viernes, 27 de junio de 2008

Solemnidad de S. Pedro y de S. Pablo (A)

29-6-08 SOLEMNIDAD SAN PEDRO Y SAN PABLO (A)
Hch. 12, 1-11; Slm. 33; 2 Tm. 4, 6-8.17-18; Mt. 16, 13-19

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Queridos hermanos:
Coinciden hoy dos celebraciones: la del domingo XIII del Tiempo Ordinario y la Solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo. Está última celebración tiene preeminencia sobre la primera, por eso se leen las lecturas y oraciones en la Misa de estos santos.
En diversas homilías anteriores ya me he detenido en la figura de S. Pedro y hoy quisiera hacerlo en la de S. Pablo. Y es que ayer ha dado inicio el Año Paulino en la Iglesia. Es una idea del Papa Benedicto XVI con ocasión del cumplimiento de los 2000 años del nacimiento de S. Pablo. Este Año Paulino durará hasta el 29 de junio del 2009. El Papa ha propuesto dos maneras de celebrar este Año Paulino: La primera, para los que tengan esa posibilidad, es hacer una peregrinación a Roma, a visitar la tumba del Apóstol. La segunda, es dedicar este año a conocer más sobre S. Pablo y sus escritos.
Doy por supuesto que conocéis a grandes rasgos la vida de S. Pablo. Lo que sabemos de él está sobre todo recogido en el libro de los Hechos de los Apóstoles escrito por S. Lucas, pero también está recogido a lo largo de las cartas que el mismo S. Pablo fue escribiendo a los cristianos de diversas comunidades: en Roma, en Corinto, en Filipos, en Tesalónica, en Galacia, en Efeso, en Colosas, y también escribió a diversas personas, como a Timoteo, a Tito, a Filemón. ¡Es tanta la riqueza que se contiene en los escritos de S. Pablo! ¿Por qué? Pues porque él palpó y experimentó a Cristo y su profundidad:
- De S. Pablo es la maravillosa descripción del amor en la primera carta a los corintios. No habla en base a un amor carnal o de novios o de maridos, sino al AMOR que él aprendió de Dios: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca” (1 Co. 13, 4-8).
- De S. Pablo es aquel canto esplendido a la confianza absoluta en Dios: “Sabemos que, para los que aman a Dios, TODO les sirve para el bien… Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm. 8, 28.31.35.37-39).
- De S. Pablo es también un texto que nos enseña a los cristianos cómo debemos comportarnos con los demás y que yo impongo con frecuencia como penitencia en el sacramento de la confesión para orar sobre él. Dice así parte del texto: “Vuestro amor sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los cristianos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la soberbia ni el orgullo; atraídos más bien por lo humilde. No devolváis a nadie mal por mal; procurad el bien para todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; no os toméis la justicia por cuenta vuestra, queridos míos. Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm. 12, 9-21).
- Os voy a contar un secreto mío: Cuando en mi vida ordinaria y como sacerdote me vienen mal dados diversos hechos, me da mucho consuelo leer un trozo de S. Pablo en el que relata todas las penalidades por las que pasó. Entonces siento vergüenza viendo todo lo suyo y lo poco malo mío, pido perdón a Dios y sigo adelante. He aquí el texto: “Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en perdido en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de todo esto, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2 Co 11, 24-29).
- Y termino con otro escrito suyo, también de la segunda carta a los corintios en que S. Pablo se retrata cómo se ve ante los demás hombres y cómo le trata Cristo Jesús: “Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Estamos atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4, 7-10).
Me gustaría que de aquí saliéramos todos con un poco más de simpatía hacia este Apóstol y con un deseo sincero de conocerlo más y, para ello, debemos proponernos iniciar este verano la lectura de sus cartas en el Nuevo Testamento. Hay muchas cosas que no entenderemos (podemos preguntar a quien nos lo pueda aclarar), otras cosas nos ayudarán mucho y emocionarán, y todo lo que leamos escrito por él quedará sembrado en nuestro espíritu y producirá su fruto. ¡Seguro! Os hablo por experiencia propia.

viernes, 20 de junio de 2008

Domingo XII del Tiempo Ordinario (A)

