaganda de este año y tendrán la mirada limpia como ella. Os propongo para hoy o para algún día de esta semana que cojáis un folleto de la propaganda del Domund y que hagáis oración simplemente mirando el rostro luminoso y feliz de la niña, mirando también la sonrisa en los labios y en el corazón del Cristo resucitado que está detrás de la niña mientras coge la mano de Santo Tomás para ayudarle a metérsela en su costado abierto. Y mirad también, en vuestra oración, el rostro de Santo Tomás ansioso, pero aún incrédulo, y comparad ese rostro de Santo Tomás aún incrédulo y el rostro de la niña y de Jesús, que son dichosos por el Dios Padre que habita y que acogen en ellos.
- Termino con las últimas palabras del evangelio de hoy: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Si viniera ahora mismo Jesucristo a esta catedral de Oviedo, a mi corazón… encontraría esta fe que acabamos de describir. ¿No? Pues pidámosela:
Señor, dame la alegría de tu fe, la alegría de tu presencia,
la alegría de compartirte con mis hermanos los hombres.
Señor, no me dejes, aunque te deje.
Señor, tenme siempre dentro de tu Iglesia santa y pecadora.
Señor, esto que te pido para mí, también te lo pido para los que conozco
y para los que no conozco.
Señor, te pido por todos aquellos que han dejado su familia,
sus amigos, su casa, su país
y se han ido por el mundo para anunciarte
y para compartirte con todos los hombres que encuentren.
Amén

