28-4-2013 DOMINGO
V DE PASCUA (C)
Homilía domingo V Pascua (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.
Homilía de audio en MP3
Queridos
hermanos:
Hoy quisiera hablaros
de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad o el amor.
Mientras vivamos en la tierra, son las virtudes que nos tienen que acompañar
siempre a los cristianos. Vamos a tratar de explicarlas hoy un poco, ya que aparecen
en las tres lecturas que acabamos de escuchar.
FE. Se decía en la 1ª lectura que los apóstoles exhortaban a
los cristianos “a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho
para entrar en el Reino de Dios”.
1) La fe es un encuentro personal y amoroso
de Dios conmigo, lo cual provoca en el hombre una respuesta.
2) La fe es fiarse de Dios, confiar en
él, como un niño que se fía de su madre y que ésta no va a echarle veneno en la
comida o no va entrar por la noche en la habitación mientras duerme y lo va a
asesinar.
3) La fe es saber que puedo dar la mano
a Dios y que Él me va a llevar por sitios buenos y con Él voy a estar protegido.
Hoy también la Iglesia nos exhorta, nos
pide que seamos constantes en creer. No es fácil. Vemos muchos fallos en la Iglesia, vemos que Dios parece
no dar una respuesta rápida y convincente a los problemas de los hombres. Vemos
cómo, en muchas ocasiones, parece que les va mejor en todo a los que no tienen
fe. A veces no vemos para qué puede servir el creer. A veces está todo muy
oscuro: hay que estar sacrificándose siempre para venir a la Misa, para ser buenos y
honestos, para confesar, para rezar... y no vemos que saquemos nada productivo
de todo esto.
Pero lo mismo que Dios se fía siempre de
nosotros, también nosotros tenemos que ser constantes para fiarnos de El en
todas las ocasiones de la vida. Un ejemplo: Permitidme que os lea
un trozo de una carta que me escribía una conocida: “Le voy a
contar algo de mi vida. Murió mi padre, con todo el conocimiento. Antes de
morir no se ocupaba de las cosas de la tierra, pensaba en el cielo. Murió como
un santo. Tanto le quería que pensé que el mundo venía sobre mí, tanto dolor
tenía... Hablaba con la gente buscando consuelo; nadie me ayudaba. Un día fui a
un funeral y me fui a confesar... Salí de la iglesia contenta, empezaba a ver
las cosas de otra manera. Mi hija de 4 años también estaba siempre rezando y un
día le dio por decir: ‘Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.’ Lo decía sin
cesar. Yo lo tenía oído muchas veces, pero nunca se me grabó tanto como ese
día... Hoy lloro la falta de mi padre, pero soy feliz. Puedo decir: ¡Bendito
seas, Dios mío, qué bien haces las cosas!” Otro ejemplo; éste de un periodista que era ateo y en un momento de su
vida descubrió a Dios y descubrió la fe: “Te comento una experiencia intensa que tuve el pasado viernes. Me tocó
hacer la información del funeral de uno de los dos chicos que mataron a tiros
en N. Fue un funeral religioso, aunque su familia se encontraba más bien lejos
de la Iglesia. De
hecho, éramos una minoría los que sabíamos responder al sacerdote. Hubo dos
cosas que me impresionaron en una Iglesia que estaba llena con gente que
trabaja en puticlubs y esos ambientes. Por una parte, el respeto a la muerte y
al propio lugar sagrado. Además, noté en ellos ese frío que en su momento yo
noté en el funeral de mi tía, el frío de las personas que se encuentran al margen
de la Fe, el frío
de la vida sin esperanza. Fue una impresión pero muy honda”.
ESPERANZA.
En la 2ª lectura dice S. Juan: “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra
nueva... Vi la ciudad santa... que descendía del cielo, enviada por Dios... Y
escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios
con los hombres... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni
luto, ni llanto, ni dolor”.
1) La esperanza no es sentarse en la estación del tren o
del ALSA y quedarse quieto hasta que llega el autobús o el tren.
