jueves, 30 de junio de 2011

Domingo XIV del tiempo ordinario (A)

3-7-11 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (A)

Zac. 9, 9-10; Slm. 144; Rm. 8, 9.11-13; Mt. 11, 25-30



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el día de hoy acabamos de escuchar un texto bellísimo. Jesús habla de su Padre Dios y todo su amor hacia Él le sale a borbotones. Sin embargo, no voy a comentar este trozo del evangelio en esta ocasión, pues ya lo he hecho en años anteriores.

- He pensado detenerme hoy en el salmo 144. Hay un hecho incontestable: las palabras de Jesús en el evangelio de hoy y las palabras del salmista sólo pudieron ser dichas y escritas por personas que tuvieron previamente una experiencia de Dios. Y esto no se inventa ni se fabrica; no basta con leerlo en los libros o con ser un literato o un poeta. Se notaría enseguida si las palabras sobre Dios proceden de la vida, de la experiencia o han sido simplemente memorizadas o es mera teoría. Voy a poner un ejemplo: ¿Habéis oído hablar de Manuel García Morente? Manuel nació en 1886 y huyó por la guerra civil española a París. Él fue catedrático de Ética y ateo confeso, pero un día se convirtió al cristianismo y más tarde se ordenó sacerdote. Aquí está el relato de su conversión en base a un encuentro personal con Dios. Estando en París, el 29 de abril de 1937, a medianoche se puso a oír música clásica. Escuchaba “L’enface de Jesús”, de Berlioz y de repente le sucedió esto que escribió en su diario: “No puedo decir exactamente lo que sentí: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable que iba a suceder ya mismo, en el mismo momento, sin tardar. Me puse en pie, todo tembloroso, y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y la percibía: Percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras –negro y blanco- que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación, ni en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente, y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era Él o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era Él, porque yo le he percibido. No sé cuánto tiempo permanecía inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello –Él allí- hubiera durado eternamente, porque su presencia me inunda de tal y tal íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. ¿Cómo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba Él allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después ya no estaba Él allí, ya no había nadie en la habitación, ya estaba yo pesadamente gravitando sobre el suelo y sentía mis miembros y mi cuerpo sosteniéndose por el esfuerzo natural de los músculos”.

- Bien, y ahora vamos ya con el salmo 144. En el trozo que acabamos de escuchar hay 1) algunas partes en las que el salmista habla de Dios y de sus atributos, y 2) en otras partes se alaba y se glorifica a Dios. En esto último la alabanza se hace en primera persona del singular, pero también se exhorta a toda la creación a dicha alabanza.

1) Veamos primero la descripción de Dios y los atributos que le pone el salmista:

“El Señor es clemente y misericordioso,

lento a la cólera y rico en piedad;

el Señor es bueno con todos,

es cariñoso con todas sus criaturas”.

Sí, el hombre que conoce a Dios cara a cara se siente amado y perdonado por Dios. Ese hombre siente y sabe que Dios le ama y le perdona a él, pero también a todos los hombres: a los que conoce y a los que no conoce, a los que le caen simpáticos y a los que no le caen simpáticos. Sí, “el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Hace unos días estaba yo con unas personas (una de ellas era una chica joven) tomando un refresco y me llamaron al móvil. Me aparté un poco para contestar y al volver a la mesa me contaron que unos jóvenes que estaban en la mesa de al lado habían hechos comentarios hirientes sobre mí (yo iba vestido de sacerdote): que si la chica joven era hija mía, que si el móvil lo había pagado con la colecta de la Misa, etc. Yo sentí en ese instante una rabia grande dentro de mí, pero luego el Señor tuvo misericordia de mí y me dijo: ‘Andrés, si yo los amo y los perdono, si yo soy bueno con ellos, si yo tengo paciencia con ellos, cómo tú no la vas a tener con ellos. Además, yo también te amo y te perdono a ti, y tengo paciencia contigo’. Por eso, hoy digo con el salmista: “El Señor es clemente y misericordioso […]; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”, y pido perdón a Dios por aquellos jóvenes y por mí, que soy mucho más pecador que ellos.

Y sigue el salmo diciendo:

“El Señor es fiel a sus palabras,

bondadoso en todas sus acciones.

El Señor sostiene a los que van a caer,

endereza a los que ya se doblan”.

