miércoles, 24 de septiembre de 2008

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)

28-9-08 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 18, 25-28; Slm. 24; Flp. 2, 1-11; Mt. 21, 28-32

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Queridos hermanos:
La primera lectura y el evangelio de hoy nos hablan de un tema muy importante: la responsabilidad personal y moral que cada uno de nosotros tenemos por nuestros propios actos, palabras u omisiones. Pero, antes de entrar a decir algunas cosas sobre esto, es decir, desde el punto de vista religioso, en relación con Dios, quisiera profundizar en este tema desde un punto de vista estrictamente humano.
- Es muy importante en la vida diaria de todas las personas aprender a asumir las consecuencias de los propios actos, es decir, a ser responsable de lo que decimos, hacemos u omitimos. Es más, pienso que el valor de la responsabilidad es algo tan básico, que debe ser enseñado a los niños, adolescentes y jóvenes como algo primordial.
En la vida ordinaria observo con demasiada frecuencia que los padres, educadores y la sociedad en general suplimos enseguida las deficiencias o errores de los niños, de los adolescentes, de los jóvenes, de los hijos, aunque tengan 40 años, etc. Y esto es muy peligroso, desde mi punto de vista, ya que no dejamos que estas personas maduren ni se hagan responsables de sus propios actos, puesto que pensarán que siempre habrá una persona mayor, o la sociedad, o los políticos, o los vecinos, o los otros, o Dios…, pero nunca ellos mismos, para tapar sus deficiencias o para poder echarles las culpas de todo lo que sucede o de todo lo que ellos pueden hacer, decir u omitir. Pongo algunos ejemplos:
* No entiendo que haya niños o niñas que tengan todo hecho en casa y no tengan ningún tipo de responsabilidad en las tareas del hogar: hacerse su propia cama, recoger el plato o la taza después de comer o de desayunar y ponerlo en el fregadero, hacer algunos recados… Sé que hay padres que les inculcan para que hagan estas cosas, pero los críos, que son muy listos, protestan y los padres, por no oírlos, acaban cediendo y haciéndolo ellos mismos. Con lo cual los niños han aprendido una cosa grave: protesta, que algo conseguirás.
* No entiendo cómo hay niños, adolescentes, o jóvenes que continúen comiendo los que quieren, o divirtiéndose como quieren, o gastando lo que quieren, cuando en su casa se pasa por una estrechez económica, y los padres no les ayudan a compartir y a ser conscientes de dicha escasez. Pienso que la austeridad, el conocer la situación familiar e ir a una todos juntos educa más que todos los sermones juntos que se puedan dar.
* No entiendo que un joven o una joven decida independizarse y vivir solo/a, o con su pareja, o con amigos/as, que tenga su propio sueldo, y que de modo sistemático la madre le tenga que hacer la compra (y pagarlo encima), hacerle la colada con plancha incluida, comprarle los muebles, enseres de la casa y hasta la ropa, y a veces hacerle hasta la limpieza de la casa. Además, con bastante frecuencia tiene que hacerle las gestiones del banco o del ayuntamiento, porque a la madre qué más le da… Creo que lo correcto es que, cuando un hijo decide irse de casa, tiene que hacerlo con todas las consecuencias, asumiendo lo bueno (la independencia, que no le controlen, que no le griten…) y lo malo (que tenga que administrarse y compruebe por sí mismo que el dinero le llega justo a final de mes; que la casa y la ropa esté sucia, porque ya no está mamá para hacer esas cosas; arreglar la lavadora que se estropeó…).
Cuando en 1989 estaba estudiando en Roma, ayudaba en una parroquia de los arrabales en donde el mundo de la droga estaba muy presente entre los jóvenes y, como consecuencia de ello, también en sus familias. Una familia me pidió ayuda y yo consulté el tema con un sacerdote canario que estaba haciendo una experiencia en Roma con Proyecto Hombre, ya que esta iniciativa surgió en la Iglesia italiana. Me decía este sacerdote que un drogadicto sólo se cura cuando él mismo ha tocado fondo. Mientras pueda seguir cayendo, siempre pensará que lo tiene todo controlado e igualmente pensará que saldrá de la droga en cuanto se lo proponga. Además, me decía este sacerdote que a estos drogadictos les hacen mucho daño los padres, familiares y amigos cuando les dan dinero para droga (“para que no roben”) o los sacan con fianza de la cárcel (“porque aquello es muy duro”), etc. Lo único que hacen estos familiares y amigos es retrasar la curación del drogadicto. Deben dejarlo que caiga y caiga por sus propias acciones, deben dejar que asuma todas y cada una de las consecuencias de sus propias acciones, incluso yendo a la cárcel. Así tocará fondo más rápido y podrá pedir ayuda él mismo y no los familiares y amigos, pues esto no sirve para nada, si el propio drogadicto no tiene asumido que quiere curarse.
