jueves, 30 de septiembre de 2010

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)

3-10-2010 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)

Hab. 1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10

ORACION (y IV)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Aunque habría aún muchas más cosas que explicar sobre la oración, sin embargo, con la homilía de hoy voy a cerrar el ciclo relativo a este tema.

Ya estamos haciendo oración. Porque al principio la hacemos para después empezar a percibir que recibimos la oración. Y ahora, ¿qué pasa? No tenemos que ser ilusos. Como os decía hace tiempo, al empezar a orar lo más normal es que no percibamos nada: Sta. Teresa de Jesús estuvo en torno a 20 años aburriéndose en la oración y contando baldosas y verjas, mientras estaba “oficialmente” en oración; tenía que ayudarse de un libro para concentrarse, para no aburrirse, para no marchar de allí inmediatamente. Yo estuve durante 3 años haciendo más o menos 5 minutos diarios (y no todos los días) sin percibir nada. Estos 3 años los pasé con lectura, con sacrificios, con insistencia y luchando por no pecar y por hacer el bien. Sólo recuerdo el caso de una mujer italiana que no tenía oración de meditación, vino a hablar conmigo y le dije cómo tenía que hacerlo y le “funcionó” en ese mismo momento (es decir, sintió al Señor instantáneamente). Si sorprendida se quedó ella, más sorprendido estaba yo, pues esto no es lo habitual. En efecto, en la oración encontramos aburrimiento, inapetencia, dudas, ganas de dejarlo, sensación de estar perdiendo el tiempo, tentaciones; nos sentimos mal, porque somos capaces de dedicar 1 hora ó 2 horas a la tele y no somos capaces de dedicar 2 minutos a Dios. En estos primeros momentos de inicio del camino de una oración meditada nos suceden algunas de las cosas que S. Ignacio de Loyola describía al hablar de la desolación en sus famosos apuntes sobre los ejercicios espirituales. Decía él que la desolación era “como oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador”. La desolación se presenta siempre en la vida de un cristiano, en oración y fuera de ella, y ¡ay del que no pasa por ella! La desolación fue experimentada por Cristo y por todos los santos y los cristianos de todos los tiempos. Es necesaria esta desolación a fin de que seamos purificados. Dios, en su maravillosa pedagogía, nos va llevando a Él y con Él a través de oscuridades y luces, de soledades y compañías, de tentaciones permitidas y de presencias que nos rescatan de esas sensaciones, de pecados y de perdón… La purificación de Dios nos quita los pecados, las imperfecciones, las seguridades en las cosas que no son Dios. La purificación nos vacía de nosotros mismos para que ese vacío sea llenado únicamente por Él. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Pero en la oración también percibimos paz, alegría, aumento de fe; en definitiva, la consolación. Decía S. Ignacio de Loyola en sus apuntes sobre los ejercicios espiritualeshaciendo oracinta para la oraci pr padre, y vete a la tierra que yo te indicar: “Llamo consolación espiritual cuando en el alma se produce alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador; y asimismo, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando derrama lágrimas que mueven a amor de su Señor, sea por el dolor de sus pecados o por la pasión de Cristo, o por otras cosas directamente ordenadas a su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud del alma, aquietándola y pacificándola en su Creador.” Estar consolados es percibir claramente en nuestro espíritu cómo se cumple en nosotros las palabras del profeta Oseas: “Esto dice el Señor: Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón […] Me casaré contigo en matrimonio perpetuo […], y te penetrarás del Señor” (Os. 2, 16.21.22b).

Llegados a este punto, creo que ya nos hemos dado cuenta todos que para caminar en la oración, para entender el estado en que uno se encuentra y lo que ha de hacer en cada caso, es totalmente necesario conseguir un maestro de oración, alguien que nos oriente, nos anime y al que podamos ir a contar cada mes, más o menos, cómo nos va, es decir, para hacer un discernimiento de lo que nos pasa en la oración y en la vida de fe y por qué nos pasa. Para más encarecer la necesidad de un maestro de oración utilizaré las mismas palabras de S. Juan de la Cruz: “- El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los caminantes se la cogerán y no llega­rá a madurar. - El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encen­dido que está solo; antes se irá enfriando que encen­diendo. - El que a solas cae, a solas está caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía.”

viernes, 24 de septiembre de 2010

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C)

26-9-2010 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (C)