Cuando las cosas nos vayan mal, nunca echemos la culpa a Dios. Si pierdo el trabajo, no tiene la culpa Dios. Si se me muere un familiar cercano o un amigo querido, no tiene la culpa Dios. Si hablan mal de mí o pierdo el permiso de conducir por infracciones de tráfico, no tiene la culpa Dios. Si hay un terremoto en Haití o mueren soldados españoles en Afganistán, no tiene la culpa Dios. Pues el Señor es “bondadoso en todas sus acciones”. El Señor no es nuestro contrario ni nuestro enemigo, ni nos tiene envidia. No, el Señor nos sostiene en las dificultades, nos consuela en los sufrimientos, nos acompaña en las soledades. Ésta es la imagen correcta de Dios, porque es la imagen verdadera. Así lo experimentaron Jesús, el salmista, Manuel García Morente y tantos otros a lo largo de la historia de la humanidad.

2) Por todo ello el salmista alaba a Dios diciendo:

“Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;

bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día, te bendeciré

y alabaré tu nombre por siempre jamás”.

Pero al salmista no le basta con alabar él solo a Dios. El salmista quiere que todos los hombres, que todos los animales, que toda la creación alaben también a Dios y por eso escribe:

“Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,

que te bendigan tus fieles;

que proclamen la gloria de tu reinado,

que hablen de tus hazañas”.

¡Que así sea!

jueves, 23 de junio de 2011

Domingo del Corpus Christi (A)

26-6-11 CORPUS CHRISTI (A)

Dt. 8, 2-3.14b-16a; Slm. 147; 1 Co. 10, 16-17; Jn. 6, 51-59



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En estos años pasados he hablado en el día de hoy de diferentes aspectos de la Eucaristía o de la Misa: por ejemplo, he hablado de la adoración, de la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, bajo las especies del pan y del vino, del alimento para los cristianos, de la comunión entre Dios y los cristianos y entre los cristianos entre sí… En el día de hoy quisiera decir algunas palabras de otro aspecto o faceta de la Eucaristía: el sacrificio.

- Vivimos en un mundo que no siente ninguna atracción por el sacrificio. Se aprecia la vida, la felicidad, el placer, la comodidad, el disfrute de los bienes… Pero no se aprecia el sacrificio, el desprendimiento, el olvido de sí, el esfuerzo a favor de los demás, la renuncia a las propias apetencias o inclinaciones naturales… Se prefiere el optimismo de la salvación al pesimismo sacrificial.

Características del sacrificio: 1) Hay sacrificios que nos impone el propio peso de la vida, la propia condición humana, y que no tenemos más remedio que aceptar, sea de buen o de mal grado. Pero hay otros sacrificios que podemos imponernos nosotros mismos en la vida, porque dependen de nuestra voluntad. El sacrificio es una forma de encontrarse con uno mismo, ya que en él se descubre la propia limitación, se relativiza lo que es y lo que se tiene, se experimenta una nueva forma de disponer de sí, se aprende a valorar la capacidad personal para afrontar las situaciones difíciles de la vida. 2) Además, el sacrificio es una forma privilegiada de salir fuera de sí y de encontrarse con los demás. Por el sacrificio el otro comprende quién soy yo para él, y yo comprendo quién es el otro para mí. El sacrificio puede ser un encuentro con los demás, un aprendizaje del servicio, una forma de triunfar el amor sobre el egoísmo. Veamos un ejemplo sencillo: “Hace años vivía en un pueblo una familia. El niño tenía unos 5 años y, al ir por primera vez a la escuela, los niños le dijeron que su madre era muy fea y que asustaba. El niño, que nunca se había dado cuenta de eso, cayó en la cuenta de que su madre, efectivamente, tenía muchas arrugas por la cara: la tenía quemada. Por eso, un día el niño le dijo a su madre: ‘-Mamá, eres muy fea’. A lo que la madre replicó: ‘-Sí, hijo, soy muy fea y tengo la cara quemada. Y esto es así, porque siendo tú muy pequeño se incendió tu habitación y yo entré a salvarte y me quemé la cara y parte de mi cuerpo’. Y le enseñó el pecho, la espalda y los brazos con quemaduras, que el niño no había visto nunca, ya que ella lo solía tener cubierto. Al ver aquello y al conocer que su madre se había vuelto fea y se había quemado por salvarlo a él, le dijo: ‘-Mamá, para mí eres la más bella del mundo’”. 3) Asimismo, se ha de decir que el sacrificio no es tanto dar algo que le pertenece a uno cuanto darse a sí mismo.

