jueves, 26 de mayo de 2011

Domingo VI de Pascua (A)

29-5-11 DOMINGO VI DE PASCUA (A)

Hch. 8, 5-8.14-17; Slm. 65; 1 Pe. 3, 15-18; Jn. 14, 15-21



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Hace pocos días una mujer me comentaba el siguiente caso que le había sucedido: un amigo le llamó por teléfono y le contó una discusión fuerte que acababa de tener con su madre. Para terminar la conversación entre madre e hijo, éste había dicho algo así como: “Hasta aquí hemos llegado; no te aguanto más”, y colgó. Este hombre le comentaba lo sucedido con todo lujo de detalles y todo el listado de agravios que su madre le había hecho a lo largo de su vida. A medida que se lo iba contando el hombre iba “calentando motores” por dentro, pues revivía todo lo sucedido en su vida en relación con su madre y no había sido nada agradable. Ya no quería aguantarla más. Le decía este hombre a su amiga que iba a cortar con su madre para siempre. La mujer escuchaba atentamente, pero al llegar a este punto, algo saltó dentro de la mujer y se echó a llorar, y entre lágrimas le dijo a su amigo que no se le ocurriera decir eso de que cortaba para siempre con su madre, que ella tenía[1] tres pisos en una zona de Oviedo de niños abandonados por sus madres, que sus madres eran prostitutas, pero, a pesar de ser niños abandonados e hijos de prostitutas, ellos quieren a sus madres. Y si esos niños quieren a sus madres, él (su amigo) no puede cortar con su madre por mucho que le haya hecho, según dice él, pues no le habrá hecho ni la mitad de lo que las madres prostitutas han hecho a los niños de los pisos. El hombre se quedó helado. No esperaba esta reacción por parte de su amiga; no esperaba sus lágrimas, pero tampoco sus palabras. Este hombre reaccionó al fin diciéndole que no se preocupara, que iba a hablar con su madre y aclarar todo. No iba a cortar con ella.

Estamos terminando el mes de mayo, el mes de María. Puede ser éste un buen momento para que nos replanteemos la relación con nuestra madre, con nuestros seres queridos, familiares o no, pues es cierto que, con relativa frecuencia, emponzoñamos las relaciones con los que nos rodean por cosas sin importancia, y no valoramos ni cuidamos lo que tenemos.

Pongo otro ejemplo de esto: También en esta semana me contaba otra persona que se está abriendo a la fe, que vivió, religiosamente hablando, una Semana Santa muy buena, que asistió a la Vigilia Pascual del Sábado Santo y le pareció algo extraordinario y emocionante. Asimismo, esta persona había participado en los preparativos de varias procesiones. Pues bien, resultó que en una de las procesiones estuvieron dos cofradías. Las dos tenían banda de música, pero una no dejó a la otra tocar y se quedó con todo el protagonismo musical. En la siguiente procesión pasaba la cofradía que no dejó tocar a la banda de la otra cofradía por delante de la iglesia en donde estaba esta segunda cofradía y se avisó a los cofrades que salieran ante la puerta de la iglesia como signo de devoción y respeto ante las imágenes que procesionaban. Sin embargo, algunos no quisieron salir como para darles en la cara por su mala actuación. Esta persona que se está abriendo a la fe se quedó muy sorprendida y escandalizada por esta reacción, pues pensaba que eso no debía de existir en una cofradía, “pensaba que la cofradía era otra cosa” (palabras textuales), sino que debía de haber perdón, como dice el evangelio.

Como vemos, con frecuencia, damos importancia a unas cosas y en base a ello nos relacionamos o dejamos de relacionarnos con la gente.

- Creo que alguna vez ya me habéis escuchado esta idea que os voy a decir ahora. Me habréis oído decir que todos nosotros tenemos “muertos vivientes”. ¿Quiénes son estas personas? Pues son aquellos que se han enfadado con nosotros y ya no nos hablan, o también cuando nosotros mismos nos hemos enfadado con ellos u otros y ahora ya no nos tratamos. Si pasamos a su lado, no los saludamos y/o no nos saludan. Pueden ser familiares, antiguos amigos, vecinos del portal, compañeros de trabajo, etc. Es lo que llamo yo “muertos vivientes”. Para mí es como si no existieran y/o yo para ellos… lo mismo. Según esta descripción, ¿tenéis algún “muerto viviente” en vuestra vida?

