sábado, 26 de abril de 2008

Domingo VI de Pascua (A)

27-4-08 DOMINGO VI DE PASCUA (A)

Hch. 8, 5-8.14-17; Slm. 65; 1 Pe. 3, 15-18; Jn. 14, 15-21




Queridos hermanos:
- Si estáis atentos en estos días de Pascua y escucháis las lecturas que se hacen en la Misa, veréis que se resume todo en esto: 1) Jesús fue ajusticiado en la cruz; 2) Dios Padre lo ha resucitado y devuelto a la VIDA; y 3) los hombres y mujeres que han tenido la suerte de ver a Jesús resucitado, enseguida se vuelcan por todas partes para dar testimonio de ello, pues no quieren quedarse ellos solos con esta gran noticia, sino que la quieren compartir con los demás. Así, en la primera lectura de hoy se nos dice que
Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
También en estos días de Pascua un grupo de cristianos, los pertenecientes al Camino Neocatecumenal (Kikos), están saliendo por Oviedo para predicar simplemente que Cristo vive y que Cristo nos ama. ¿A ver quién de nosotros se atrevería a ir por las calles, por las casas (como los Testigos de Jehová) e ir predicando a Jesucristo VIVO y RESUCITADO? ¿A ver quién de nosotros se atreve a proclamar esto en nuestras propias casas, ante nuestros amigos y compañeros de trabajo o de estudio? Hay muchas clases de experiencias de lo que sucede en estos casos. Esta semana recibía un correo electrónico en el que me narraban la experiencia de una tarde de predicación. Dos personas fueron a la Residencia Sanitaria de Oviedo y sucedió esto:
Ayer salí de misión, fuimos a la Residencia para hablar con los enfermos. Te diré que me vine muy incómoda, mal a gusto y triste. Nunca me había sucedido antes, pues siempre que salí, pasara lo que pasara, yo regresaba con una gran alegría interior. No fue así ayer. Bien es verdad que no fue una experiencia agradable, ya que poca gente se mostraba interesada en el tema. Acaso esto podría parecer una humillación, pero esto, de verdad, creo que no me importó. Sí en cambio que me hizo daño y me dolió el palpar el gran rechazo que hay hacia Jesucristo. Parece que este nombre…, es cómo si les hablaras de un enemigo. A mi me da mucha pena ver a personas enfermas, con problemas serios, y que, ni aún en esa situación, no necesiten algo más y manifiesten este rechazo. ¡Andrés, que pena!, qué puede esperar esta gente y los que están con ellos, que en algún caso nos invitaron a irnos, porque en su opinión el paciente necesitaba descansar. Luego te queda la duda ó la seguridad de que no has sido un buen heraldo, y no has tenido el empuje suficiente para mostrarles el amor de Dios. Esto me ha servido para ver mi poca fe, ya que iba muy nerviosa, sin ninguna gana y sin saber cómo entrar mejor, pero lo más importante es que he conocido a personas que están sufriendo y necesitan ayuda, aunque ellos no sean conscientes; por eso, ya que ellos no quisieron que les hablásemos de Dios, yo le he hablado a Dios mucho de ellos. Y espero que me haya escuchado.
Andrés, estoy ya tan acostumbrada a moverme en un círculo, que más ó menos piensa como yo, que me asusta y mucho el comprobar la tremenda increencia que existe; además, es curioso, parecen peores los mayores, los que han crecido en un ambiente cristiano, y eso me parece aún más triste. Pues los que mejor nos ‘escucharon’ fueron dos chicos de cuarenta y tantos años. Y fue el padre de uno de ellos, el que nos invitó a marchar. ¡Que triste me parece todo esto!, y repito: no es por lo que piensen de mi; es por el rechazo a Jesucristo.”