- Una vez dicho esto sobre el significado general del sacrificio, pasaremos al sacrificio de Cristo, según nos es mostrado en la Sagrada Escritura. Jesús ha hecho un sacrificio total de su persona por los hombres: 1) Él ha asumido la misma naturaleza humana que nosotros al nacer, ha padecido en la cruz y ha muerto por nosotros y por nuestros pecados. Mi siervo salvará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos” (Is. 53, 11b). 2) Él ha hecho una donación total a todos los hombres. No nos ha dado cosas, sino que se ha dado Él mismo. 3) Con esta donación total, con este sacrificio que le ha hecho pasar por insultos, sentimientos de soledad y de traición, golpes, escupitajos, latigazos, horadación de pies y manos, sed y muerte en cruz…, Jesús nos ha manifestado el AMOR de Dios, la manera de luchar contra el pecado, el sentido del sufrimiento y de la muerte de los hombres y la esperanza a la que todos estamos llamados. Oigamos un testimonio de Julio Figar, O.P., que nos puede dar luz sobre el significado del sacrificio de Jesús: “Estaba andando solo y entré en una selva. Todo era muy oscuro. Iba solo y tenía miedo. Cada vez penetraba más adentro. Mi miedo y soledad iban aumentando. Al final de la selva vi una luz y encima de una montaña una cruz. Me acerqué y vi que Cristo estaba en la cruz. Junto a la cruz estaba María. María me dijo a la vez que me daba un papel: ‘Hijo, escribe en el papel las cosas que más te pesan y lo que más te hace sufrir’. Yo apunté allí mi miedo, mi soledad, mis pecados. Ella cogió el papel y lo puso al pie de la cruz. De Cristo cayeron unas gotas de sangre y cubrieron el papel. Hubo un terremoto, se abrió la tierra y se tragó el papel. María me miró y me dijo: ‘Ves hijo, mi Hijo ha muerto por esto. Ya no lo tienes que llevar’”.

- La Iglesia de Dios y los cristianos que la componemos estamos llamados a unirnos a este mismo sacrificio de Cristo. Unas veces este sacrificio será con nuestra propia sangre, como los mártires. Otras veces este sacrificio será espiritual. Así nos lo pedía San Pablo: “Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rm. 12, 1). Este “sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” debemos vivirlo en la vida ordinaria. Y en esta misma línea un texto muy antiguo exhortaba a los primeros cristianos a participar en la Misa habiendo confesado primero los pecados para que su sacrificio fuera puro; y todo aquel que estuviera peleado con algún hombre, debía primero reconciliarse con él y luego acudir a la Misa, “a fin de que no se profane vuestro sacrificio” (Didaché). ¿Os acordáis que hace unos domingos os hablaba de los “muertos vivientes” que todos tenemos? Pues, al terminar de celebrar la Misa de ese día y salir del templo, se me acercó una mujer y me dijo- “¡Qué razón tiene, señor cura, con eso de los “muertos vivientes”! Fíjese que yo tengo una vecina que no trago, porque me hizo una muy gorda… y no se la perdono. Nunca se la perdonaré”. ¡Qué trabajo nos cuesta morir a nosotros mismos y a nuestro amor propio! Éste es el sacrificio que Dios le pide a esta señora, para que su espíritu pueda ser santo, puro, agradable a Dios y tenga vida.

- El lugar por excelencia, donde los cristianos somos testigos privilegiados e incluso actores de este sacrificio de Cristo, está en la Eucaristía, en la Misa: 1) Cristo es el Cordero que va a ser sacrificado sobre el altar. Él no viene a la fuerza o con desconocimiento. Él sabe muy bien lo que le espera y a lo que viene. 2) Cristo es a la vez el sacerdote que ofrece ese Cordero a Dios para la salvación de todos los hombres, por el perdón de los pecados de todos los hombres. 3) Este sacrificio se hizo una sola vez, por eso hay una sola Eucaristía o Misa. Las Misas que ahora celebramos son re-presentación[1] de aquella única Misa, de aquel único sacrificio.


[1] Esto puede ser entendido en el sentido de que Cristo nos traslada a aquel Jueves Santo, a la Santa Cena.

jueves, 16 de junio de 2011

San Antonio

13-6-2011 SAN ANTONIO

Este domingo tocaba la homilía de la Santísima Trinidad, pero voy a tener que acercarme a una de mis parroquias para celebrar a este santo y sobre él he preparado la homilía. Me pareció que podía interesaros y por eso la "cuelgo" en el blog y la mando.

