jueves, 28 de julio de 2011

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (A)

31-VII-2011 XVIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 55, 1-3; Slm. 144; Rm. 8, 35.37-39; Mt. 14, 13-21



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús muy preocupado por las diversas necesidades de los hombres: 1) Las enfermedades. “Al desembarcar vio Jesús al gentío, le dio lástima y curó a los enfermos”. 2) El hambre. Los discípulos se dieron cuenta que la gente tenía hambre y Jesús hizo el milagro de multiplicar cinco panes y dos peces, y con ello dio de comer a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. “Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”.

Jesús ve y sabe que hoy día hay hombres, mujeres y niños que tienen necesidades, toda clase de necesidades, y nos dice a nosotros, sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. Sí, vosotros que comisteis, “dadles vosotros de comer”. Sí, vosotros que tenéis, “dadles vosotros de comer”.

Pero, ¿hay hoy día necesidades? ¿Hay hoy que dar algo a alguien? En estos días se hacen diversas entrevistas en los medios de comunicación social y se pregunta a la gente cómo va llevando la crisis económica por la que está pasando el mundo. Unos cuentan una cosa y otros otra, pero el otro día sorprendió una persona que contestó: ‘¿Crisis, qué crisis?’ Aquí se hace realidad aquel refrán que dice: Cada uno cuenta la feria, según le va en ella.

Repito: ¿Hay hoy día necesidades? ¿Hay que dar algo a alguien? La semana pasada la ONU declaró la hambruna en el cuerno de África, que comprende Somalia, parte de Kenya, de Etiopía y de Uganda. ¿Qué es una hambruna? Es el estadio de mayor gravedad de una crisis humana. La última hambruna data de 1992, cuando perdieron la vida 300.000 somalíes. Los principales indicadores que la definen son:

- Tasa de desnutrición aguda por encima del 30% (muy por encima de los niveles de emergencia).

- Elevada mortalidad. Más de 2 fallecimientos por cada 10.000 personas al día. Creo que en estos días de atrás el número de muertes diarias es de 6.

- Imposibilidad de acceder a los alimentos y muy limitado acceso al agua (menos de 4 litros por persona al día).

- Desplazamientos masivos de población.

- Mecanismos de adaptación y resistencia agotados. Pérdidas de recursos y activos.

- Dependencia de la ayuda exterior.

Además, existe en ese lugar una combinación de conflicto e inseguridad, un acceso limitado para las organizaciones humanitarias ya que milicias musulmanas lo prohíben, una sucesión de malas cosechas y la ausencia de ayuda humanitaria han puesto en peligro a toda la población en el sur de Somalia. Generalmente tienen dos temporadas de lluvias, una en otoño y otra en primavera. Este año, no llegó ninguna de ellas y la tierra está completamente seca. La hambruna en Somalia ha provocado la muerte de decenas de miles de personas en los últimos meses, y la situación podría agravarse aún más a menos de que se actúe con urgencia. Y al igual que se necesita ahora ayuda alimentaria, hay que apoyar inmediatamente a los campesinos con semillas, aperos y acceso a agua, y a los ganaderos con forraje para evitar más desplazados y la inanición. Esto auxiliará a los campesinos y sus familias para conservar sus ganados y cultivos, y para continuar con la producción de alimentos. El número de somalíes necesitados de ayuda humanitaria se ha incrementado desde 2,4 millones a 3,7 millones de personas en los últimos seis meses. En total, cerca de 12 millones de personas en el Cuerno de África necesitan actualmente ayuda de emergencia.

Por todo esto y por muchos más casos a lo largo de todo el mundo, incluso a la vuelta de la esquina de nuestras casas, Jesús nos dice hoy y siempre: Sí, vosotros que comisteis, “dadles vosotros de comer”. Sí, vosotros que tenéis, “dadles vosotros de comer”. Es imperioso que demos de lo que tenemos, que nos desprendamos de lo que tenemos. Lo que tenemos no es nuestro. Es de Dios. Dios es el auténtico propietario de lo que tenemos: de nuestras casas, de nuestro coches, de nuestra ropa, de nuestros dineros, de nuestros ordenadores… Nosotros somos sólo administradores de lo que tenemos. El propietario es Dios.

Tengo miedo que, nosotros que comemos todos los días y que tenemos lo suficiente para subsistir, estemos llenos de egoísmo, de soberbia, de dureza de corazón. Tengo miedo que, nosotros que comemos todos los días y que tenemos lo suficiente para subsistir, estemos ciegos e insensibles ante las necesidades de los demás, sean estos de lejos o de cerca. Tengo miedo que en nosotros se cumpla el evangelio de Cristo Jesús: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y su ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber…” (Mt. 25, 41-42). Tengo miedo que, pudiendo vivir en el Cielo de Dios, vivamos en el Infierno de nuestro egoísmo.

