2-6-2013 CORPUS CHRISTI (C)
Homilía de audio en MP3
Queridos
hermanos:
*
Celebramos hoy el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. ¿Qué es, quién es? Parece algo de sobra
conocido entre nosotros y, sin embargo, es muy desconocido, tanto a nivel de
experiencia como de conocimiento teórico. Pongo algunos ejemplos de este
desconocimiento; reales como la vida misma:
-
Hace unos años, en un templo parroquial, un chico preparaba el lugar colocando
flores para la celebración de una boda. Estando en la sacristía, el sacerdote
le dijo al chico que pusiera un florero al lado del sagrario. Como vio este
sacerdote que el chico tardaba en regresar a la sacristía para preparar otro
florero, fue el sacerdote hasta el templo y se encontró al chico, con el
florero en la mano y en medio de los bancos, buscando el sagrario. El chico no
sabía qué era un sagrario ni, por supuesto, dónde podía estar ‘ese sagrario’. Cuando
unos días más tarde el sacerdote comentó este incidente con otro chico, éste
dijo que él sí sabía qué era el sagrario y dónde estaba, pues él había sido
monaguillo durante algunos años. Este segundo chico dijo: ‘¡¡El sagrario es
donde el cura guarda el vino de la
Misa!!’
-
Hace un tiempo impartí el sacramento de la Confirmación en una
parroquia de Gijón. Como llegué con tiempo, me puse a orar antes de la Misa. Esta sentado en
un banco y enfrente tenía el presbiterio, el altar y el sagrario. Durante el
tiempo que estuve allí veía cómo entraban los confirmandos en la sacristía, a
través del presbiterio, para llevar los pinchos y las bebidas para el convite
después de la celebración, pero ninguno de ellos saludaba a Cristo que estaba
presente en el sagrario. Sí se saludaba al párroco, a los catequistas, al resto
de confirmandos, pero no al Cristo eucarístico. Y no lo saludaban por desprecio,
sino por no conocerlo; es decir, los que se iban a confirmar no sabían que
allí, en el sagrario, estaba Cristo Jesús, el que les enviaría en breves
instantes su Santo Espíritu.
- Hace ya un
tiempo me pasó el siguiente episodio en la catedral de
Oviedo. Estaba ayudando a dar la comunión en la Misa de doce. La última persona que vino a
comulgar por mi fila fue un chico sucio y desgreñado; tenía cara de no haber
dormido y la lengua azul. Me extrañaron sus formas y su presencia, pero le di
la comunión. Luego pensé que quizás ni siquiera se habría confesado. Terminada la Misa de doce, salí al altar
para preparar la Misa
de una, que yo iba a celebrar. En esto vino el chico anterior con otro vestido
de negro y tuvo lugar la siguiente conversación: me dijo el chico de negro ambos
habían estado toda la noche de juerga y que, pasando por la plaza de la
catedral, le dijo al otro que por qué no entraban en la catedral, ya que nunca
habían estado en ella. Así lo hicieron y se colocaron atrás del todo. Estaban
en plena Misa de doce y el de negro le preguntó al otro que si ha hecho la 1ª
Comunión; éste dijo que no y el de negro le indicó que si quería hacerla que se
pusiera a la cola y que comulgase. Y así lo hizo. Todo esto me lo dijeron muy
ufanos, porque habían hecho algo bueno y quisieron decírselo al cura. El de
negro me dijo que él sí que había hecho la 1ª Comunión con 9 años y que había
ido a Misa cuando habían muerto familiares o amigos, pero que no había vuelto a
comulgar. Yo les dije que hicieron dos cosas mal (y se quedaron cortados): una fue
comulgar sin prepararse y otra comulgar sin confesarse. Les dije también que,
si el de negro se confesó para hacer la 1ª comunión y tenía pecados entonces,
con 9 años, cuántos más tendría el que hizo la 1ª Comunión con 24 años. Y me dieron
la razón (‘Puf, ¡tenemos una cantidad de pecados!’). Les dije que ambos podían
hacer la 2ª Comunión y se asustaron porque no sabían que había ‘una 2ª
Comunión’; les dije que sí, y que esta vez se preparasen y confesasen.