22-6-08 DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (A)
Jr. 20, 10-13; Slm. 68; Rm. 5, 12-15; Mt. 10, 26-33

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Queridos hermanos:
- Escribe S. Pablo en la segunda lectura que "por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron". Este texto alude al pecado original, una de las verdades de nuestra fe católica: Todo hombre o mujer al nacer tiene este pecado original. Pero mucha gente se pregunta: ‘¿Cómo un niño recién nacido puede tener pecados? Pero si es cuando más inocentes son.’ Esta pregunta es lo misma que decir: ¿Por qué existe el pecado, el mal, la muerte, el sufrimiento en el mundo? ¿Por qué, si Dios es tan bueno, permite todo esto? Y aún más radi­cal: Si la Biblia nos dice que Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, si todo era bueno cuando Dios lo creó, entonces ¿de dónde surgió el pecado en el mundo?
El pecado procede de la libertad humana. Dios nos hizo tan bien a los seres humanos, que nos creó libres. Libres para amar, para hacer el bien, para ayudar, pero también libres para pecar, si nos da la gana. Esta es nuestra grandeza y nuestra miseria. Si nosotros no quere­mos, ni Dios puede obligarnos a nada. Hace un tiempo predicaba aquí mismo que no fueron los nazis quienes mataron a los judíos durante los 15 años que estuvieron en el poder en Alemania en el siglo pasado. Quien masacró a los judíos fueron seres humanos[1]. También decía que no fueron los iraquíes quienes sacaron los ojos con destornilladores a los kuwaitíes en el verano de 1990, sino que fueron seres humanos. También decía que no fueron los serbios quienes violaron sistemáticamente a mujeres y niñas-adolescentes bosnias en 1994, sino que fueron seres humanos. No fue un austriaco quien violó sistemáticamente a su hija durante años, fue un ser humano. Y lo que hace cualquier ser humano, yo mismo soy capaz de hacerlo. Es del interior del hombre de donde salen todas estas barbaridades y aberraciones. Decía S. Francisco de Asís que cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, él mismo era capaz de hacerlo. Es decir, la condición humana es capaz de lo mejor y de los peor, lo llevamos en la sangre. Vemos cómo hay niños pequeños que pegan, rabian, son egoístas, etc. Tenemos el caso, que sucedió hace unos años, en el que unos niños de Inglaterra torturaron a otro y, finalmente, lo pusieron en las vías del tren para que éste rematara la “faena”. Creo que ahora se puede entender mejor la frase del principio: El pecado entró en el mundo y todos de hecho pecamos.
El cristiano no es ni debe de ser alguien que esté apartado del mundo o sin ver realmente lo que pasa a su alrededor, pero también es cierto que el cristiano siempre tiene esperanza en algo mejor que vendrá o que viene. Así, S. Pablo en la misma segunda lectura añade a sus fatídicas palabras primeras lo siguiente: "Sin embargo,... si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la bene­volencia y el don de Dios desbordaron sobre todos [nosotros]". En efecto, más grande que nuestra maldad es la bondad de Dios, más grande que nuestras culpas es el perdón de Dios. Para iluminar esto traigo a colación un texto terrible y a la vez precioso, que me emocionó muchísimo cuando lo leí por primera vez:
