viernes, 25 de junio de 2010

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (C)

27-6-2010 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (C)

1 Re. 19, 16b.19-21; Slm. 15; Gal. 5, 1. 13-18; Lc. 9, 51-62



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El domingo pasado ponía Jesús una serie de condiciones a quienes deseaban seguir sus pasos y estar con Él: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”. En el evangelio de hoy Jesús continúa especificando algunas condiciones que han de cumplir sus seguidores: “Mientras iban de camino, le dijo uno: ‘Te seguiré a donde vayas’. Jesús le respondió: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza’. A otro le dijo: ‘Sígueme’. El respondió: ‘Déjame primero ir a enterrar a mi padre’. Le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia’. Jesús le contestó: ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios’”.

- Como veis, se mencionan tres exigencias radicales de Jesús para todos aquellos que deseen seguir sus pasos. Con esto Jesús quiere advertir a los discípulos la seriedad y los riesgos del camino que van a emprender con Él:

1) Efectivamente, cuando alguien se encuentra con Jesús, lo escucha y quiere seguir sus pasos, Jesús no quiere engañar a nadie y le muestra la realidad que le espera a su lado: casi todos los hombres tienen un techo donde cobijarse, incluso los animales, pero Él, el Hijo de Dios, “no tiene dónde reclinar la cabeza”. Hace poco tiempo me decía un hombre creyente que él creía en Dios, pero que pensaba que Éste no se ocupaba de las cosas ordinarias de la tierra y de la vida de cada día. Sin embargo, aquellos que quieran seguir de verdad a Jesús deben saber que… no saben nada, que es Jesús quien marca el rumbo y los tiempos de la vida. Nada hay seguro con Jesús más que el mismo Jesús (nada más y nada menos). Quien quiere seguir a Dios tiene que estar dispuesto a acoger como venido de las manos de Dios o permitido por Él lo que acontezca en su vida. Por lo tanto, entiendo que esa expresión de Jesús, que Él “no tiene dónde reclinar la cabeza”, no se puede entender sólo en un sentido material (no tiene vivienda alguna), sino también en un sentido alegórico: el discípulo de Jesús no puede exigir seguridades.

2) En otras ocasiones es el mismo Jesús quien invita a alguien a seguirlo, pero se ponen excusas, las cuales parecen perfectamente justificadas (“Déjame primero ir a enterrar a mi padre […] Déjame primero despedirme de mi familia”). Pero la reacción de Jesús es extrema (“Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios […] El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”). De hecho, con frecuencia alguna gente me pregunta por qué Jesús tiene estas respuestas tan faltas de sensibilidad para la familia y para acciones normales, fruto del amor filial (enterrar a un padre recién fallecido). Mi respuesta va en la línea de subrayar la exigencia de total radicalidad para quienes quieren seguir a Jesús y las miles de justificaciones “razonables” que todos tenemos para no hacer caso de la llamada de Jesús o para posponer la respuesta afirmativa a dicha llamada. Aquí resulta muy esclarecedora la poesía de Lope de Vega (sabéis que él se ordenó sacerdote de bastante mayor) sobre este tema: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?/ ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,/ que a mi puerta, cubierto de rocío,/ pasas las noches del invierno oscuras?/ ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,/ pues no te abrí!; ¡qué extraño desvarío,/ si de mi ingratitud el hielo frío/ secó las llagas de tus plantas puras!/ ¡Cuántas veces el ángel me decía:/ ‘Alma, asómate ahora a la venta,/ verás con cuánto amor llamar porfía’!/ ¡Y cuántas, hermosura soberana: ‘Mañana le abriremos’, respondía,/ para lo mismo responder mañana!”.

