jueves, 28 de junio de 2012

Domingo XIII Tiempo Ordinario (B)


1-7-2012                                 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Una vez más, no nos contentaremos con oír el texto del evangelio. Queremos escuchar y queremos profundizar en la Palabra de Dios para que nos dé todo lo que tiene o, al menos, mucho de lo que tiene. Necesitamos la Palabra de Dios para que nos alimente y nos dé vida.
            El evangelio que acabamos de escuchar nos muestra a un Jesús que nos enamora, que nos atrae, que nos enseña, QUE NOS MUESTRA EL VERDADERO ROSTRO DE DIOS. En efecto, veamos qué podemos descubrir a través de lo que nos narra el evangelista San Marcos:
            - Jesús escucha y acoge a quienes se acercan a Él: 1) “Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva’.
Jesús se fue con él”.
2) “Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría”.
            - Jesús sana y cura a quienes se acercan a Él: 1) En cuanto la mujer lo tocó, “inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado”. 2) La hija de Jairo estaba muerta y Jesús la revivió: “La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar”. Jesús nos cura de nuestras enfermedades, de nuestras muertes, de nuestros miedos, de nuestros pecados, de nuestras inseguridades, de nuestras superficialidades…
            - Jesús no se apropia de nada que no sea suyo. Él sabe que la salud, la salvación están en Dios, en Él, pero, cuando las perdemos, sólo podemos recuperarlas con una CONDICIÓN INDISPENSABLE. Y esta condición no está en Dios, sino en el hombre, en nosotros: 1) “La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’”. 2) Por eso, porque la condición para la salud, para la vida, para la salvación, para la santidad está en nosotros y no únicamente en Dios, es por lo que Jesús, cuando dicen a Jairo que su hija ha muerto y que no hace falta que siga molestando a Jesús, le recuerda esa condición: “No temas; basta que tengas fe.
            - ¿Cómo sabemos nosotros que estamos poniendo esa CONDICIÓN para que el Dios de la salud, el Dios de la salvación, el Dios de la santidad… actúe en nosotros? Lo que está claro es que Jairo y la mujer que padecía flujos de sangre sí que pusieron esa condición. El evangelio nos dice muy poco de sus sufrimientos interiores, de sus dudas, de sus pensamientos, de su historia personal, de su familia, de su fe, de sus pecados…, pero sí que se ven en el evangelio una serie de coincidencias en ambos en lo poco que se nos dice de ellos: 1) Los dos se aproximan a Jesús: “Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo”; la mujer que padecía flujos de sangre “oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto”. 2) Los dos se echan a los pies de Jesús: uno para suplicarle por su hija enferma y la otra para reconocer lo que le había sucedido al tocarle el manto: Jairo “al verlo se echó a sus pies”; “la mujer se acercó asustada y […] se le echó a los pies”. Este ‘echarse a los pies’ indica confianza, súplica y humildad. En definitiva, la ‘condición indispensable’ de la que hablaba más arriba ha de tener estos ingredientes: búsqueda y acercamiento a Jesús, confianza absoluta en Él, petición de auxilio y la humildad necesaria para reconocerse necesitado de Dios y que sólo Él puede ayudarnos. ¿Sabéis cómo se llama en cristiano esta ‘condición indispensable’? Pues se llama FE.
            - ¿Os acordáis que el otro domingo, en la homilía sobre San Juan Bautista, os decía que Zacarías dudó que Dios pudiera lograr que Isabel, una mujer anciana y estéril, quedará encinta por la acción su marido, también anciano? Pues lo mismo sucede en el evangelio de hoy: Familiares, empleados o conocidos de Jairo le dijeron a éste: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Y, cuando Jesús llega a la casa y dice que “la niña no está muerta, está dormida”, todos se rieron de Él. Esas personas miraban y hablaban de tejas para abajo; no esperaban nada de Dios, pues tantas veces la vida les había dicho que de la muerte nadie volvía, y así lo habían experimentado. Ellos podían esperar la curación de un buen médico, de un profeta, de un mago o incluso hasta de Jesús. Lo que no esperaban de nadie… era que hiciera volver a la vida a quien había muerto.
            - Ya para terminar, comento las preciosas palabras que Jesús dirige a la hija de Jairo: “Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate)”. Jesús habla contigo, conmigo, con nosotros:
1) TALITHA: ‘Contigo hablo, niño-niña-hombre-mujer-anciano-anciana-rico-pobre-sano-enfermo-santo-pecador-creyente-ateo-de izquierdas-de derechas…’ TALITHA…
2) QUMI: ‘levántate’. Sí, levántate del suelo, levántate de tu pecado, levántate de tus miedos, levántate de tu muerte, levántate de tus complejos, levántate de tus esclavitudes, levántate de tus seguridades, levántate de tu sabiduría, levántate de tu fuerza, levántate de tu debilidad, levántate de tu riqueza, levántate de tu pobreza, levántate de lo que tienes, levántate de lo que te falta… Levántate de ahí, pues eso no te da la VIDA y ven a mí. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28).