- Este testimonio es muy duro, pero refleja perfectamente la realidad que se está viviendo en Asturias, en España, en Europa y en el mundo occidental: hay un rechazo explícito a Dios, a Jesucristo y, mucho más a todo lo que suene y huela a Iglesia (esto mismo sucede incluso entre los propios bautizados, ¿no es cierto?). Pero, ¿de qué nos extrañamos si esto mismo ya nos fue anunciado por Jesús el día antes de ser crucificado, según nos narra el evangelio de S. Juan, que hoy leemos? “El mundo no puede recibirlo (al Espíritu) porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.” Esta es la terrible realidad: para unos está clarísima la existencia de Dios, el perdón de Cristo, la necesidad de la Iglesia, pero para otros todo esto son quimeras, inventos del pasado y engaños. Estos últimos no pueden recibir el Espíritu de Dios, porque ni lo ven ni lo conocen.
En esta situación, ¿qué hemos de hacer, qué nos pide Cristo que hagamos? Se nos dice a través de la 2ª lectura de hoy: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.” Cristo Jesús nunca impone su presencia, su perdón y su divinidad. El la ofrece, la regala, la presenta y los hombres, cada hombre en particular decide si la acoge o no, si la acepta o no. Así lo hizo Jesús a la Samaritana, que lo aceptó. Así Jesús con Mateo, que lo aceptó. Así hizo Jesús con Nicodemo, con el centurión romano, con Pedro, con los Magos de Oriente y con tanta y tanta gente, que lo aceptaron. Pero del mismo modo lo hizo Jesús con el joven rico, que lo rechazó. Así lo hizo Jesús con Judas, que lo rechazó. Así lo hizo Jesús con lo gerasenos (los dueños de los cerdos que se tiraron por el acantilado), con los fariseos, con los saduceos, con los de aquel pueblo que no acogieron a Jesús ni a sus discípulos, y Juan y Santiago querían enviarles rayos del cielo, con el rey Herodes…, que lo rechazaron.
También nosotros debemos proponer, ofrecer la verdad salvadora y que da paz, perdón y felicidad a los hombres. Debemos explicar en lo que creemos, lo que vivimos, lo que amamos, lo que esperamos… sabiendo que unos lo aceptarán, otros lo rechazarán, y otros lo ignorarán. Cristo Jesús nos pide a nosotros sembrar. A Dios le corresponde que la semilla prenda, germine, crezca, dé fruto y sea cosechada. ¿Qué sabemos nosotros de lo que fue y será de la semilla plantada por esta persona del Camino Neocatecumenal mediante su predicación, luego mediante su oración y finalmente con su sufrimiento por la cerrazón de los hombres ante el Salvador del mundo?

sábado, 19 de abril de 2008

Domingo V de Pascua (A)

20-4-08 DOMINGO V DE PASCUA (A)