Am. 6, 1a.4-7; Slm. 145; 1 Tim. 6, 11-16; Lc. 16, 19-31

ORACION (III)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Hoy quiero detenerme en una serie de cosas muy prácticas que también se han de tener en cuenta para la oración. Vamos allá:

* Lugar. No vale cualquier sitio. Se ha de buscar un lugar sin ruido, con luz tenue, que invite al recogimiento. Podemos tener ante nosotros alguna imagen que no nos distraiga y a la vez nos ayude en la oración. El mejor lugar es delante de un sagrario, pero, si esto no es posible, entonces buscaremos una habitación o sala tranquila. Si es posible, siempre en el mismo lugar para que las cosas nuevas no nos distraigan. Y si la hacemos en una iglesia, siempre ocupando el mismo lugar para habituar nuestra vista a ver las mismas cosas y que se fije sólo en Dios.

Tiempo. Es conveniente hacer la oración siempre a la misma hora, pues de otro modo lo más normal es que, un día por otro, nos vaya quedando. A algunos les viene mejor por la noche y a otros por la mañana para concentrarse mejor. Si es posible, no hacer la oración cuando inmediatamente después vamos a hacer otra cosa o a salir de casa, pues nos distraerá de lo que hemos de realizar a continuación. Además, mejor es proponerse hacer 5’, que proponerse hacer media hora y hacer 15’. Empezar por poco.

Postura. Ni tan cómoda que nos durmamos, ni tan incómoda que no nos deje concentrarnos. Preferentemente sentados en una silla (no en la cama, ni en sillón) con la espalda recta y pegados al respaldo. Se pueden poner las manos sobre las rodillas, en actitud de súplica o de intercesión. También puede ser de rodillas o de pie.

* Entre las muchas divisiones que puede hacerse de la oración, podemos decir que hay tres tipos de oración: de petición, de agradecimiento y de alabanza. En las dos primeras entra el “yo”, “para mí”, “conmigo”. Petición: “YO te pido que cures a MI abuela; que YO apruebe las oposiciones; que YO entienda la fe, que YO”. Agradecimiento: “YO te doy gracias porque ME diste esto o lo otro, o porque diste a MI familia esto o lo otro”. Sin embargo, en la oración de alabanza sólo entra el Señor y nada más que Él. Fijaros en la oración del Santo de la Misa, en el que no entra para nada ni el YO, ni el MI, ni el MIO: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.” Sólo está Dios, sólo importa Él. La oración de alabanza es el culmen y la cima de la oración. Por tanto, os insto a practicarla, pero sobre todo os exhorto a que la pidáis al Señor para que os la regale.

* Y ahora, para terminar esta homilía, voy a daros unas normas prácticas para hacer-recibir una oración cristiana.

1) Hacemos una invocación al Espíritu Santo, porque es Él quien ora, no noso­tros. A veces esta invocación dura unos minutos, y otras toda la oración. Nos ponemos ante Dios Padre, ante Dios Hijo, ante Dios Espíritu Santo o ante la Virgen María, con los que dialogamos (o ellos con nosotros). Aprovechamos este tiempo para silenciar nuestro ser de los ruidos que traemos de fuera.

2) Se ora sobre una oración escrita, sobre un salmo, sobre los evangelios, sobre un acontecimiento de mi vida, sobre unas palabras, etc. Por ejemplo, podemos orar sobre la oración en Getsemaní. Leemos el texto, lo recreamos de nuevo en nuestra mente despacio como si nosotros estuviéramos allí con Jesús. Sentimos su soledad de los apóstoles y de Dios, su miedo, su oscuridad, su incertidumbre, su fracaso. Luego recordamos situaciones parecidas nuestras de gran sufrimiento y de soledad, y podemos repetir las palabras de Cristo: “Padre, que me pase de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.

3) Al terminar, se da gracias a Dios por todo lo que hemos recibido, aunque no seamos conscientes de haber recibido nada. Eso son cosas que no se ven, y muchas veces no se perciben. Otras se ven fuera del tiempo de la oración, otras las ven en nosotros quienes están a nuestro lado, y otras reciben los frutos de nuestra oración otras personas más necesitadas que nosotros mismos.

4) Al terminar la oración siempre es conveniente hacer un propósito para que dicha oración no sea improductiva. Es bueno que el propósito tenga que ver con el tema de la oración o las luces recibidas en la misma.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (C)

19-9-2010 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (C)

Am. 8, 4-7; Slm. 112; 1 Tim. 2, 1-8; Lc. 16, 1-13

ORACION (II)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

ACTITUDES: Continúo con la homilía del domingo pasado en que analizaba las premisas y las actitudes necesarias para la oración cristiana y de fe.

