viernes, 26 de marzo de 2010

Domingo de Ramos (C)

28-3-2010 DOMINGO DE RAMOS (C)

Is. 50, 4-7; Slm. 21; Flp. 2, 6-11; Lc. 22, 14-23, 56



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado Santo por la tarde hemos de mirar a Jesús Nazareno. En esta semana Jesús hace su camino de agonía, de pasión y de muerte. Cuando tanta gente muere y sufre, preguntamos: ¿dónde está Dios? (Hace un tiempo estuve con una familia. Su hijo se dedica por el verano a atender volun­tariamente a niños subnormales profundos o paralíticos. En uno de esos veranos cogió una enfermedad a consecuencia de esos cuidados que debía hacer y casi se muere. Estuvo varios días en la UVI. Él preguntaba: “¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí, si yo estaba haciendo bien a los demás?”) Sí, la pregunta de este joven vale perfectamente también para Jesús: ¿Por qué tuvo que padecer y morir injustamente Jesús, si El sólo hizo el bien a los demás en todo momento?

Acompañemos a este Nazareno en su recorrido. Nosotros hoy, 2000 años después, sabemos lo que le espera:

- Cristo va a pasar por la TRISTEZA, tristeza de muerte, no por una nimiedad. Pasará por la tristeza experimentada por una persona con una sensibilidad tan profunda como Jesús tenía.

- Cristo va a pasar por el MIEDO y el TERROR. No podía controlarlo, no podía hacer nada. Era algo que se adueñaba de El. Intuía lo que le iba a suceder.

- Cristo va a pasar por el ASCO. Repugnancia espiritual a causa del mal que se acerca y toma posesión de Él. El pecado se posó sobre El y lo sobó. Repugnancia material a causa de los escupitajos, la suciedad física, la sangre reseca, el polvo mezclado con sangre, los orines, la sudoración.

- Cristo va a pasar por la AUSENCIA de Dios: 1) en Getsemaní (“Padre, que pase de mí este cáliz” [¿por qué el Padre, si es tan bueno, no ahorró tanto sufrimiento gratuito a su Hijo único?]), y 2) en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).

Además, Cristo va a pasar por cinco tribunales:

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA ENVIDIA ante el sanedrín de fariseos y sumos sacerdotes, que veían cómo la gente del pueblo se iba con Jesús y los dejaba a ellos, pues ellos estaban vacíos y sólo querían subir a costa de la gente, mientras que el Nazareno se entregaba por entero a ellos y los amaba a ellos.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA SOLEDAD, pues Pedro y los apóstoles le niegan, le traicionan, le abandonan…

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DEL EGOISMO, pues Pilato no quiere comprometerse por un galileo, al que sabe inocente. No quiere involucrarse en algo que ni le va ni le viene, no sea que luego, si se mete, le salpique a él. Bastantes problemas tiene ya, como para buscarse otro más.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA FRIVOLIDAD. Herodes no busca la verdad, ni siquiera martirizar o matar a Jesús. Sólo quiere que éste le divierta un rato y haga un milagro, como si fuera un mago, un malabarista o un payaso.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA INGRATITUD. El pueblo al que Jesús curó, enseñó, dio de comer… prefiere liberar a Barrabás y que Jesús sea asesinado de mala manera. ¡Qué fácil resulta manipular a la gente!

En estos cinco tribunales hemos estado en algún momento; estamos ahora o estaremos en algún momento de nuestras vidas y desde estos tribunales juzgaremos a Jesús y a los demás, pero también, desde estos tribunales, hemos sido juzgados algún día, o quizás lo estamos siendo o lo seremos. Y es que el camino recorrido por Jesús en su Vía Crucis no es distinto del que recorren los seres humanos en su vida. Aprendamos de Él para cuando nos toque a nosotros.