- El Evangelio de Jesús nos enseña que ser discípulo suyo es seguirlo, y que en eso consiste la vida cristiana. Jesús exigió fundamentalmente el seguimiento, y todo nuestro cristianismo se construye sobre nuestra respuesta a esta llamada (v. gr., Mt 8,18-22; 9,9; 10,38; 17, 24; 19,21.28; Mc 1,17-18; 3,13-14; Lc 14,25-27; Jn 1,43; 8,12;
10,1-ó.27; 21,15-22; etc.). Desde entonces, la esencia de la espiritualidad cristiana es el seguimiento de Cristo bajo la guía de la Iglesia. Seguir a Cristo implica la decisión de someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar de seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de «venderlo todo», en la expresión evangélica, con tal de adquirir esa perla y ese tesoro escondido que constituye el seguir a Jesús (Mt 13,44-46). Sólo Dios puede exigir un seguimiento así, y es que seguir a Jesús es seguir a Dios, el único absoluto.

Por lo tanto, el seguimiento es la raíz de todas las exigencias cristianas y el único criterio para valorar la espiritualidad de una determinada persona:

* El discípulo de Jesús ama. Ser cristiano es seguir a Cristo por amor. Es Jesús quien nos pregunta si lo amamos, si nosotros respondemos que sí, entonces Él nos invita a seguirlo: “Simón Pedro, ¿me amas?... Sí, Señor... Entonces sígueme...” (Jn 21). Eso es todo. Así de simple. Ignorantes, llenos de defectos, Jesús nos conducirá a la santidad, a condición que comencemos por amarlo y que tengamos el valor de ir en su seguimiento. El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas transmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento. Sólo ahí se verifica nuestra fidelidad.

* El discípulo de Jesús ora. No existe una «espiritualidad de la oración», sino del seguimiento. El seguimiento nos lleva a incorporarnos a la oración de aquel a quien seguimos.

* El discípulo de Jesús debe ser pobre. No existe una «espiritualidad de la pobreza», sino del seguimiento. Éste nos despojará, si somos fieles en seguir a un Dios empobrecido. Hace años un chico se acercó al obispado enviado por alguien, ya que este chico tenía inquietudes vocacionales y deseaba discernir su vocación. Llegó ante mí y me dijo que quería hacerme varias preguntas sobre el sacerdocio. La primera pregunta que me hizo fue… cuánto ganaba un cura. Con eso estaba dicho todo, y por el resto de preguntas vi que lo que deseaba este chico era tener un modo de vida o profesión como cualquier otra, y no seguir a Jesucristo. Por supuesto, después de contestar a todas sus preguntas, desapareció y no volví a saber más de él.

* El discípulo de Jesús sufre. No existe una «espiritualidad de la cruz», sino del seguimiento; seguimiento que en ciertos momentos nos exigirá la cruz.

* El discípulo de Jesús es comprometido. No existe una «espiritualidad del compromiso», pues todo compromiso o entrega al otro es un fruto de la fidelidad al camino que siguió Jesús.

viernes, 18 de junio de 2010

Domingo XII del Tiempo Ordinario (C)

20-6-2010 DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (C)

Zac. 12, 10-11; 13, 1; Slm. 62; Gal. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24

Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

* En el evangelio de hoy Jesús pregunta a los apóstoles qué dice la gente de Él. Después de un diálogo, Jesús llega al meollo de la cuestión y les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Asimismo, en el evangelio de hoy tenemos las respuestas a una y a otra pregunta.

Del mismo modo, quisiera hoy preguntaros qué dice la gente de Jesús. Unos dirán que fue un buen hombre, que fue un santo, que fue el fundador de una religión… Veamos algunas opiniones de gente no cristiana sobre Jesús: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús” (Ghandi). “Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo” (Machovec). “Yo no creo en su Resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante El y ante su historia no experimento más que respeto y veneración” (Albert Camus, escritor francés).

Pero vamos a dar un paso más y os pregunto qué decís de Jesús vosotros, los que estáis aquí, en la catedral o los que venís a Misa regularmente.

