jueves, 24 de febrero de 2011

Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)

27-2-11 DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 14-15; Slm. 61; 1 Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Confianza absoluta en Dios. El evangelio de hoy es precioso. Sólo puede decir este evangelio un lunático o un enamorado de Dios, pero, en este último caso, tiene que ser una persona que haya experimentado en su propio ser el cuidado y la ternura de ese Dios del que habla. Dice Jesús en esta parte del sermón de la montaña: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el vestido pensando con qué os vais a vestir […] No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”. Pero ¡qué difícil es vivir así cuando todo el mundo que nos rodea y toda la experiencia de vida nos indica que hay que ser previsores! ¡Qué difícil es vivir así cuando va faltando el trabajo, van cerrando empresa tras empresa, no se llega a final de mes, no se puede pagar la letra de la hipoteca, has conseguido ahorrar 150 € en un mes y se te estropea la lavadora y, al comprarla te gastas, 500 €…! ¡Qué difícil es vivir fiándose de Dios cuando Él no parece tener prisa o, al menos, no tiene la misma prisa que nosotros p0r arreglar las cosas! Y, sin embargo, Jesús y los santos que han experimentado a Dios en sus vidas nos dicen y nos repiten: “Mirad a los pájaros: ni siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? […] Fijaros cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”

Haríamos muy mal si, al ver a un persona que practica este modo de vida y esta confianza, nos fijáramos en dicha persona y la admiráramos como a un ser extraordinario. Lo extraordinario no es que una persona viva así. NO. Lo extraordinario es comprobar cómo Dios cumple esa Palabra que acabamos de escuchar: realmente Dios alimenta a los pájaros, pero mucho más a nosotros sus hijos. Realmente Dios viste de belleza a los lirios y a las hierbas del campo, pero nos cubre mucho más a nosotros. Y, cuando esto no sucede en el mundo, no es por culpa de Dios, sino del hombre que roba al otro hombre.

El otro día me decía un hombre que vino a hacer dirección espiritual que le había llamado mucho la atención una entrevista que hicieron a Mourihno, entrenador del Real Madrid. Decía él que era muy creyente, que Dios era muy importante para él, que él debía ser un buen tipo, ya que Dios le regalaba tantas cosas: una familia, unos amigos, un trabajo que le gustaba, una salud, unos bienes materiales para cubrir sus necesidades y las de los suyos. Y, al hilo de esta entrevista, me decía el hombre que vino a hacer dirección espiritual que él se sentía también como Mourihno: un privilegiado, pues Dios le regalaba tantas cosas y eso a pesar de que tenía tantos problemas en su trabajo, en su familia, en su entorno…, pero él era capaz de ver la mano providente y misericordiosa de Dios.

Voy a contaros un relato de indios americanos, que enlaza muy bien con todo lo que os estoy contando aquí. Leo: “¿Conoces la historia del rito en el paso de la infancia a la juventud de los indios Cherokee? Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre le lleva al bosque, le venda los ojos y se va dejándolo solo. Él tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillan de nuevo en la mañana. Él no puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive esa noche, él ya es un hombre. El niño está, naturalmente, aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos: Bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan... Quizás algún humano puede hacerle daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir, sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda; ya que es la única manera en que puede llegar a ser un hombre. Por último, después de esa horrible noche, aparece el sol y el niño se quita la venda… Es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha ido, ha velado toda la noche en silencio, sentado en un tronco para proteger a su hijo del peligro sin que él se dé cuenta. Cuando vienen los problemas y la oscuridad en nuestra vida, lo único que tenemos que hacer es confiar en Él. Algún día vendrá el amanecer y lo veremos cara a cara tal cual es. En la noche más negra, recordemos quién es nuestro Padre. Esto mismo nos es recordado por el profeta Isaías con unas palabras bellísimas, que acabamos de escuchar en la primera lectura: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. O también las palabras del Salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré […] Pueblo suyo, confiad en Él, desahogad ante Él vuestro corazón”.

- “Nadie puede estar al servicio de dos amos […] No podéis servir a Dios y al dinero”. Quien no confía y se abandona en Dios como se ha dicho hasta ahora en la homilía, entonces es que confía y se apoya en el dinero, en el mundo, en su fuerza, en sus miedos, en sus títulos, en sus posesiones, en su salud… Y uno que quiere seguir de verdad a Cristo Jesús se apoya y está al servicio sólo de Dios. Para conseguir esto es necesario morir a un mismo y a las propias seguridades.