Queridos hermanos:

San Antonio nació en Lisboa a finales del siglo XII. La infancia de Fernando Martins de Bulhôes (San Antonio) transcurrió en una familia normal de notable posición y haberes. Después de quince años trascurridos sin problemas en casa de sus padres, antes de la entrada entre los Canónigos Regulares de san Agustín el año 1209, afrontó un período de crisis, dudas, angustias y tentaciones, contra las cuales Fernando luchó valientemente, aunque no debería alargarse más de dos o tres años, después de los cuales, "despreciadas las diversiones del mundo", vistió el hábito de los Canónigos Regulares en San Vicente de Fora en Lisboa. En el monasterio, las visitas de parientes y amigos de juventud eran más frecuentes de lo necesario y perturbaban la vida y piedad cenobítica más de lo tolerable, por lo que a fines de 1210 o comienzos de 1211 se trasladó al monasterio de Santa Cruz de Coimbra, cuando contaba cerca de veinte años. De allí salió con una formación completa y bien asimilada que le permitió aprender tanto lo que era necesario en la evolución de su pensamiento y aspiraciones espirituales, como la preparación requerida para ser ordenado sacerdote; fue ordenado seguramente por el Obispo de Coimbra.

Fernando Martins decidió mudarse a los Frailes Menores (franciscanos) movido por el ejemplo de 5 franciscanos martirizados en Marruecos y traídos sus restos a Portugal y atraído por la vida evangélica que trataban de seguir aquellos frailes que pedían limosna. Su deseo de entregar la vida en el martirio y su propósito de ir a Marruecos, siguiendo el ejemplo de los frailes allí decapitados por anunciar a Cristo, le movieron a vestir el hábito franciscano y a cambiar su nombre. Desde entonces será conocido fray Antonio como fraile mendicante y misionero, pidiendo ser enviado de inmediato a tierras de Marruecos. A Marruecos marcha acompañado por otro fraile franciscano los primeros días de diciembre de 1220, y allí no encuentra el martirio, sino una enfermedad que le hace cambiar sus propósitos, ya que tiene que volver a embarcarse de regreso a Lisboa. La aceptación de la voluntad de Dios y de su propia vocación le reservaban aún otra sorpresa, porque la violentísima tempestad desatada al comenzar el viaje de vuelta juega con el barco hasta depositarlo en las costas de Sicilia, cerca de la ciudad de Mesina, donde se encontraba situado un "lugar" de los Frailes Menores en el que encuentra refugio y se repone de la enfermedad y de las inclemencias del tempestuoso viaje. En el convento franciscano de Mesina estaría un mes, hasta su marcha al Capítulo de Pentecostés de 1221. En otoño de 1222 se situaría el peculiar descubrimiento de sus dotes oratorias, su palabra breve y profunda, su memoria prodigiosa, capaz de ganarse la atención creciente y tocar el corazón de sus oyentes, cuando acudió a Forlí con el grupo de hermanos que tenían que recibir la ordenación sacerdotal, quizá en las témporas de septiembre de aquel 1222. Con motivo de dichas ordenaciones en que había predicado de forma tan sabia como arrebatadora, que sorprendió por la humildad con la que había mantenido escondida su instrucción, letras y profundidad de doctrina. Ese Capítulo sería también la ocasión para dar a conocer al insigne predicador san Antonio; al menos, le sacó de su silencio para dar comienzo a su actividad evangelizadora, pues fray Graciano, el provincial, le confirió el oficio de predicador. En los meses finales de 1224 san Antonio fue invitado a ir al sur de Francia, donde permanece hasta 1227 para predicar a los albigenses. Durante la Cuaresma de 1231 se dedicó con toda intensidad a la predicación, a la enseñanza y al sacramento de la penitencia con este fruto: "Reducía a la concordia fraterna a los enemistados; restituía la libertad a los encarcelados; hacía devolver lo robado con usura o violencia... Rescataba a las meretrices de su infamante trato; y mantenía alejados de poner la mano sobre lo ajeno a ladrones famosos por sus delitos. Y así, transcurridos felizmente los cuarenta días, fue grande la cosecha de mies, agradable a los ojos de Dios, que con su celo recolectó". Murió el 13 de junio de 1231. Tenía unos 40 años.

Antes de pasar un año, debido al fervor popular, el 30 de mayo de 1232, día de Pentecostés, fue proclamado santo y canonizado con toda solemnidad por el Papa Gregorio IX. San Antonio, conocido como hombre de Dios, predicador evangélico, teólogo, místico, empezó a ser conocido, después de su muerte y canonización, como el santo Taumaturgo cuyos portentosos milagros cantan los pueblos y las devociones populares tradicionales que le hacen ser "el Santo de todo el mundo", según feliz expresión del Papa León XIII.