¿Qué podemos y debemos de hacer ante estas situaciones? Ante todo hemos de pensar que las cosas tienen la importancia que tienen, PERO SOBRE TODO TIENEN LA IMPORTANCIA… QUE LES QUERAMOS DAR. Voy a narraros una historia para explicar mejor lo que quiero deciros: “Erase una vez un sacerdote tan santo que jamás pensaba mal de nadie. Un día, estaba sentado en un restaurante tomando una taza de café –que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y abstinencia- cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación devorando un enorme filete en la mesa de al lado. ‘Espero no haberle escandalizado, padre’, dijo el joven con una sonrisa. ‘De ningún modo. Supongo que has olvidado que hoy es día de ayuno y abstinencia’, replicó el sacerdote. ‘No, padre. Lo he recordado perfectamente’. ‘Entonces, seguramente estás enfermo y el médico te ha prohibido ayunar…’ ‘En absoluto. No puedo estar más sano’. Entonces, el sacerdote alzó los ojos al cielo y dijo: ‘¡Qué extraordinario ejemplo nos da esta joven generación, Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que decir una mentira?’” En efecto el sacerdote podría haberse enfadado y montado un espectáculo y una bronca por el cinismo del novicio, pero su reacción le condujo a la paz, a la comprensión, a ver lo bueno, a ganarse al joven… ¿Qué hubiéramos hecho nosotros? ¿Abroncar al novicio o no dar importancia a su acción? Comparar estas posibles reacciones con las palabras del sacerdote. Ahora lo que hemos de hacer es trasladar estos hechos a situaciones parecidas que hemos vivido o que estamos viviendo con otras personas y aprendamos a no obsesionarnos ni enquistarnos con lo accesorio. Porque en tantas ocasiones dejamos que “un filete de carne comido en viernes de Cuaresma destroce una relación humana”. Digo “un filete” y puedo decir “una banda de música”, o unas palabras a destiempo de una madre, o…

- ¿De qué manera nos orienta hoy la Palabra de Dios en estas reflexiones que estamos comentando? Dice S. Pedro en la 2ª lectura: “Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.

Y Cristo en el evangelio nos decía: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Estas son las virtudes que Jesús trata de inculcarnos: amor, perdón, respeto, comprensión, humildad, huir del amor propio, de la ira, de la soberbia, del rencor… Sólo de esta manera podremos resucitar en este tiempo de Pascua con Cristo resucitado.

¡Que así sea!



[1] Trabaja como educadora atendiendo a niños abandonados y/ o con graves problemas familiares, y recogidos por la Comunidad Autónoma de Asturias.

jueves, 19 de mayo de 2011

Domingo V de Pascua (A)

22-5-11 DOMINGO V DE PASCUA (A)

Hch. 6, 1-7; Slm. 32; 1 Pe. 2, 4-9; Jn. 14, 1-12



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En esta semana me habló una chica que está muy angustiada con la muerte. Me preguntaba cómo sería después de la muerte, me decía que de allí no había venido nadie, me decía que si le habían hablado de que el cielo no existe… En definitiva, me suplicaba para que le dijera algo de todo esto que tenía en su cabeza.

En otras ocasiones hemos oído decir que de Dios nadie sabe nada, pues a Él nadie lo ha visto. Es verdad, ¿qué sabemos de las cosas que no vemos, que no experimentamos sensiblemente? ¿Qué sabemos de Dios, del Espíritu Santo, de los ángeles…? Respuestas: *Una de las respuestas que nos llega es que no se sabe nada o no se puede saber nada de todo esto. *El científico británico Stephen Hawking cree que la idea del paraíso y de la vida después de la muerte es un “cuento de hadas” de gente que le tiene miedo a la muerte. Igualmente pone énfasis en su rechazo a las creencias religiosas y considera que no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar. *Otros dicen que las respuestas que nos llegan desde las religiones son inventadas, o son simplemente teorías, o son mitos de la Edad Media, o, como decía un filósofo, son proyecciones de nuestros anhelos y deseos. En efecto, según este filósofo, el hombre aspira a lo bello, a lo bueno, a lo eterno, a lo santo… y, como no lo encuentra en sí ni alrededor de sí, lo que hace es proyectar (o inventar) un ente que posea todas esas cualidades en grado sumo y a ese ente lo llama “dios”. A ese dios se le adora, se le construye una liturgia y se le adorna con un sistema de dogmas, de doctrinas y comportamientos. Esto sucedió desde el inicio del ser humano y así surgieron diversas y muy variadas religiones y dioses. ¿A que suena terrible todo esto? ¿A que puede hacernos dudar a algunos de nosotros? La primera vez que yo estudié esto en el Seminario me produjo un shock en mi interior. ¿Sería verdad lo que dice este filósofo? ¿Será todo el cristianismo un invento o un montaje?