5) La quinta actitud que reseño es la de no buscar seguridades, pero sí la Seguridad en Él. Para explicar este apartado y que se pueda comprender mejor utilizaré un ejemplo: el de los españoles y los portugueses a la hora de lanzarse a la aventura de llegar a las Indias Orientales (como todo ejemplo, habrá de tomarse de modo analógico y no totalmente identificado en cada aspecto). Los portugueses aparejaron barcos en Lisboa u otras ciudades de su país y bordeando el continente africano pasaron al Océano Indico y bordeando costas de Asia llegaron a las Indias Orientales. Con esta táctica tenían, en su viaje de ida, la costa a mano izquierda y el mar-océano a mano derecha. Si les faltaba agua, se acercaban a la cercana costa y llenaban los barriles de agua. Si les faltaba comida, se acercaban a la cercana costa y conseguían alimentos variados: carne, verduras, frutas… Si venía una galerna o la navegación se convertía en algo muy arriesgado, se acercaban a la cercana costa a guarecerse hasta que pasaba el peligro. Si algún día querían volverse a su lugar de origen, era todo muy fácil: daban un giro de 180 grados y en ese momento tenían la costa a mano derecha y el mar a mano izquierdo y, sin ningún tipo de pérdida, llegarían a Portugal de nuevo. Aquí casi todo estaba asegurado. Sin embargo, los españoles hicieron de otro modo. Aparejaron barcos y se lanzaron por el Océano Atlántico. En aquellos momentos se pensaba que la Tierra era plana por lo que la gente pensaba que, llegados a un punto, no había nada más y los barcos caerían al vacío. Al poco tiempo de iniciar los españoles la navegación no se veía más que la mar por todas partes, salvo por arriba que tenían el cielo. Tuvieron que aguantar con la comida, que se iba agotando y se pudría; tuvieron que aguantar con el agua, que se iba agotando y se deterioraba; tuvieron que aguantar galernas y tormentas sin tener donde guarecerse. Además, de los peligros e incomodidades físicas, tuvieron que soportar la incertidumbre, el miedo, el terror, el no saber cuándo llegarían, a dónde llegarían, ni si sabrían retornar a España…

Pues bien, la vida de oración de los seres humanos la podemos hacer como los portugueses, es decir, buscando seguridades. Quiero saber a dónde voy, por dónde voy, qué me pasa, por qué me pasa, y no estoy dispuesto a correr riesgos. Quiero sentir siempre al Señor conmigo. Si me falta, quiero saber por cuánto tiempo y por qué motivo. Si me falta el Señor, quiero tener otras cosas a las qué agarrarme, como rosarios, Misas, limosnas, buenas obras…, que me aseguran que estoy en el buen camino. Ejemplo típico de esto es la oración del publicano: “Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo” (Lc. 18, 12). De ahí la seguridad de este publicano, que oraba ERGUIDO ante Dios, que basaba su confianza y seguridad en lo bueno que era y que hacía: “No soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como es publicano” (Lc. 18, 11). De este modo y manera, la oración la hacemos nosotros, no la hace Él en nosotros; además, no dejamos que Él se manifieste en nosotros, que Él nos salve. Yo no estoy dispuesto a peligrar por Él, a no saber por Él, a perderme por Él…

La oración, al modo de los españoles, consiste en abandonarse a Dios, en despreciar cualquier seguridad que no sea Él. Sé de dónde parto, pero no sé a dónde voy, ni cómo voy, ni por dónde voy. No sé qué será de mí mañana o pasado. No sé si moriré en el intento. Sólo sé que me fío de Él o que quiero fiarme de Él[1]. Pero este fiarse de Dios no es una cosa del principio y lo demás es dejarse llevar. NO. Este fiarse de Dios ha de ser al principio, al final y también por el medio. No me he de preocupar tanto si avanzo o no en la oración y en la fe, si siento o no siento, si estoy consolado o desolado, si me aburro o no, si tengo éxtasis y arrobamientos al estilo de Sta. Teresa de Jesús o si estoy más frío que un carámbano de hielo, si soy bueno o malo, si me quieren Dios y los demás o no…rpincipio y lo demDios, en despreciar cualquier seguridad que no sea El. o que era y que hac Porque, en definitiva, eso es mirarme a mí mismo, y la oración es para mirarle a Él, o por mejor decir, para que Él me mire a mí. No me ha de importar si se me acaba el “agua”, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si se me acaba la “comida”, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si estoy en medio de las tormentas o galernas, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si se acaba el Océano y caeré por el precipicio abajo, porque estoy con Él y Él está conmigo. Lo que quiero decir es que, en la vida de oración y en la vida de fe, IMPORTA ÉL Y NO YO, e, importándome sólo Él, me doy cuenta de que a Él sólo le importo yo.