“En aquel tiempo, un discípulo preguntó a su maestro. –Maestro, ¡cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno? Y el maestro respondió: -Es muy pequeña, y sin embargo de grandes consecuencias. Vi un gran monte de arroz cocido, listo para comer. A su alrededor había muchos hombres casi a punto de morir de hambre. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en las manos unos palillos de dos o tres metros de longitud. Es verdad que podían coger el arroz, pero no conseguían llevárselo a la boca, porque los palillos eran demasiado largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo un hambre eterna delante de una abundancia inagotable. Y eso era el Infierno.

Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor había muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en las manos unos palillos de dos o tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevárselo a la boca, porque los palillos eran demasiado largos. Pero, en vez de utilizar los largos palillos para llevarse el arroz a su propia boca, los usaban para servirse unos a otros. Y así aplacaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, cercana y solidaria, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en casa. Y eso era el Cielo.

Cristo nos dice una vez más: “Dadles vosotros de comer”. Sólo así podremos estar en el Cielo.

jueves, 21 de julio de 2011

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

24-7-11 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)

1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

La primera lectura comienza hoy con estas palabras: “El Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: ‘Pídeme lo que quieras’”. ¿Qué le pedimos hoy a la vida? Por lo visto, parece que los reyes en tiempos de Salomón pedían a sus dioses larga vida, muchas riquezas y vencer en todas las batallas contra sus enemigos. Pero, ¿qué pediríamos hoy a la vida? En lo que conozco del corazón humano creo que hoy básicamente se pide salud; trabajo; tranquilidad y paz; buenos amigos; una casa con la hipoteca pagada; unas vacaciones para conocer un lugar maravilloso; el amor de un hombre o de una mujer; el amor de los hijos; el reconocimiento de los demás; que se acaben nuestros problemas más acuciantes; un poco de dinero para pagar las deudas, para dar algunas limosnas y para tener algo de “colchón” para cuando surjan diversas necesidades…

Pues bien, también hoy el Señor se nos aparece a cada uno de nosotros y nos dice: “Pídeme lo que quieras”. ¿Qué podemos nosotros al pedir al Señor? (No a la vida, sino al Señor). Para dar esta respuesta podemos pensar desde un punto de vista humano. De hecho, hay una película norteamericana en la que el protagonista se queja ante Dios de lo que mal que va el mundo o de lo mal que le van las cosas, y Dios le contesta a sus quejas otorgándole a él todo el poder divino para que arregle los desaguisados que, según el protagonista, hay en el mundo. El resultado es tremendo. Por tanto, repito: ¿qué le pediríamos hoy día al Señor? ¿Lo mismo que más arriba se ha dicho que podíamos pedir a la vida?

Veamos qué le pidió Salomón a Dios: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”[1]. Pedir esto es darse cuenta de que este corazón y este discernimiento es el tesoro escondido y la perla fina de gran valor de que nos hablaba Jesús en el evangelio. Y parafraseando la tercera parábola que nos cuenta Jesús hoy, podemos decir que en nuestra vida “pescamos” muchas cosas; muchas cosas caen en nuestras redes y tenemos que sentarnos después para examinar lo que hay dentro de las redes. Los pescadores examinan todos los peces y “reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. El acto de sentarse ante las redes llenas y examinar lo que hay dentro y distinguir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo posible… es lo que se denomina el DISCERNIMIENTO.