Hch. 6, 1-7; Slm. 32; 1 Pe. 2, 4-9; Jn. 14, 1-12




Queridos hermanos:
El otro domingo examinábamos aquellos derechos y deberes que los fieles, por el hecho de haber sido bautizados, tienen en la Iglesia Católica. Hoy volvemos sobre el mismo tema y seguimos conociendo más…:
- Todos los fieles tienen el derecho de recibir los bienes espirituales de la Iglesia, especialmente los sacramentos y la Palabra de Dios, o a los fieles los sacramentos de Dios y nunca los nuestros, s propietarios de dicha gracia. (LG. 37) y, por lo tanto, los pastores tenemos la grave obligación de entregárselos. Hace un tiempo estuvo en Oviedo un sacerdote peruano, que había venido a aprender cómo se llevaban los tribunales eclesiásticos. Me contó que, estando tiempo atrás en una parroquia de Estados Unidos, habiendo celebrado una Misa en dicha parroquia y habiendo predicado en ella, fueron a la sacristía un grupo de fieles al terminar la Misa y le preguntaron que de dónde había sacado las ideas que había dicho en la homilía. El contestó que del libro de un teólogo que había estado leyendo la semana anterior. A esto le replicaron los fieles que, por favor, otro día no hablase en la Misa de las ideas de ese teólogo o de otro, ni siquiera de sus propias ideas. La gente que iba a la Misa quería escuchar la Palabra de Dios y no ideas u ocurrencias de los hombres, aunque fuesen hombres eclesiásticos. También le dijeron que, si alguna vez querían escuchar esas ideas de teólogos, ya le pedirían que les diera una charla, pero fuera de la Misa. ¿Por qué narro este caso? Pues porque entiendo que nosotros, los que tenemos el sacerdocio ministerial, estamos al servicio de los fieles y sólo somos administradores de la Palabra de Dios, pero nunca somos propietarios de dicha Palabra. Por lo tanto, debemos comunicar a los fieles la Palabra de Dios y no “la nuestra”. A veces existe la costumbre de sustituir en las liturgias la Palabra de Dios por poesías o trozos de escritos humanos. Estos podrán estar presentes en la liturgia, pero nunca podrán ni deberán sustituir a la Palabra de Dios. Del mismo modo se ha de afirmar que los ministros sagrados somos administradores de la gracia sacramental, pero nunca propietarios de dicha gracia. Así, debemos entregar a los fieles la gracia de Dios a través de los sacramentos, lo cual no significa que los pastores demos a los fieles todos los sacramentos sin necesidad de una preparación o disposición adecuada. NO. Se trata de un derecho de los fieles, pero no es un derecho absoluto, sino que este derecho está regulado por el Señor y por la experiencia de tantos siglos de la Iglesia. Habría que seguir matizando más cosas sobre este derecho de los fieles, pero creo que la idea central del mismo está clara., o a los fieles los sacramentos de Dios y nunca los nuestros, s propietarios de dicha gracia.
- Todos los fieles tienen el derecho a elegir libremente su estado de vida (GS 29). El viernes por la mañana me llamó un sacerdote de Gijón para preguntarme cómo debía de hacer ante una mujer que le pedía “darse de baja de la Iglesia” (apostasía, la cual implica el rechazo de Dios y de la Iglesia o, al menos, el rechazo de la Iglesia y del Dios predicado por ésta). La Iglesia no es una secta: uno puede entrar libremente y puede salir libremente. Pero esta libertad exige e implica por parte de los fieles conocimiento, búsqueda, preparación, responsabilidad, coherencia… No puedo entrar en la Iglesia o salirme de ella, si antes no he hecho un proceso de profundización y de búsqueda de la verdad y del sentido de mi vida. Luego he de actuar responsablemente asumiendo las consecuencias. Después tengo que ser coherente con aquello que he decidido y hablado. Por ejemplo, no entiendo cómo unas personas critican la riqueza de la Iglesia y, a la hora de casarse, eligen los edificios más vistosos y “ricos” de la Iglesia para contraer matrimonio. No. Si critican la riqueza de la Iglesia y luego quieren casarse “por la Iglesia”, por favor, que lo hagan en los templos más humildes, pobres y de ladrillo que tiene esa Iglesia, por ejemplo, en el bajo comercial que sirve de templo en un barrio de Avilés (El Pozón), en el que, cuando tiran de la cadena en el piso de arriba, se oye todo en el templo, en plena Misa.
Bien, una vez que uno ha buscado, ha profundizado, ha decidido… la Iglesia le reconoce la libertad para elegir su estado de vida. Por eso, nadie puede ser coaccionado para casarse o no casarse, para entrar en una congregación religiosa o en el seminario. Nadie debe ni puede coaccionar a los fieles para entrar o para salir de un grupo religioso o una asociación de fieles. Y aquí se han hecho y se hacen auténticas barbaridades. En nombre de Dios o de la dirección espiritual o de la obediencia, y todo ello mal entendido, se puede coaccionar la conciencia de la gente. Podemos y debemos ayudar a que los fieles busquen, profundicen, decidan…; podemos aconsejar, pero siempre, siempre la decisión última ha de quedar en manos de los fieles. Esta es la auténtica libertad que Cristo ha querido para nosotros. Ahí tenemos el ejemplo que nos dejó con la parábola del hijo pródigo: Dios le deja en libertad para marcharse y en libertad para volver. Esta es la manera de actuar de nuestro Dios y nosotros hemos de hacer del mismo modo.

viernes, 11 de abril de 2008

Domingo IV de Pascua (A)

