sábado, 29 de junio de 2013

Cambio de destino pastoral

El Sr. Arzobispo de Oviedo ha tomado la decisión de trasladarme a las parroquias del concejo de Tapia de Casariego (cerca de Galicia). Yo quiero obedecer, pues la mano de Dios está en todo ello. ¡Seguro!
Voy feliz, porque Dios y su Santa Iglesia me llaman a evangelizar a sus hijos en aquella zona, que yo quiero tanto.
Estoy triste por tener que dejar a mis queridos feligreses de La Peña, de La Rebollada, de Ablaña, de Baiña y de Loredo. También a las personas que llevo en dirección espiritual y, quizás no podamos continuar o de una forma más distanciada en el tiempo. Igualmente a las personas que trabajan conmigo en el Tribunal Eclesiástico, a los fieles de la Catedral de Oviedo, y a tantos amigos y familiares míos.
Un abrazo y que Dios os bendiga


                           Andrés Pérez

Seguiré 'colgando' las homilías en el blog y mandándolas por correo electrónico.

jueves, 27 de junio de 2013

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (C)



30-6-2013                               DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (C)
                             1 Re. 19, 16b.19-21; Slm. 15; Gal. 5, 1. 13-18; Lc. 9, 51-62
Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:
En el salmo de hoy nos dice cosas preciosas, por ejemplo: “El Señor es el lote de mi heredad”. Se percibe claramente que el salmo está compuesto por una persona a la que Dios ha enamorado y ha colmado de su ternura y atenciones[1]. Y esto sólo puede haber tenido lugar porque el mismo salmista ha permitido la acción de Dios en él. Ya lo decía en la homilía del domingo pasado: “Decir que todo procede de Dios y que el hombre es un puro sujeto pasivo, no es cristiano. Decir que todo procede del hombre y que Dios es un puro espectador del esfuerzo humano, no es cristiano”. Dios ama; sí. Dios es el origen del Amor; sí. Pero el hombre creyente responde (ha de responder) a ese amor. Si no respondiera, entonces ese amor se quedaría improductivo. ¿Qué es lo que nota uno en su ser más íntimo ante la respuesta a ese amor divino? Nos lo dice también el salmista: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena”.
            Pero, ¿puede alguien alegrarse ‘con la que está cayendo’?
            - El martes por la mañana leía esta noticia: “Desesperanzada vuelta a la mina. Los mineros de Cerredo (Asturias) regresan al tajo tras seis meses, con la moral baja por la incertidumbre sobre el cobro de sus salarios y sobre el futuro de la empresa. ‘Ilusión ninguna’ […] Estas declaraciones reflejan bien el sentir de los trabajadores de la explotación, que ayer volvieron al tajo tras más de seis meses de inactividad y sin percibir sus salarios”.
            - El lunes celebraba el funeral de Apolinar en Baiña. Él estaba rodeado de su familia, la cual lloraba desconsoladamente su pérdida.
            - En estos días a un compañero mío le han diagnosticado que su cáncer, del que se había operado con éxito hace poco tiempo, ha reaparecido más fuerte y destructivo que nunca.
            - Y tanta gente que sufre y llora por sus desgracias personales y familiares: una chica abandonada por su novio, al que amaba y en el que confiaba con todo su ser; el niño ovetense que se marchó descalzo y con un pantalón corto de casa por las malas notas y estuvo más de 24 horas desaparecido; etc.
            Sí, en medio ‘de la que está cayendo’ un cristiano sabe que no puede llenarse de rabia y amargura (contra los bancos y contra los políticos); un cristiano no puede mirar sólo para sí y para los suyos y rezar para que no les toque alguna desgracia; un cristiano no puede conformarse con mirar para el suelo y para lo que le rodea. Un cristiano mira para más allá y dice, como el salmo de hoy: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti […] El Señor es el lote de mi heredad”. Esto no significa una huida de la triste realidad que tenemos a nuestro alrededor. La fe en Dios no es un refugio de bola de cristal; ni lo tiene que ser nunca. La fe en Dios no es una huida; ni lo tiene que ser nunca.
            Cuando un creyente afirma que el Señor es el lote de su heredad, lo que quiere decir es que prefiere esa herencia (a Dios como herencia) a cualquier otra herencia material y/o familiar que le pudiera  venir. Sé que es muy duro lo que digo aquí. Sobre todo es duro para la gente que no tiene medios económicos o los tiene muy limitados. Ejemplos: 1) Hace un tiempo me vino una persona con una gran angustia porque la pensión de jubilación que le quedaba era muy escasa: ‘Toda la vida cotizando y ahora, lo que me queda, no me da para vivir’. 2) Hace también un tiempo una mujer se me quejaba de que no estaba a gusto en la casa que tenía (era un piso húmedo y viejo). Cuando veía en las revistas algunas casas con jardín, con flores, se decía. ‘¿Por  qué yo no puedo tener una casa así?’ Igualmente esta mujer me preguntaba por qué tenía siempre que estar con la angustia de llegar a final de mes y no poder pagar las facturas que le llegaban inexorablemente… Tanto se me quejaba que le dije: ‘Mira, yo soy sacerdote. Tengo el poder de Dios. Ahora mismo quiero cambiar todo eso que me dices. En cuanto toque mi dedo tu brazo, tendrás esa casa preciosa con jardín, te vendrá un dinero suficiente para pagar todas tus deudas y para que vivas con desahogo por el resto de tus días. Pero, a cambio de todo ello, a cambio de todos esos dones materiales, te retiraré y te quitaré la fe en Dios’. Entonces avancé un poco mi dedo hasta su brazo y ella rápidamente retiró su brazo, y dijo sorprendida y rotunda: ‘¡¡¡NO!!! Prefiero más mi fe en pobreza y necesidades antes que cosas materiales sin la fe en Dios’. ¿Por qué dijo esto? Pues porque ella también, como el salmista, vivía y decía: “El Señor es el lote de mi heredad”.
            Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de hoy van en este mismo sentido. Dicen así: “A otro le dijo: ‘Sígueme’. Él respondió: ‘Déjame primero ir a enterrar a mi padre’. Le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios’. Otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia’. Jesús le contestó: ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios’”.
            ¿Por qué dice Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”? ¿No dice el cuarto mandamiento de la Ley de Dios “honrarás a tu padre y a tu madre” (Ex. 20, 12)? ¿No es una obra de caridad enterrar a los difuntos, y cuánto más al propio padre? ¿No puso Tobit su vida en peligro por enterrar a sus compatriotas asesinados por el rey de Nínive-Asiria (Tob 1, 17-20; 2, 3-8)? Si todo esto es así, entonces -repito- ¿por qué dice Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”?
            Interpretar este texto no es fácil y se han dado varias explicaciones. Por otra parte, las interpretaciones que se den no podrán agotar nunca todo su significado. Voy a intentar decir alguna cosa:
            - Por supuesto, Jesús no quiere decir que no se haya de honrar a padre y a madre, y que esté mal atender a los padres y darles sepultura habiendo fallecido. De hecho, hay textos evangélicos que hablan del amor y atención que hay que tener hacia los padres (Mt. 15, 3-6).
            - Asimismo todo se de poner de manifiesto que en esta frase, aunque se usa dos veces la misma palabra: ‘muertos’, el significado es diferente. El primer ‘muertos’ hace referencia a aquellas personas que respirando, comiendo, hablando, trabajando, llorando, riendo, bailando… están vivos por fuera, pero por dentro están muertos, pues sólo viven por y para lo material, por y para sí mismos. Estas personas no ven más allá de sus narices. Con el segundo ‘muertos’ se indica (ya sí) a aquellos que han fallecido físicamente. Por lo tanto, el sentido literal de la frase sería ésta: ‘Deja que aquellos que sólo viven para las cosas materiales, para el aquí y ahora, se ocupen de las cosas urgentes, pero no de las cosas que de verdad importan y que dan vida para sí mismos y para los que les rodean’.
            -  Lo que Jesús quiere subrayar –entiendo yo- es la urgencia de seguir a Jesús; que es más importante Dios que las cosas del mundo. Escribe un autor cristiano sobre este texto: ‘A la Iglesia en general le exige el coraje y la clarividencia para liberarse del servicio a tantas estructuras o realidades «muertas», por muy venerables que hayan sido históricamente, y entregarse al anuncio de la siempre buena y nueva noticia del Reino. ¡Cuántas energías utilizadas y perdidas, a veces, en el mantenimiento de realidades carentes de vida y, consecuentemente, de fuerza vitalizadora (ritos, tradiciones, devociones...)! Para el creyente, para cada uno en particular, el dicho de Jesús es una invitación a desenmascarar las razones sin vida, y sin razón, que le llevan a aplazar el seguimiento de Jesús y el anuncio de su mensaje. El dicho de Jesús es una llamada urgente a priorizar a quién queremos servir y seguir. El mismo Jesús tuvo que definirse personalmente en su vida. A la pregunta angustiada de María y José, tras la penosa búsqueda de tres días, Jesús respondió: “¿No sabías que yo debo estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49)’.