viernes, 19 de marzo de 2010

21-3-2010 DOMINGO V CUARESMA (C)
Is. 43, 16-21; Slm. 125; Flp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Éste es ya el último domingo de Cuaresma; el próximo será ya el domingo de Ramos. Hoy celebramos el día de Seminario, precisamente en el año dedicado al sacerdocio. Quisiera aprovechar este día par profundizar un poco en la vida San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, a quien el Papa Benedicto XVI nos propone como modelo para todos los sacerdotes. Los seminaristas de todo el mundo y los sacerdotes de todo el mundo debemos mirarnos en su espejo. ¡Cuánto bien haríamos los sacerdotes a todos los hombres, si fuéramos como el Santo Cura de Ars!
Ya en torno a la festividad de Todos los Santos del año pasado me he detenido a predicar sobre este santo sacerdote. Hoy quiero hacerlo de nuevo. En los encuentros de dirección espiritual que llevo con algunas personas les hablo del Santo Cura de Ars y les pido que lean algo de o sobre él. También por mi parte procuro hacerlo. Del último libro que estoy leyendo, en donde se recogen algunos de sus pensamientos y de sus acciones, voy a extraer algunos trozos para que nos ayuden a nosotros a conocer un poco más a este cura francés del siglo XIX, para amarle un poco más, para que él nos ayude a ser mejores cristianos, para rezar por los sacerdotes…
San Juan María Vianney era sobre todo un pastor, que fue perdiendo su vida poco a poco por todos los que llegaban a su lado. Pero su fin último no era el hombre. Su fin último era Dios, sólo Dios. Y a Dios quería llevar a todos, pues sabía que el auténtico amor por la gente era darles lo mejor, y lo mejor era Dios. El era un enamorado de Dios. Dios le había poseído totalmente. Por eso decía: “Uno no se equivoca cuando se da a Dios”. Desde aquí ha de entenderse toda su actuación y todas sus palabras. Veamos algunos aspectos de su vida y de sus palabras. El se desvivió por enseñar a todos los hombres el camino hacia Dios. Fijaros qué verdades y qué cosas tan bonitas dice. Atended y escuchad, pues habla un santo, una persona que está muy cerca de Dios:
* San Juan María Vianney era un devoto amante del Espíritu Santo. En cierta ocasión dijo esto: “Sin el Espíritu Santo somos como una piedra en el camino… Tomad en una mano una esponja empapada en agua y en la otra una piedrecita; apretadlas igualmente. No saldrá nada de la piedra y de la esponja haréis salir agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo y la piedra es el corazón duro y frío, en el que el Espíritu no habita”. Ésta es una imagen muy gráfica, que a aquellos campesino de Ars les decía mucho y la entendían muy bien. En otra ocasión dijo el Santo Cura: “A un cristiano guiado por el Espíritu Santo no le duele dejar los bienes de este mundo para correr tras los bienes del cielo. Sabe ver la diferencia”.
* Sobre la fe decía: “Los que no tienen fe son más ciegos que los que no ven. Estamos en este mundo como en medio de una niebla, pero la fe es el viento que la disipa y que hace lucir un hermoso sol en nuestra alma”. “Si buscáis a Dios, lo encontraréis”. “Dios mío, danos fe y te amaremos con todo nuestro corazón”.
* De la oración decía: “La oración es como el gas que hincha los globos y los hace subir hacia el cielo”. “Si hay tantas almas cobardes, tibias e indiferentes, es porque no dedican tiempo a la meditación (oración), cada día”. “El pez no se queja nunca de tener demasiada agua; de igual manera, el buen cristiano no se queja nunca de estar demasiado con Dios”. “Después de pasar una semana sin casi pensar en Dios, es justo emplear el domingo en rezar y dar gracias a Dios”. “Cuando predico, a menudo me relaciono con sordos o con gente que duerme, pero cuando rezo, me relaciono con Dios y Dios no es sordo”.