- A todo esto que acabo de decir sólo podemos responder desde la fe. Hay que dar un salto al vacío: O crees o no crees, o te fías o no te fías, o te abandonas en las manos de Dios o no te abandonas.

San Anselmo decía: “No intento, Señor, penetrar tu profundidad porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino creer para llegar a comprender. Creo, en efecto, porque si no soy creyente, no llegaría a comprender”.

Decía Pascal: “Preferiría equivocarme creyendo en un Dios que no existe, más que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Si no hay nada, después estando inmerso en el aniquilamiento eterno, obviamente no lo sabré jamás; pero si existe algo, si existe Alguien, deberé rendir cuentas de mi rechazo”.

En 1892 un señor de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de Marcos. Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del viejo y le preguntó: - Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos? - Sí, mas no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado? - Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión. Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted, señor, debería conocer un poco más lo que nuestros científicos dicen de todo eso. - Y... ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia? - Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia. El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba. En la tarjeta decía:

Profesor Doctor Louis Pasteur

Director General del Instituto de Investigaciones Científicas

Universidad Nacional de Francia

- Ciertamente podemos conocer cosas de Dios en base a nuestra inteligencia natural, a nuestra experiencia y a nuestro raciocinio. Dice San Pablo: “Lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro (los hombres) ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado. Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen excusa, porque, habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón. Alardeando de sabios, se han hecho necios” (Rm 1, 19-22). Pero fundamentalmente nuestro conocimiento sobre Dios procede de lo que Dios mismo nos ha enseñado a través de su Hijo Jesucristo. Sí, nuestra fe es revelada. En el evangelio de hoy Jesús nos dice: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí […] Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais mí, conoceríais también a mi Padre […] Quien me ha visto a mí ha visto al Padre […] Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Sabemos de Dios por Jesús. Sabemos del Espíritu Santo por Jesús. Sabemos del cielo por Jesús. Sabemos… por Jesús. Sólo Jesús conoce realmente a Dios. Sólo por Jesús podemos llegar a Dios. Por lo tanto, creer no significa aceptar una serie de dogmas o de doctrinas, o de comportamientos, o de ritos. Creer es aceptar a Jesús y acogerlo totalmente en nuestro ser.

Ni Jesús ni sus palabras fueron aceptadas por todos, ni siquiera por sus discípulos. En el evangelio de hace dos sábados leíamos como Jesús explicaba que, quien no comiera su carne y bebiera su sangre, no tendría vida en sí. “Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? […] Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: -¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: -Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6, 61-70). La creencia y la sabiduría de los apóstoles les han dado la vida y les ha hecho llegar a Dios. Como decía el poeta: “Aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.

viernes, 13 de mayo de 2011

Domingo IV de Pascua (A)

15-5-11 DOMINGO IV DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En este Domingo IV de Pascua celebramos al Buen Pastor. Jesús es en realidad el Buen Pastor y el único Pastor. Los demás somos buenos pastores en la medida en que estamos injertados en Jesús y somos obedientes y dóciles a la Iglesia de Dios, la cual nos marca el camino a seguir y las tareas a realizar.

El Concilio Vaticano II ha resaltado en su enseñanza que Jesús fue sacerdote, profeta y rey. Como sacerdote (misión de santificar) realizó un culto espiritual y divino para acercarnos a Dios y para acercar a Dios a todos los hombres. Como profeta (misión de enseñar) nos habló de parte de Dios y nos enseñó quién y como es Dios y lo que le agrada. Como rey (misión de gobernar) fue nuestro servidor y nos gobernó desde la humildad, como cuando nos enseñaba con su ejemplo a lavar los pies (un trabajo de esclavos y de sirvientes) a los otros.