[1] Fijaros en cómo Abraham se fió de Dios y abandonó su hogar, su país, sus amigos y sus parientes por una promesa de Dios. Y lo hizo, no a los 20 años, sino a los 75 años: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra. Partió Abrán, como le había dicho el Señor. Tenía Abrán setenta y cinco años” (Gen. 12, 1-4).

viernes, 10 de septiembre de 2010

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (C)

12-9-2010 DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (C)

Ex. 32, 7-11.13-14; Slm. 50; 1 Tim. 1, 12-17; Lc. 15, 1-32

ORACION (I)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Ya en otras ocasiones os he hablado de la oración, pero veo conveniente repetir lo dicho entonces. Lo que diré a continuación no está cogido de los libros, salvo de la Biblia, sino de mi propia experiencia y de la experiencia de otras personas. Cada uno debe descubrir su propio camino de oración (el que Dios nos ha marcado para cada uno), aunque el camino de los otros nos puede servir de orientación. Además, toda vida cristiana y religiosa, o está fundada en la oración o no es vida cristiana ni religiosa. Y es que la oración es el medio ordinario de comunicación con Dios. Nadie puede ser cristiano sin una oración diaria, tranquila, seria, reposada, de escucha... Una vida cristiana sin oración se convierte en una ideología o en unos ritos vacíos o en la más espantosa de las mediocridades.

El evangelio nos presenta a Jesús continuamente orando, de noche y de día. Antes de hacer algo importante Jesús oraba: * oró 40 días antes de iniciar la vida pública, * oró en el Bautismo (Lc. 3, 21), * oró antes de elegir a los doce apóstoles (Lc. 6, 12), * oró antes de enseñar el padrenuestro (Lc. 11, 1), * oraba después de un día agotador de trabajo apostólico, * oraba antes de iniciar un día agotador de trabajo apostólico, * oró en la transfiguración (Lc. 9, 29), * oró en Getsemaní antes de su pasión, etc.

Cristo dice que Él es el camino, la verdad y la vida, que nadie va al Padre si no es por Él. Pues bien, para llegar a Dios Padre tenemos que hacerlo a través de Cristo, pero para llegar a Cristo hemos de hacerlo a través de la oración (junto con otras cosas: Biblia, sacramentos, amor a los prójimos y a los enemigos, etc.). La oración nunca puede faltar. Esto lo sabían los santos y en todos ellos encontramos la oración. Por ejemplo, en los conventos de carmelitas de Sta. Teresa de Jesús hay una frase que dice: “En esta casa hablamos con Dios o de Dios”.

Antes de empezar a deciros cosas prácticas sobre la oración hemos de conocer algunas premisas muy importantes y hemos de procurar en nosotros mismos unas actitudes, sin las cuales no podrá haber auténtico contacto con el Señor a través de la oración.

PREMISAS:

1) Se ha de distinguir entre rezar y orar: *Rezar consiste en la recitación de plegarias compuestas por otros como el Ave María, el Padre Nuestro, el Rosario, el Credo… En estos casos –en que rezamos- hemos de procurar que nuestra mente marche al unísono con lo que dicen nuestros labios, y que nuestro corazón marche al unísono con lo que dicen nuestros labios y lo que piensa nuestra mente. Es lo que se conoce por rezar con atención y con devoción. * Por otra parte, orar puede entenderse como el diálogo que tenemos con Dios a través nuestras propias palabras en que comentamos nuestras cosas a Dios, o le pedimos, o le damos gracias, o le alabamos, o meditamos sobre algo que hemos leído o sobre algo que nos ha pasado, pero sobre todo hemos de tener en cuenta que… (pasamos al segundo punto)