ATENTCION: Entonces le pregunté al que ‘había hecho la 1ª Comunión’ qué había
sentido y me dijo que había experimentado una cosa muy buena dentro de sí, pero
que no sabía muy bien cómo explicarlo. Al contármelo, sus ojos se llenaron de
lágrimas de la emoción. Para terminar me dijeron que se iban a ir por ahí a celebrar
que uno ha hecho la 1ª Comunión y no hacían más que darme la mano agradecidos,
sobre todo “el de la 1ª Comunión”. Cuando comenté este hecho en la homilía con
la gente en la Misa
de una, algunos se escandalizaron, pero les dije que se fijaran más bien en la
acción de Dios que actuó cuando quiso, en quien quiso y como quiso.
* Vuelvo otra vez al principio de la homilía: Celebramos hoy el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿Qué es,
quién es? El Cuerpo y la Sangre
de Cristo es Dios mismo que se nos da. Nos dice el evangelio que acabamos de
escuchar: “Jesús se puso a (1) hablar a la gente del Reino de Dios, y
(2) curó a los que lo necesitaban […] (3) ‘Dadles vosotros de comer’”.
En efecto, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, es decir, Jesús es aquel que se preocupa
por la gente que tiene hambre y pide a
sus discípulos que les demos de comer. El Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir,
Jesús es aquel que se preocupa de la
gente enferma y doliente, y los cura. El Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir,
Jesús es aquel que se preocupa de
enseñar a la gente el camino hacia Dios.
Enseñar. Pero Jesús enseña desde dentro, y no simplemente metiendo unas ideas
nuevas en la cabeza. A este chico de la catedral Jesús le enseñó que había una
realidad nueva para quien metía su Cuerpo en su boca. Sí, este chico
experimentó algo nuevo en su espíritu cuando comulgó, y un gozo saltó en su
corazón y unas lágrimas asomaron por sus ojos. A nosotros este hecho del chico
de la catedral nos enseña que Dios desborda nuestra imaginación y nuestras
normas: un chico sin preparación, sin confesión, lleno de pecados y de modo
‘sacrílego’ (según los parámetros que siempre se nos inculcaron) hizo la 1ª
Comunión, sin embargo, percibió en su ser un Algo (Alguien) maravilloso y seguramente con una fuerza
mayor que la mayoría de los que comulgamos aquel día en la catedral de Oviedo,
pues muchos pudimos hacerlo de una forma rutinaria y mediocre. De algún modo en
este chico se cumplió la parábola de los jornaleros que llegaron a última hora
a trabajar y, casi sin esfuerzo, recibieron de Dios el jornal. “Así los
últimos serán primeros, y los primeros, últimos” (Mt. 20, 16).
Curar. En esta semana pasada publiqué en el blog la homilía de la Santísima Trinidad
y una persona escribió este comentario: “Hace tiempo, hablando con D. X de cómo el Señor actuaba en nosotros
para que hiciéramos cosas buenas, yo le decía que me resistía a considerar como
‘obra buena’ haber cuidado a una persona muy querida en su enfermedad, ya que
en ningún momento me había planteado hacerlo por amor a Dios, sino que lo había
hecho por amor a esa persona. La contestación que me dio D. X fue muy bonita:
el Señor puso dentro de mí el amor que yo sentía por esa persona y como
consecuencia de ese amor que el Señor me regaló, la cuidé. No sé muy bien si
ese amor fue un don o un fruto, pero ahora ya tengo claro que TODO es obra de
Dios”. Una de las formas que tiene Jesús para
introducir en nosotros ese amor hacia los demás, por ejemplo, hacia los
enfermos es a través de la
Eucaristía: por la asistencia a la Misa y por oración-adoración
reposada y constante ante el sagrario. Acompañar y amar al enfermo es una forma
de sanar al enfermo.
Termino: Decía San Pablo
en la segunda lectura: “Yo he
recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido
[…] ‘Haced esto en memoria mía’ […] Haced esto cada vez que lo bebáis, en
memoria mía’”. Celebrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo es vivir
esta realidad que nos alimenta, que adoramos y que compartimos con los demás
cristianos al modo de Jesús: 1) dando de comer y asistiendo a los que no tienen
de qué vivir, 2) acompañando y sanando con nuestro cariño y presencia a los que
están enfermos, y 3) mostrando-enseñando a los que nos rodean la alegría de la
salvación de Dios en nosotros. Si
lo hacemos así, entonces en verdad estaremos haciendo lo que nos mandó Jesús
‘en memoria suya’.