Como veis tiene todo la misma base: hay que dejar que la gente tome conciencia de su situación y de la situación que lo rodean, en la medida de sus posibilidades y de su edad, y que asuma y se responsabilice de lo suyo, en la medida de sus posibilidades y de su edad. Esta educación la hemos de ejercer con palabras, pero también con hechos. Es lo que llamo yo “el lenguaje de los hechos”. Y aquí voy a poner un caso que me sucedió a mí hace ya mucho tiempo. Es duro lo que contaré y algunos ya me lo habéis oído alguna vez: Cuando yo tenía 17 años (hablo de 1976), veraneaba en León con mi familia. Allí vivía un tío mío, que tenía un taller de chapa y pintura de coches. Una semana en que tenía mucho trabajo nos pidió a mi hermano (16 meses más pequeño que yo), a su hijo mayor, que tenía unos 15 años entonces, y a mí, que le ayudáramos. Así lo hicimos y nos puso a lijar los coches. Tenía que ser a mano; era un trabajo pesado, duro y monótono. Al llegar el domingo comimos en casa de mi tío y a las tres y media fuimos mi hermano, mi primo y yo a dar una vuelta por León capital, que distaba unos 5 km de donde estábamos. Mi tío nos dio para los tres un billete de 500 pts. por el trabajo realizado. Entonces era mucho dinero para nosotros. Yo cogí el dinero por ser el mayor y estar acostumbrado a hacerlo así con mi hermano. Cogimos los tres el autobús y llegamos a León hacia las cuatro. Nada más bajar del autobús mi primo me dijo que quería comer un perrito caliente. Yo le contesté que no, que acabábamos de comer y que no podía tener hambre. El se enfadó conmigo y me dijo que de las 500 pts. una parte era suya y que con ese dinero podía hacer lo que quisiera. Entonces yo, sin mediar más palabras, le compré el perrito caliente con las 500 pts. Dos tercios de este dinero lo guardé para mi hermano y para mí (mi hermano no protestó) y el resto, descontado el coste del perrito caliente, se lo entregué a mi primo, pero le dije: “A las ocho cogemos el autobús para regresar a casa. Mira que te quede dinero, y luego no nos lo pidas a nosotros”. El cogió el dinero y lo gastó enseguida. A las seis ya no le quedaba nada. Mi hermano y yo echamos algunas partidas al futbolín y nos gastamos 25 pts. A las ocho cogíamos el autobús y mi primo nos pidió dinero para el billete. Yo le dije que ya le había avisado y que no le pagaba el billete, pues él tenía que haber reservado algo para el autobús. El se quedó en tierra y tuvo que venir andando durante 5 km. hasta casa. Mi primo había sido enseñado a hacer lo que quisiera; es verdad que los padres le decían cosas, o le reñían, o le pegaban, pero, al final, tapaban siempre las consecuencias de sus actos y “le pagaban siempre el billete de autobús”. Mi primo sabía que podía hacer lo que quería, pues al final, siempre le pagarían “el billete de autobús”.
Pienso que en tantas ocasiones “pagamos el billete de autobús” a los otros y no dejamos que asuman las consecuencias de sus actos, es decir, que caminen 5 km. al atardecer en dirección a casa y en la soledad. Eso les ayudaría tantas veces a reflexionar en su propia carne las consecuencias de sus actos.
- Pues bien también hoy la primera lectura nos enseña en esta misma línea: “‘Comentáis: "No es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.” Dios no manda a nadie al infierno. Dios no castiga a nadie. Son los propios actos de la persona los que lo apartan o alejan de Dios, o los que lo acercan a Dios.
Cuando una persona cultiva y frecuenta la oración, los sacramentos, las lecturas buenas, las obras de caridad y de solidaridad, la paciencia, la humildad, el perdón… esta persona se va acercando a Dios y, como nos dice el profeta, “él mismo salva su vida.” Sin embargo, cuando una persona se aparta de Dios y de sus bienes, vive para sí y piensa sólo en si, o en las cosas materiales, esta persona “muere (interiormente) por la maldad que cometió.” No puede echar la culpa a Dios o a los demás. Las circunstancias nos pueden influir tremendamente para actuar de un modo u otro, pero siempre hay una parcela de libertad y es ahí donde reside nuestra responsabilidad moral antes nuestros propios hechos, buenos o malos.
Que Dios nos conceda practicar el bien y la justicia para salvar nuestra vida.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (A)