Y todavía voy a subir otro peldaño más: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se puede hacer, pues el momento no se presta a ello, pero sí que me gustaría que, quienes lo desearais, fuerais respondiendo a esta pregunta aquí mismo. Os pido que dediquemos unos minutos a lo largo de la semana o de la vida a pensar en esto: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se trata de dar una respuesta del catecismo, o una respuesta de teología, o una respuesta teórica. Me gustaría que diéramos una respuesta de experiencia. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué puesto ocupa Él en mi vida de cada día? Hace años estaba dando clase de religión en la escuela de Taramundi a críos de unos 12 años. Les pregunté que a quién querían más: si a un lápiz o a Jesús. Se morían de risa y me dijeron a una voz que a Jesús. Luego les pregunté si querían más a un balón, que estaba por allí y con el que jugaban en el recreo, o a Jesús. Se morían de risa y pensaban que el cura estaba aquel día muy gracioso; dijeron todos que a Jesús. Para continuar con el “chiste” les pregunté si querían más a una vaca, de las que tenían sus padres en el establo, o a Jesús. Aquí ya fueron apoteósicas la risa y las carcajadas. Todos dijeron que a Jesús. Para finalizar les pregunté si querían más a sus padres o a Jesús. Aquí se les cortó a todos la risa. El mayor de ellos, muy serio, me dijo: ‘Señor cura, yo quiero más a mis padres que a Jesús’. Los demás asentían a esto.

Repito, por tanto, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que mis aficiones, que mis posesiones, que mi tiempo de ocio, que mis amigos, que mi familia, que yo mismo? Recordad que la pregunta no os la hago yo. Es el mismo Jesús quien nos la hace a todos nosotros en el día de hoy a través del evangelio: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Ahora voy a presentaros un caso sucedido hace menos de tres meses. Es un ejemplo vivo de la relación entre una joven esposa y madre con Jesús. Leo directamente de Internet: “La decisión de una joven musulmana de convertirse al cristianismo saca a luz la precaria situación de los musulmanes en Pakistán que quieren dejar la religión musulmana. Sehar Muhammad Shafi, de 24 años, ha huido de Karachi, su ciudad natal, con su marido y dos hijas pequeñas, luego de haber sido atacada y violada por ‘cambiar de religión’. Shafi dijo que su familia vive con temor de ser descubierta. ‘Mi esposo está dispuesto a conseguir un trabajo de comercial’, dijo Shafi. ‘Sin embargo, no quiero que trabaje tan expuesto al público, ya que así sería fácilmente reconocido’. Si bien el volver al Islam, supuestamente, resolvería muchos de los problemas de Shafi, ella dijo que eso ya no es una opción. ‘No es chiste cambiar de religión’, dijo. ‘Nos hemos enamorado de Jesús; entonces, ¿cómo lo podríamos traicionar?’” A la luz de este caso y de otros muchos desconocidos para nosotros, os pregunto y me pregunto una vez más, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que yo mismo? En definitiva: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”

* Cualquier tipo de respuesta que demos a las preguntas arriba reseñadas no queda o no debe quedar en el plano teórico. En efecto, a Jesús no le basta que digamos que Él es el Hijo de Dios. Él nos interpela y nos propone las consecuencias de nuestra respuesta: “Y dirigiéndose a todos[1], dijo: ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’”. Y es que confesar a Jesús como el Hijo de Dios implica: 1) Seguirlo. 2) Negarnos a nosotros mismos y poner todas las cosas y todo lo nuestro detrás de Él. 3) Cargar con la cruz diaria sin protestas ni reproches contra Él y contra la sociedad. 4) Acompañar a Jesús en todo momento y todos los días de nuestra vida. Hace un tiempo me decía una persona adulta que ya había sido catequista unos años en una parroquia, que ya había colaborado bastante con Dios y con la Iglesia hace años, qué más podía hacer; no se le podía exigir más. 5) Perder la vida por Jesús. La pérdida de la vida no debe de ser simplemente de una forma sangrienta. Lo más corriente es un gastarse y desgastarse día a día por Él y con Él: en la familia, en el trabajo, en los amigos, en la ciudad, en el barrio, en la comunidad de vecinos, en el estudio, en la Iglesia