13-4-08 DOMINGO IV DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10





Queridos hermanos:
Celebramos hoy el domingo del buen Pastor. En otros años os he dicho que Jesús es el buen Pastor y el verdadero modelo de todos los pastores en la Iglesia. Comúnmente se entiende por pastores a los obispos, sacerdotes y diáconos. En esta ocasión, sin embargo, quisiera hablaros, no de los pastores, sino de los fieles. Me vino la idea de predicar sobre los fieles en un día como hoy, porque en estos últimos tiempos me han contado diversos casos en que algunos pastores no hemos defendido o cuidado convenientemente a los fieles a nosotros encomendados. Dice Jesús en el evangelio de hoy
“que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.” En ocasiones, los que hemos sido puestos por Dios como pastores para cuidar y defender los fieles nos hemos comportado con ellos como “ladrones y bandidos”. Por eso, los fieles han huido y huyen de nosotros, porque no conocen nuestra voz, que no se parece demasiado a la voz de Jesús, el buen Pastor.
La Iglesia reconoce en documentos doctrinales y conciliares, y en verdaderas normas jurídico-canónicas que todos los fieles, por el hecho de recibir el sacramento del Bautismo, poseemos el sacerdocio real y común (LG. 10-11). Dentro de los fieles existe un grupo de ellos que han sido consagrados con el sacerdocio ministerial (LG. 10). Ministerial quiere decir de servicio, o sea, que los sacerdotes ministeriales estamos para servir, según las palabras del mismo Señor: “el que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt. 20, 26-28).
Los fieles son sujetos de derechos y de deberes dentro de la Iglesia. No son derechos ni deberes que pueden serles reconocidos o no, exigidos o no, dependiendo de un cura u otro, de un obispo u otro. Los fieles, por el mero hecho de haber recibido el Bautismo, tienen tales derechos y obligaciones. Vamos a ver detalladamente algunos de estos a continuación:
- Existe una verdadera igualdad en la Iglesia en razón del Bautismo que todos hemos recibido (LG. 32). Por ello, nadie es más que nadie, ni nadie es menos que nadie en la Iglesia. Cuando en una parroquia hay un problema o discusión y el cura lo zanja con un “aquí mando yo”, estas palabras están totalmente fuera de lugar y el sacerdote está conculcando el derecho de igualdad entre todos los fieles.
- Todos y cada uno de nosotros, desde los dones y carismas que Dios nos ha dado, tenemos el derecho y el deber de esforzarnos en expandir y propagar el evangelio de salvación para todos los hombres (LG. 17.30.33). No es tarea sólo de los obispos o de los sacerdotes. En estos días D. Carlos ha anunciado su intención de iniciar una Misión Joven. ¿En qué consiste esto? Pues en que los jóvenes católicos de Asturias salgan a la calle y vayan por las ciudades, pueblos y casas de la Archidiócesis anunciando el Evangelio de Jesucristo. D. Carlos quiere que los jóvenes evangelicen a los jóvenes, pero también a los mayores y a los niños, del mismo modo que S. Juan, el discípulo amado de Jesús y siendo el joven de los apóstoles, evangelizó por allí por donde estuvo.
- Todos los fieles tienen el derecho y el deber de exponer, dentro de su conocimiento y competencia, su parecer y opinión sobre los asuntos de la Iglesia (LG. 37). ¿Y esto por qué? Pues 1) porque la Iglesia es responsabilidad tanto de unos (pastores) como de otros (seglares), es responsabilidad de todos los bautizados, y 2) porque Dios da su Sabiduría a los sacerdotes, pero también a los seglares. ¿No recordáis a Sta. Catalina de Siena? Ella, una mujer y, además, seglar, recibió de Dios unas gracias extraordinarias y Papas, Cardenales, obispos, sacerdotes, seglares, reyes, duques y la gente más humilde le pedían consejo. Si podéis leer algo de esta santa, hacedlo.
- Todos los fieles tienen el derecho de vivir su fe desde la espiritualidad propia que les ha sido regalada por Dios, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia. Dentro de ésta existen muchas clases de espiritualidades y todas válidas: la espiritualidad de la Acción Católica, de la Renovación Carismática, de S. Ignacio de Loyola, de los carmelitas (Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, Sta. Teresita del Niño Jesús), de S. Francisco de Asís, de Sto. Domingo, del Hno. Rafael, del Opus Dei, del Camino Neocatecumenal… Nadie puede imponer una espiritualidad a otro, o impedir que cada uno viva según la espiritualidad que Dios mismo le ha regalado. Si Dios regaló a un fiel la espiritualidad del Opus Dei (o de los Kikos, o de los franciscanos, o…), ¿quién es el cura para impedirlo? Otra cosa es que el párroco coordine en su parroquia las distintas sensibilidades espirituales que existan. Os cuento un chiste sobre el Espíritu Santo, que ilumina esto: una vez hubo una señora que fue al párroco y le pidió una novena sobre el Espíritu Santo, pues le tenía mucha devoción. Y el cura le contestó: “¡Señora, rece a S. Antonio como todo el mundo y déjese de devociones raras!” Es un chiste, pero en ocasiones se acerca a la realidad de un querer dominar la fe de la gente y las manifestaciones de esta fe. Para ir hacia Dios hay muchos caminos, y no sólo los que al cura se le ocurren o los que al sacerdote le valen. Dios es mucho más grande que cada uno de nosotros.