¿Qué difícil es discernir lo que es de Dios y lo que no es de Dios? Lo que no es de Dios siempre es malo, aunque nos parezca bueno; y lo que es de Dios siempre es bueno, aunque nos parezca malo o inconveniente o imposible. Voy a poner un ejemplo, que puede ser real como la vida misma, y en el que hay que hacer un acto de discernimiento para conseguir el bien final. El ejemplo está retratado en un cuento. Se trata del cuento de la vaca. “Un maestro de la sabiduría paseaba con su discípulo por un bosque cuando vieron una casa bastante pobre. Se acercaron y vieron que la casa la habitaba un matrimonio y tres hijos, los cuales iban descalzos y todos muy pobremente vestidos. Entonces el sabio preguntó al padre: ‘En este lugar no existen posibilidades de trabajo. ¿Cómo hacéis tú y tu familia para sobrevivir aquí?’ El hombre respondió: ‘Nosotros tenemos una vaca que nos da varios litros de leche al día. Una parte la vendemos o la cambiamos en la ciudad vecina, y con la otra parte producimos queso, manteca… para nuestro consumo, y así es como vamos sobreviviendo’. El sabio agradeció la información, contempló el lugar durante un momento, se despidió y se fue. En mitad del camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: ‘Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allí adelante y tírala’. El joven miró espantado a su maestro, y le discutió la orden, porque la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. Pero, al ver el silencio absoluto de su maestro, el novicio cumplió temeroso la orden. La escena de la vaca muerta al fondo del barranco se le quedó grabada en su memoria. Pasado un tiempo, como unos cuatro años, este joven dejó a su maestro y decidió ir al encuentro de aquella familia y confesar su delito. Al acercarse vio que todo había cambiado: había una buena casa, un automóvil nuevo a la puerta… El joven se sintió triste y desesperado, imaginando que aquella humilde familia había tenido que vender el terreno para sobrevivir. Entonces aceleró el paso y habló con un hombre que estaba delante de la puerta de la casa y le preguntó por la familia que vivió allí hacía ya cuatro años. El hombre aquel le contestó que eran ellos mismos la familia por quien preguntaba, y el joven vio que efectivamente era así al mirar a los otros miembros de la familia. Entonces les interrogó: ‘¿Cómo hicisteis para mejorar este lugar y cambiar vuestra vida?’ El padre respondió: ‘Nosotros teníamos una vaca, pero un día se cayó por el precipicio y se murió. Desde ese momento nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos’”.

Sí, cuatro años antes el joven discípulo hizo un acto de discernimiento y pensó que lo mejor era dejar a aquella gente con su vaca y su pobreza. ¡Al menos que tuvieran la vaca! El maestro, sin embargo, hizo otro acto de discernimiento y sólo vio comodidad, pereza y cobardía en aquella familia. Por eso, les quitó de un golpe la vaca y les obligó a salir de su mundo encerrado y abrirse, y eso les supuso vida y una vida mejor, aunque al principio lo tuvieron que pasar muy mal cuando descubrieron la vaca muerta y empezaron a pasar hambre.

En definitiva, pidamos al Señor, como Salomón, ese corazón dócil a Dios y ese discernimiento entre el bien y el mal, entre lo que es de Dios y lo que no es de Dios. Si esto nos es concedido por Dios, sí que encontraremos el auténtico tesoro y la auténtica perla fina de gran valor.



[1] Por cierto, falta hace que Dios otorgue los gobernantes, de cualquier signo político y de cualquiera país o región, este corazón y este discernimiento entre el bien y el mal.

jueves, 14 de julio de 2011

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (A)

17-7-11 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Sab. 12, 13.16-19; Slm. 85; Rm. 8, 26-27; Mt. 13, 24-43


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Tenemos que acostumbrarnos a escuchar, y no simplemente a oír, la Palabra de Dios. Escuchar supone un plus: supone acoger en mi interior lo que se me dice o lo que leo y, además, supone profundizar en el sentido de las palabras. Así, hemos de preguntarnos qué nos quiere decir Dios, aquí y ahora, con su Palabra y de qué modo hemos de aplicar dicha Palabra a nuestra vida concreta. Yo voy a tratar de ayudaros un poco a esto sabiendo que lo que vale para mí, vale igualmente para los demás, pues no somos tan diferentes unos de otros, ni tenemos necesidades tan diversas unos de otros.

- Alguno puede pensar que varias frases de este evangelio no son para el mundo moderno de hoy; por ejemplo cuando Jesús explica la primera parábola y dice: “la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo”. ¿Son modernas estas palabras de Jesús, o son ya antiguas? Más aún, ¿son reales estas palabras de Jesús en estos tiempos? Yo personalmente creo que son totalmente reales, actuales y, por tanto, son totalmente modernas. Fijaros de qué modo tan sutil puede Satanás actuar: El martes venía yo de Alemania en el autobús desde Madrid a Oviedo. En la radio pusieron una canción de Amaral. La canción es pegadiza y el estribillo dice así: ‘Te necesito, como a la luz del sol, en este invierno frío para darme tu calor’. Pero al escucharla más veces me di cuenta de que la letra de esta canción no es tan inocente. Leo: ‘Como quieres que me aclare si aún soy demasiado joven para entender lo que siento, pero no para jurarle al mismísimo Ángel Negro que, si rompe la distancia que ahora mismo nos separa, volveré para adorarle. Le daría hasta mi alma, si trajera tu presencia a esta noche que no acaba…’ Ese ‘Ángel Negro’ es Satanás, al cual Amaral está dispuesta a adorarle e incluso está dispuesta a entregarle su alma, si actúa para que ella pueda unirse con el hombre amado. Esta canción con música pegadiza va calando entre nosotros, y con ella cala esa letra. Éste es uno de los modos de siembra del diablo entre nosotros. Éste es uno de los modos de que aparezca la cizaña y crezca en medio del campo de trigo sembrado por Dios.