Para terminar, voy a contaros una experiencia de tipo personal: Jesús ha sido para mí, desde bastante joven, alguien muy cercano. Nunca nadie me ha amado tanto ni me ha exigido tanto como Él. Siempre he comprendido que la fe en Él no debía quedarse en algo teórico o espiritualizado. Él siempre me ha pedido que lleve mi fe a la vida ordinaria. Un ejemplo de esto lo tengo en el evangelio de este lunes. Desde que, hace muchos años, lo leí por primera vez y lo escuché, (pues anteriormente, cuando se leía en la Misa, lo oía, pero no lo escuchaba), siempre me ha zarandeado. Leo: Yo os digo: No resistáis al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica, déjale también el manto. A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos (Mt. 5, 39-41). Me cuesta mucho trabajo cumplir esto en mi vida y, una y otra vez, encuentro mil motivos y razones para que no se cumpla en mí.


[1] El sábado 12 bauticé a una nieta de Chony. Luego fuimos a comer juntos. Se suscitó un diálogo en un momento determinado y uno de los invitados decía que el evangelio exigía más a los sacerdotes que a los seglares. Sin embargo, vemos cómo en el evangelio de hoy Jesús se dirige a “todos” y no de una forma especial a los sacerdotes.

viernes, 11 de junio de 2010

Domingo XI del Tiempo Ordinario (C)

13-6-2010 DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (C)

2 Sam. 12, 7-10.13; Slm. 31; Gal. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el relato del evangelio de hoy se nos cuenta un episodio de María Magdalena. Ella era una prostituta. Para conocer un poco más lo que sucedió aquel día tenemos que tratar de acercarnos a la realidad social de las mujeres de aquella época y de las prostitutas en concreto.

Ante todo hemos de decir que sorprende ver a Jesús en los relatos evangélicos rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena; las hermanas de Lázaro: Marta y María; mujeres enfermas como la hemorroisa o paganas como la siro-fenicia; prostitutas despreciadas por todos o seguidoras fieles, como Salomé y otras muchas que le acompañaron hasta Jerusalén y no le abandonaron ni en el momento de su ejecución. De ningún profeta de Israel se dice algo parecido. ¿Qué encontraban estas mujeres en Jesús? ¿Qué las atraía tanto? ¿Cómo se atrevieron a acercarse a Él para escuchar su mensaje? ¿Por qué se aventuraron algunas a abandonar su hogar y subir con Él a Jerusalén, provocando seguramente el escándalo de algunos?

En tiempos de Jesús se vivía una sociedad patriarcal en que la mujer vivía en inferioridad y sometida a los varones. Para los judíos había sido Eva, una mujer, quien se había dejado engañar por la serpiente y quien había instigado a Adán a desobedecer a Dios y a pecar. Por ello, el pueblo judío tenía una visión negativa de la mujer, la cual era fuente siempre de peligrosa tentación y de pecado. A la mujer había que acercarse con mucha cautela y mantenerla siempre sometida. Por otra parte, la mujer siempre era propiedad de un varón: primero pertenecía al padre; al casarse pasaba a ser propiedad del marido; si quedaba viuda, pertenecía a los hijos o volvía a pertenecer al padre o a sus hermanos. Era impensable una mujer con autonomía. La mujer tenía sólo dos funciones sociales: tener hijos y servir fielmente al varón. Además, la mujer era considerada un ser vulnerable al que había que proteger, por eso se la retenía recluida en el hogar. Lo más seguro era encerrarlas en casa para tener mejor guardado su honor y el honor de la familia. Fuera del hogar, las mujeres no “existían”. No podían alejarse de la casa sin ir acompañadas por un varón y sin ocultar su rostro con un velo. No les estaba permitido hablar en público con ningún varón. No tenían los derechos de los que gozaban los varones. Incluso hubo un maestro judío que mandaba rezar a los varones así: “Bendito seas, Señor, porque no me has creado pagano ni me has hecho mujer ni ignorante”.