21-9-08 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 55, 6-9; Slm. 144; Flp. 1, 20c-24.27a; Mt. 20, 1-16a

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Queridos hermanos:
- Hoy es un día festivo para la ciudad de Oviedo, pues celebramos a S. Mateo. Mateo era un publicano, es decir, un recaudador de impuestos para los romanos y para su ejército invasor. Todo judío que trabajaba en esta profesión de publicano sabía que, materialmente hablando, iba a vivir muy bien y no le iba a faltar de nada, pero sería odiado por sus compatriotas, perdería sus amistades e incluso sus parientes se apartarían para siempre de él, los expulsarían de la sinagoga y no les darían a sus hijas o hijos en matrimonio para él o para sus descendientes.
El evangelio que nos relata su conversión nos dice que Mateo estaba cobrando impuestos sentado en su oficina y que Jesús lo llamó para que lo dejara todo y para que lo siguiera. Mateo era un hombre inteligente y sabía lo que significaba seguir a Jesús: dejar su seguridad económica, su casa y su familia por un futuro incierto. Además, tampoco iba a recuperar la simpatía de los otros judíos para quienes Mateo sería siempre un traidor a su pueblo y a Dios. Mateo perdió primero el aprecio de sus vecinos; luego, al seguir a Jesús, perdió a su familia y su seguridad económica, pero todo lo dio por bien empleado al tener a Jesús. Así, en Mateo se cumplió lo que S. Pablo narra hoy en la segunda lectura: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”. Y es que, quien conoce de verdad a Jesús, ya no pone este mundo ni las cosas materiales que pueda ofrecerle como lo más deseable.
Mateo escribió el primer evangelio y después de predicar durante unos 15 años por Judea fue hacia el sureste de Asia a seguir anunciando a Cristo y en una ciudad de esta zona fue martirizado.
Si leéis los evangelios veréis que en unos se le llama Leví y en otros Mateo. ¿Por qué estos nombres distintos para una misma persona? Cuando lo circuncidaron, que es como decir entre nosotros los católicos: cuando lo bautizaron, sus padres le pusieron el nombre de Leví, pero una vez que se convirtió a la persona y al mensaje de Jesús se cambió el nombre y se pasó a llamar Mateo. Para él todo era nuevo, incluso el nombre. Ya sabéis que esto mismo sucedió con Simón, que luego se llamó Pedro, o con Saulo, que luego se llamó Pablo. El cambio de nombre indicaba un cambio radical de vida en ellos, y no sólo de palabra sino con hechos.
- Llevo ya unos cuantos meses muy preocupado. ¿Por qué? Por la crisis económica en la que estamos inmersos. Es una crisis que afecta a la macroeconomía de las grandes empresas y de los estados de casi todo el mundo, pero lo que más me preocupa es que esta crisis afecta a la microeconomía de las gentes, es decir, a familias concretas y a personas con nombres y apellidos.
En un primer momento me he preocupado (y me preocupo) de la gente que trabaja en la construcción y sobre todo de los inmigrantes que han llegado a España en estos últimos años y que ven cómo sus trabajos desaparecen. Al no cobrar o cobrar menos, no tienen casi para mantenerse ellos mismos en España y tampoco tienen para mandar dinero a sus familias en sus países de origen, las cuales subsisten en gran medida gracias a esas remesas de dinero que se les envía desde aquí.
Estoy preocupado por aquellas personas que, después de años en sus puestos de trabajo, se ven en la calle y con una edad a la que ya no les va a ser fácil encontrar otro trabajo o prepararse para otra ocupación. Muchos están consumiendo sus ahorros y enseguida van a tener que dejar de pagar sus hipotecas o los recibos del teléfono, de la luz, del agua… Hay personas que, como no tienen dinero “contante y sonante”, no pueden ir a comprar al Lidl, o al Dia o a los supermercados más baratos, y tienen que comprar en Hipercor con tarjeta. De momento, les dan la comida, pero aquí se la cobran más cara y además compran… con el dinero que no tienen, es decir, más deudas.
Estoy preocupado con aquellas personas, que por salir ahora mismo del paso llaman a teléfonos de créditos rápidos, pero a intereses del 25 %. Y aquí les van a “chupar” hasta la última gota de sangre de sus venas y de sus arterias.
Comprendo que la situación es muy compleja, que hay que mirar cada caso concreto. Comprendo que hubo gente que vivió demasiado “alegremente” y ahora paga las consecuencias de su poca cabeza. Pero el comprender todo esto y mucho más…, el saber que yo no he tenido la culpa de lo que les pasa, el no ser yo Bush, o Zapatero, o Angela Merkel, o Bill Gates, o el multimillonario Slim de Méjico, o un jeque árabe forrado de petrodólares o “petroeuros”… no me deja tranquilo, porque Dios dice a mi conciencia: “¿Qué estás haciendo tú ante esta situación?”
Además, miro el evangelio de hoy y veo que nunca me había parado a pensar en él desde una perspectiva económica. Siempre lo había visto desde el punto de vista espiritual, o sea, es lo mismo el momento de tu vida en que te acerques a Dios; si lo haces y trabajas en su “viña”, entonces irás al cielo. Pero hoy, 21 de septiembre de 2008, en la situación económica que estamos me fijo más en este aspecto material: “el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.’ Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado.’ Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña.’ Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal’. Dios se preocupa de la gente que no tiene trabajo ni tiene dinero para llevar a sus familias al finalizar el día. Dios sale cada poco a la plaza a buscar trabajadores y, al final, les paga. Dios no les paga por el trabajo realizado, sino que Dios les da el dinero que sabe que una familia necesita diariamente para vivir.
Lo que voy a decir a continuación vale para mí. No pretendo que valga para ninguno de vosotros: 1) Desde hace unos meses procuro gastar lo mínimo posible. 2) Desde hace unos meses procuro ahorrar lo máximo posible. 3) Desde hace unos meses procuro repartir el dinero que la Iglesia me da, que Dios me da y que he ahorrado entre familias y personas que lo necesitan. Sé que no llego a todas las personas necesitadas de Oviedo, de España, del mundo. Sé que no puedo ni siquiera arreglar de manera total y permanente las necesidades de una sola familia, pero… procuro llegar a donde puedo. Es lo que Dios me pide y, si lo digo aquí y ahora, no es para que me aplaudáis, para presumir… No. Lo digo por si sirve para alguna persona y por si también alguna persona que me escucha se pone manos a la obra, en la medida de sus posibilidades.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Santa Cruz