- Creo que alguno de vosotros ya ha escuchado alguna vez esta anécdota: “Una chica estaba esperando su vuelo en una sala de un aeropuerto. Como debía esperar un largo rato, decidió comprar un libro y también un paquete de galletas. Se sentó para poder descansar y leer en paz. En un asiento de por medio, se sentó un hombre que abrió una revista y empezó a leer. Entre ellos quedaron las galletas. Cuando ella cogió la primera, el hombre también tomó una. Ella se sintió indignada, pero no dijo nada. Solo pensó: ‘¡Qué descarado; si yo fuera más valiente, hasta le daría una bofetada para que nunca lo olvide!’ Cada vez que ella cogía una galleta, el hombre también tomaba una. Aquello le indignaba tanto que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando quedaba solo una galleta, pensó: ‘¿Qué hará ahora este aprovechado?’ Entonces, el hombre partió la última galleta y dejó media para ella. ¡Ah! ¡No! ¡Aquello le pareció demasiado! ¡Se puso a resoplar de rabia! Cerró su libro, cogió sus cosas y se dirigió al sector del embarque. Cuando se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso, y para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletas intacto y cerrado. ¡Sintió tanta vergüenza! Sólo entonces se dio cuenta de lo equivocada que estaba. ¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas dentro de su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado o alterado”.

Una de las moralejas de esta historia es ésta: ¿Cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando debiéramos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?

- Esta historia encaja muy bien en las lecturas que acabamos de escuchar. Encontramos palabras preciosas en la primera lectura: “Tu soberanía universal te hace perdonar a todos […] Enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. Dios perdona a todos, no sólo a unos pocos: no sólo a los ricos, no sólo a los pobres, no sólo a los católicos, no sólo a los de arriba o a los de abajo…

Cuando el hombre peca, esa acción procede del hombre, que voluntariamente se aparta de Dios. Pero, en medio de ese pecado, Dios se muestra al hombre y le concede una “dulce esperanza”: el arrepentimiento, que es el preludio del perdón. El pecado procede del hombre; el arrepentimiento y el perdón proceden de Dios. Y Dios pide al hombre, a todo hombre, pero sobre todo al justo que sea humano, es decir, compasivo y misericordioso, como Dios lo es. El justo, al modo del mundo, hace las cosas bien, pero eso no basta. El justo, al modo de Dios, hace las cosas bien, es humano, y perdona, porque es perdonado por Dios. Así le ha enseñado Dios a actuar.

¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué Dios permite la existencia de los malos en este mundo? ¿Por qué Dios no les saca de este mundo o les deja morir antes para que hagan menos daño? A esta pregunta contesta Jesús con la parábola del trigo y de la cizaña, que acabamos de escuchar: Dios no quiere que se arranque la cizaña (los malos) antes de tiempo, porque “podríais arrancar también el trigo”. Nosotros sí que hubiéramos llamado la atención al hombre que en el aeropuerto “nos comía” las galletas, sin darnos cuenta que, en muchas ocasiones, somos nosotros quienes comemos las galletas a los demás. En efecto, ¿quiénes de nosotros somos el trigo? ¿Quiénes de nosotros somos la cizaña? Nosotros somos en tantas ocasiones los malos, la cizaña, pero también, en tantas ocasiones somos el trigo.

- En definitiva, esta Palabra de Dios nos habla de su PACIENCIA. Él espera en nosotros, Él espera de nosotros que cambiemos, pues nadie es blanco o negro, sino que somos grises, con partes buenas y partes menos buenos. Dios tiene paciencia con nosotros, pues espera que nos vayamos acercando a El a través del arrepentimiento y del perdón, que es la “dulce esperanza” que da a TODOS LOS HOMBRES. Y así la paciencia de Dios ha de ser el modelo de nuestra paciencia. Paciencia para con Él (si no va todo tan deprisa como queremos); paciencia para con nosotros mismos (si fallamos una y mil veces); paciencia para con los demás (si no son como nosotros querríamos y cuando nosotros queríamos; quizás, al fin y al cabo, sean ellos los que tengan más razón que nosotros).

martes, 5 de julio de 2011

Domingo XV del Tiempo Ordinario (A)

20-7-08 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 55, 10-11; Slm. 64; Rm. 8, 18-23; Mt. 13, 1-23

Emprendo este miércoles, 6 de julio, un viaje de trabajo a Alemania. Estaré fuera, Dios mediante, hasta el 12. Por ello, este domingo que viene no podré “subir” la homilía del domingo XV del tiempo ordinario.

Un abrazo Andrés