Veamos ahora lo que podría ser la condición de las prostitutas en tiempos de Jesús. Eran mujeres, como hoy día, usadas como pañuelos de papel: usar y tirar. En ellas los hombres descargaban todas sus frustraciones, todas sus apeten­cias, todos sus complejos. Eran mujeres sobre las que se podía hacer o decir todo, porque para eso eran pagadas (seguro que muchos de los que gritaron contra María Magdalena habían ido en alguna ocasión a yacer junto a ella). Eran mujeres que, al ir a coger el agua en la fuente del pueblo, eran despreciadas, escupidas, insultadas o maltratadas de obra por las otras mujeres a las que les robaban sus maridos; por eso, tendrían que ir a coger el agua cuando más apretaba el sol y la fuente estaba vacía para evitar improperios y bofetadas. Las prostitutas eran mujeres sin derechos. Eran mujeres en las que sólo se veía un trozo de carne y no una persona con sentimientos. Eran mujeres que tenían que matar a los hijos engendrados de sus relaciones, pues una mujer embara­zada no era apetitosa y, además, no podía atender a sus hijos. Eran mujeres que no podían volver a sus hogares familiares, porque no eran admitidas; habían deshonrado, no sólo a ellas mismas, sino y sobre todo a su familia. Este era el caso de María Magdalena.

El encuentro que nos narra el evangelio de hoy entre María Magdalena y Jesús no fue el primero entre ellos. Seguramente María Magdalena había oído hablar de Jesús. Le habrían dicho que era un profeta, que hablaba en nombre de Dios, que curaba, que daba de comer a la gente…, pero María Magdalena conocía bien a los hombres. Bajo el manto de la riqueza, o del poder, o de la religión… los hombres eran todos iguales. Antes o después todos iban a lo mismo. Seguramente, por curiosidad, se acercó a él y encontró en Jesús un hombre que la miró entera: por dentro y por fuera. No miró de modo lujurioso sus senos, sus piernas, sus glúteos, sus labios… Jesús le miró el corazón, el espíritu y un cuerpo bello, pero cansado de que la sobaran todos los hombres con los que se encontraba. Jesús habló a María Magdalena como a una persona, tan importante como otra cualquiera. En Jesús María Magdalena encon­tró compresión, perdón, cariño, acogida, aceptación. Y ella no permaneció indiferente. Por fin, había encontrado un hombre, un ser humano que la miraba a ella y no a su cuerpo, que hablaba con ella y de lo que a ella le interesaba y no con la intención de acostarse con ella. María Magdalena encon­tró a alguien que no la juzgaba ni la condenaba, sino que la quería y la aceptaba sin más, independientemente de lo que fuera o de cómo se ganara la vida o de lo que hubiera hecho anteriormente. Jesús le devolvió su dignidad, la misma con la que Dios le había creado. María Magdalena encon­tró a un hombre que la quiso y… el amor con amor se paga. Por eso, ella quiso y amó a este hombre del mismo modo que se sintió amada por él: de un modo puro y desinteresado.

Ahora ya podemos entender un poco más el relato del evangelio de hoy. Ahora conocemos un poco más de la vida de las mujeres en tiempos de Jesús, de la vida de las prostitutas en tiempos de Jesús y de la relación entre Jesús y María Magdalena. El evangelio nos dice que María Magdalena “colocándose detrás junto a sus pies llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”.

Sí, María Magdalena 1) se postró detrás de Jesús, pero no en la parte de su cabeza, sino de los pies, no de un modo servil, sino amoroso, y allí dio rienda suelta a su amor, al perdón y a la aceptación de Jesús hacia ella. 2) Sus lágrimas de arrepentimiento y de cariño bañaron los pies de Jesús para quitarle el barro del camino. 3) Sus bellos cabellos, esos que sólo se mostraban en el pueblo judío por parte de las esposas a los maridos o que le sirvieron a María Magdalena en tantas ocasiones para conquistar y atrapar a los hombres en su lazo, ahora ella los usaba para limpiar los pies de Jesús. 4) Sus besos no fueron entonces utilizados para dar placer a un hombre, sino como muestra del amor más rotundo y profundo a Jesús. Pero no le besa los labios, ni las mejillas, ni la cabeza, ni las manos…, sino los pies, porque para ella, lo más humillante (los pies), se convirtió en la expresión máxima de su amor. Él, que no rehusó tratar con una prostituta y amar a una prostituta, ésta, es decir, María Magdalena tampoco rehusó besar los pies de Jesús. 5) Los pies de Jesús ya estaban limpios, secos, ablandados por los besos de María Magdalena. Ahora sólo faltaba el perfume que cubriera aquellos pies que llevaban la buena noticia a tanta gente necesitada de Dios, de perdón, de comprensión y de amor.

