jueves, 21 de julio de 2011

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

24-7-11 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)

1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

La primera lectura comienza hoy con estas palabras: “El Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: ‘Pídeme lo que quieras’”. ¿Qué le pedimos hoy a la vida? Por lo visto, parece que los reyes en tiempos de Salomón pedían a sus dioses larga vida, muchas riquezas y vencer en todas las batallas contra sus enemigos. Pero, ¿qué pediríamos hoy a la vida? En lo que conozco del corazón humano creo que hoy básicamente se pide salud; trabajo; tranquilidad y paz; buenos amigos; una casa con la hipoteca pagada; unas vacaciones para conocer un lugar maravilloso; el amor de un hombre o de una mujer; el amor de los hijos; el reconocimiento de los demás; que se acaben nuestros problemas más acuciantes; un poco de dinero para pagar las deudas, para dar algunas limosnas y para tener algo de “colchón” para cuando surjan diversas necesidades…

Pues bien, también hoy el Señor se nos aparece a cada uno de nosotros y nos dice: “Pídeme lo que quieras”. ¿Qué podemos nosotros al pedir al Señor? (No a la vida, sino al Señor). Para dar esta respuesta podemos pensar desde un punto de vista humano. De hecho, hay una película norteamericana en la que el protagonista se queja ante Dios de lo que mal que va el mundo o de lo mal que le van las cosas, y Dios le contesta a sus quejas otorgándole a él todo el poder divino para que arregle los desaguisados que, según el protagonista, hay en el mundo. El resultado es tremendo. Por tanto, repito: ¿qué le pediríamos hoy día al Señor? ¿Lo mismo que más arriba se ha dicho que podíamos pedir a la vida?

Veamos qué le pidió Salomón a Dios: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”[1]. Pedir esto es darse cuenta de que este corazón y este discernimiento es el tesoro escondido y la perla fina de gran valor de que nos hablaba Jesús en el evangelio. Y parafraseando la tercera parábola que nos cuenta Jesús hoy, podemos decir que en nuestra vida “pescamos” muchas cosas; muchas cosas caen en nuestras redes y tenemos que sentarnos después para examinar lo que hay dentro de las redes. Los pescadores examinan todos los peces y “reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. El acto de sentarse ante las redes llenas y examinar lo que hay dentro y distinguir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo posible… es lo que se denomina el DISCERNIMIENTO.

¿Qué difícil es discernir lo que es de Dios y lo que no es de Dios? Lo que no es de Dios siempre es malo, aunque nos parezca bueno; y lo que es de Dios siempre es bueno, aunque nos parezca malo o inconveniente o imposible. Voy a poner un ejemplo, que puede ser real como la vida misma, y en el que hay que hacer un acto de discernimiento para conseguir el bien final. El ejemplo está retratado en un cuento. Se trata del cuento de la vaca. “Un maestro de la sabiduría paseaba con su discípulo por un bosque cuando vieron una casa bastante pobre. Se acercaron y vieron que la casa la habitaba un matrimonio y tres hijos, los cuales iban descalzos y todos muy pobremente vestidos. Entonces el sabio preguntó al padre: ‘En este lugar no existen posibilidades de trabajo. ¿Cómo hacéis tú y tu familia para sobrevivir aquí?’ El hombre respondió: ‘Nosotros tenemos una vaca que nos da varios litros de leche al día. Una parte la vendemos o la cambiamos en la ciudad vecina, y con la otra parte producimos queso, manteca… para nuestro consumo, y así es como vamos sobreviviendo’. El sabio agradeció la información, contempló el lugar durante un momento, se despidió y se fue. En mitad del camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: ‘Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allí adelante y tírala’. El joven miró espantado a su maestro, y le discutió la orden, porque la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. Pero, al ver el silencio absoluto de su maestro, el novicio cumplió temeroso la orden. La escena de la vaca muerta al fondo del barranco se le quedó grabada en su memoria. Pasado un tiempo, como unos cuatro años, este joven dejó a su maestro y decidió ir al encuentro de aquella familia y confesar su delito. Al acercarse vio que todo había cambiado: había una buena casa, un automóvil nuevo a la puerta… El joven se sintió triste y desesperado, imaginando que aquella humilde familia había tenido que vender el terreno para sobrevivir. Entonces aceleró el paso y habló con un hombre que estaba delante de la puerta de la casa y le preguntó por la familia que vivió allí hacía ya cuatro años. El hombre aquel le contestó que eran ellos mismos la familia por quien preguntaba, y el joven vio que efectivamente era así al mirar a los otros miembros de la familia. Entonces les interrogó: ‘¿Cómo hicisteis para mejorar este lugar y cambiar vuestra vida?’ El padre respondió: ‘Nosotros teníamos una vaca, pero un día se cayó por el precipicio y se murió. Desde ese momento nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos’”.

Sí, cuatro años antes el joven discípulo hizo un acto de discernimiento y pensó que lo mejor era dejar a aquella gente con su vaca y su pobreza. ¡Al menos que tuvieran la vaca! El maestro, sin embargo, hizo otro acto de discernimiento y sólo vio comodidad, pereza y cobardía en aquella familia. Por eso, les quitó de un golpe la vaca y les obligó a salir de su mundo encerrado y abrirse, y eso les supuso vida y una vida mejor, aunque al principio lo tuvieron que pasar muy mal cuando descubrieron la vaca muerta y empezaron a pasar hambre.

En definitiva, pidamos al Señor, como Salomón, ese corazón dócil a Dios y ese discernimiento entre el bien y el mal, entre lo que es de Dios y lo que no es de Dios. Si esto nos es concedido por Dios, sí que encontraremos el auténtico tesoro y la auténtica perla fina de gran valor.



[1] Por cierto, falta hace que Dios otorgue los gobernantes, de cualquier signo político y de cualquiera país o región, este corazón y este discernimiento entre el bien y el mal.

3 comentarios:

  1. Muchas gracias Andrés por compartir tus homilías con los que no vamos por Oviedo.
    Desde niña me impacto este relato de Salomón y ,año tras año, se lo cuento a mis alumnos. LA VERDADERA SABIDURÍA...
    Ojalá sepa yo aplicarla a mi vida siempre. Ojalá acepte sin mirar para atrás el despeñamiento de mi vaca.
    Un abrazo.

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  2. Desde niña me enseñaron sobre todo mi abuela que si algo le tenia que pedir a Dios eran dos cosas .. una salud pues con ella puedes hacer frente a todo ... y seguir luchando y la otra cosa que debia pedirle que era tan importante como la salud era LUZ ,luz en el camino para que me lleve al camino del bien ..para poder ver con el corazon pues sigiendo ese camino . el del bien ,el del amor seguiria el camino de Dios .. y si habia piedras en El ..tenia que tener la fortaleza de saber saltarlas ... pues las sombras nucna apagaran la luz .. Quizas paresca infantil para mis 56 años .. pero dia a dia pido a Mi Señor luz en el camino ... pues con ella no solo engrandece mi alma sino puedo amar y dar a los demas ..
    Gracias por tus palabras Andres

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  3. Me ha gustado la homilía, la moraleja del cuento de la vaca me ha gustado y tiene mucha sabiduría desde Dios. El discernimiento es un don de Dios, sin duda lo necesitamos todos y debemos pedírselo a Dios con humildad, para poder estar con Él y hacer su voluntad, y ver lo que es de Dios y lo que no es de Dios como bien dices

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