viernes, 12 de octubre de 2007

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

14-10-2007 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc. 17, 11-19
Queridos hermanos:
- La primera lectura de hoy y el evangelio nos hablan de enfermos y de enfermedad. Concretamente nos hablan de la lepra y de leprosos. La lepra era y es una enfermedad terrible. Es la enfermedad de los pobres, de los hambrientos. A pesar de que en la actualidad hay medicinas contra ella, sigue estando presente en muchos sitios de la tierra. Por ejemplo, en la India. Recuerdo haber leído que una niña de unos doce años iba al basurero a recoger comida y otras cosas para ayudar a su familia. De repente un día vio unas manchas blancas sobre su piel y, al pincharse en esas zonas, no sentía el dolor. Tenía la lepra. Su propia familia la echó de casa. Es la norma. Con la lepra se pudre la carne del ser humano y esta carne se cae a pedazos. Un leproso se ha de apartar de la gente y vivir como un apesta­do. Si están casados y con hijos, deben salir de su casa No pueden beber en las fuentes públicas para no contaminarlas. En tiempos de Jesús, si un leproso caminaba por un sitio, debía ir tocando la campanilla para que al acercarse un hombre o una mujer sanos, estos se pudiesen apartar. Esta era y es la situación de los leprosos.
En las lecturas de hoy vemos cómo Dios cura a los leprosos: a Naamán y a diez leprosos. “Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño”; “Cuando Jesús iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: - ‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.’ Al verlos, les dijo: - ‘Id a presentaros a los sacerdotes.’ Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.” Pero estas lecturas no nos hablan simplemente de curaciones de leprosos. Nos hablan de algo más. En el evangelio se nos dice que, de los 10 leprosos curados, sólo uno volvió para dar gracias a Jesús. Y entonces Jesús le otorga otro don mucho más grande que la salud, pues ésta, tarde o temprano, se acabará. Jesús le otorga la salvación que da la fe: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” Esto mismo le ocurrió a Naamán. El se marchó para su tierra, pero diciendo: “en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.”
Pienso que la idea central de estas lecturas no es simplemente que Dios nos cura y nos sana de nuestras enfermedades. Hay que profundizar más: Señor, ¿para qué me sirve la salud, si no me acerca más a Ti? Señor, ¿para qué me sirve la enfermedad, si no me acerca más a Ti? Voy a transcribiros unos trozos de una carta de un obispo. Fue obispo auxiliar de la diócesis de Madrid y murió a principios de este año, creo que de un cáncer. Fijaros, los cánceres y enfermedades alcanzan hasta los obispos, como no podía ser de otro modo. El obispo se llamaba Eugenio Romero Pose: “’Tu gracia vale más que la vida.’ Son palabras del salmista que se tienen como verdaderas cuando te sientes bendecido por la enfermedad y tocas los límites de tu caducidad. Sentir el hielo de la debilidad, del cuerpo que se rompe, de la mente que se oscurece, de la corruptibilidad que se adueña de lo que uno creía poseer, adquieren nuevo sentido cuando se obren los ojos a la verdad del dolor. Y únicamente uno puede mirar hacia delante y salir […] cuando en la oración deja que el corazón acoja la luz de quien sufrió y saboreó las hieles del sufrimiento hasta el extremo. Al sentir la incapacidad […] en la enfermedad […] entonces, sólo entonces, levantas los ojos a lo Alto y recibes el bálsamo que hace más dulce la existencia. La enfermedad […] nos hace tocar el fondo de la pequeñez […] No se aprecia la vida si no se acepta la muerte. Padre bueno, Padre Creador, me ha desbordado tu querer […] Llegó hasta mis ojos la cercanía de tu ser y estar en los enfermos, pobres, y débiles, que tu Hijo, Jesucristo, encontraba y curaba en los caminos de Galilea, Samaría y Judea. Sigo sintiendo la Mano sanadora del Nazareno que, más que nadie, saboreó el sufrimiento, la oscuridad del dolor, la entrega a la muerte […] Te pido, Señor, que sepa en el dolor pedirte el Espíritu para que mi vida y mi muerte estén en tu Cruz. Tiéndeme tu Mano para que contigo tenga la sencilla certeza de abrir un día los ojos y verte a ti a la derecha del Padre con el Espíritu Santo […] Déjame que no te deje y que dé gracias porque cada instante es un milagro en la espera de otro mayor; la vida eterna, vivir contigo. Me abandono, enfermo y débil, en tus Manos, que me hicieron, y en las de los hermanos que en el camino del dolor me comunican tu calor. Tus Manos están llenas de misericordia […] Gracias, Señor de mi vida y mi enfermedad, porque me has enseñado que tu gracia vale más que la vida, que la frialdad de la muerte no dejará que se apague el fuego de tu Amor.”
- En la segunda lectura se nos dice: “Haz memoria de Jesucristo […] Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.”
* Jesús ha de estar en el centro de nuestra fe, de nuestra vida, de nuestro pensamiento y de nuestro amor. Pero, si esto no fuera así, tenemos la absoluta certeza –gracias a las palabras de S. Pablo- que nosotros sí que estamos siempre en el centro de su Amor, de su Pensamiento, de su Vida y de su Gracia.
* Nosotros podremos alejarnos de Jesús o vivir de espaldas a El. Pero El nunca se alejará de nosotros. ¡Cuántas veces he sido testigo de esto a lo largo de mi vida sacerdotal! Personas que, por una causa u otra, han “pasado” de Jesús, de Dios y, al cabo de un tiempo, quieren retornar y El siempre está ahí para recibirlos, para recibirnos con los brazos abiertos. ¿Os acordáis de la carta que os leí a finales de septiembre de un soldado americano que murió en la segunda guerra mundial y que no aceptó a Dios en su vida hasta pocas horas antes de morir? Este es el Dios en quien yo creo. Este es el Dios al que yo amo. El Dios fiel para nosotros, que somos infieles. Esta es una doctrina segura, según nos decía S. Pablo.

sábado, 6 de octubre de 2007

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)