jueves, 21 de junio de 2012

Natividad de San Juan Bautista (B)


24-6-2012                   NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En este día en que celebramos la Natividad de San Juan Bautista me voy a fijar en dos aspectos del evangelio de hoy:
- En unos versículos anteriores al texto que acabamos de escuchar se nos dice que Zacarías, padre de Juan Bautista, se quedó mudo por no dar crédito a las palabras del ángel que le anunció de parte de Dios que su mujer iba a concebir un hijo (“El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan’” [Lc. 1, 13]). Isabel, la mujer de Zacarías, era estéril y también anciana. Zacarías estuvo más de nueve meses mudo y durante este tiempo pudo pensar, orar y recibir la gracia del Espíritu que le ayudó a profundizar en su fe; una fe que era rutinaria, llena de costumbres y sin experiencia real, concreta y cercana de Dios. Conocía a Dios simplemente de oídas. No, no era el mismo Zacarías el que en el templo de Jerusalén dijo al ángel, que le anunció el próximo nacimiento de un hijo engendrado por su mujer estéril y anciana: “¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada” (Lc. 1, 18), que el Zacarías que más de nueve meses después, y ya ante el nacimiento de su hijo, dijo: “Juan es su nombre” (Lc. 1, 63).
Recuerdo una película muy buena o, al menos, a mí me gusta mucho. Se titula ‘Cadena perpetua’. Uno de los actores de color interpreta a un preso que, cuando tenía unos 22 años, asesinó a un hombre. Lo condenaron a cadena perpetua, pero pasados varios años tuvo la oportunidad de solicitar algunos beneficios penitenciarios, por ejemplo, su salida de la cárcel en fines de semana o entre la semana, aunque volviendo a dormir a la cárcel. Se veían en la película varias escenas en las que este preso de color trataba de convencer y engañar a los miembros de la comisión que estudiaban y resolvían su caso: El preso siempre decía que estaba rehabilitado y que no volvería a delinquir, pero se le notaba tan ansioso por salir, incluso empleando para ello la mentira, que era enseguida descubierto, por lo que la respuesta de la comisión invariablemente era negativa. Finalmente, cuando este preso había pasado ya más de 30 años en la cárcel, tuvo otra entrevista con la comisión. Le hicieron las preguntas de rigor para ver si estaba rehabilitado, pero en esta ocasión el preso ya no tenía ningún ansia por salir, y en la entrevista que le hicieron dijo: 'Si Vds. desean saber si estoy rehabilitado, les diré que yo ya no soy aquel joven orgulloso, presuntuoso y agresivo que hace más de 30 años entró en esta cárcel. Siento mucho haber matado a aquel hombre que un día asesiné. Si me preguntan si voy a volver a delinquir, les diré que no lo sé; sólo sé que yo no soy el mismo y que, si no me quieren dejar salir, pues no lo hagan'. La comisión lo escuchó, deliberó y decidió por unanimidad permitir su salida de la cárcel con el sello de REHABILITADO.
También recuerdo haber leído cómo un hombre vivió muy feliz, pero sin casarse, ni civil ni religiosamente, con una mujer durante muchos años. Tuvieron varios hijos. En varias ocasiones aquella mujer le pidió que se casaran, pero él siempre contestaba que estaban bien así y que no hacía falta ningún rito de matrimonio. Pasado un tiempo la mujer murió de una enfermedad rápida y la enterraron. Después él, destrozado, se puso a ordenar en casa las cosas de ella y encontró que, aquella mujer con la que había tenido hijos y habían compartido varios años de vida, tenía guardado un vestido blanco de novia con la ilusión de un día poder estrenarlo y usarlo, mas no había podido utilizarlo porque él, en su egoísmo, sólo había pensado en sí mismo y no en ella.
De todo esto saco cuatro conclusiones:
1) Sí, Zacarías necesitó más de 9 meses para pensar al modo de Dios.
2) Sí, el preso de color y asesino necesitó más de 30 años para dejar atrás su orgullo, su agresividad, su prepotencia y sus engaños.
3) Al hombre que convivió con aquella mujer le bastó un segundo y ver un vestido blanco para darse cuenta de todo su egoísmo, aunque -eso sí- estuvo ‘ciego’ durante unos cuantos años.
4) TODOS NECESITAMOS NUESTRO TIEMPO PARA CAMBIAR, PARA VER LAS COSAS DE OTRA MANERA.
- Cuando nace el hijo de Zacarías y de Isabel los parientes quieren poner al niño el nombre de su padre Zacarías. Es la costumbre: este niño seguirá transmitiendo el nombre de su padre, de sus antepasados… y su sangre también, pero los padres se niegan, porque saben que aquel niño es hijo de Dios antes que hijo suyo, y lo reconocen al ponerle el nombre de JUAN, que significa “Dios es propicio” o “Dios se ha apiadado”.
Zacarías era un hombre anciano. Isabel era estéril y anciana. Sólo una especial intervención de Dios pudo hacer que aquel niño apareciera en el vientre de Isabel. Estos esposos tuvieron la luz y la humildad suficientes para reconocer que Juan era un regalo de Dios y no obra suya. Toda esta realidad quedó significada en un hecho tan sencillo y a la vez tan profundo como el de poner el nombre de Juan al niño que nació de Dios. Zacarías e Isabel no quisieron apropiarse de alguien que sabían que no les pertenecía, sino que les era entregado por unos años. Ellos lo cuidarían y lo educarían para Dios y para su Santa Voluntad.