viernes, 4 de abril de 2008

Domingo III de Pascua (A)

6-4-08 DOMINGO III DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14.22-33; Slm. 15; 1 Pe. 1, 17-21; Lc. 24, 13-35



Queridos hermanos:
En este domingo III de Pascua se nos presenta el relato tan conocido de los discípulos de Emaús. Vamos a ver qué podemos extraer de aquí a fin de que nos sirva para nuestra vida personal.

* Nos dice el evangelio que dos discípulos se habían marchado de Jerusalén y que regresaban a sus casas. Iban “con el rabo entre las piernas”. Habían dejado su familia, sus trabajos, sus casas para seguir a un hombre, Jesús, que hablaba de parte de Dios y hacía milagros de parte de Dios. El viernes, hacia las tres de la tarde, murió Jesús y estos dos estuvieron escondidos el viernes por la tarde y el sábado todo el día por miedo a que también a ellos les pasara lo mismo. El domingo por la mañana ya regresaban a sus casas. En el camino, “mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos reconocido a Jesús a nuestra vera y en nosotros mismos? ¿O quizás nunca lo hemos percibido o reconocido? Sería muy triste que Dios fuera para nosotros alguien muy lejano. Para los cristianos Jesús no debe de ser el hombre muerto hace 2000 años, no debe de ser el gran desconocido, o el conocido simplemente de oídas. El pasa a nuestra lado a cada instante..., sólo que, como los discípulos de Emaús, quizás en tantas ocasiones tampoco nuestros ojos son capaces de reconocerlo. Recuerdo un caso en que yo reconocí la presencia de Jesús (no hay que buscar apariciones ni grandes milagros, El suele ser más sencillo que todo eso); me refiero al caso de unos padres que se besaron en los labios a través de la mano de su hijo de 5 años. Esto sucedía en un coche. Yo estaba en el coche inmediatamente anterior, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.
¿Qué podemos hacer para que nuestros ojos sean capaces de reconocer a Jesús? El evangelio de hoy nos da dos pistas:
- Jesús “les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Ante todo tenemos que leer-meditar-orar la Santa Biblia. Nadie que no lea-medite-ore este libro podrá encontrarse con el Cristo auténtico. Conozco personas que a través de la ayuda solidaria a los hombres encuentran a Jesús, pero luego han de profundizar en la Biblia. Antes o después se ha de pasar por ella. ¿Por qué? Porque ella es la Palabra de Dios en la que encontramos los dichos, hechos, enseñanzas de Jesús, y encontramos al mismo Jesús. Si no leemos la Biblia, inventamos otro dios distinto del Dios de Jesús. Cuenta S. Agustín que, cuando empezó a leer la Sagrada Escritura, notaba el bien que le hacía y cómo las lágrimas llenaban sus ojos e iban haciendo un bien inmenso a su espíritu. En la Misa Crismal de esta Semana Santa, como siempre, nuestro Arzobispo nos escribió una carta a los sacerdotes y este año nos puso el ejemplo de S. Antonio María de Claret, el cual decía: “Lo que más encendía mi entusiasmo por la salvación de los hombres era la lectura de la santa Biblia, a que siempre he sido muy aficionado. Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí lo mismo que leía.” Fijaros lo que dicen los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” ¿Alguna vez os ha ardido el corazón al leer vosotros la Biblia o al escucharla en la Misa?
- “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.” Partir el pan ha sido siempre sinónimo de la celebración de la Eucaristía. Es en la Misa donde llegamos al rostro genuino de Jesús, pues en ningún sitio está más fuertemente presente que en la celebración de la Misa. Pero claro una Misa en la que vengamos por El, para escuchar su Palabra, para alimentarnos de su Cuerpo y Sangre, para estar con nuestros hermanos, para dejar que El tome posesión de nosotros y haga en nosotros su santa voluntad. Si no es así, no podremos encontrarnos con Jesús, aunque vengamos todos los días a Misa[1].
Por otra parte,