* El Cura de Ars se encontró con tres clases de penitentes que se acercaban a su confesionario. Por eso, él adoptó tres posturas diferentes. En primer lugar a él se acercaban los que él mismo llamaba ‘peces gordos’. Eran generalmente personas que habían abandonado totalmente la práctica religiosa o que se complacían en vivir para sí. Iban a Ars con mucho miedo y una cierta buena voluntad, atraídos por la fama de su párroco. La actitud de éste con ellos estaba llena de dulzura y compasión. Se sentía inclinado a descubrirles la grandeza de la bondad de Dios. “Nuestras faltas son como granos de arena ante la gran montaña de las misericordias de Dios”. Evidentemente, les mostraba el horror del pecado, les hacía sentir su peso, pero les hablaba sobre todo del amor. En segundo lugar el Santo Cura vería en confesionario a los ‘abominables” indiferentes; los que recitan ritualmente sus pecados y se encuentran satisfechos de este gesto. “Se dice que hay muchos que se confiesan y pocos que se convierten. Yo lo creo así. Es porque hay pocos que se confiesen con arrepentimiento”. Entonces se volvía duro. Les decía: “Lloro por lo que no lloráis”. Y no era tanto por sus pecados, cuanto por la mediocridad del penitente. Encontraba palabras rápidas e incisivas que lanzaba a los corazones indiferentes: “¡Qué lástima…!” “Me temo que a la hora de la muerte os arrepentiréis de haber vivido así”. Estos penitentes eran, desgraciadamente, los más numerosos. Les pasaba rápido. Incluso a veces les enviaba a prepararse de nuevo. Luego pasaba a otro suspirando. En tercer lugar se le presentaban almas que tenían un verdadero deseo de Dios y que buscaban abrirse camino espiritualmente, o que el las juzgaba dignas y capaces de hacerlo. Entonces, les daba un verdadero empujón hacia adelante.
* San Juan María Vianney enseñaba a sus feligreses a identificar la soberbia y el orgullo, y a huir de ellos. Sobre estos dijo: “El orgullo es el pecado que más horroriza a Dios”. “Una persona orgullosa cree que todo lo que hace está bien hecho. Quiere dominar a todos los que le rodean; cree que tiene siempre razón. Cree, siempre, que su opinión es mejor que la de los demás”. “El pecado de soberbia es el más difícil de corregir, cuando se ha tenido la desgracia de cometerlo”. “Los que hacen el bien, los que tienen alguna virtud lo estropean con el amor a sí mismos”. Lo contrario del orgullo es la humildad. El Santo Cura de Ars la predicaba, pero sobre todo la vivía. Durante su vida fue perseguido y calumniado. Recibió muchas denuncias identificadas… y anónimas. En cierta ocasión en que recibió una de estás últimas, él mismo cogió el papel lo firmó con su nombre y apellidos, y la envió a su obispo, como diciendo: “Éste soy yo. Así soy yo”.
- Del evangelio de hoy quisiera fijarme únicamente en una palabra que Jesús dirige a la mujer sorprendida en adulterio. Dice así el texto que acabamos de escuchar: “Jesús se incorporó y le pregunto: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?” Fijaros que Jesús le dice: “Mujer”. Jesús no la llama: “adúltera”, “mala madre”, “mala esposa”, “puta”, “cerda”, “asquerosa”… Jesús la llama “mujer”: “mujer” creada por Dios, “mujer” hecha a imagen y semejanza de Dios; “mujer” necesitada de amor y llena de amor para dar. “Mujer” equivocada, pero “mujer” de Dios. Con la palabra “mujer” Jesús HABLA de respeto, de comprensión, de cariño, de perdón, de cercanía, y no de juicio ni de condenación.