7-10-2007 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Hab. 1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
Queridos hermanos:
- En las lecturas de hoy escuchamos el salmo 94, que es el salmo con el que siempre se abre la liturgia de las horas que recita la Iglesia a diario. Voy a fijarme hoy concretamente en las siguientes palabras del salmo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.’”
¿Qué es eso de Meribá y de Masá? Se nos cuenta en el libro del Éxodo, del Antiguo Testamento, que Dios liberó por medio de Moisés a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Salieron los israelitas de este país por entre las aguas del mar Rojo (Éxodo capítulo 14); enseguida el Señor los alimentó con el maná y con codornices sin fin (Éxodo capítulo 16), pero, a pesar de haber visto tantos regalos y milagros de Dios, los israelitas protestaron pronto contra Dios. Efectivamente, en el capítulo 17 del Éxodo se nos cuenta el episodio de la fuente Meribá y de Masá. Leo el texto: “Cuando acamparon en Refidím, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: ‘Danos agua para que podamos beber’ […] El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ‘¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?’ Moisés pidió auxilio al Señor […] El Señor respondió a Moisés: ‘Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo […] Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo’. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa ‘Provocación’– y de Meribá –que significa ‘Querella’– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: ‘¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?’” (Ex. 17, 1-7).
El pueblo de Israel provocó y se querelló contra Dios, a pesar de todo lo que le habían visto hacer en los días anteriores. Dios les había mostrado su amor liberándoles de esclavitud, de muerte, de duros trabajos. Dios les había mostrado su amor dándoles de comer maná y codornices. Dios les iba a mostrar su amor dándoles agua para calmar su sed en el desierto, pero antes de que pudiera hacerlo, los israelitas protestaron: provocaron (Masá) a Dios y se querellaron (Meribá) contra El como si fuese cualquier vecino de acera o cualquier vecino de piso. A pesar de todo el amor de Dios manifestado a los israelitas, estos endurecieron su corazón contra Dios. Por eso el salmo 94 nos advierte hoy: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto.” Nosotros somos en muchas ocasiones como los israelitas, y endurecemos el corazón rápida y fácilmente:
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando no quiere saber nada de El y le protesta y le grita y le echa cosas y acontecimientos en cara.
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando le da la espalda de hecho y hace su vida sin tenerlo en cuenta. Así, este hombre de corazón duro y endurecido abandona la lectura de la Palabra de Dios, los sacramentos, la comunidad eclesial…
* Endurece también el corazón cuando un marido no hace caso a su mujer por la enfermedad crónica de ésta, y la llama loca.
* Endurece el corazón un conductor en el coche cuando vocifera y hace valer su derecho y su preferencia sobre los demás.
* Endurece el corazón el hombre contra sus hermanos y familiares cuando en el reparto de la herencia quiere apropiarse de lo que le corresponde… y de lo que no le corresponde.
* Endurece el corazón en el tribunal eclesiástico el marido contra la mujer, y la mujer contra el marido cuando sueltan por aquella boca todo el resentimiento que llevan.
* Endurece el hombre su corazón cuando no acoge al otro o cuando lo juzga o cuando murmura contra él o cuando lo rechaza o cuando se burla de él.
Al cabo del día endurecemos nuestro corazón contra Dios o contra los hombres en varias ocasiones. Si nos examinamos detenidamente, comprenderemos la verdad de lo que se dice en la Palabra de Dios y en los ejemplos anteriores. Seguro que, de una forma u otra, nos hemos visto reflejados.
¿Qué solución queda ante esto? Pienso que la solución es orar al Señor, el cual, a través del profeta Ezequiel, nos dice: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez. 36 25). ¡¡¡Sí, Señor, arráncanos nuestro corazón de piedra, nuestro corazón endurecido y danos un corazón de carne para relacionarnos contigo y con los demás!!!
- ¿Cómo y cuándo sé yo que mi corazón de piedra y endurecido se va transformando en un corazón de carne? Las lecturas de hoy nos dan algunas claves para percibir este cambio y transformación:
* “El justo vivirá por su fe”. Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando vivo de la fe en Cristo Jesús, el cual pasa a ser poco a poco el centro de mi vida y de mi pensamiento (lectura del profeta Habacuc).
* “No te avergüences de dar testimonio de mi Señor.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando no me avergüenzo de dar testimonio ante el mundo y ante los hombres de mi condición de creyente, de cristiano y de miembro activo de la Iglesia católica (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando tomo parte sin temor alguno “en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios” (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando guarda las palabras del Señor, sus enseñanzas y su modo de comportarse como algo precioso y digno de amar (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Auméntanos la fe.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando se ve uno necesitado de mendigar al Señor más fe y uno pide que se la aumente (evangelio).* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando, siendo dóciles al Señor y a su Santo Espíritu, uno clama: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (evangelio).

jueves, 4 de octubre de 2007

Conferencia del lama

El martes 2 de octubre de 2007 se impartió una conferencia en el Auditorio Príncipe Felipe de la ciudad de Oviedo (España) por un lama budista sobre el sufrimiento. Asistió una persona conocida y me habló del contenido y de sus impresiones. Me lo mandó por correo electrónico y, como consideré útil e interesante su contenido, lo publico en el blog por si puede ayudar a alguien.
Un abrazo