14-9-08 EXALTACION DE LA SANTA CRUZ (A)
Num. 21, 4b-9; Slm. 77; Flp. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17
Queridos hermanos:
- Desde el 13 de enero del 2008 hasta enero del 2009 la Archidiócesis de Oviedo quiere orientar su vida pastoral en torno a la celebración del Año Santo, un período de gracia concedido por el Papa Benedicto XVI a petición de nuestro arzobispo, con objeto de que las comunidades de la Iglesia asturiana puedan profundizar en sus valores cristianos a la sombra de la Cruz de la Victoria y de la Cruz de los Ángeles, insignias de la fe y de la historia de la región, y de las cuales se cumplen 1200 y 1100 años respectivamente. Alfonso II, "el casto", donó en el año 808 a la iglesia de San Salvador de Oviedo la Cruz de los Ángeles. Y la Cruz de la Victoria es una reliquia donada por Alfonso III en el año 908 a la iglesia de San Salvador de Oviedo, aunque previamente había estado en la iglesia de la Santa Cruz de Cangas de Onís, edificada bajo su advocación. Bien, dije estas palabras primeras a modo de introducción histórico-religiosa.
- Ahora vamos a reflexionar sobre el papel de la cruz en la vida de los cristianos. Con relativa frecuencia se escucha decir, más o menos lo siguiente, ante una desgracia que nos sucede: "¿Por qué me ha tenido que suceder esto a mí? ¿Qué mal he hecho para que ahora tenga un cáncer, se me haya muerto un hijo, me echen de casa...? Yo, que siempre he rezado, que voy al santuario de Ntra. Sra. de Covadonga … todos los años, que no hago mal a nadie, ¿por qué me ha tenido que pasar esto?"
Cuando alguien dice esto, lo hace desde lo hondo de su dolor con un grito de angustia. Y por eso se ha de comprender, pero..... hablando desde el evangelio todas estas frases tienen una respuesta muy clara para los cristianos.
¿Cuál es la señal de cristiano?, se preguntaba en el catecismo. Y se respondía: la señal del cristiano es la santa cruz. ¿Cómo comienza cada Misa? Con la señal de la cruz (hacerla). ¿Cómo termina cada Misa? Con la señal de la cruz (hacerla).
Se podrían decir multitud de textos bíblicos en los cuales, de una forma u otra, se nos habla de la importancia de la cruz o del camino de cruz en la vida de un cristiano. Aquí va una pequeña muestra: "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (Lc. 14, 27). "Nosotros predicamos un Cristo crucificado; para los judíos, un escándalo; para los paganos, una locura; en cambio, para los llamados un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más potente que los hombres" (1 Co 1, 23-25). Y el último texto que citaré no está tomado de la Escritura, sino que procede de Sta. Rosa de Lima, cuya fiesta celebrábamos el 23 de agosto: "Sin la cruz no se encuentra el camino del cielo."
De todo esto se pueden sacar una serie de consecuencias:
* El cristiano no ama la cruz por la cruz. Eso es masoquismo. El cristiano no busca el sufrimiento, sino que lo acepta. Cristo no buscó su muerte en la cruz, sino que la aceptó.
* Dios no quiere el sufrimiento de nadie, no castiga a nadie con cruces ni con muertes ni con enfermedades. Desde la Biblia, el mal en el mundo es consecuencia del pecado.
