viernes, 4 de marzo de 2011

Domingo IX del Tiempo Ordinario (A)

6-3-11 DOMINGO IX TIEMPO ORDINARIO (A)

Dt. 11, 18.26-28; Slm. 30; Rm. 3, 21-25.28; Mt. 7, 21-27



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Hace unos años, teniendo yo unos 35 años, salía por la mañana de mi casa y me encuentro con un señor de unos 55 años en el portal. Como yo no lo conocía de nada, hice ademán de seguir mi camino, pero él me habló y me llamó por mi nombre. Yo me fije más en él: tenía bigote y éste estaba muy sucio por el tabaco; los dedos de una mano también tenían ese color marrón consecuencia de fumar mucho; los ojos inyectados en sangre y los carrillos muy colorados, como de haber bebido, no en ese momento, pero sí de modo habitual. A pesar de fijarme bastante en él hice un gesto con mi rostro de no reconocerle. Entonces él me dijo que era fulano, y que habíamos ido juntos al instituto de La Luz (Avilés) allá por 1975. Realmente era imposible, al menos para mí, identificar a aquel señor “de unos 55 años” con el compañero mío de un curso del instituto y que en realidad tenía 35 años como yo.

Creo que me lo habéis oído contar en alguna ocasión: en una de mis primeras parroquias había una chica de unos 16 años que, con frecuencia, me decía que no estaba de acuerdo con la Iglesia al impedir ésta las relaciones prematrimoniales. Yo trataba de argumentarle para darle a conocer las razones de todo ello, pero esta chica me decía que no quedaba para nada convencida. Recuerdo que muy poco tiempo después de una de estas “disputas” vinieron sus padres a verme, pues ella se había quedado embarazada de un chico y “había que casarlos”. Yo les di mi opinión y finalmente la pareja, que tenían una edad parecida, se casaron en otra parroquia distinta de las que me correspondía a mí. La chica tuvo que dejar de estudiar; no pudo acabar el bachiller. El chico tuvo que ponerse a trabajar y los padres de ambos les buscaron un piso de alquiler y para allá se fueron los tres. Digo los tres, porque el hijo nació enseguida. Muy poco tiempo después supe que había problemas en el matrimonio… y se separaron casi inmediatamente. Dos inmaduros asumieron (o quisieron asumir, o les hicieron asumir) de repente una serie de obligaciones para las que no estaban preparados ni por supuesto convencidos de ello: tuvieron que asumir la atención de un bebé, las tareas de un hogar, el trabajo fuera de casa, la administración del sueldo, la convivencia conyugal… Luego yo me marché para Roma a estudiar y, al cabo de unos años, regresé por allí; me encontré con la madre de esta chica, y me contó que ésta andaba mucho de discoteca hasta altas horas de la madrugada. Ella, tras la separación, se había ido a vivir con sus padres y eran estos, es decir, los abuelos del niño quienes tuvieron que asumir toda la atención y educación del niño, pues la madre de éste quería vivir la juventud en la que aún estaba.

¿A qué vienen estos ejemplos y muchos más que se pueden poner? Como digo muchas veces, hay acciones del hombre que no traen ninguna consecuencia al mismo: por ejemplo, ponerse una chaqueta u otra, decidir si de postre se come un plátano o una manzana… Pero sí es cierto que otras acciones del hombre sí que traen consecuencias… para sí mismo y para otros. En efecto, el compañero mío de instituto ha ido tomando una serie de decisiones que lo llevaron a un deterioro físico muy importante. En efecto, la chica de antes, la que no veía problemas en tener relaciones sexuales a los 16 años…; pues bien, su decisión y su acción de mantener dichas relaciones le llevaron a elegir inmaduramente a un chico que era tan inmaduro como ella, a un embarazo no deseado, a un matrimonio no conveniente, a un truncar su vida en cuanto a estudios y preparación, a un no asumir su maternidad… y su hijo tuvo que pagar las consecuencias de todo esto. Como dice el refrán: “De aquellos polvos, vienen estos lodos”.

Estos dos ejemplos, y otros muchos que se puede poner, vienen a iluminar y a corroborar las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “…aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”. Pero si os fijáis bien, los dos ejemplos que acabo de narrar son casos de la vida corriente y pueden ser contados y/o escuchados por personas sin fe. Y es que con esta primera parte de la homilía quiero hablar simplemente a nivel humano. O sea, lo dicho hasta ahora vale para creyentes y para no creyentes. Y la moraleja es: Nuestras palabras, nuestros actos tienen consecuencias. Y las consecuencias son para nosotros y para los demás. Una buena elección y decisión mía afecta positivamente a los que me rodean, pero al revés también sucede, es decir, mi mala cabeza puede afectar negativamente a los que me rodean. El escoger determinadas compañías, el no fomentar y esforzarme por valores humanos correctos, etc., me va a afectar inexorablemente a mí y a los míos. Un señor juega a las máquinas de modo desorbitado y las consecuencias son: pierde dinero, pierde el trabajo, pierde la vivienda, pierde la familia y, además, la destroza. Cualquier acto, cualquier palabra nuestra puede tener consecuencias para mí y para los demás. “…aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.

- Repito: Todo esto que he dicho en un sentido negativo, también sucede en un sentido positivo. Todo lo bueno que siembro en mí, en los míos, en los que me rodean… dará su fruto en algún momento. A este respecto recuerdo que en 1984, en mi primera parroquia había un hombre de unos 84 años de edad. Hacía mucho tiempo que no iba por la iglesia y empezó a acudir a mi llegada. Se empezó a confesar conmigo y me dijo que debía su fe a… (pensé que iba a decirme que a mí) a un sacerdote que hubo en la parroquia, cuando él tenía 14 años. Aquel sacerdote se había marchado y él había abandonado la práctica de la fe, pero ahí estuvo sembrada y 70 años después (sin saber cómo; Dios lo sabrá) salió a la luz. Las semillas buenas que se siembran están ahí… “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”.