- “A cada día le bastan sus disgustos”. También dice Jesús en el Padre nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Vivamos el hoy…, con sus cosas buenas y con sus cosas malas. Si abrimos de verdad los ojos, veremos y percibiremos la presencia de Dios junto a nosotros, como el niño Cherokee. Tantas veces no somos capaces de reconocerlo por la venda que tenemos, por la oscuridad que nos rodea o por nuestros propios miedos y terrores, que nos impiden sentir la cercanía del Padre.

Ya para terminar quisiera aquí leeros algunos trozos compuestos por el Papa Juan XXIII, ya que, como os decía el domingo pasado, vivir así es sobre todo un don y un regalo de Dios, pero también en una pequeña parte un esfuerzo y una tarea nuestra. Veamos ahora cómo Juan XXIII se esforzaba en vivir en el día a día en total confianza con Dios:

“Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida en un momento.

Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.

Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere.

Sólo por hoy creeré firmemente –aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie existiera en el mundo.

Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedos de gozar de lo que es bello y de crecer en la bondad”.

viernes, 18 de febrero de 2011

Domingo VII Tiempo Ordinario (A)

20-2-11 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)

Lv. 19, 1-2.17-18; Slm. 102; 1 Cor. 3, 16-23; Mt. 5, 38-48



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En la primera lectura se dice: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. Y a continuación se señalan algunas acciones que han de realizar los santos como, por ejemplo, no odiar de corazón al prójimo, aconsejar y reprender al que se equivoca, no vengarse ni guardar rencor, y amar al prójimo como a uno mismo.

En el evangelio, que acabamos de escuchar es todo muy parecido: Jesús nos dice que no hagamos frente al que nos hiere de algún modo. También nos dice que hemos de amar al prójimo, pero no basta con esto: además, hemos de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y rezar por los que nos persiguen o calumnian. Y termina Jesús el evangelio como empieza la primera lectura: “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Años atrás se hablaba más de santidad que ahora. Podría parecer que tener fe puede ser cosa de muchos, pero ser santos es sólo para algunos privilegiados, escogidos o ya predestinados a ello. Sin embargo, esto no es así. La santidad es una tarea de todo cristiano, de todo bautizado y a la vez es un don y regalo, que Dios quiere entregarnos a cada uno de nosotros. Tarea y don: regalo de Dios y esfuerzo nuestro. Así se nos dice en las lecturas que acabamos de escuchar, pero también en el concilio Vaticano II se nos dice: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium 11).

Es muy importante lo que se nos dice en el concilio: 1) La santidad es para todos, y no sólo para unos pocos. 2) La santidad ha de ser buscada por todos los discípulos de Jesús, independientemente de su estado: casado, soltero, célibe, viudo, divorciado. Igualmente da igual que uno sea viejo o joven, esté sano o enfermo, sea rico o pobre, listo o tonto, viva solo o acompañado… 3) No hay 2, 4 ó 10 caminos de santidad. NO. Hay tantos caminos y modelos de santidad como discípulos de Jesús hay en el mundo. No tenemos que imitar a nadie, no tenemos que ir a ningún sitio. NO. Sólo tenemos que dejar que Dios nos muestre cuál es nuestro propio camino de santidad y ser fiel a él. 4) La santidad consiste en ser… como Dios: santo como Dios es santo, puro como Dios es puro, perfecto como Dios es perfecto. 5) Recordad: la santidad es tarea nuestra y don de Dios. Uno no tiene que hacer todo; sólo ha de empezar a caminar y enseguida se encontrará en ese camino con Dios, que le acompaña, que le guía y que le lleva en sus brazos amorosos.

- Sí, pero (insistiréis vosotros)… ¿es difícil ser santo? ¿Es algo irrealizable para la mayoría de nosotros? En el cielo sólo entrarán los que hayan alcanzado la santidad, pues al lado de Dios no puede haber nada oscuro ni impuro. Si esto es así, parece que el cielo es algo inalcanzable para la inmensa mayoría de los que estamos aquí.

Venía yo desde Alemania el lunes pasado y en el avión coincidí con los seguidores de un equipo de fútbol alemán, en el que juega ahora Raúl (exjugador del Real Madrid). Aquellos aficionados venían a ver cómo jugaba su equipo en Valencia. Dejaron su casa, su comodidad, cogieron días de sus vacaciones, se gastaron un dinero, pasaron apuros por no poder entender el español, malcomieron o “maldurmieron”… y todo esto para ver a su equipo favorito durante 90 minutos… y luego vuelta para casa. Podían haber visto el partido de fútbol cómodamente desde sus casas y sin tanto gasto de tiempo, de dinero y de energías.