viernes, 12 de marzo de 2010

Domingo IV de Cuaresma (C)

14-3-2010 DOMINGO IV CUARESMA (C)
Jos. 5, 9a.10-12; Slm. 33; 2ª Cor. 5, 17-21; Lc. 15, 1-3.11-32

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En el domingo de hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y para nuestra oración la parábola del hijo pródigo. Creo que todos la conocemos, pero vamos a pararnos una vez más en ella, pues siempre podemos sacar de ella cosas buenas y nuevas para nosotros.
Esta semana pasada estuve con un sacerdote joven que dio unos ejercicios espirituales en su parroquia. Le pedí que me mandara el material que había utilizado y así lo hizo. Vi que había dado los ejercicios espirituales mediante el sistema de la “lectio divina”. Es decir, enseñó a la gente un método usado ya por los cristianos de hace siglos para poder profundizar y escuchar la Palabra de Dios. El sistema es el siguiente: en un primer momento se lee un trozo de la Biblia, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo; se lee despacio y todo seguido. En un segundo momento se hacen cinco pasos para profundizar en la Palabra leída y escuchada: 1) Me fijo en qué dice el texto: ¿Cuántos hermanos son? ¿Qué le pide el hijo pequeño al padre? ¿A dónde se va el hijo pequeño? ¿En qué gasta el dinero de la herencia? ¿Qué hace cuando se queda sin nada? ¿En qué piensa al no tener qué comer? Etc. 2) ¿Qué me dice a mí el texto? Pienso y me pregunto: ¿Con quién me identifico más? ¿Soy más parecido al hijo pequeño o al mayor? ¿En qué momentos de la vida me he comportado con Dios y con los demás como el hijo pequeño? ¿En qué momentos de la vida me he comportado con Dios y con los demás como el hijo mayor? Etc. 3) ¿Qué le digo a Jesús en mi conversación personal con Él?: Le pido que me enseñe a ver el amor de Dios Padre; le pido a Dios a ver mis pecados y a arrepentirme como el hijo pequeño; le pido a Dios que no deje que mi corazón se endurezca ante Dios y ante mis hermanos, los hombres; etc. 4) Nos miramos Dios y yo. Me quedo un tiempo contemplando y saboreando esta escena: tomando parte en lo que allí sucede, como si estuviera presente e intervengo con confianza en el diálogo y la conversación. 5) Nos despedimos. Saco algunas conclusiones de lo orado, de lo que Dios me ha dicho, y me propongo algo concreto que me ayude en mi vida de fe y/o en mi vida ordinaria.
De esta manera que acabo de exponer es como hago yo mi oración personal, cuando me ayudo de la Biblia, pero también cuando preparo las homilías que cada domingo os predico. Y los frutos, luces y conclusiones que yo saco y que me vienen bien a mí, os las predico a vosotros para haceros partícipes de todo ello.
A veces el Señor me contesta en medio de mi oración personal, pero otras veces en el tiempo de oración me tiene a “palo seco”= o sea, no me dice nada, pero luego, a lo largo de la semana o del mes, me habla a través de otras personas o de acontecimientos de la vida. Así, concretamente sobre este evangelio de hoy el Señor me ha hablado en estos días de atrás de estas dos formas:
1) Hijo mayor. La primera fue en los ejercicios espirituales que impartí en Lugo. Una persona hablaba conmigo y me dijo, con mucha pena, que sentía una gran lástima de ver a tantos sacerdotes que eran como el hijo mayor. Es decir, ellos estaban siempre al lado de Dios Padre, tenían todas sus riquezas, sabían todo o casi todo de Él…, pero se comportaban ante Dios y ante los demás como de mala gana, siempre protestando y no valorando lo que Dios les daba. Recordad lo que decía el hijo mayor al padre: “En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. ¡Qué diferencia entre el comportamiento del hijo mayor y el comportamiento del padre! El hijo mayor se irrita ante el regreso de su hermano, el padre se conmueve al ver regresar a su hijo. El hijo mayor se niega a entrar en la casa, el padre echa a correr para abrazar a su hijo pequeño. El hijo mayor protesta porque NUNCA se le ha dado un cabrito, el padre manda matar el ternero cebado para su hijo. El hijo mayor dice “ese hijo tuyo” (quiere separarse de él), el padre dice “ese hermano tuyo” (quiere unirlos a los dos). El hijo mayor se hace la víctima y sólo se ve a sí mismo pues NUNCA ha desobedecido a su padre, el padre muestra lo bueno de su hijo pequeño: estaba perdido y ha sido encontrado. El hijo mayor ve sólo lo malo de su hermano: ha comido los bienes del padre con malas mujeres, el padre ve sólo lo bueno su hijo: estaba muerto y ha revivido.
2) Hijo pequeño. A principios de febrero me escribió Luz, la chica que ha venido ya dos veces a esta Misa y tiene dificultades para caminar. Dice así en su carta: “Soy una chica de tan solo 24 anos, que ha dejado su país cuando la vida me dio una enfermedad. Sí, es duro reconocer que los seres humanos con frecuencia aprendemos a base de golpes, pero afortunadamente creo más en Dios gracias a esta enfermedad. Tengo que confesar que Dios me levanta cada mañana y el Espíritu Santo me da energía, fuerza de voluntad y coraje. Se lo pido desde que me confirmé, gracias a una esplendida catequista, que hoy no está con nosotros. Sin embargo, es donde mejor ahora puede estar. Tomé la decisión de irme, porque necesitaba terminar mi carrera en Inglaterra, pero luego me gustó mucho el trato que recibí y me quedé. No sé si Dios quiere que me quede o que regrese; muchas veces no sé escuchar…y me veo perdida, pero tengo que confiar más. Sí, si tuviera la fe que debería de tener, no tendría miedo, porque sabría que Él me cuida siempre. En realidad, sé que lo está haciendo; no me cabe la menor duda, pues es imposible que con mi problema pueda estar viviendo sola, trabajando y estudiando también. Mis médicos consideran que es imposible que con mi problema pueda estar sola en Inglaterra viviendo en un piso sin ningún cuidador. Yo… me río y les sonrió diciendo que Dios me levanta y me cuida durante todo el día, cuando estoy solita en casa y tengo que cocinar o simplemente hacer las tareas de la casa. Además, cuando intento caminar, me pone a la persona que necesito encontrar en mitad de mi camino, porque sabe que yo sola no puedo llegar lejos. Ahora rezo más, pero no tanta oración, sino que hablo con Él mucho, porque es mi mejor amigo. Cuando no tienes a la familia cerca, te das cuenta de que amigos hay muy pocos. En realidad si has encontrado uno, eres muy afortunado… Sí, cuando estás sola, empiezas a valorar los pequeños detalles y no quiero decir que, gracias a mi enfermedad, soy más buena, porque, aunque preferiría no tenerla, pero desde que me doy cuenta lo difícil que es levantar un pie o ponerse el pijama por las noches, mi empatía por las personas se incrementa y me hace ser más buena o, al menos, menos mala. Hemos de confiar de verdad en Dios, porque existe y muchas veces no entendemos por qué sufrimos o por qué nos pasa cualquier cosa, pero debemos pensar que es por nuestro bien y estoy complemente segura que tiene que ser por nuestro bien. Por eso no podemos estar nunca tristes. Si uno se da cuenta, el católico sonríe más que los demás y eso es porque sabemos que Dios está con nosotros”.
De alguna forma Luz era un poco la hija pequeña, como el de la parábola de Jesús, y Dios la ha ayudado a volver a casa.