MILAGROS

La acémila (la mula)

En la región de Toulouse el beato Antonio, en una disputa pública contra un hereje prepotente que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, cuando casi lo había convencido y acercado a la fe católica, el hereje, no convencido dijo: "Dejémonos de charlas y pasemos a los hechos. Si tú, Antonio, consigues probar con un milagro que en la Comunión de los creyentes, está el verdadero cuerpo de Cristo, yo abjuraré de toda herejía, y me someteré a la fe católica". El siervo del Señor con gran fe le respondió: "Confío en mi salvador Jesucristo que, para tu conversión y la de los demás, me concederá su misericordia por lo que pides". Se levantó entonces el hereje e, invitando con la mano a que todos callasen, habló: "tendré encerrada a mi acémila durante tres días y le haré padecer hambre. Pasados los tres días, la sacaré en medio de la gente, y le mostraré el forraje. Tú mientras tanto te pondrás delante con lo que afirmas que es el cuerpo de Cristo. Si el animal hambriento, no va hacia el forraje, y corre para adorar a su Dios, creeré sinceramente en la fe de la Iglesia". En seguida el padre santo dio su aprobación. Llegado el día establecido para el desafío, la gente acudió desde todas partes y llenó la plaza. Estaba presente el siervo de Cristo, Antonio, rodeado por una gran multitud de fieles. Estaba también el hereje, con todos sus cómplices. Antonio se detuvo en una capilla que había allí cerca para con gran devoción celebrar el ritual de la Misa. Una vez acabado salió hacia el pueblo que estaba esperando, llevando con gran reverencia el cuerpo del Señor. La mula hambrienta fue llevada fuera del establo y se le mostraron alimentos apetitosos. Finalmente, imponiendo el silencio, el hombre de Dios con mucha fe ordenó al animal: "En virtud y en nombre del Creador, que yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo oh animal, y te ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida veneración, para que los malvados herejes comprendan de este gesto claramente que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las manos por la dignidad sacerdotal en el altar". El siervo de Dios ni siquiera había acabado estas palabras, cuando el animal, dejando a un lado el forraje, inclinándose y bajando la cabeza, se acercó arrodillándose delante del sacramento del cuerpo de Cristo. Una gran alegría contagió a los fieles y católicos, tristeza y humillación a los herejes y a los no creyentes. Dios fue loado y bendecido, la fe católica exaltada y enaltecida. El mencionado hereje, abjuró de su doctrina en presencia de toda la gente, y a partir de aquel momento prestó leal obediencia a los preceptos de la santa Iglesia.

El pie reinjertado

Un maravilloso milagro fue causado por una confesión. Un hombre de Padua, llamado Leonardo, refirió una vez al hombre de Dios, entre otros pecados de los cuales se había acusado, que había dado una patada a su madre, con tal violencia que la había hecho caer por el suelo de forma terrible. El beato padre Antonio, que detestaba ferozmente todas las maldades comentó: "El pie que golpea a la madre o al padre, merecería ser cortado al instante". Aquel hombre, no habiendo entendido el sentido de la frase, lleno de remordimiento por la falta cometida y por las duras palabras del Santo, al volver a casa no dudó en cortarse el pie. La noticia de un castigo tan cruel se difundió en un abrir y cerrar de ojos por toda la ciudad, y llegó hasta oídos del siervo de Dios. Antonio se dirigió a toda prisa a casa de éste y, después de una angustiada devota oración, unió a la pierna el pie cortado, haciendo la señal de la Cruz. En cuanto el Santo acercó el pie a la pierna haciendo la señal de la Cruz, pasando por encima de la pierna dulcemente sus sagradas manos, el pie de aquel hombre quedó unido a la pierna tan rápidamente que éste se levantó alegre y sano, y se puso a caminar y a saltar, loando al Señor y dando gracias infinitas al beato Antonio, que de forma admirable lo había curado.

La visión

Una vez en que el beato Antonio se encontraba en una ciudad para predicar, fue hospedado por una persona del lugar. Éste le asignó una habitación separada, para que pudiera entregarse tranquilo al estudio y a la contemplación. Mientras Antonio rezaba en la habitación, el propietario multiplicaba sus idas y venidas por su casa y observaba con atención y devoción la habitación donde rezaba San Antonio solo, ojeando a escondidas a través de una ventana, vio entre los brazos del beato Antonio a un niño hermoso y alegre. El Santo lo abrazaba y lo besaba, contemplando su rostro incesantemente. Aquel hombre, asombrado y extasiado por la belleza del niño, pensaba por sus adentros de dónde habría venido un niño tan gracioso. Aquel niño era el Señor Jesús. Y fue el mismo Niño Jesús quien reveló al beato Antonio que el huésped los estaba observando. Después de una larga oración, acabada la visión, el Santo llamó al propietario y le prohibió que revelara a nadie, mientras él viviera, lo que había visto.