* Todos los hombres y mujeres en esta vida, en un momento u otro, vamos a tener algún tipo de sufrimiento. Nadie está vacunado contra ello, no hay ningún seguro a todo riesgo. Quien se haga cristiano o tenga fe sólo para que no le suceda nada malo está muy equivocado. Mueren los ateos como los creyentes, tienen cáncer los ateos como los creyentes, suspenden los exámenes los ateos como los creyentes, pierden el trabajo los ateos como los creyentes, etc. La única diferencia está, o debe de estar en que los creyentes se enfrentan ante la cruz de cada día, ante el sufrimiento, ante la muerte de otro modo. Con esperanza. Sabiendo que Cristo pasó primero por ello y ahora pasa con nosotros por ello otra vez. En varias ocasiones he escuchado que muchos médicos ateos o agnósticos reconocen que los pacientes que están a punto de fallecer y son creyentes (en cualquier tipo de fe) llevan su situación de una manera mucho más animosa, optimista y serena que aquellos que no tienen ningún tipo de creencia. Llegados a este punto quisiera leeros un trozo de una obra de Lev Tolstói, que nació en 1828 y murió 1910. Fue un literato ruso con alguna riqueza, que, al llegar a la juventud, perdió la fe y más adelante, al no encontrar ningún sentido a su vida, volvió a encontrarla. Escribió un libro llamado “Confesión” en donde narra maravillosamente este proceso. En una parte de su libro escribe así: “Y empecé a examinar la vida y las creencias de esos hombres (la gente sencilla y sin estudios), y cuanto más profundizaba, más me convencía de que tenían la verdadera fe, de que su fe era imprescindible para ellos y que sólo ella les daba el sentido y la posibilidad de vivir. A) En oposición a lo que había visto en nuestro círculo (de conocidos), donde es posible la vida sin fe y donde de mil personas sólo una se reconocerá creyente, en su medio apenas hay un no creyente por mil personas. B) En oposición a lo que veía en nuestro círculo, donde toda la vida transcurre en la ociosidad, entre diversiones e insatisfacción vital, veía que toda la vida de esos hombres transcurría trabajando duramente, pero que estaban más satisfechos de la vida que los ricos. C) En oposición a los hombres de nuestro círculo, que se oponían y recriminaban al destino la pérdida y el sufrimiento, aquéllos aceptaban la enfermedad y el dolor sin ningún tipo de duda ni oposición, sino con una tranquila y firme seguridad en que todo esto tenía que existir y no podía ser de otro modo, que todo formaba parte del bien. D) En oposición a nosotros, que, cuanto más inteligentes somos, menos entendemos el sentido de la vida y vemos en el sufrir y el morir una burla cruel, esos hombres viven, sufren y se aproximan a la muerte con sosiego e, incluso, la mayoría de las veces, con alegría. E) En oposición a que la muerte plácida, la muerte sin horror y desesperación, es una rara excepción en nuestro círculo, la muerte desasosegada, inaceptada e infeliz es la excepción entre el pueblo. Y son gran cantidad las personas que estando privadas de todo lo que para mí es la única dicha de la vida, sin embargo, experimentan la mayor felicidad”.
* La cruz de Cristo nos ayuda a llevar la nuestra. Yo sé de gente que se paran ante un crucifijo y en silencio contemplan al Cristo crucificado que les alienta y les anima en sus dolores. Y salen de allí más reconfortados. Porque perciben que El está con ellos, El no les deja solos... No nos deja solos.
* La cruz, que nos conduce a la muerte, sólo tiene sentido como camino para llegar a la resurrección, a la vida.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Santina de Covadonga