- Ya pasando ahora de un modo más explícito al aspecto religioso vemos que Jesús parte de una premisa: “El que escucha estas palabras mías…”. Y a partir de esta escucha se pueden seguir, fundamentalmente, dos posturas diversas: ponerlas en práctica o no. Quien las pone en práctica es un hombre prudente. Quien no las pone en práctica es un hombre necio. El resultado no se ve de modo inmediato, ya que ambos hombres construyen una casa, una vida. Si se mira superficialmente las dos casas, las dos vidas… podemos concluir que las casas se pueden parecer entre sí, aunque la del hombre necio es más barata, ya que no ha tenido que gastar en cimientos. Se ha ahorrado una buena “pasta” en cimientos. En cambio, la casa del hombre prudente es más cara y le ha costado más tiempo, esfuerzo y dinero levantarla. Pero una casa y una vida quedan acreditadas sólo en las pruebas. La casa y la vida del hombre necio –dice Jesús- sucumben ante las pruebas. La casa y la vida del hombre prudente –dice Jesús- resisten ante las pruebas.

Pienso que todos los hombres, de un modo u otro, escuchamos las palabras de Dios, de Jesús. Puede que lleguen a nuestros oídos. Puede que lleguen a nuestro entendimiento. Puede que lleguen al sentimiento. Puede que llegue a nuestra voluntad. Puede que llegue a nuestro corazón, el núcleo íntimo de todo el ser. Muchas palabras nos resbalan, es cierto, pero muchas nos iluminan y nos emocionan. No muchas son las que realmente nos cambian y transforman.

¿Escucho las palabras de Jesús? ¿Cuánto tiempo a la semana dedico a esto? ¿Las pongo en práctica? ¿Mi casa, mi vida está asentada sobre roca o sobre arena?

5 comentarios:

  1. Querido D. Andrés y demás hermanos:

    Yo creo que el Señor no hace la Ley de Dios para beneficio propio sino para el del hombre, esta falta de entendimiento provoca una rebeldía en este que no hace otra cosa que perjudicarle y alejarle de su Creador.

    Un abrazo a todos.


    Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
    Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? (San Juan 14, 8-9)

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  2. Estimado Andrés: Esta homilía de hoy es excelente; aplicada a la vida, llevada a la práctica. A veces pienso en las bases sobre las que montamos nuestra fe. En estos días una amiga me comentaba que empezaba a creer en la virgen porque tenía una "supuesta escarcha". Y me decía a mi mismo: y cuando esa escarcha ya no llene, no de plenitud, no aumente su fe. Cuando se de cuenta de que esa escarcha no da la seguridad de la presencia de Dios??

    Pidamos al Señor que nuestra fe esté cimentada en su Palabra, en su Iglesia...

    Bendiciones.

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  3. Queridos todos:
    Muchas tempestades ha soportado "esta casa" muchas crecidas de ríos, y grandes huracanes, y hoy estoy aquí dando gracias y bendiciendo al Señor; hasta ahora ha aguantado y sigue en pié, quizás en algún momento se tambaleó un poco, pero ha resistido. "Es el Señor quién lo ha hecho, ha sido un milagro patente" es todo lo que puedo decir. Me ha salido muy cara? pues si y no, es decir; especialmente el Señor me ha permitido "escuchar" y fiarme de lo que se me decía; despertó en mi interior el deseo de que lo anunciado se cumpliera en mi; me ha "costado" horas de oración ante el sagrario, y ante Jesús sacramentado; me ha costado el consultar la Palabra de Dios y meditarla con frecuencia; y lo mas complicado: creer que Dios me quiere, me quiere así como soy, y me lo demuestra cada día.
    Este sermón de la montaña es un precioso regalo, ya que Jesús a través de sus palabras, me muestra una forma de vivir, para que llegue a conseguir aquello que todos deseamos, la felicidad.
    Mi deseo para todos y para mi es que, sigamos "horadando" Esa Roca, para que nuestros cimientos sean mas sólidos.
    Gracias Andrés.
    BENDITO SEA DIOS

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  4. Esta frase del P. Andrés me marcó desde que la escuché por primera vez hace años, porque es tan real y cierta,que en ocasiones antes de actuar o hablar, me ha hecho pensar de antemano en las consecuencias de mis actos o palabras, siéndome de ayuda para discernir situaciones; "Nuestras palabras, nuestros actos tienen consecuencias."
    Hoy me fijo en lo positivo de tantos actos y palabras..."Todo lo que siembro en mí, en los míos, en los que me rodean… dará su fruto en algún momento.", nos dice la homilía. He estado una semana con mis nietos, en Murcia. Un niño, Alvaro de 5 años y Carlota de 3. Vi 7 veces la pelicula de Peter Pan y "leimos" unas 12 veces el cuento de los "3 cerditos". Por supuesto intentando sacar de ambos cuántos valores humanos encontraba ante el asentimiento de mis nietos. Nuestra gran sorpresa fue cuando el domingo en Misa, tras el evangelio y la homilía del sacerdote sobre el que edifica su casa sobre arena, escuchamos a la niña: como los tres cerditos, abuela.Los abuelos salimos encantados...todo queda, ya irá saliendo.Nuestros gestos,palabras y obras también.
    Buena semana, amigos.

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  5. Yo creo que la semilla sembrada por ese sacerdote 70 años atrás, salió a la luz porque se dieron las circunstancias propicias: la llegada de un sacerdote entregado a Dios y a su ministerio.

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