El corazón del avaro

En Toscana, región de Italia, se estaban celebrando solemnemente las exequias de un hombre muy rico. Al funeral estaba presente San Antonio, que, movido por una inspiración impetuosa, se puso a gritar que el muerto no tenía que ser enterrado en un sitio consagrado, sino a lo largo de las murallas de la ciudad, como un perro. Y esto porque su alma estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Ante esta exhortación, como es natural, todos se quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido cambio de opiniones. Al final se abrió el pecho del difunto. Y no se encontró su corazón que, según las predicciones del Santo, fue encontrado en la caja fuerte donde conservaba su dinero. Por dicho motivo, la ciudadanía alabó con entusiasmo a Dios y a su Santo. Y aquel muerto no fue enterrado en el mausoleo que se le había preparado, sino llevado como un asno a la muralla y allí enterrado.

El recién nacido que habla

Una mujer en Ferrara fue salvada de una terrible sospecha. El Santo reconcilió a la consorte con el marido, una persona importante de la ciudad. Hizo un verdadero milagro, al hacer hablar a un recién nacido, que tenía pocos días de vida, y que contestó a la pregunta que le había hecho el hombre de Dios. Aquel hombre estaba tan furioso a causa de los infundados celos hacia su mujer, que ni siquiera quiso tocar al niño que acababa de nacer algunos días antes, convencido de que era fruto de un adulterio de la mujer. San Antonio cogió el recién nacido en brazos y le habló: "Te suplico en nombre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de María Virgen, que me digas en voz clara, para que todos puedan oírlo, quién es tu padre". Y el niño, sin balbucear como hacen los niños pequeños, sino con una voz clara y comprensible como si fuera un chiquillo de diez años, fijando los ojos en su padre, ya que no podía mover las manos, ligadas al cuerpo con las fajas, dijo: "¡Éste es mi padre!" Se giró hacia el hombre, y el Santo añadió: "Toma a tu hijo y ama a tu mujer, que está atemorizada y se merece toda tu admiración".

El sermón a los peces

Una vez en que algunos herejes, cerca de Padua, despreciaban y se burlaban de sus sermones, el Santo se dirigió a la orilla de un río, que corría por allí cerca, y dijo a los herejes para que toda la multitud lo oyera: "A partir del momento en que vosotros demostráis ser indignos de la palabra de Dios, aquí estoy, dirigiéndome a los peces, para confundir más abiertamente vuestra incredulidad". Y con fervor de espíritu empezó a predicar a los peces, enumerándoles todos los dones concedidos por Dios: cómo los había creado, cómo les había asignado la pureza de las aguas y cuánta libertad les había concedido, y cómo los alimentaba sin que tuvieran que trabajar. Mientras hablaba los peces empezaron a unirse y a acercarse a él, elevando sobre la superficie del agua la parte superior de su cuerpo y mirándolo atentamente, con la boca abierta. Mientras el Santo les habló, lo estuvieron escuchando muy atentos, como si fueran seres dotados de razón. No se alejaron del lugar hasta que recibieron su bendición.

jueves, 9 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés (A)

12-6-2011 PENTECOSTES (A)

Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos en el día de hoy el último día de Pascua, y este tiempo se cierra con la festividad de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los apóstoles, sobre la Iglesia.

Dice la secuencia de Pentecostés que acabamos de escuchar:

“Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo
.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido.

El domingo pasado se ordenaron tres nuevos sacerdotes. El sábado por la noche vino uno de ellos a mi casa para confesarse, ya que quería estar en gracia de Dios para recibir el sacramento del orden sacerdotal. Una de las cosas que le dije es que, muy pronto, reconocería en sí mismo una serie de dones y carismas que Dios había puesto desde toda la eternidad en él para edificación y construcción de la Iglesia de Cristo; eran dones y carismas para el bien de sus hermanos, los hijos de Dios. Y le dije esto, porque recordaba cómo años atrás yo también descubrí una serie de dones, que hasta ese momento estaban escondidos en mí, sin que yo los conociera, y que fueron apareciendo a medida que mi tarea pastoral se fue desarrollando. Principalmente yo descubrí tres dones: el primero en el sacramento de la confesión: una cierta facilidad para mostrar el pecado en el corazón del hombre, pero sobre todo para mostrar el amor y la paciencia de Dios en ese hombre pecador. El segundo el de la dirección espiritual: con el don de consejo y de sabiduría para ayudar a descubrir a Dios en la vida del hombre, a profundizar en la fe y en Dios, y a perseverar en esa relación con Dios y con los demás, según el evangelio de Cristo. El tercero apareció más tarde: era el don de la predicación, para exponer de modo claro y sencillo a Dios, su doctrina y su voluntad. Eran dones para los otros, no para presumir y crecer a costa de ellos o apropiarse de ellos. Humanamente, yo soy tímido y poco hablador. Por eso y por tantas experiencias de todo esto, sé, a ciencia cierta, que estos dones no provienen de mí, sino de Él.