8-9-2008 SANTINA DE COVADONGA (A)
Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47


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Queridos hermanos:
- Quisiera que esta primera parte de la homilía fuera más testimonial que teológica. En cierta ocasión una persona, a la cual le resultaba lejana y extraña la devoción a la Virgen María, y observaba que yo sí la tenía, me preguntó que cómo la había yo adquirido. Y le dije, más o menos, lo siguiente:
* Mi amor y mi fe fueron primero para Dios Padre y para su Hijo Jesús. La Virgen María era para mí una extraña y una figura meramente decorativa, a la que le rezaba un “Ave María”, pero sin demasiado sentido. A esto contribuía el hecho de que existieran tantas advocaciones diversas (la Virgen del Rosario, la del Rocío, la del Carmen, la de Covadonga, la de Guadalupe, la de Lourdes, la de…) y me parecía más bien un folclore que estaba muy lejos de María, la Madre de Jesús, la mujer de que nos hablan los evangelios. Por otra parte, el hecho que veía en algunos devotos de la Virgen María, que tenían más devoción y fe en ella que en su Hijo; el hecho de que hicieran kilómetros y kilómetros por ver una imagen de madera la Virgen y no hicieran el esfuerzo de ir a la Misa de los domingos; el hecho de que devotos de la Virgen María se gastaran millones en comprarle una corona de oro o un manto carísimo para la imagen de su devoción particular…; todo esto hizo que mi mente, mi sensibilidad y mi espíritu rechazara, más o menos conscientemente, la devoción a la Virgen María.
* Todo esto me sucedió durante los años que estuve en el Seminario, pero… poco antes de ser ordenado sacerdote, sin que yo hiciera nada en especial por modificar estos sentimientos, percibí un cambio en mi fe y en mi corazón con respecto a la Virgen María. En efecto, cierto día noté cómo en lo más profundo de mi ser nacía un amor y una inclinación profunda hacia María. Me di cuenta que la Madre de Jesús, la mujer del evangelio era la misma que la Virgen del Rosario, que la del Rocío, que la del Carmen, que la de Covadonga, que la de Guadalupe, que la de Lourdes, que la de… Fue Jesús, su Hijo, quien me enseñó esto y lo hizo sin que yo me diera cuenta. Cuando se ama (o se intenta de amar) de verdad a Jesús, he notado que El entonces nos lleva a sus amores: los sacramentos, la Palabra de Dios, la Iglesia, los pobres, la humildad…, y a María. Esto es indicio de que se nos va por el buen camino de la fe. Se da aquel refrán de que “los amigos de mis amigos, son también mis amigos”. Y este amor y esta devoción por la Virgen María, que Jesús me ha dado, ya me acompañó (y me acompaña) todos los años de mi sacerdocio.
* Cuando me ordené sacerdote, hubo una religiosa dominica de la Anunciata, la Hna. Violeta, que me regaló un cuadro de la Virgen. En el cuadro se ve nada más el rostro de María. Es un rostro precioso y me acompaña allá a donde yo vaya, según los destinos que me dé mi arzobispo. Lo primero que hago al levantarme, antes de asearme, antes de hacer mi tabla de gimnasia, antes de desayunar o de beber un vaso de agua, es besar con mis labios dos de mis dedos y aplicar dichos dedos en el rostro y/o en los labios de María, en ese cuadro. Mi saludo primero es para ella. Otras veces aplico mis dos dedos a sus labios y luego llevo los dos dedos a mis labios. Ella me besa y yo la beso. Esto, al principio, era por la mañana. Ahora puede ser a cualquier hora del día o de la noche, para ir a acostarme.
* La devoción y la fe en María me ha hecho ser más humano, más tierno, más humilde, más capaz de descubrir el lado femenino de la fe y de Dios. Cuando miro sus ojos en el cuadro, veo claramente mi pecado y el perdón de Dios; veo mis infidelidades y la paciencia que me transmite María de parte de Dios para conmigo.
Ahora, cuando descubro a una persona que quiere, ama y tiene fe en la Virgen María, me siento más unido a esta persona. ¿Por qué? Porque ama a mi Madre. Quien tiene devoción en la Virgen María está muy protegido por ella. De hecho, tantas y tantas personas que dudan de los curas y de la Iglesia, y a veces hasta de Dios, se mantienen en la fe católica por su devoción a la Virgen María. Me lo decían hace tiempo: en Méjico avanzan mucho las sectas protestantes, pero un freno importante es la devoción en la Virgen de Guadalupe. En cuanto los protestantes u otras religiones les dicen a las gentes a las que predican que tienen que abandonar su devoción a la Virgen de Guadalupe…, esto les echa para atrás.
* Por último diré que la devoción a la Virgen María es un gran regalo de Dios; sólo El puede darla. Al menos, a mí me lo ha dado El y no quiero perder esta devoción y este amor a María por nada del mundo. Sí, hoy 24 ó 25 años después de que la Madre de Dios visitara mi corazón, como a su prima Sta. Isabel, puedo y debo decir como ella exclamó en el evangelio que acabamos de escuchar: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Y es que María no se quedó conmigo simplemente 3 meses, como hizo con su prima, sino que lleva ya todos esos años y sé que nunca me dejará.
- Y aquí quisiera enlazar con el principio del evangelio que hemos escuchado. Nos dice S. Lucas que, en cuanto María supo que Isabel estaba encinta, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. María acude a cualquier lugar y ante cualquier persona que la necesiten. Acudió a ayudar a su prima anciana y embarazada. Acudió hace tantos años a las montañas de Covadonga para proteger a sus hijos a punto de perecer. Acude a todos nosotros ante tantas necesidades. ¡Cuántas lágrimas han sido derramadas ante ella, bajo cualquier advocación! ¡Cuántos agradecimientos se le han dado, pues ella nunca nos deja solos!
Es María quien se pone en camino, quien nos sigue y cuida, quien va a los montes, a los mares, a las ciudades, a las soledades, a los hospitales… Y nosotros hemos de decir una y otra vez: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Termino esta homilía con los piropos que Dios dedica a María en la primera lectura del Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, hermosa mía. Ven a mí […] Paloma mía, déjame ver tu figura, déjame oír tu voz: tu voz es dulce, tu figura es hermosa”. Pues bien, también nosotros decimos estas palabras a María en el día de hoy.
QUE ASI SEA

viernes, 5 de septiembre de 2008

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

7-9-08 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 33, 7-9; Slm. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20