Jesús se dejó hacer, porque comprendía el signifi­cado de todo aquello que hacía María Magdalena con él. No le importaba a Jesús lo que pudiera decir la gente que le rodeaba. A él sólo le importaba aquella mujer herida y necesitada de amor, y lo que dijera su Padre del Cielo.

Sería muy interesante profundizar en el personaje de Simón, el fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa y que juzgó a María Magdalena, pero hoy no nos da tiempo. Hacedlo vosotros. A ver qué os dice Dios de él. ¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria en la relación con Dios y con los demás: a Simón el fariseo o a María Magdalena?

viernes, 4 de junio de 2010

Domingo del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (C)

6-6-2010 CORPUS CHRISTI (C)

Gn. 14, 18-20; Slm. 109; 1 Co. 11, 23-26; Lc. 9, 11b-17



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

+ Como ya sabéis, celebramos hoy la festividad del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Estos dos domingos pasados os hablé de los dones y de los frutos del Espíritu Santo. Os dije que, para tenerlos, hay que suplicarlos y pedirlos a Dios, y una de las mejores maneras de pedir estos maravillosos regalos de Dios es la Adoración Eucarística, o sea, la oración y el diálogo frecuente con Jesús ante el sagrario. Ya el año pasado os hablé de la Adoración Eucarística. ¿Y qué es lo que sucede cuando uno se pone ante el sagrario? Pues que Dios nos da unas luces maravillosas y nos instruye, nos educa por dentro y nos hace ver las cosas con los ojos de Dios, al estilo de Dios… Es decir, vamos siendo cada vez más COMO DIOS.

Precisamente en estos días se celebraba en Toledo un Congreso Eucarístico Nacional y con ocasión del mismo nuestro Arzobispo, D. Jesús, nos decía a todos los católicos asturianos: “Si la presencia de Jesús en medio de nosotros es una certeza que ha llenado de consuelo y ha infundido fortaleza a tantas generaciones cristianas, es justo y necesario que esa compañía sea correspondida por un deseo nuestro de salir a su encuentro. Cuando tenemos una iglesia en la que está expuesto el Señor unas horas, o todo un día, incluso las veinticuatro horas del día, estamos viviendo esa preciosa relación con el Señor correspondiendo al deseo de su compañía: siempre habrá una luz que encender en Él, un llanto que enjugar a su lado, una debilidad que junto a Él sea perdonada y luego fortalecida, un motivo para dar gracias o mil razones para pedir gracia. Venid adoradores, vengamos al encuentro de quien no cesa de esperarnos. Está ahí el Señor”.

¿Cuántos de vosotros hacéis oración de un modo regular ante el sagrario, aunque sea una vez a la semana? Quienes tenéis este tipo de oración, habéis descubierto un gran tesoro. Esa es una de las perlas y tesoros escondidos de los que hablaba Jesús en su evangelio. A últimos de mayo me escribió una monja de clausura y en su escrito desvelaba algunas de las cosas que Jesús le “chivaba” al oído en esos tiempos “perdidos y aburridos” ante el sagrario. Esta monja descubrió lo siguiente:

- “Para poder amar, antes he sido amada. Mi vocación contemplativa no es ningún heroísmo, ni un logro de mi parte. No he sido más clarividente, ni más esforzada, ni mejor dotada, ni he hecho nada para merecerla…, mi vocación se debe a Dios, a su Amor”.