la Misa verdadera no empieza “en nombre del Padre...” y termina cuando el sacerdote dice: “Podéis ir en paz.” La Misa verdadera empieza con el bautismo de un cristiano y nunca termina, pues sigue en el cielo eternamente. ¿Y cómo es esa Misa de cada minuto, de cada segundo? Es como nos dice el profeta Isaías: no oprimir a los que están a tu lado, desterrar de ti las ironías, las malas palabras, las críticas, el juzgar a los demás, el señalar con el dedo a los demás. Sacia el estómago del hambriento, viste al que está desnudo, entonces “surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Is. 58, 6-10).
* Si me permitís voy a aludir ahora a una carta que ha sido publicada estos días y es de un periodista egipcio que se convirtió del Islam al catolicismo. Es una carta fuerte y dura. La traigo aquí porque
Magdi Cristiano Allam ha reconocido a Cristo resucitado caminando a su lado. Transcribo algunos trozos de la carta:
- “Desde hace cinco años estoy obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia fija de mi casa y escolta de policías permanente, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte de los extremistas y de los terroristas islámicos, tanto de los que residen en Italia como de otros del exterior […] Me he preguntado cómo es posible que alguien como yo, que ha luchado con convicción y hasta el cansancio por un ‘Islam moderado’, asumiendo la responsabilidad de exponerse en primera persona a las denuncias del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del Islam, basándose en una legitimación del Corán. Por esto he llegado a comprender que, más allá de la contingencia de los fenómenos extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, la raíz del mal está inscrita en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo. Paralelamente, la Providencia me ha hecho encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, han llegado a ser un punto de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores.”
- “Me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me acarreará una enésima y muy grave condena a muerte por apostasía. Tienes toda la razón. Sé bien a lo que me expongo, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, con la espalda derecha y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe […] Ya es hora de poner fin a la arbitrariedad y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay millares de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay millares de musulmanes convertidos al cristianismo, que son constreñidos a silenciar su nueva fe por miedo de ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros.”
- “Me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta manera, finalmente ha visto la luz, por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión, y su consciente y manifiesta exteriorización. Estoy especialmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que me ha conferido los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, en el transcurso de la solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y he asumido el nombre cristiano más sencillo y explícito: ‘Cristiano’. Desde ayer me llamo ‘Magdi Cristiano Allam’. Para mí ha sido el día más hermoso de mi vida. Conseguir el don de la fe cristiana el día de la Resurrección de Cristo, de manos del Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. Teniendo casi 56 años, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que señala un cambio radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la resurrección de Cristo ha reverberado en mi alma, librándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia con los ‘diferentes’, condenados acríticamente como ‘enemigos’, prevalecen sobre el amor y el respeto del ‘prójimo’ que es siempre y en todas partes ‘persona’. Mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, y he podido adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto por primera vez el verdadero y único Dios, que es Dios de la Fe y de la Razón.”


[1] Es importante la asistencia a la Misa de cada día. Práxedes asistía a tres Misas al día. La primera para prepararse, la segunda para comulgar y la tercera para dar gracias. Práxedes es una mujer asturiana que murió en olor de santidad durante la guerra civil española (1936), pero por enfermedad.