“Dios mío: Aunque ya tengo 75 años y estoy a punto de juntarme contigo, sé que tú me conoces desde antes de nacer y sabes los problemas que pasó mi madre, que era una niña de quince años que, de pronto, se dio cuenta de su embarazo, y cuando se lo contó a sus padres la echaron de casa, y el novio, que era bastante mayor que ella, no quiso saber tampoco nada de mí, así que la pobrecita nada más dar a luz me tuvo que dejar en la beneficencia […] Ahí fue lo más difícil de todo, cuando yo, que era una niña, tuve que trabajar en la prostitución para poder pagarme la pensión, y tenía que hacer todas las cosas que los hombres me pedían, y se enfadaban conmigo porque era sosa, y me pegaban y me echaban y pedían que fuera otra… Así que la dueña de la pensión me enseñó que había que sonreír siempre a los clientes, que me comiera mis lágrimas, que ellos pagaban para divertirse y aprendí a no enseñar a nadie lo que tenía por dentro y a hacer cosas que nunca me atrevería a contar a nadie, pero que sólo tú, Dios, las sabes perfectamente, porque estabas siempre a mi lado, y a mí me gustaba ponerme una estampa en la ropa interior para recordarte aún en los momentos más difíciles y con los clientes más extraños. Siempre te he pedido ayuda y siempre me la has dado. Estoy segura que, cuando estaba en aquel infierno y empecé a beber para soportarlo, tú estabas a mi lado ayudándome para que no me quitara la vida, que era lo que me venía una y otra vez a la cabeza. Yo creo, Señor, que no pecaba, que pecado es hacer daño a alguien, y yo nunca se lo he hecho más que a mí misma y tú no estarás enfadado conmigo, porque ya sabes que no sabía qué otra cosa podía hacer […] También me gusta ir a una iglesia y hablar contigo, pero no comulgo, ¡que me gustaría!, porque sería un sacrilegio hacerlo sin confesar. Así que, ya sabes, te pido que me des un par de añitos más para que me dé tiempo a ponerme a bien contigo. Llevo en mi cartera tu foto, ya sabes tú bien que me gusta mucho hablarte, como esta mañana, cuando estaba en la cola de las entradas de toros, para que un señor las revenda, me he pasado el rato hablando contigo y pidiéndote por todos los borrachines y gente como yo que andaba en la misma cola. Tú nos conoces bien a todos. Tú eres el rey de los reyes y el juez de los jueces, pero sé muy bien que tú eres misericordioso, y yo creo que no nos vas a castigar. Hoy quiero darte las gracias por todo lo que me has ayudado siempre, y te pido que sigas a mi lado hasta que sea el final. No me dejes sola ni un momento, por favor, te lo pido, Dios.” En este texto se vislumbra tanto pecado (del padre de esta mujer, de sus abuelos, de los hombres que la usaron como prostituta y ahora la usan para sacar un dinero de la reventa) y tanto sufrimiento (de esta mujer), pero a la vez se vislumbra tanta ternura, inocencia y amor a Dios por parte de esta mujer.
- Dice Jesús en el evangelio de hoy: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". Este evangelio lo escribió S. Mateo en un momento en que los cristianos, por el hecho de ser tales, les quitaban sus bienes, los encarcelaban, los desterraban y los asesinaban. Hubo cristianos que no resistieron y se echaron atrás en su fe; dejaban de ser cristianos. ¿Qué hubiésemos hecho nosotros?
En estos momentos de duda, de inquietud, de apatía, de abandono de la Iglesia, de miedo a confesarse católico, de persecución por el hecho de ser cristiano, es donde S. Mateo recuerda aquellas palabras de Jesús: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma".
Según Jesús, ¿a quién debemos tener miedo? A aquel "que puede destruir... alma y cuerpo". Antes se nos metía miedo con el infierno y ahora casi no se predica de él. Y, sin embargo, hay que seguir anunciando el evangelio de Jesucristo, pero no sólo lo que agrade a nuestros oídos y sea política o socialmente correcto en estos tiempos, sino todo el evangelio. Nuestro pecado, nuestra maldad mata poco a poco nuestro cuerpo y nuestra alma. (Chica de 37 años, soltera, con trabajo, coche, vacaciones en Grecia y dice no ser feliz. Vive con los padres. Todo el dinero es para ella y no es feliz. No sabe qué hacer los días por la tarde saliendo del trabajo).
No tengamos miedo y, como decía el Papa Juan Pablo II, abramos las puertas de nuestros hogares, de nuestras vidas a Jesús.
[1] Cuando estaba diciendo esto, algunas personas se levantaron y se marcharon de la Misa.