Y lo mismo que yo tengo unos dones para bien de la Iglesia y de los hombres, y lo mismo que esos dones provienen de Dios y no de mí, igualmente sé que Dios no agota sus dones en mí. No. Él los entrega a manos llenas, como dice la Secuencia de Pentecostés (“Espíritu divino […] don, en tus dones espléndido”), a otros sacerdotes. Pero el Espíritu no entrega sus dones sólo a los sacerdotes, también a los laicos, a vosotros. ¿Habéis ya descubierto cuáles son los dones y carismas que Dios ha puesto en vuestro ser para bien de su Iglesia y de todos los hombres? Algunos tendréis el don de la paciencia de los ancianos, otros el don del perdón, otros el don del servicio, otros el don de fortaleza en medio de las adversidades, otros el don de amar y educar a los niños o jóvenes, otros el don de la oración silenciosa y reposada ante el Amado, otros el don del matrimonio y el de la paternidad, otros el don de la humildad, y un largo etcétera. Por eso, dice San Pablo en la segunda lectura: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común […] Todos nosotros […] hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. ¿Cuáles son los dones que Dios y su Santo Espíritu han sembrado en ti? ¿Los reconoces, los estás poniendo al servicio de su Iglesia y de todos los hombres? Pide luz al Espíritu para ello.

Sin embargo, no es fácil conjugar los dones que los hombres tenemos. ¿Por qué? Porque nosotros, además de los dones, tenemos nuestros propios pecados. Y estos sí que proceden de nosotros. “Cuentan que, a media noche, hubo en la carpintería una extraña asamblea. Las herramientas se habían reunido para arreglar las diferencias que no las dejaban trabajar. El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión, pero enseguida la asamblea le notificó que tenía que renunciar: -No puedes presidir, Martillo –le dijo el portavoz de la asamblea-. Haces demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando. El Martillo aceptó su culpa, pero propuso: -Si yo no presido, pido también que sea expulsado el Tornillo, puesto que siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo. El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión, pero propuso una condición: -Si yo me voy, expulsad también a la Lija, puesto que es muy áspera en su trato y siempre tiene fricciones con los demás. La Lija dijo que no se iría, a no ser que fuera expulsado el Metro. Afirmó: -El Metro se pasa todo el tiempo midiendo a los demás según su propia medida, como si él fuera el único perfecto. Estando la reunión en tan delicado momento, apareció inesperadamente el Carpintero, que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al terminar su trabajo, se fue. Cuando la carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la palabra, habló: -Señores, ha quedado demostrado que todos tenemos defectos, pero el Carpintero trabaja con nuestras cualidades; son ellas las que nos hacen valiosos. Así que propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles, sino en la utilidad de nuestros puntos fuertes. La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte; el Tornillo unía y daba fuerza; la Lija era especial para afinar y limar asperezas; y observaron que el Metro era preciso y exacto. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos”.

Con esta homilía de hoy quisiera que descubriéramos lo siguiente: -Todos somos amados de Dios y por eso nos ha llenado de sus dones. –Lo malo que hay en nosotros… es nuestro y no procede de Dios, ni… del vecino del quinto. –Nadie es perfecto, salvo Dios. –Todos estamos llamados a construir la Iglesia de Dios en este mundo, que también es de Dios. –La construcción la dirige Dios mismo, no las leyes de la naturaleza.

jueves, 2 de junio de 2011

Domingo de la Ascensión del Señor (A)

5-6-11 DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)

Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Mt. 28, 16-20



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

La Ascensión del Señor no es un episodio aislado, el último, de la historia de Jesús; Tampoco podremos verlo como un hecho independiente y separado temporalmente de su misma Resurrección. La Ascensión del Señor es el punto final del evangelio y de la presencia de Cristo resucitado entre sus discípulos; y es también el inicio de la misión de la Iglesia representada en los apóstoles. Esta misión se funda en las palabras de Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”.

- MIRAR AL CIELO

En la primera lectura se nos narra cómo los discípulos de Jesús se quedaron mirando para el cielo viendo cómo Él desaparecía entre las nubes delante de ellos. Los discípulos se sintieron huérfanos y abandonados al no ver más a Jesús entre ellos. Desde ese día los cristianos siempre buscamos con ansia a Jesús. Los cristianos no podemos estar solos; no podemos estar sin Él, pues nos sentimos desamparados, y por eso miramos al cielo. Pero los ángeles de Dios nos tocan el hombro y nos sacan de nuestro ensimismamiento: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”.