Andrés



REFLEXIONES SOBRE UNA CONFERENCIA

El título era atrayente: "El sufrimiento", y el conferenciante me iba a permitir conocer un poco más de cerca una corriente que, siendo muy antigua, tiene en el presente numerosos seguidores y hace gala de poseer un conocimiento y sabiduría grandes para caminar por la vida y encontrar la felicidad. Con todo este atractivo y con el aviso de la gran afluencia de personas al acto, me encaminé hacia allí.
No me habían engañado. La fila para entrar era impresionante; hasta tal punto que la organización, cuando ya estábamos sentados la mayoría, tuvo que habilitar una sala mayor.
Soy observadora y empecé a mirar a mí alrededor, tomando nota de las características de los asistentes; había de todo: personas mayores, hombres, mujeres, y gran número de jóvenes. No quiero olvidar el abundante grupo de religiosas.
Después de la presentación, y entre un gran silencio, veo subir las escaleras desde el patio de butacas a un hombre maduro que caminaba hacia la mesa ayudado por una chica joven, y que vestía un ropaje de vistosos colores, pero humilde.
Con una calma, que denota un gran dominio de la situación, empieza a explicarnos qué es el sufrimiento, y cómo la persona es clave para instalarse en ella o erradicarla de la vida, aunque esto último prácticamente es una quimera por su imposibilidad, todos sufrimos en algún momento de nuestras vidas.
Resumo en "cuatro palabras" lo que a él le llevo cerca de dos horas;
-- Hay sufrimiento porque hay felicidad, y a la inversa.
-- El sufrimiento lo generamos nosotros mismos, con nuestra actitud.
-- ¿Cómo hacer?
* Ser conscientes de que TODO es TRANSITORIO
* No poner nuestra ansia en COSAS perecederas y en TENER
* Practicar el altruismo, ayuda a no mirarse a uno mismo y desprenderse del EGO.
* Poner en marcha el mecanismo para vivir el DESAPEGO
Todo esto con unos minutos de meditación (con nombre exótico), que consiste en un ejercicio de respiración pausada y profunda, inspirando los "HUMOS NEGROS" (así los llamó) de los demás, y espirando los "HUMOS BLANCOS" de uno, que previamente habíamos pasado por una virtual luz blanca que...podíamos instalar a la altura del corazón.
Estas ideas, sin más, fueron explicadas hasta la saciedad, añadiendo, con mucho arte, algún elemento exótico. Parecía interminable, pero, como todo es TRANSITORIO, terminó.
Los aplausos fueros de varios minutos, y vi cómo la gente joven, en teoría la más exigente, se ponía de pie para aplaudir con fuerza y entusiasmo...
Rápidamente mi cabeza empezó reciclar aquello...y llegó a las siguientes conclusiones: ¡¡¡¡Qué mal nos hemos vendido los cristianos!!!!! Primera reflexión. ¡¡¡¡¡Qué mal hemos hecho rodeando de pompa y boato nuestras celebraciones y a nuestra jerarquía!!!!!
Este señor no incorpora a mi vida ninguna esperanza, me ayuda en el aquí y ahora. Una vez muerta seré materia transformable y nada más.
Mi credo, es ESPERANZA pura. Mi muerte no significa mi fin,¡¡ eso sí es materia para el sufrimiento!! ¿Cómo afrontar la vida, aún con sus consejos, si sé que terminaré definitivamente un día? ...y así mis seres queridos. Tengo un Dios que me AMA desde la eternidad, y perdona mis debilidades. Me manda "algo" de sí mismo para que, en mi cortedad, tenga un ejemplo vivo de cómo hacer. Mi LIDER (Jesucristo) es atrayente, innovador, rompedor con lo establecido y defensor a ultranza de la justicia. Es un revolucionario...y por si fuera poco, muere por la humanidad...y ¿cuál es la respuesta? Las Iglesias vacías, la juventud (donde está la autenticidad y las personas sin contaminar) hacen nulo caso, por no decir que denostan mi religión...
Creo que deberíamos reflexionar sobre todo esto. No estamos dando ejemplo con nuestra vida, hemos mezclado "churras con merinas": dinero, política y... la religión de Jesús de Nazaret. En resumen, un desastre ganado a pulso.
Siento ser tan pesimista, pero todo esto llenó mi cabeza durante y después de escuchar al tan esperado lama Jimgpa, bueno, o cómo se llame.