jueves, 14 de junio de 2012

Domingo XI Tiempo Ordinario (B)

17-6-2012 DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (B)


Ez. 17, 22-24; Sal. 91; 2 Co. 5, 6-10; Mc. 4, 26-34

Queridos hermanos:

Este domingo no estaré en Asturias y no “colgaré” la homilía en el blog. Lo siento. La semana siguiente reanudaré los envíos de las homilías.

Un abrazo y que Dios os bendiga.




Andrés

jueves, 7 de junio de 2012

Domingo del Corpus Christi (B)


10-6-2012                                           CORPUS CHRISTI (B)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            El relato que nos hace hoy San Marcos sobre la institución de la Eucaristía es muy sencillo. Se limita a reproducir las palabras de la consagración por las que Jesús convierte el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Así se da lugar al sacramento central de nuestra salvación: Jesús se sacrifica por nosotros y por nuestros pecados, y nos sirve de alimento: “Tomad, esto es mi cuerpo [...] Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
            - En el Nuevo Testamento se nos narran, al menos, cuatro hechos en los que la Eucaristía, este sacrificio de Jesús y este alimento que Jesús nos entrega, es despreciada y manchada por las acciones del hombre pecador. Vamos a fijarnos en ellos para aprender cómo no hemos de hacer nosotros en las Misas y en nuestra vida de cristianos:
            1) Judas Iscariote, nada más comulgar (es decir, después de comer el Cuerpo de Cristo y de beber la Sangre de Cristo), entrega traidoramente a Jesús (Lc. 22, 19-22; Jn. 13, 21-26). Así lo dice claramente Cristo durante la última Cena del Jueves Santo: “La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí” (Lc. 22, 21).
            2) San Pablo nos hace un retrato no demasiado agradable de cómo se desarrollaban las Misas de los primeros cristianos de Corinto: “No puedo felicitaros por vuestras reuniones, que en lugar de beneficiaros, os perjudican. Ante todo, porque he oído decir que cuando celebráis vuestras asambleas, hay divisiones entre vosotros […] Cuando os reunís, lo que menos hacéis es comer la Cena del Señor, porque apenas os sentáis a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se emborracha. ¿Acaso no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tenéis a la Iglesia de Dios, que queréis hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada?” (1 Co 11, 17-18.20-22).
            3) También San Pablo, en la carta a los Hebreos, alerta de aquellos cristianos que faltan habitualmente de las Eucaristías dominicales: “No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos” (Hb. 10, 25).
            4) Finalmente, el apóstol Santiago llama la atención sobre otro hecho que observó en las Eucaristías y lo denunció de una forma clara y contundente: “Hermanos, vosotros que creéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagáis acepción de personas. Supongamos que cuando estáis reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si os fijáis en el que está muy bien vestido y le decís: ‘Siéntate aquí, en el lugar de honor’, y al pobre le decís: ‘Quédate allí, de pie’, o bien: ‘Siéntate a mis pies’, ¿no estáis haciendo acaso distinciones entre vosotros y actuando como jueces malintencionados?” (Sant. 2, 1-4).