- “Si no amamos a quien tenemos a nuestro lado, a quienes caminan con nosotros, con quienes nos encontramos y relacionamos, no amamos nada. Si veo una hermana abatida, se conmueven mis entrañas. Sé que es Jesús quien la mira compasivamente en mi corazón, pues es Él quien nos da el aliento y quien sobrelleva, en su Amor, mi debilidad y la de mis hermanas”.

- “Hoy puedo amar, porque antes he sido amada. Puedo sostener, porque a mí me sostiene Cristo. Puedo tener manos y corazón para mis hermanos, porque Cristo me tiene en las Suyas y me da su Corazón. Solamente así se explica mi vocación contemplativa”.

- “Tú también puedes amar, porque Dios te ama y porque estás sostenido por la comunión de los santos. Aunque no lo veas, ni lo sientas, ni pienses en ello, sin duda Dios tiene tu vida, tu camino, tus luchas y sufrimientos en sus manos y en los de su Iglesia”.

+ En el evangelio de hoy se nos dice que los discípulos quisieron mandar fuera a la gente que seguía y escuchaba a Jesús, pero vemos a un Jesús que se preocupa de las necesidades espirituales de aquella gente (unos 5.000 hombres) y por eso les hablaba en nombre de Dios, pero también se preocupaba de las necesidades materiales de aquellos hombres. Por eso, Jesús dijo a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”. También hoy Jesús nos dice a nosotros, sus discípulos, mirando para toda la gente que pasa necesidades de todo tipo: “Dadles vosotros de comer”. De ahí que la Iglesia católica destine este día del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo a hablar sobre la caridad, sobre Caritas y toda la labor que está desarrollando y que tiene que seguir haciendo.

Recuerdo que siendo seminarista y estudiando la Biblia me encontré con algunos autores que quisieron explicar la presencia de los milagros en la Sagrada Escritura dando un origen racional y natural a los mismos y de esta forma “demostrar” que los milagros no existían y que habían sido inventados por quienes escribieron la Biblia. Por ejemplo, decían que la sangre en el Nilo (una de las plagas de Moisés) fue debido a que hubo tormentas en la cabecera del Nilo y allí las tierras eran rojizas; las aguas bajaban revueltas y los egipcios confundieron aquello con sangre. Otra explicación racional fue el milagro del paso del mar Rojo, y es que unas horas al año hay una sequía muy importante en este mar y se puede pasar a pie. Por coincidencia sucedió así en aquel momento en que los israelitas huían de los egipcios y aquellos lo achacaron a una intervención milagrosa de Dios. Ya por lo que se refiere al Nuevo testamento se decía que Jesús, cuando huyó a Egipto, estudió magia con los magos de allá y, al volver a Israel, aquí eran muy atrasadas las gentes e ignorantes, y sus trucos de magia fueron tomados por milagros. Y por lo que respecta al milagro de hoy se da la siguiente explicación racional por parte de aquellos “especialistas” de la Biblia, y es que no hubo tal milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, sino que Jesús obligó a los apóstoles a sacar la comida que llevaban para ellos y que no querían compartir con nadie e hizo que se la empezaran a dar a los demás. Todos los que estaban por allí, al ver este gesto de generosidad, también sacaron la comida que llevaban escondida y la compartieron con toda la gente. Todo el mundo quedó harto y, además, sobró comida. Por eso, el milagro –dicen- no consintió en multiplicar panes y peces, sino en mover el corazón egoísta para que todos compartieran generosamente lo que llevaban para sí.

Estas explicaciones me sorprendieron cuando las escuché, pero especialistas más serios las rechazaron, pues tales justificaciones “racionales” no explicaban todos los hechos milagrosos de la Biblia y hacían decir a ésta lo que en realidad no decía. Sin embargo, sí que me voy a quedar con la última explicación: en este día Cristo quiere mover nuestros corazones para que saquemos la comida y los bienes que llevamos escondidos bajo nuestros mantos y abrigos, y que son para nosotros y para los nuestros, y los compartamos generosamente con todos los hombres, sobre todo en este tiempo de carencia y de crisis por la que estamos atravesando. Y así cumpliremos lo que el apóstol San Juan nos dice en una de sus cartas: “Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn. 3, 17-18).