2) La oración no es algo que se hace, sino que se recibe… de Dios. Ir a la oración es ponerse a mendigar, a pedir (“El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables” [Rm 8, 26]). Yo no oro, es Él quien ora en mí. La oración auténtica y plena es la que Dios mismo nos da. Él ya sabe todo lo nuestro; no tendríamos que decirle nada, no tendríamos que pedirle nada. Nosotros no sabemos, Él sí sabe, por eso tenemos que escucharlo. La oración es sobre todo escucharle a Él, es recibir de Él. Lo dicho en el punto primero es preparatorio para este segundo punto: rezamos, meditamos, pedimos y damos gracias para preparar nuestro espíritu, para sosegar nuestro ser: nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu para recibirlo a Él. Por eso, caminamos en la verdadera oración cuanto más callamos, cuanta más capacidad de silencio y de recogimiento tenemos. callamos, cuanto m la verdadera oraci cuerpo, nuestra mente y nuestro espos gracias para preparar nuestro espamos o

3) Hemos de orar en todo momento, o por mejor decir, hemos de recibir y estar abiertos a la oración (a Dios) en todo momento, incluso cuando dormimos. Al principio la haremos unos determinados minutos, pero, cuanto más inserta está la oración en nuestra vida, más nos daremos cuenta que brota de nosotros y en nosotros en cualquier momento.

ACTITUDES:

1) Una de las actitudes que debe tener el orante es la constancia. Importa ponerse en oración todos, todos los días, aunque sea simplemente unos minutos, aunque sean dos minutos. Con la constancia lograremos habituar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu a un orden, y lo someteremos a nuestra voluntad para no ser esclavo de nuestros impulsos de pereza, de desidia… de los pecados capitales. Posteriormente someteremos nuestro entero ser a Dios.

2) Otra actitud necesaria es la confianza. Vemos que ésta es muy importante en la oración de Jesús: su certeza total y absoluta de ser escuchado (Mt. 7, 7-11)[1]. Esta certeza es fuente, origen y condición de la oración. Aquel que no confía en ser escuchado no ora. Jesús confiaba totalmente en esta escucha de su Padre y por ello oraba.

3) La esperanza es condición para orar, es actitud necesaria para orar, pero también es fruto de la misma oración. Los judíos llaman a Dios Adonai: Señor, Elohim: el Otro, Yahvé: Yo soy el que soy, el que existo. Los judíos tenían y tienen miedo a Dios. No pueden ver su rostro, porque si no se mueren (película de Indiana Jones y el Arca perdida en una escena al final en que mueren todos los que no cierran los ojos al abrir el Arca de la Alianza). Pero Jesús nos enseña que Dios es papá, papaíto, papi querido. Jesús se sentía profundamente Hijo de Dios y con confianza oraba, se comunicaba con El. En el tiempo que vivió en Nazaret oculto, muchas veces se apartaba a los montes cercanos a orar en soledad y allí fue descubriendo que Dios no es el terrible, sino el papá, su papá. Por eso, para nosotros, los cristianos, Dios es Padre, papaíto. Esto no es una idea, esto hay que sentirlo en la propia carne. Hay que sentirse querido por Dios. Hasta que uno no perci­be esto no puede orar ni ser auténtica y profundamente cristiano. Por todo ello, el cristiano que sabe que Dios es Padre vive en la esperanza radical de la bondad de este mundo, de un mundo nuevo (Reino de los cielos) que vendrá, de que el amor divino lo transforma todo y es todopoderoso.

4) La humildad es la última actitud en la que hoy voy a fijarme. No puedo ir ante Dios de igual a igual. Él es Dios, yo soy criatura caduca; Él es rico en bondades, yo soy pobre y miserable; Él es santo, yo soy pecador; Él es Padre, yo soy hijo; Él ama, yo soy amado y enseñado a amar.



[1] “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren. ¿Acaso si alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra?; o si le pide un pez, ¿le da una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!”

martes, 7 de septiembre de 2010

Santina de Covadonga (Natividad de la Virgen María)

8-9-2010 SANTINA DE COVADONGA (C)

Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En toda la Iglesia universal se celebra hoy el día de la Natividad o Nacimiento de la Virgen María; en Asturias celebramos hoy a nuestra Patrona: la Santina de Covadonga.

Quisiera deciros algunas palabras en esta homilía que nos ayuden a profundizar en nuestra fe y en nuestro amor a la Virgen María y quisiera hacerlo de mano de una de las Misas dedicadas a María en su ritual propio. Concretamente quisiera meditar sobre la que se titula: La Virgen María, amparo de nuestra fe.