viernes, 13 de junio de 2008

Domingo XI del Tiempo Ordinario (A)

15-6-08 DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (A)

Ex. 19, 2-6a; Slm. 99; Rm. 5, 6-11; Mt. 9, 36-10, 8


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Queridos hermanos:
El domingo anterior, al terminar
la Misa, se me acercó una persona y me pidió que en uno de estos domingos de junio predicase sobre el Sagrado Corazón de Jesús, en cuyo mes estamos. Esta persona me dijo que el Santo Padre Benedicto XVI nos ha recordado a toda la Iglesia la importancia de esta celebración. Pues bien, obedeciendo al Papa, obedeciendo a esa persona que lo ha pedido y, sobre todo, obedeciendo a Dios, Padre bueno y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, hoy quisiera hablaros un poco del Corazón de Jesús.
¿Tiene sentido celebrar una Misa del Corazón de Jesús? ¿Por qué no de la mano de Jesús, de una pierna de Jesús, de la cabeza de Jesús? Al celebrar el Sagrado Corazón de Jesús se quiere subrayar el centro de su persona. De hecho, cuando alguien dice: "Te amo con todo mi corazón", quiere decir que ama con todo su ser: con todo su cuerpo, con toda su mente y con toda su alma.
Vamos a profundizar un poco en el Corazón de Jesús: ¿Qué es lo que se desprende de ese Corazón de Jesús, de esa persona de Jesús? Ello nos es indicado por las lecturas que acabamos de escuchar: de su Corazón se desprende y emana amor, misericordia, perdón, fidelidad, curación, y todo ello completamente gratis. Dice el salmo de hoy:
“El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.” En la segunda lectura nos recuerda S. Pablo: “Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” Y, finalmente, en el evangelio se nos dice: “Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor […] Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia […] Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.”
¡Qué Corazón más grande el de Jesús, pues en El encontramos toda la ternura y la comprensión del mundo, del universo y del cielo! ¿Sabéis cuál es la tarea más importante de un sacerdote en una parroquia? No es “decir” la Misa, o predicar el evangelio. No es confesar a la gente o prepararla para recibir bien los sacramentos. No es organizar Caritas y dar de comer a los pobres de la parroquia. La tarea más importante que nos dejó Jesús y su Sagrado Corazón a los sacerdotes es AMAR. ¿Sabéis cual es la tarea más importante de un padre-esposo o de una madre-esposa? No es pagar la hipoteca, conseguir dinero para comer, para pagar la ropa, medicinas, estudios de los hijos. No es llevar a su cónyuge a unas vacaciones de ensueño o ayudar en las tareas del hogar o en la educación de los hijos. La tarea más importante que dejó Jesús y su Sagrado Corazón a los padres-esposos es AMAR: amar al marido, amar a la mujer, amar a los hijos, amar a la familia política, amar… Recordad aquella famosa frase de San Juan de Cruz: “En la tarde de la vida seremos examinados en el amor.”
Dicen los psicólogos y psiquiatras, y tienen razón, que un hombre equilibrado, psíquicamente hablando, es aquel que ha recibido amor y que ha dado y da amor. ¿Hemos recibido amor de nuestros padres, de nuestros hermanos, de nuestros familiares, de nuestros amigos? Si es así, entonces somos de lo más afortunados. Si no es así, entonces estamos “cojos” y lo estaremos el resto de nuestras vidas. Hace unos meses hablaba con unos novios que quieren casarse. Resultaba que el chico ha tenido y tiene una seria dificultad en su familia (no ha sido amado convenientemente ni se ha sentido amado, más bien se ha sentido y se siente rechazado por su familia), y avisaba yo a esta joven pareja que esta situación repercutirá negativamente en su vida esponsal y en su vida familiar. ¿Cuánto tiempo hace que no decís “te quiero” a una persona: a vuestros padres, a vuestros hermanos, amigos, novios, esposos, hijos? ¿Cuánto tiempo hace que no se os dice “te quiero” por parte de vuestros padres, a vuestros hermanos, amigos, novios, esposos, hijos? ¡Qué importante es el cariño y el amor y, además, qué importante es manifestarlo verbalmente, con gestos, con caricias, con ternura…!
Pues bien, hemos de saber, y se nos ha de meter bien en la cabeza que los seres humanos somos totalmente incapaces y estamos imposibilitados para amar, en primer lugar, a Dios. Ninguno de nosotros podemos amar a Dios por nosotros mismos y con nuestras solas fuerzas. Ni siquiera quien ha experi­mentado el Amor de Dios en su ser puede responder a Dios con el propio amor. Solamente se puede Amar desde el Amor que recibimos de Dios. Es decir, nuestro amor es amor en tanto en cuanto participa y "mama" del Amor divino, el que Dios ha sembrado y siembra en nuestro ser. Para amar así he de juntar mi corazón con el Corazón de Jesús, y suplicaré que Jesús transforme mi corazón y lo haga como su Corazón. Así, hemos de suplicar a Cristo que nos dé de su Amor, ya que El es la única fuente donde podemos beber de ese Amor auténtico. Si una persona quiere amar a Dios, sólo lo podrá hacer con el mismo Amor que Dios le dé. Si una persona quiere amar a su prójimo, sólo podrá hacerlo con el mismo Amor que Dios tiene a ese prójimo. Yo no puedo, por mí mismo, amar a mi esposo-esposa-hijo-amigo-vecino-feligrés…, pues en mí sólo encuentro egoísmo y miseria. Entonces he de volverme a Dios, a Jesús y pedirle que transforme mi corazón en su Corazón y así podré amar, con Su Amor, a mi esposo-esposa-hijo-amigo-vecino-feligrés… Y ellos para amarme han de hacer igual: Desde su corazón no podrán amarme, pero desde el Corazón de Jesús en su corazón sí podrán hacerlo. Esto no son palabras, ni una filosofía meramente teórica, sino que es vida, y así lo han experimen­tado tantos santos.
El día en que uno aprende que no es uno mismo el que ha de esforzarse en hacer el bien, en orar, en amar…, sino que todo ello lo hace el Señor en nosotros, ese día uno descansa de verdad y entra en
la Paz verdadera. Por eso, dice Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio.”
¡¡FELIZ MES DEL SAGRADO CORAZON DE JESUS!!
¡¡QUE SU AMOR SE DERRAME SOBRE TODOS Y CADA UNO DE NOSOTROS!!