2) La esperanza significa tener la seguridad de que Dios no
nos abandonará, de que los sufrimientos y privaciones de algunos momentos
encontrarán la recompensa adecuada.
3) Con la esperanza un cristiano es siempre optimista y a
la vez realista. Pero esta misma esperanza hará que el cristiano luche siempre
por instaurar los valores del Reino de Dios en este mundo, porque la esperanza
es activa; pero también hará que el cristiano sepa que la perfección total no
se alcanza aquí en la tierra, sino que será lograda en el cielo y como un puro
regalo de Dios.
CARIDAD.
Cristo (nos dice el evangelio) nos deja un mandamiento: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. No basta sólo con
amarnos, sino que hemos de hacerlo como Él lo ha hecho con nosotros. Este amor
que se nos pide no puede nacer sólo de los afectos del corazón, sino que nace
de la fe (como en el caso del amor a los enemigos). Nadie puede amar de este
modo (como Jesús nos ama), si antes no ha recibido y experimentado ese amor de
Dios en sus propias carnes.
En mayo de
2003 un joven habló ante Juan Pablo II y unos 700.000
jóvenes en Cuatro Vientos. Les dijo lo siguiente: “Querido Santo Padre: Me
llamo Guillermo Blasco. Tengo 19 años, pertenezco a una familia de seis hijos y
estudio arquitectura técnica. Nací el día de la Inmaculada y la Virgen me ha llevado
siempre bajo su manto. Mis padres me han educado en la fe.
Desde niño,
Santo Padre, he sentido en mi corazón algo grande. En 1998 peregriné a Santiago
de Compostela con un grupo que surgía de las manos de María: los Montañeros de la Asunción. Ese camino
me hizo un bien inmenso. Allí sentí que Cristo quería algo más de mí.
El 15 de
agosto de 1998, día de la
Asunción, murió mi hermano Fernando en Irlanda en un atentado
terrorista. Tenía 12 años. Este hecho marcó mi vida de adolescente. Esa misma
noche, cuando supe lo ocurrido, llamé hasta la madrugada a todos los hospitales
de Irlanda. Al día siguiente, se confirmó la terrible noticia e,
inmediatamente, fui a Misa con mi padre. Entre la perplejidad y el miedo, una
pequeña luz se encendió en el horizonte. Era la luz del camino de Santiago,
algo que había penetrado hasta lo más profundo de mi ser. En la comunión
encontré una fuerza que jamás hubiese imaginado. Nunca había visto el poder de
Dios en las personas. Cuando mis padres perdonaron a los asesinos de mi
hermano, su testimonio se gravó a fuego en mi corazón. Desde entonces tengo la
convicción de que la Virgen
ha intercedido de una forma muy especial por mi familia.
La muerte de
mi hermano supuso un gran cambio para mí. Mi familia se unió como una piña, y
gracias al ejemplo de mi madre, comencé a ir a Misa todos los días antes de
clase. Lo necesitaba. Había descubierto que Jesús es el mejor amigo, del que
nadie me puede separar. Vi también que necesitaba la fuerza interior que me da la Eucaristía. Fueron
tiempos duros, Santidad, pero la comunión diaria, y el testimonio cristiano de
mis padres mantuvieron a flote mi esperanza”[1].
Hay una frase muy famosa de la M. Teresa de Calcuta y
que es una gran verdad: “Hay que amar
hasta que DUELA”. Sí, amar, como Cristo nos amó y nos ama, duele. ¿Por qué?
1) Porque el amor
nos hace morir a nosotros mismos para que vivan otros.
2) Porque, con
frecuencia el amor no tiene respuesta de amor. En esto Dios es especialista. Su
amor para con nosotros, con mucha frecuencia es acogido sólo en una pequeñísima
parte o despreciado totalmente. Nuestro amor para los demás, si queremos que se
asemeje al de Jesús, debe partir de la experiencia de ser amados por Dios.
[1] Como se ve en estas palabras de Guillermo están
indisolublemente unidas la fe, la esperanza y la caridad. Así es y así debe de
ser.