- Ante todo se ha de tener en cuenta que la fe es un regalo de Dios. Dios da la fe a todos los hombres, ya que la fe es medio de comunicación entre Dios y los hombres. Pero la fe no es simplemente una cosa o algo inamovible. Al contrario, la fe puede y debe ser cultivada para que crezca, se profundice, se haga viva y sea operativa en nosotros. Pues una fe que no se cuida, se va perdiendo poco a poco. Pongo varios ejemplos de esto: + En esta semana me comentaban que una señora decía que daba igual ir a Misa el lunes que el domingo. ¿Qué más le daba a Dios que se fuera un día u otro? Y así lo hacía esta buena señora. ¿Sabéis cómo acabo la historia? Pues en la actualidad esta señora no va a Misa ni el domingo, ni el lunes, ni el martes, ni ningún día de la semana. Una fe que no se cuida, se va perdiendo poco a poco. + El domingo, según salí de la catedral, me fui al obispado para “subir” a Internet el video y el audio de la homilía que acababa de predicar. En la calle, al lado de la ventana del despacho donde estaba, pasaron dos señoras y una comentaba a la otra que para estar con Dios no hacía falta ir a Misa ni entrar en una iglesia. Una fe que no se cuida, se va perdiendo poco a poco. + Cuando me llama el párroco de La Corte (Oviedo) para dar una charla a los novios que van a casarse, les digo a estos que quizás ellos nos llamen hipócritas y fariseos a los curas y a los católicos que venimos regularmente a la Iglesia, y yo les indico que también ellos son unos fariseos, hipócritas e incoherentes, pues criticando a la Iglesia por las riquezas del Vaticano, desean casarse en los mejores templos y en los más bonitos de Oviedo, y no en los bajos comerciales, que sirven de templos para algunas parroquias. También les pregunto que cuánto tiempo hace que no se confiesan, que no oran, que no vienen a Misa, que no leen la Biblia, y a continuación les contesto yo mismo y les digo que seguramente hace años. No les conozco, pero no me equivoco en lo que digo (por sus caras veo que tengo razón). Una fe que no se cuida, se va perdiendo poco a poco. Y les digo que, si “pasan” en la práctica de la fe y no van a volver hasta el bautizo de su hijo primogénito, ¿por qué piden a la Iglesia el sacramento del matrimonio y de la Eucaristía? Con esto denuncio su incoherencia. Y luego les digo que no les echo a patadas de la Iglesia, a pesar de su incoherencia, porque el mismo Jesús no me echa a mí de la Iglesia por mi incoherencia, que Dios tiene paciencia con ellos como la tiene conmigo.

- Voy a contaros ahora algo sobre la historia de la advocación de Nuestra Señora de Covadonga: En los inicios del siglo VIII los musulmanes pasaron sus ejércitos a la península Ibérica y fácilmente conquistaron toda su extensión. Incluso llegaron a establecerse en Gijón, una de las poblaciones más al norte de la península. Varios de los moradores de España huían de los ismaelitas y se refugiaron entre las montañas de Asturias. Un grupo de ellos estaba comandado por Pelayo, el cual se situó en la parte oriental de Asturias huyendo de un ejército de musulmanes al mando de Alkamán. Pelayo subió con sus compañeros hasta una cueva en la que nacía el río Deva. La cueva se llamaba “Cova Dominica”, o sea, Cueva de la Señora y más adelante “Covadonga”. Desde aquí Pelayo venció a los hombres de Alkamán y ello fue atribuido a la ayuda de Dios, a la ayuda de la Virgen María. Empezaba la reconquista de España. María salvaguardó la fe cristiana de aquellos hombres… y la nuestra.

Recuerdo también haber leído hace tiempo que a principios del siglo XX hubo una persecución muy fuerte por parte del gobierno de México contra los católicos: se expulsó a sacerdotes, se cerraron iglesias y conventos, se colocaron banderas comunistas en las torres de diversas catedrales de México, se impidió el culto divino fuera de los templos, se quiso obligar a los sacerdotes a casarse, se disolvieron a la fuerza las órdenes religiosas. Hubo muchos fieles católicos que murieron mártires de su fe en aquellos años. Igualmente en aquellos años se quiso cerrar el santuario de la Virgen de Guadalupe, pero una masa de fieles se puso delante del santuario e impidió a los soldados enviados por el gobierno el cierre. La Virgen de Guadalupe ayudó siempre a los fieles y estos ayudaron a la Virgen en aquella ocasión. De igual modo me tienen comentado gentes de allá que, cuando llegan gentes de sectas protestantes estadounidenses a México para arrancar la fe católica de aquellas gentes y les dicen que tienen que renunciar al Papa, a los obispos, a las imágenes de los santos y la Virgen María, concretamente a la de Guadalupe; al llegar a la Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, ya los fieles les paran los pies y les dicen: podemos renunciar a todo, pero no a nuestra Virgen de Guadalupe. Ésta ha amparado su fe.