viernes, 6 de junio de 2008

Domingo X del Tiempo Ordinario (A)

8-6-08 DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO (A)
Os. 6, 3b-6; Slm. 49; Rm. 4, 18-25; Mt. 9, 9-13



Queridos hermanos:
- Veamos algunos aspectos de la fe de Abraham. En un primer momento Dios le había dicho a Abrahán que saliera de Ur, de su tierra de siempre y en donde tenía posesiones, familia y amigos, pues Dios le iba a dar una tierra para él. (¿Qué hubiéramos hecho nosotros ante esta propuesta divina? Ya conocéis el refrán: más vale pájaro en mano que ciento volando); pero Abraham obedeció a Dios y salió de lo conocido, de sus seguridades y salió sin saber a dónde iba. Sí, él se fió de Dios y de su promesa. Y lo hizo, no a los 20 años, sino que lo hizo con más 80 años. Hay una pregunta que me hago en muchas ocasiones desde que era seminarista, en este caso y en otros: ¿Qué sabemos de los que se quedaron en Ur de los caldeos, la tierra que vio nacer a Abraham? Nada, no sabemos nada. Pero lo más importante es ¿qué sabe Dios de ellos? Quien sigue la voluntad de Dios permanece; quien no la sigue, ¿dónde está? ¿Cómo está?
Hubo otra prueba de fe que Dios pidió a Abraham y que se nos narra en la segunda lectura: Abraham, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -tenía unos cien años-, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.” Sí, cuando se le dijo a Abraham que iba a tener hijos (él con 100 años y su mujer más de 70 años), Abraham se lo creyó, aunque sin entender nada. ¿Por qué Dios no le había dado hijos cuando ambos eran más jóvenes? ¿Por qué hacer las cosas tan difíciles? Por su fe Abraham engendró vida desde la vejez y desde la esterilidad, y de él salió una prole numerosa: los israelitas, Jesús y nosotros. Nosotros somos del linaje de Abraham en la fe. Y es que la fe implica saltar al vacío en alguna ocasión… o constantemente. ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de la promesa de Dios en las circunstancias de Abraham? ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de recibir una tierra que no tenía en mano y para ello debía de dejar otra que tenía? ¿Quién de nosotros se hubiera fiado de ser padre a la edad de 100 años y con una mujer vieja y estéril?
A la muerte de Abraham, ¿Dios había cumplido sus promesas? Una de ellas sí que la había cumplido: tenía un solo hijo, Isaac, pero que en aquel mundo de violencia podía ser asesinado en cualquier momento. Mas Abraham no tenía al morir la tierra que le había prometido Dios. ¿Qué linaje y qué tierra era esa que no tenía Abraham a su muerte y que pasarían muchos años hasta que se lograra? Pero la Palabra nos dice bien claramente que Abraham “se fió del que se lo había prometido”.
Hace unos días una persona, que pasaba por unas pruebas muy duras, en donde todos los planes de su vida, de su familia, trabajo, casa, etc. se iban derrumbando me decía con lágrimas en los ojos: “Una fe sin obras está muerta, como dice el apóstol Santiago. Pero, ¿cuáles son las obras de la fe? No son las buenas obras (limosnas, sacrificios, etc.) las obras de la fe. Estas obras de la fe son: ‘sal de tu tierra…’, ‘ofrece tu hijo en sacrificio…’.” ¿Tengo yo una fe como para hacer esto, o como para que Dios haga esto en mí?