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Queridos hermanos:
El evangelio que acabamos de escuchar es conocido como el de la CORRECCION FRATERNA. O sea, Jesús nos plantea hoy la posibilidad de que percibamos errores, fallos o pecados en las personas que nos rodean y nos da una serie de claves para proceder ante semejantes casos. Esto puede suceder en la convivencia que se tiene normalmente en un matrimonio, entre amigos, entre familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en una comunidad de vecinos, en una parroquia o en un grupo eclesial.
En ningún momento Jesús habla de “poner verde” (por delante o por detrás) o de murmurar de la persona que actúa mal, sino que propone otro modo de actuación.
En efecto, Jesús plantea tres posibilidades y las aborda directamente: 1) “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús no quiere que se humille a nadie (El nunca lo hace con nosotros a causa de nuestros fallos), sino que dice claramente que se aborde a solas a dicha persona y se le trate de hacer ver su deficiencia. 2) Pero muchas veces esta persona no nos hace caso, se burla de nosotros o se enfada con nosotros y nos dice que son apreciaciones nuestras. En este supuesto, Jesús da otra indicación: “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”. Es decir, hemos de hablar con otras personas sensatas y equilibradas para comentarles el caso, pues puede ser que los equivocados seamos nosotros y no la otra persona. Si estos testigos confirman nuestra visión, entonces sí que podremos los dos o tres acercarnos a la persona que cometió el fallo para manifestarle que realmente lo hizo mal y que tiene que modificar su conducta. 3) Mas ¿qué pasa si esta persona sigue sosteniendo ante todos los testigos que tiene razón en lo que hace o dice? Jesús dice que “si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”.
Expuesto así el evangelio, pueden surgir bastantes interrogantes y es que yo creo que hay que matizar las cosas un poco más. Para ello la Iglesia nos aporta las lecturas que acompañan el evangelio.
a) En la primera lectura se nos dice: “Así dice el Señor: ‘A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.’” Como veis, por esta lectura sabemos o debemos de saber que el ver un fallo o pecado en una persona no debe ser simplemente porque nos parece así, o porque es nuestra idea, sino porque es el mismo Señor Dios el que ve el fallo o pecado, y nos avisa en nuestro interior. Además, Dios nos dice que hemos de informar a esa persona y, si no lo hacemos (por comodidad, por cobardía, por evitarnos problemas…), el pecado de esa persona recaerá también sobre nosotros como cómplices: “y (si) tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.”
b) La segunda lectura nos dice que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Sólo podré hacer la corrección fraterna desde el amor por la otra persona. Le corrijo porque le amo y deseo su bien. Nunca se debe corregir –desde Dios- por tener razón, por vencer, por soberbia, con ira, por venganza… Sólo se puede corregir por amor y desde el amor (“uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”). En varias ocasiones algunas personas me pedían consejo para poder corregir a alguien que lo estaba haciendo mal o que lo había hecho mal y se lo prohibí. ¿Por qué? Porque no veía amor en su corazón ni había recta intención en su obrar.
c) Hace un tiempo una persona me decía que siempre tenía muchos problemas en las relaciones interpersonales, porque era muy sincero y, al “cantar las cuarenta” a otra gente, esto le acarreaba problemas. Aprovechando esta anécdota voy a entrar en la última condición que hoy quiero resaltar para efectuar la corrección fraterna: Hemos de estar dispuestos a corregir, sean cuales sean las consecuencias para nosotros mismos, pues antes hemos de obedecer a Dios que a los hombres, incluso que a nosotros mismos; SI. Pero TAMBIEN HEMOS DE ESTAR DISPUESTOS A QUE NOS CORRIJAN. ¡Cuántas veces me he encontrado con personas que dicen ser muy sinceras y con este “pasaporte” pueden poner “pingando” o “cantar las cuarenta” a quien sea, pero a ellos no se les puede “tocar” en nada! Hace falta una corrección fraterna DE IDA, pero también DE VUELTA. Desde Dios, tengo que estar dispuesto "a decir", pero sobre todo tengo que estar dispuesto "a que me digan".

Por tanto, cualquiera de nosotros que desee hacer una corrección fraterna ha de practicar primero durante mucho tiempo el examen de conciencia sobre sí mismo a la luz del evangelio de Cristo. Sólo quien se ha acusado a sí mismo con frecuencia diaria, en un examen de conciencia general y en exámenes de conciencia en particular (o sea, sobre una virtud concreta o sobre un defecto concreto), estará en la mejor situación para ser atalaya del Señor Dios, para escuchar al Señor Dios y para hablar a los demás en nombre del Señor Dios. Está sí que será la verdadera corrección fraterna.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Homilía de las Bodas de oro de mis padres

Para empezar tras el período vacacional os entrego esta homilía, que prediqué en la Misa de celebración de las bodas de oro de mis padres.
16-VIII-2008 50 ANIVERSARIO DE MATRIMONIO