Algunos de vosotros me diréis: ¿A qué viene este ejemplo de los aficionados alemanes? Pues a que…, si buscáramos y procurásemos nosotros de este modo la santidad de vida, ¡cuán pronto la hallaríamos! “Si buscáis la virtud y la perfección, que es la verdadera sabiduría, con la diligencia y el cuidado que los hombres del mundo buscan el dinero y cavan las minas y tesoros, sin duda las encontraréis” (Prov. 2, 4). ¿Quiénes de nosotros deja unos días libres al año para estar a solas con Dios, para hacer unos ejercicios espirituales? ¿Cuántos de nosotros dejamos un tiempo al día para estar a solas con Dios y con su Palabra sagrada? ¿Cuántos de nosotros tratan de cumplir el evangelio de hoy? Hace ya muchos siglos el abad de un convento en Egipto llegó hasta la ciudad de Alejandría y se encontró con una prostituta. “El abad vio que esta mujer iba muy compuesta y aderezada, y comenzó a llorar y a gemir: ‘¡Ay de mí! ¡Ay miserable de mí!’ Le preguntaron los discípulos: ‘Padre, ¿por qué lloras?’ Y él les contestó: ‘¿No queréis que llore, que veo a esta mujer que pone más cuidado en componerse para agradar a los hombres, que yo para agradar a Dios; veo que trabaja más ella para enredar a los hombres y llevarlos al infierno, que yo para llevarlos al cielo?’” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 51-52). Asimismo se cuenta de San Francisco Javier “que se avergonzaba de ver que primero habían ido los mercaderes al Japón a llevar sus mercancías caducas y perecederas que él a llevar los tesoros y riquezas del Evangelio para dilatar la fe y ensanchar y amplificar el reino de los cielos. Pues confundámonos y avergoncémonos nosotros que los ‘hijos de este mundo son más prudentes y diligentes en las cosas del mundo’ que nosotros en las de Dios” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 52).

- Termino esta homilía con un acto concreto de santidad. Yo he aprendido mucho leyendo a los santos. Ellos me han enseñado, me ha enfervorizado en amor a Dios y a los hombres. Voy a narraros un caso que recuerdo haber leído siendo seminarista, y que me hizo mucho bien. Éste y otros muchos me hicieron anhelar y buscar a Dios y la santidad de vida. Ahí os va el hecho: En la vida de San Juan de la Cruz se nos cuenta que a éste no le importaba humillarse, siendo él el superior del convento, ante un religioso rebelde o desobediente con tal de ganarle para Dios. “Un día reprende (San Juan de la Cruz) a un religioso mozo, ya sacerdote. El reprendido se encoleriza, responde agriamente al prior (a San Juan de la Cruz) y le dice que es un ignorante. Fray Juan se quita humildemente la capilla, se postra, pone la boca en el suelo y permanece así hasta que el exaltado jovenzuelo deja de hablar. Cuando el Prior se levanta del suelo y besa su escapulario, diciendo: ‘Sea por amor de Dios’, el religioso está ya confuso, avergonzado y arrepentido”.

¡Señor, concédeme, por amor a tu Hijo Jesucristo, el don de la humildad para contigo y para con mis hermanos! ¡Concédeme el don de la mansedumbre ante la violencia de los hombres y también ante mi propia violencia e ira! ¡Concédeme el don de la santidad, porque Tú eres santo, y dámela en la misma medida que Tú la tienes, ya que, si Tú no me la das, yo nunca la podré alcanzar!

AMEN

martes, 8 de febrero de 2011

Domingo VI del Tiempo Ordinario

Este domingo que viene estaré en Alemania, por lo que no publicaré la homilía. Si Dios quiere, nos volveremos a "ver" al domingo siguiente.
Andrés Pérez

viernes, 4 de febrero de 2011

Domingo V Tiempo Ordinario (A)

6-2-11 DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 58, 7-10; Slm. 111; 1 Cor. 2, 1-5; Mt. 5, 13-16



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy Jesús nos muestra qué es ser cristiano y lo hace utilizando tres parábolas: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte.

- Voy a basar la homilía sobre la imagen primera usada por Jesús. La sal es un elemento muy familiar a cualquier cultura. Se ha empleado desde siempre para dar sabor a la comida y, hasta la aparición del frío industrial, era prácticamente el único medio para preservar a los alimentos de la corrupción, especialmente la carne. Además, en la cultura judía y bíblica la sal significaba también la sabiduría. De hecho en las lenguas que se derivan del latín los vocablos sabor, saber y sabiduría pertenecen a la misma raíz semántica. Con lo dicho hasta ahora y comúnmente sabido por todos los israelitas, era normal que las palabras de Jesús fueran enseguida comprendidas por todos los que le escucharon. Releemos las palabras del evangelio: “Dijo Jesús a sus discípulos: vosotros sois la sal de la tierra”. Por todo ello, la sal tiene una gran fuerza significativa para expresar la tarea del discípulo de Cristo dentro de la sociedad:

* La sal es sabor. La presencia discreta de la sal en la comida no se detecta; en cambio su ausencia no puede disimularse. La sal se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Ésta es la condición de la sal: pasar desapercibida, pero actuar eficazmente. Así ha de ser la tarea de un cristiano en el mundo: ser sal de la tierra, sal humilde, fundida, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable.