- En la primera lectura y en el evangelio se nos dice que el Señor quiere más nuestra misericordia que nuestros sacrificios. No se refiere aquí a los sacrificios que podemos hacer de ayunar o de privarnos de tabaco, café, TV, o de rezar el rosario de rodillas. Se está aludiendo a que los israelitas sacrificaban a Dios en el templo vacas, ovejas y otros animales, y por ello ya creían que tenían todo logrado ante Dios. Por eso, el profeta Oseas les dice de parte de Dios: “Quiero misericordia, y no sacrificios.” Y sus palabras son citadas por Jesús en el evangelio de hoy: “Andad, aprended lo que significa ‘misericordia quiero y no sacrificios’: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”
¿Qué quiere decir misericordia? Trataré de explicároslo con un cuento. Se titula el cuento de la vieja y la cebolla. Había una vez una vieja muy tacaña y de mal genio; tenía una huerta en la que cultivaba sus hortalizas y frutas. No compartía nada con nadie y vigilaba con mucha atención la huerta para que no le cogieran nada, ni siquiera los pájaros. Nunca daba o regalaba nada. Resultó que un día murió la vieja y fue derecha al infierno. Su ángel de la guarda quiso sacarla de allí y habló con S. Pedro para lograrlo. Pero S. Pedro le contestaba que no podía ser, que la vieja no había hecho nunca nada bueno por los demás. Mas tanto insistía el ángel de la guarda de la vieja que S. Pedro le dijo que, si encontraba una buena acción de la vieja, entonces podría sacarla del infierno por esa única buena acción. Mucho buscó y rebuscó el ángel hasta que dio con una buena acción: resultó que en una ocasión la vieja dio una cebolla muy raquítica a un hombre que le pidió por amor de Dios algo de comer. Este hombre había cogido a la vieja en un rarísimo buen momento. El ángel se lo dijo a S. Pedro, y éste le contestó que cogiese aquella cebolla, que la estirase hasta el infierno diciendo a la vieja que se agarrase fuertemente a ella, pues, si lograba salir asida de la cebolla y llegar al cielo, entonces se salvaría. Así lo hizo el ángel y la vieja se agarró fuertemente a la cebolla e iba saliendo del infierno, pero, al ver esto otra gente que allí estaba, se cogió a las piernas de la vieja para salir también ellos de aquel lugar de tormento. La vieja, al sentir que la gente se agarraba a sus piernas, empezó a dar patadas para desasirse de la gente y gritaba: “¡Soltadme, que es mi cebolla; sólo para mí!” En cuanto dijo esto, la cebolla se rompió y cayeron la vieja, los agarrados a ella y la cebolla para siempre al infierno. Moraleja: En la lógica del cielo, cuanta más gente se agarra a una cebolla raquítica y miserable, y esto se hace por misericordia, entonces más fuerte se vuelve la cebolla y más peso soporta. Y al contrario, cuanta menos misericordia hay, más débil se vuelve la cebolla. ¿Entendéis el cuento de la vieja cebollera? ¿Entendéis un poco más lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios” del profeta Oseas y de Jesús? Pues hagámoslo realidad en nuestras vidas.
De Isaac el Sirio: “¿Qué es un corazón misericordioso? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por ello intercede con lágrimas sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. En la inmensa compasión que se eleva de su corazón –una compasión sin límites, a imagen de Dios-, llega a orar incluso por las serpientes.”