            - A continuación veamos un caso concreto de lo que verdaderamente significa la participación en el sacramento de la Eucaristía, según la voluntad de Dios. Para ello leeremos un trozo de las actas de los mártires en tiempos del imperio romano, en que fueron perseguidos los cristianos. En este caso se les interroga por haber asistido a las Misas de los domingos. Los cristianos acudieron a las Eucaristías sabiendo que podían ser martirizados por ello: “Volviéndose después a Emérito, el procónsul preguntó: '¿En tu casa ha habido reuniones contra el decreto de los emperado­res?' Emérito, lleno del Espíritu Santo, dijo: 'En mi casa hemos celebrado la Eucaristía dominical'. Y el procónsul le dijo: '¿Por qué les han permitido entrar?' Replicó: 'Porque son mis hermanos y no podría impedírselo.' Entonces respondió el procónsul: '¡Tú tenías el deber de impedírselo!' Y Emérito dijo: 'No habría podido porque nosotros, los cristianos, no podemos estar sin la Eucaristía dominical...'
            A Félix el procónsul le dijo así: 'No nos digas si eres cristiano. Solamente responde si has participado en las reunio­nes.' Pero Félix respondió: '¡Como si el cristiano pudiera exis­tir sin la Eucaristía dominical o la Eucaristía dominical pudiese existir sin el cristiano! ¿No sabes que el cristiano encuentra su fundamento en la Eucaristía dominical y la Eucaristía domini­cal en el cristiano, de tal manera que uno no puede subsistir sin el otro? Cuando escuches el nombre de cristiano, debes saber que él se reúne con los hermanos ante el Señor y cuando escuchas hablar de reuniones, debes de reconocer en ellas el nombre de cristiano... Nosotros hemos celebrado las reuniones con toda la solemnidad y siempre nos hemos reunido para la Eucaristía domini­cal y para leer las escrituras del Señor”.
            - Dicho esto escribiré algunos criterios de comportamiento y de actuación de los creyentes en relación con la Santa Misa. Son cosas muy sencillas o básicas, pero totalmente necesarias para nosotros y para una lograr un mayor fruto de la Eucaristía del Señor. Si se tienen todas, bien, pero, en caso contrario, iremos poco a poco esforzándonos por vivirlas en nosotros:
            + Procurar llegar un poco antes al templo para entrar en oración y que nuestro espíritu se sosiegue de las prisas y de los asuntos del mundo.
+ No marcharse nada más recibir la bendición; esperar un poco en paz y en silencio a que los sagrados misterios vividos en la Misa se arraiguen más en nuestro espíritu.
            + Haber leído las lecturas de ese domingo previamente en casa y, si es posible, haber leído también algún comentario de tales lecturas, pues esto nos ayudará a profundizar un poco más en la Palabra de Dios que nos va a ser regalada.
            + Procurar estar en gracia de Dios y que ello nos permita comulgar en la Misa, es decir, alimentarnos del Cuerpo y de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
            + Situarnos en un sitio de la iglesia que nos facilite la atención y la participación en la Misa. Cada uno sabrá qué sitio es el mejor o el menos malo para lograr estos fines.
            + Procurar participar en la Misa con los cantos, con las oraciones y con las respuestas en la liturgia.
            + Tener durante la semana o, al menos, en el fin de semana algún rato de oración y adoración ante el Santísimo.
            + Estar en paz con todo el mundo, según el mandato de Cristo: “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt. 5, 22-23). Pero si esto no es posible, por la razón que sea, ¿qué hacer? La solución nos la da San Pablo: “Haced lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rm. 12, 18).
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