- Bien. Ante esta situación, es decir, ante la realidad de una fe entregada por Dios a cada uno de nosotros y que en tantas ocasiones no la alimentamos y se debilita, e incluso llega a desparecer, es cuando aparece una figura maravillosa que es protección y amparo de la fe regalada por Dios: se trata de la Virgen María. Sí, la devoción, el amor y el trato asiduo por nuestra parte con la Virgen María es un medio maravilloso para tantas gentes: en México, en África, en Asturias, en España, en Latinoamérica, en Europa, en todo el mundo… para preservar y ahondar en nuestra fe. Ya os he contado y os lo recuerdo cómo en la peregrinación que hice este año a Lourdes con otras 219 personas de toda la Archidiócesis de Oviedo fui testigo de cómo la Virgen María hizo avivarse y crecer la fe de un chico que la tenía casi muerta: le vi llorar sobre los hombros de su novia al salir de las piscinas, a donde había ido a sumergir a los enfermos e impedidos. Supe cómo la Virgen María hizo avivarse y crecer una fe casi desparecida en otro chico, que ahora “desperdicia” unos días de sus vacaciones en Lourdes para ayudar a otras personas, que no podrían por sí solas valerse durante la estancia en Lourdes.

Os lo suplico: arrimaos y acercaos a la Virgen María con entera confianza; tratad frecuentemente con ella y ella será amparo de la fe, de esa fe que su Hijo Jesucristo y nuestro Padre Dios nos ha regalado al nacer.

¡Santina de Covadonga, sé tú el amparo de nuestra fe por los siglos de los siglos!

AMEN

viernes, 3 de septiembre de 2010

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

5-9-2010 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

Sb. 9, 13-19; Slm. 89; Flm. 9b-10.12-17; Lc. 14, 25-33



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- El evangelio que acabamos de escuchar nos parecerá exigente y duro; tan duro que, incluso algunos de nosotros, podemos decir que es una metáfora. Sin embargo, las palabras de Jesús están bien claras. Dios no quiere sólo nuestra asistencia a Misa, ni nuestros rezos, ni nuestras limosnas, ni que simplemente nos confesemos católicos. Eso es demasiado poco. Dios nos quiere a nosotros, por entero.

Jesucristo en el evangelio de hoy nos expone una serie de condiciones para seguirlo, para ser discípulo suyo. Veámoslas:

* “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

* “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

* “El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

Es verdad, muchos de nosotros anteponemos muchas cosas y muchas personas a Dios: + Por ejemplo, cuando nos hacen daño de palabra, de obra o de omisión y no somos capaces de perdonar por amor a Dios; entonces es que anteponemos otras cosas a Dios y a su evangelio. + Por ejemplo, cuando un joven dice que no tiene tiempo de ir a Misa el domingo porque tiene exámenes, pero sí que saca tiempo para irse a distraer algo o para ir al cine o para ir a tomar algo o para ir a la playa. + Por ejemplo, cuando en Taramundi había gente que no tenía tiempo de ir a la Misa de los domingos, pero el lunes moría algún vecino y entonces sí que esa gente sacaba tiempo para ir el miércoles al funeral. Es decir, saco tiempo para ver una película, o un partido de fútbol, o una carrera de coches, o una telenovela, o para Internet…, pero Dios queda en el último lugar. + Por ejemplo, hace poco me contaba una persona cómo su hijo estuvo reñido con Dios durante un año completo, porque su marido había estado enfermo de cáncer. El hijo había suplicado insistentemente a Dios que lo curase y, como no lo había hecho y el padre había fallecido, este hijo se había enfado con Dios y no le había dirigido la palabra ni había acudido a los cultos ni al templo en un año. + Por ejemplo, cuánto trabajo nos cuesta desprendernos de objetos materiales que vamos acumulando mes tras mes. Estamos muy pegados a ellos. Digo esto porque con frecuencia, al terminar la confesión, pongo a algunas personas el desprenderse de 2 ó 3 objetos personales y ¡qué trabajo les cuesta hacerlo!