* La sal conserva. Sí, la sal preserva los alimentos y evita que se pudran, ya que la sal mata a los gérmenes que pueden dañar tales alimentos. ¡Cuánta hambre ha quitado la sal al haber conservado tantos comestibles, como el pescado o la carne! Así ha de ser el cristiano, como esa sal pletórica de capacidades para conservar la comida para los otros; igualmente el cristiano ha de ser como esa sal pletórica de capacidades para identificar los gérmenes y acabar con ellos, antes de que ellos acaben las semillas de Dios en los hombres.

* La sal significa sabiduría. Antes de la reforma del rito del bautismo auspiciada bajo el Concilio Vaticano II se ponía al recién bautizado un poco de sal en la boca. Con esto se quería significar que el sacramento del bautismo otorgaba el gusto por las cosas de Dios. Sólo gusta de las cosas de Jesús el que es sabio ante Dios.

Es Jesús la verdadera sal de Israel, de toda la tierra, de todo el universo, del pasado, del presente y del futuro. Es Jesús verdadera sal, ya que Él es quien da verdadero sabor a todos los hombres. Suavemente se va introduciendo en el corazón de los hombres y da sentido a sus vidas.

Jesús es verdadera sal, puesto que Él conserva al hombre por entero y no deja que los gérmenes del pecado le destruyan.

Jesús es verdadera sal, que nos da sabiduría eterna y nos da el gusto por las cosas de Dios. Jesús nos da la verdadera sabiduría, nos hace distinguir lo que vale de lo que no vale, lo bueno de lo malo.

- ¿Qué sucede cuando la sal se vuelve sosa y se estropea? Si la sal se volviera sosa, no serviría de nada. La sal… sirve o no sirve. No admite términos medios. Las palabras de Jesús en el evangelio son terribles: “Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.

- ¿Soy yo sal de la tierra? Es decir, ¿cumplo con la tarea que Jesús me encomendó de ser sal: dar sabor en los hombres, de preservar y de conservar a los hombres alejándoles del mal, de darles la sabiduría auténtica y eterna?

El otro día me decía un seminarista que le gusta mucho hablar con la gente, escuchar a la gente. Me decía este seminarista que la Iglesia tenía que cambiar en muchas cosas, que la Iglesia no estaba con los tiempos actuales. Me decía este seminarista que, al hablar con la gente y escucharla, le daba la razón a esta gente en muchas cosas, aunque ello fuese en contra del criterio y de la doctrina de la Iglesia. Entonces esta gente aplaudía al seminarista, porque era moderno y tenía realmente los pies en el suelo.

Cuando una persona creyente, sea seminarista, seglar, religiosa o sacerdote, escucha a la gente, a la sociedad que nos rodea, la televisión, la radio o lee los periódicos y sus opiniones son directamente contrarias a la doctrina de la Iglesia… ¿A quién tiene que hacer caso y seguir el creyente: a la gente o a la Iglesia, a la sociedad o a la Iglesia? Esta misma pregunta se la hice al seminarista y le contesté yo mismo la pregunta: le dije que el hombre de fe debía de escuchar a la gente, pero, antes de responder o de tomar partido, tenía que escuchar a Dios. La gente espera de nosotros respuestas de Dios, no respuestas que nos hacen quedar bien con ellos o respuestas que son una repetición de lo que ellos ya piensan.

Hace años leí un libro de una mujer española: Lilí Alvarez. Ella fue una famosa deportista española allá en la primera mitad del siglo XX. Ella era una mujer de fe. Escribió un libro y en una de sus páginas decía que iba a distintos templos a escuchar a los sacerdotes y, cuando no le daban “sal auténtica”: sal de sabor de Cristo, sal de conservación del alimento de Dios y preservación del mal, sal de sabiduría divina, decía ella: “nada, aquí no hay nada”, y se marchaba.

¿Soy sal de la tierra, soy sal de Jesucristo para los demás? Lo seré cuando se cumpla en mí el salmo 111 y la profecía de Isaías que acabamos de escuchar:

- Repartir limosnas y compartir los bienes. Partir el pan con el hambriento.

- Tener caridad para con todos en las palabras, en los gestos, en las acciones.

- No temer las malas noticias, pues nuestro corazón está firme en el Señor.

- Desterrar de mi vida la opresión hacia los otros, las malas palabras hacia los otros.

- Vestir al desnudo…

Que así sea