sábado, 6 de marzo de 2010

Domingo III de Cuaresma (C)

7-3-2010 DOMINGO III CUARESMA (C)

Ex. 3, 1-8a.13-15; Slm. 102; 1ª Cor. 10, 1-6.10-12; Lc. 13, 1-9



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

No quisiera que este examen de conciencia fuera una especie de losa sobre nosotros. No. La miseria humana, en cristiano, va siempre acompañada de la misericordia de Dios. Sólo a través de los ojos y del corazón de Dios el hombre puede y debe mirar sus propios pecados. El nos los descubre, y al mismo tiempo nos los perdona. Pero yo no puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde estoy de verdad, y esto me lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz maravillosa que nos concede su perdón.

¿He sentido envidia hacia alguien por las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la paz.

¿He sentido celos ante otras personas porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce enseguida lo “poco” que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…?

¿He hecho juicios en mi interior acerca de otras personas, desca­lificando las actuaciones de los otros, como si todo o casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.

¿He murmurado contra alguien, bien iniciando yo la conver­sa­ción o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado los defec­tos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas ocasiones es cierto, sino el “tonillo” con el que decimos esas cosas, es decir, no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad, mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y mi amor hacia El crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así, es que estamos murmurando.

¿He difamado, es decir, he dicho cosas negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y “alegremente” lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. “Todos faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.

¿Soy una persona mal hablada con frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (“cada día te pareces más a tu madre…”, “cállate, gorda…”); buscando siempre el insulto, el dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los demás?

¿He mentido a alguna persona, a mi familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron sus propias palabras. Le preguntaron si El era el Hijo de Dios y Jesús contestó que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre. Pero no, El dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.

¿He sido impaciente con los demás y conmigo mismo? El impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso “salta” con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de los demás, pero los míos propios… tampoco.

¿He tenido ira, rabia, enfados hacia alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso también en mi interior?

¿Tengo rencor hacia alguna persona, de tal modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra ella? ¿Llevo mi “agenda” de los agravios que me han hecho los demás y las fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa; las cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más pequeña oportuni­dad se las "restriego" en la cara o suelto mi "veneno" ante otras personas?

¿He tenido pereza para levantarme, para acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no, las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a medio hacer.

¿He perdido el tiempo? Tenía diversas cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras tanto las cosas sin hacer.

¿He tenido gula, es decir, me dominan las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas ocasiones pensamos como el gallego: “perdono o mal que me fai, por o ben que me sabe”. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por la comida, o como o bebo con ansia, etc.?

¿He sido egoísta en el trato con los demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis necesidades?

¿He faltado a la pobreza cristiana con gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco, cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo que decir, sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas materiales? ¿Doy limos­nas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías (coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos, tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo haga yo.

¿He sido desobediente en mi casa, con mi familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres, Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis hijos, a mi marido, a mi mujer...

¿He faltado a la castidad con pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revis­tas, conversaciones, etc.?

¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio, sino por obtener el parabién de la gente con la que están.

¿He tenido soberbia al considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir, puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea mentira o verdad, y "despo­trico" contra ellos y busco rápidamente el justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hago o dejo de hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los frutos de la soberbia: En las relaciones con el prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados como esperábamos.

¿He faltado en el amor al prójimo hacia los enfermos, ancia­nos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias, en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?

¿He tenido falta de confianza en Dios buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con El? No tengo confianza en Dios cuando las cosas positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.

¿He dejado mis oraciones de lado, o las he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba mostrando o pidiendo en ellas?

¿He faltado a la Misa de los domingos, o he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?

¿He realizado alguna lectura espiritual para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que puedan acercarme más a Dios?

Se podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para tener una guía más o menos exhaustiva.