- MIRAR A LA IGLESIA

Sí, Dios nos saca de nuestra comodidad, de ese estar “pasmados” en tantas ocasiones mirando para el cielo, como esperando que la solución nos venga de arriba. Sí, Dios nos recuerda una y otra vez la misión que Cristo nos confío: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. ¡Hay tanto que hacer!

MIRAR A LA IGLESIA. El sábado pasado fui hasta mis parroquias de Somiedo. En estas parroquias celebro el último sábado de mes. Si nieva y no se puede subir, ese mes se quedan sin Misa y en invierno pueden estar hasta 3 meses seguidos así. Ese sábado me acompañaron dos amigos: un chico y una chica. Llevamos la comida, pues íbamos a estar todo el día por allá. Llevamos la ropa de celebrar, los libros, las formas, el agua, el vino… Salimos de Oviedo a las 9 de la mañana. A las 11 teníamos la primera Misa. A las 10,30 entramos en una iglesia destartalada y llena de goteras. En la sacristía no me podía revestir, pues estaba desarmada y llena de cascotes; al lado de la sacristía hay una capilla y tampoco me podía revestir allí, pues ya me dijeron el primer día que llegué que el techo podía caer en cualquier momento. Una mujer mayor me dijo que había venido temprano para achicar el agua de las goteras, que estaba en el suelo. Celebré para 3 personas ancianas y para mis dos amigos. A ellos se les caía el alma a los pies. Algo parecido sucedió en las otras cuatro parroquias: Misa de 12,15 horas; Misa de 13,30 horas; Misa de 16 horas; Misa de 17,15 horas. En una de las parroquias un hombre que vive en Gijón y que iba a entrar en una de las Misas dijo a un vecino que estaba por allí trabajando: ‘¿Cómo no vienes a Misa?’ A lo que éste contestó: ‘Yo voy a la segunda’. Por supuesto, no había una segunda Misa en aquella parroquia y en ese día. Al terminar la última celebración, regresamos para Oviedo. Sé que ellos venían pensando en todo lo que habían vivido y yo en programar mi trabajo pastoral en Somiedo para el próximo curso, ahora que ya sé un poco más a qué me enfrento, si es que me dejan allí. Percibo en estas parroquias una gran pobreza, creo que humana, pero sobre todo pobreza espiritual y de fe. Les faltan medios, oportunidades y personas que les ayuden con su fe y a profundizar en ella. Así está la vida de fe y la Iglesia por allá.

MIRAR A LA IGLESIA. El lunes vino una persona desde una villa asturiana a hacer dirección espiritual y me contaba que tienen el templo cayendo. Han pedido un presupuesto para arreglarla: 300.000 € (50 millones de pesetas). Este es el presupuesto para arreglar una iglesia que está casi vacía de fieles. Me decía esta persona, que es algo mayor que yo, que ella era la más joven de los que van a los cultos, y me decía: ‘¿Arreglar la iglesia para qué? ¿Arreglar la iglesia para quién?’

MIRAR A LA IGLESIA. En estos días me encontré con un texto escrito por un fraile y hablaba de la Iglesia; no del templo de piedra o de ladrillo, sino de los templos de carne, hueso y espíritu: “Me duele la Iglesia. Veo el Cuerpo de Cristo ‘con fiebre’. En mi comunidad religiosa noto una degeneración: en conversaciones, en las formas, en las decisiones…. Va cada día decayendo más el espíritu. Es una de las consecuencias de esta cultura nuestra: amortigua las necesidades espirituales, ahoga, anestesia el mundo del espíritu dejando las personas en una vida natural, de la carne (a veces contranatural). Aquí veo esa pérdida progresiva del espíritu. Siento que ‘avanza este cáncer espiritual’, que va invadiendo terrenos y que hace insensible al Espíritu aquello que invade”.

- MIRAR A CRISTO, ESCUCHAR A CRISTO, OBEDECER A CRISTO

No tenemos mayores dificultades que tuvieron entonces los apóstoles o San Pablo u otros cristianos y santos en sus tiempos. Nuestra fe es cierta, la presencia y el amor de Dios son ciertos, el mandato del Señor es firme: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Nosotros no hablamos en nuestro propio nombre, sino en el nombre de Cristo, el Hijo de Dios. Él nos pide que sembremos. A Él le corresponde cosechar.

Una y otra vez os repetiré las palabras de confianza absoluta del profeta Habacuc: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza (Hab. 3, 17-19). Nada ni nadie podrá apartarnos de ese Dios, en el que creemos y al que amamos. Si la realidad de la Iglesia fuera maravillosa, tendríamos que predicar y vivir el evangelio con la misma fuerza y el mismo entusiasmo que si la realidad de esta Iglesia fuera un auténtico desastre.