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
A la hora de preparar esta homilía del 50 aniversario de las bodas de mis padres se me ocurrió hacerlo sobre cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Estas cuatro palabras resumen el matrimonio de mis padres y también cuatro palabras que resumen nuestra vida, cualquiera vida humana:
- Gracias. Mis padres tienen que dar gracias ante todo a Dios. Tienes que dar gracias a Dios, porque les ha puesto en el camino uno ante el otro y viceversa. Su vida hubiera podido ser mejor o pero, pero seguro que, si no se hubieran conocido, hubiera sido muy distinta. Por lo tanto, Sabina y Emeterio tenéis que dar gracias a Dios, porque os puso en el camino mutuo e hizo surgir entre vosotros el amor, el cariño y la idea de pasar toda vuestra vida juntos. Gracias a Dios.
Gracias también a Dios, porque ha hecho posible, no sólo el que os conocierais, sino que también El os ha ido acompañando durante todos los años de vuestra vida: antes de casaros y después de casaros. Seguramente, en el momento en que pasaron las cosas, a lo mejor no fuisteis capaces de reconocerlo, de reconocer la presencia de Dios, pero, ahora que uno mira para atrás, uno ve claramente cómo siempre, siempre Dios estuvo a vuestro lado: ante tanta enfermedad, ante accidentes que casi le costaron la vida a mi padre, ante tantas dificultades de tipo económico, de tipo laboral… Ante tantas dificultades de todo tipo, Dios siempre estuvo ahí presente. Y Dios siempre os fue bendiciendo: ante las dificultades del matrimonio, estando ahí presente una y otra vez. Ante tantos problemas había que empezar una y otra vez. En muchas ocasiones daba ganas de arrojar la toalla, de mandarlo todo “a la porra”. Y sin embargo, una y otra vez Dios os decía en vuestro corazón: “merece la pena.”
Gracias a Dios también por los hijos que os ha ido dando, que hemos sido vuestra corona de espinas con tantos dolores de cabeza y sufrimientos, pero también vuestra corona de rosas. Hoy por hoy… miráis y lo que más queréis en esta vida es… a vuestros hijos. Hijos que os ha dado Dios. También yo doy gracias a mis padres porque se casaron en 1958. Si se hubiera casado en el año 2000, yo habría nacido; mi hermano Gerardo… quizás, pero Sara y Luci iban a quedarse “por el camino”, porque ahora sólo se tienen un hijo o dos hijos. Por lo tanto, doy gracias a mis padres, que no sabían demasiado de métodos anticonceptivos ni píldoras… y, gracias a eso, estamos hoy aquí cuatro hijos. Uno, (señalo para mí, porque soy el mayor), dos (señalo para Gerardo), tres (señalo para Sara) y cuatro (señalo a Luci). Y Dios se sirve también de esas cosas: de la ignorancia, del no saber, de pensar que es lo que toca: casarse, estar juntos y tener hijos. Por ello, igualmente hay que dar gracias a Dios por estos cuatro hijos… y los demás que venís detrás (me refiero a los nietos), darle gracias, porque si no… Juan, Beatriz y los demás (hijos de mi hermana Sara y de mi hermana Luci) no sé cómo estaríais. Gracias, gracias hay que dar a Dios. Esta es la primera palabra sobre la que quería reflexionar y orar hoy en este 50 aniversario de bodas.
- Perdón. Es la segunda palabra. Los únicos que no tienen pecados son Jesucristo y la Virgen María. Todos los demás que estamos aquí, tenemos fallos, tenemos pecados. Pues bien, ¡cuántas veces mi padre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi madre! ¡Cuántas veces mi madre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi padre! Y, por eso, después de 50 años hay que pedirse perdón. Sabina pide perdón a Emeterio. Emeterio pide perdón a Sabina. Y Emeterio y Sabina tienen que pedir perdón a Dios por no haber hecho las cosas como El quiso o por haber herido asimismo a otras personas que estaban a su lado. La palabra “perdón” siempre tiene que estar en la boca de una persona de bien y sobre todo en la boca de un cristiano.
- Recuerdo de los ya fallecidos. Hace 50 años Emeterio y Sabina se casaban en esta misma iglesia. Y había gente, mucha o poca, pero ahora no están… salvo algunos, muy pocos. Recuerdo de los fallecidos. Voy a nombrar únicamente a aquellos más cercanos a mis padres: de mi abuela Paula, de mi abuelo Domingo, de mi tío Nicanor, de mi abuelo Constantino, de mi abuela Guadalupe, de mi tío Kiko, de mi tía Tina, de mi primo Paco, de mi tío Antolín, de mi tío Avelino, de mi tía Pili, y los demás. Tantos que hoy no están aquí físicamente, pero sí que están. Nuestra fe nos dice que sí que están presentes entre nosotros. Por eso, recuerdo, recuerdo de tantas personas que han estado y que ya no están físicamente. Recuerdo también, porque ese recuerdo nos pone en nuestro sitio. Mis padres han vivido 50 años casados. No vivirán, gracias a Dios, otros 50 años de casados. Ya están a las puertas de la muerte. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera. ¿Cómo? Como Dios quiera, pero lo que les queda de vida es para estar juntos. No sé quién irá primero, no sé quién irá después. No importa. El Dios que les ha acompañado de solteros y de casados les acompañará hasta el día que falten. Y lo mismo que ellos cuidaron de nosotros, sus hijos y sus nietos, también nosotros vamos a cuidar de ellos.
- Fuerza o fortaleza. Y así de esta manera enlazo con la cuarta palabra: la fortaleza. Fortaleza para vivir lo que les queda. Cuando uno va para mayor, el cuerpo se deteriora. Uno puede perder la mente, pero, como decía el otro, que me quiten lo bailado, que le quiten a Emeterio y a Sabina lo que han “bailado” y lo que queda, Señor, te pido, te pedimos que los dejes juntos. Juntos hasta que los lleves a ti. Ojalá tengan tanta suerte, quizás, que se llevaron 13 días entre sí a la hora de morir. ¡Eso Dios lo dirá!
Termino y lo hago recordando las cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Y lo que he dicho de mis padres, igualmente quisiera decirlo de todos y cada uno de nosotros en nuestro matrimonio, en nuestro sacerdocio o en nuestra soltería.