Todos los cristianos, por el solo hecho de haber recibido el sacramento del Bautismo, hemos sido constituidos en sacerdotes, en profetas y en reyes. E igualmente, por el sacramento del Orden, los sacerdotes o presbíteros, en nombre de Cristo, hemos de cumplir con las tres misiones arriba reseñadas: la de santificar, la de enseñar y la de gobernar, y las tres misiones las hemos de realizar al modo de Jesús. Es decir, 1) ningún presbítero o párroco o cura puede santificar a los fieles, si antes no es santificado él mismo por Dios. 2) Ningún presbítero puede enseñar a los fieles, si antes no es enseñado él mismo por Dios. 3) Ningún presbítero puede gobernar a los fieles, si antes no es él mismo manso y humilde de corazón como Jesús, si antes no está él mismo como el que sirve ante sus hermanos. En efecto, para Jesús, gobernar es servir y dar la vida por los otros.

No sé si sabéis que tengo encomendada por el obispo la responsabilidad de impartir clases de derecho canónico a los seminaristas. En un determinado momento, les explico en clase todas las leyes y normas relativas a los párrocos, y existen unos cánones de la ley universal de la Iglesia (Código de Derecho Canónico) en donde se nos dice a los párrocos qué y cómo debemos actuar en nuestras parroquias y tareas. Y estos cánones están distribuidos según la trilogía que tengo explicado más arriba. Veamos cuáles son las tareas de un presbítero para así comprender mejor cuáles son también las responsabilidades de los fieles laicos:

- Misión de enseñar: El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad […]; cuide por tanto de que los fieles laicos sean adoctrinados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía[…] y la formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia social; debe procurar de manera particular la formación católica de los niños y de los jóvenes y esforzarse con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe (Canon 528 § 1).

- Misión de santificar: Esfuércese el párroco para que la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles; trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada liturgia (Canon 528 § 2).

- Misión de gobernar: Para cumplir diligentemente su función pastoral, procure el párroco conocer a los fieles que se le encomiendan; para ello, visitará las familias, participando de modo particular en las preocupaciones, angustias y dolor de los fieles por el fallecimiento de seres queridos, consolándoles en el Señor y corrigiéndoles prudentemente si se apartan de la buena conducta; ha de ayudar con pródiga caridad a los enfermos, especialmente a los moribundos […]; debe dedicarse con particular diligencia a los pobres, a los afligidos, a quienes se encuentran solos, a los emigrantes o que sufren especiales dificultades; y ha de poner también los medios para que los cónyuges y padres sean ayudados en el cumplimiento de sus propios deberes y se fomente la vida cristiana en el seno de las familias.

Reconozca y promueva el párroco la función propia que compete a los fieles laicos en la misión de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos […] esforzándose también para que los fieles vivan la comunión parroquial y se sientan a la vez miembros de la diócesis y de la Iglesia universal (canon 529).

También hoy Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, nos dice con palabras sencillas en qué consiste esa labor del párroco: “Las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera […] Camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Y termino ya con un texto de San Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes españoles y cuya festividad celebrábamos el martes pasado. Este texto es un trozo de una plática a los sacerdotes: “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal del Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombre conviene gran santidad”.

Pidamos por los sacerdotes para que llenos de Dios y de su santidad amemos y atendamos a sus hijos, aquellos que Él mismo puso en nuestras manos.

jueves, 5 de mayo de 2011

Domingo III de Pascua (A)

8-5-08 DOMINGO III DE PASCUA (A)
Hch. 2, 14.22-33; Slm. 15; 1 Pe. 1, 17-21; Lc. 24, 13-35


Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En la primera lectura se nos presenta un texto en donde San Pedro habla a los judíos sobre los últimos hechos ocurridos en Jerusalén y en todo Israel. Se refiere San Pedro a Jesús, a su muerte violenta y a su resurrección. En sus palabras San Pedro cita el salmo 15, que hoy hemos leído antes del evangelio.
En esta homilía quisiera profundizar un poco en el salmo 15. Es un salmo precioso y que fue inspirado por Dios (por eso es Palabra de Dios), pero fue escrito a través de un enamorado de Dios: el rey David. Este salmo lo compuso David sobre su propia experiencia personal y, por tanto, vale para cualquier persona que tenga contacto con Dios y, además, fue profético, pues se estaban adelantando hechos, que sucederían cientos de años más tarde en la persona de Jesús.
- “El Señor es el lote de mi heredad”. Estas mismas palabras del salmo 15 son repetidas en el salmo 118 (Salmo 118, 57) En una sociedad tan materializada e interesada como la que hoy vivimos estas palabras son una locura. En el testamento de los padres, tíos o amigos puede haber legados o lotes para repartir la herencia. Quien escribió este salmo dice cuál es su lote y, además, lo ve como el mejor legado: el Señor. Tiene razón Jesús cuando dice que aquí, en la tierra, amontonamos cosas y más cosas, pero, al final, todo ha de quedar aquí. Me ha sucedido en diversas ocasiones que algunas personas me piden orientación a la hora de elaborar sus testamentos y últimas voluntades. En ocasiones quieren dejar todo tan bien atado y contemplar todas las posibles situaciones. A algunos les gustaría poder disponer de sus bienes hasta tiempo después de muertos: ‘y si hace esto y no lo otro, entonces se le quita su legado o se le deshereda’. Yo les contesto que eso no es factible: no se puede disponer después de muerto y mes tras mes o año tras año de lo que fueron nuestras cosas. En definitiva, valoremos las cosas materiales que tenemos o que nos dejan en herencia, pero el mayor bien que tenemos o que se nos puede entregar no es nada material, sino que es el Señor. Con Él todo lo demás tiene una importancia relativa.
- “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré”. Como dice San Pablo en su carta a los romanos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31). En efecto, Dios mismo vela siempre nuestros pasos, pero también nuestro sueño. De esto último tengo experiencia diaria. Creo que hace tiempo ya os he contado cómo, nada más despertarme (sea la hora que sea), siento en mi espíritu la palabra y la presencia de Dios que me dicen algo, que me animan, que me consuelan, que me reprenden…, que me acompañan y que me aman. Y es que una de las certezas que da la fe y es fruto de ella es la presencia de Dios. Otro de los frutos de esta fe y de este consejo de Dios es ver las cosas con los ojos de Dios. Hace poco me encontré con esta narración que ejemplifica muy bien esto último que quiero deciros. Escuchad: “Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando sus vecinos deploraron la mala suerte que había tenido al perder el caballo, él les replicó: -¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe? Una semana después, el caballo regresó trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces sus vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte, y él les respondió: -¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe? Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, se cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: -¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe? Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe?” Sólo Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Aprendamos a ver las cosas con los ojos de Dios y esto lo podremos hacer sólo por su medio: Dios “me aconseja, hasta de noche me instruye internamente”.
- “No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida”. En realidad Jesús sí que murió, pero no fue entregado a la MUERTE. Ésta no pudo retener a Jesús más que tres días. Al cabo de este tiempo Jesús se escapó de sus garras. Su cuerpo no conoció la corrupción del sepulcro. De hecho, en el evangelio que leímos en la Pascua se nos decía que María Magdalena, San Pedro y San Juan vieron el sepulcro vacío, pero nunca vieron el cadáver de Jesús. De la misma manera, todos los creyentes sabemos que vamos a morir, pero también sabemos que no seremos entregados a la MUERTE. La MUERTE no puede retenernos para siempre. Hay gente que me dice que raramente visita los cementerios. Cuando le pregunto el por qué, me contestan: ‘Porque allí no está mi padre o mi madre. Mi padre o mi madre ya no están en sus cadáveres; están en Dios’. En efecto, sabemos que una vez muertos, se va deshaciendo la carne que recubre nuestro ser, pero éste no puede ser alcanzado nunca por la MUERTE. Dios nos ha enseñado el camino de la vida, y ese camino ha sido recorrido por Jesús y, detrás de Él, todos nosotros.
Para terminar os leeré a continuación tres palabras de gente que ya ha caminado por el sendero de la VIDA. La primera ya la he leído hace poco: se trata del monje francés asesinado en Argelia en 1996: Fr. Christophe Lebreton: “Mi cuerpo es para la tierra, pero, por favor, ninguna protección entre ella y yo. Mi corazón es para la vida, pero, por favor, nada de retoques entre ella y yo. Mis manos para el trabajo… sencillamente se cruzarán. Pero el rostro, que quede completamente desnudo para no impedir el beso. Y la mirada, dejadla VER”.
La segunda es de un sacerdote español, J. L. Martín Descalzo: “Morir sólo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba. Acabar de llorar y hacer preguntas, ver el amor sin enigmas ni espejos […] Tener la paz, la luz, la casa juntas. Y hallar, dejando los dolores lejos, la noche-luz tras tanta noche oscura”.
La última es de S. Juan de la Cruz:
"Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así es continuo morir
hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero;
que muero porque no muero"
.