Pero también he visto lo contrario: + Por ejemplo, cuando decimos que es primero la obligación que la devoción es, con frecuencia, para dejar a Dios en segundo lugar. Hacia 1995 fui un verano a ayudar en una parroquia alemana (en Wadersloh [diócesis de Münster]). Allí conocí a Frau Adrian, una madre con 7 hijos, la cualre Münster]) o a ayudar en una parroquia alemana (Wadersloh u mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, sacaba tiempo, además de para hacer su trabajo en casa y fuera de casa, para ir a Misa cada día. Me decía ella que era de donde sacaba fuerza para llevar adelante a su familia. El hijo mayor tenía unos 20 años y el pequeño unos 2 años, y todo el mundo colaboraba en aquella casa, pero era Frau Adrian quien sostenía toda la familia y a quien acudían todos con los problemas más distintos. + Por ejemplo, cuando un padre separado y con dos niñas pequeñas me contaba que, estando sus hijas con los abuelos maternos y estando él preocupado de la educación religiosa de sus hijas, de que amaran a Dios, les pidió a sus hijas que requiriesen a los abuelos que las llevaran un domingo a Misa. Las dos niñas, de unos 10 y 9 años, así lo hicieron. Al saber esto el padre, muy emocionado les dijo que Dios había engordando tanto en el cielo de satisfacción, que varios ángeles tuvieron que salirse del cielo, pues no cabían. La más pequeña contestó sorprendida a su padre: “¿De verdad, papi?” Y es que amar a Dios más que a los hijos, no es “mandar a estos a la porra”, sino que este hombre lo ha hecho de tal manera que, para ella y para sus hijas, Dios es lo más importante. Y esto entra perfectamente dentro del mensaje de Jesús en el evangelio de hoy.

Esto es el evangelio de Jesucristo: anteponer a la llamada de la sangre (hermanos, padres, mujer, hijos) la llamada de Dios; anteponer a Dios sobre la propia vida; anteponer a Dios sobre mis bienes, mi razón o mis razones; coger nuestra cruz de cada día (dolores, incomprensiones, ataques personales e injustificados por parte de otros, etc.) y apretándola y sujetándola fuertemente seguir los pasos de Jesús. Cuando yo soy capaz de hacer esto, es cuando puedo llamarme y ser discípulo de Jesús.

* Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo ser llamado por los demás, por Dios “discípulo de Jesús”? Ante esta explicación y haciendo un examen de mi vida, ¿puedo considerarme “discípulo de Jesús”?

* Oigamos una vez más las palabras de Jesús en el evangelio de hoy:

“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

¿Puede realmente alguien ser de verdad discípulo de Jesús, o más bien esto es una utopía y algo inalcanzable para cualquier hombre de carne y hueso?

- La respuesta ante esta pregunta está contenida, a mi modo de ver, en la primera lectura que acabamos de escuchar. Dice así: "¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" Y sigue diciendo la lectura que sólo con la sabiduría de Dios y de su Santo Espíritu podrán ser rectos los caminos de los hombres; sólo con esta sabiduría divina podrán aprender los hombres lo que le agrada al Señor, y sólo esta sabiduría los salvará.

El martes pasado, en la Misa se leía la 1ª carta a los Corintios donde S. Pablo decía: "A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu". Todo esto es una verdad como un puño. Sólo se puede entender la voluntad de Dios y las palabras de Dios, si Él acude en nuestra ayuda con el Espíritu, que es quien nos lo explica todo y quien nos guía para que la palabra y la voluntad de Dios se cumplan en nosotros. Por ejemplo, ¿cómo vamos a entender el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu? ¿Cómo vamos a vivir el evangelio de hoy, si no es con la asistencia del Espíritu?

En definitiva, todo esto y todo lo que procede de Dios sólo lo podremos entender si Él viene en nuestra ayuda; en caso con­trario, como decía S. Pablo, nos parecerá una locura. Sólo el Señor puede hacer que nosotros lleguemos a vivir esto. Quien ha probado de las mieles de Dios, de sus amores puede llegar a entender esto y a posponer todas las personas y las cosas ante el mismo Dios, porque Él es lo único eterno.