[1] DIOS HACE LO MISMO CON TODOS NOSOTROS.

jueves, 20 de junio de 2013

Domingo XII del Tiempo Ordinario (C)



23-6-2013                               DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (C)
                          Zac. 12, 10-11; 13, 1; Slm. 62; Gal. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24

HOmilía del Domingo XII del Tiempo Ordinario from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            * El evangelio de hoy termina con unas palabras duras, y que no se predican en estos tiempos con demasiada frecuencia. Dice así Jesús: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. En el día de hoy no quiero fijarme en el seguimiento que pide Jesús (‘el que quiera seguirme […] y se venga conmigo’), sino más bien en las duras y crudas palabras que hablan de sufrimiento y muerte: negarse a uno mismo, cargar con la cruz diaria, perder la vida por Jesús. ¿Qué significa negarse a uno mismo? No podemos esconder estas palabras de Jesús. En otros tiempos se predicaba mucho de ellas, pero hoy poco o nada. Cuando celebro el sacramento de la Penitencia y un fiel me dice que le pregunte yo, le propongo el examen de conciencia y una de las preguntas que le planteo es ésta: ‘¿Haces sacrificios y mortificaciones?’ Con frecuencia la respuesta es: ‘¡Bastantes sacrificios tiene ya la vida! ¿Le parecen poco los sufrimientos que tengo yo, que aún tengo que mortificarme más?’ Sin embargo, la palabra de Jesús en el evangelio de hoy es muy clara: Debemos negarnos a nosotros mismos y perder la vida por Jesús. Vuelvo a preguntar: ¿Qué significa esto? (No pretendo tratar exhaustivamente este tema. No hay tiempo ni espacio en una homilía de domingo).
            * La mortificación, el sacrificio, la negación de uno mismo, la ascesis… son conceptos que vienen a denominar el conjunto de esfuerzos mediante los cuales se quiere progresar en la vida moral y religiosa. Pero, ¿por qué hay que mortificarse, por qué hay que sacrificarse, por qué hay que negarse a uno mismo, por qué hay que practicar la ascesis? La respuesta no puede ser por ganar un campeonato del más fuerte, o del más constante, o del más perfecto. Sólo debemos y podemos hacer esto por y para Dios: para seguir a Jesús y para perder la vida por Jesús. Así nos lo confirma el salmo que acabamos de orar: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Hay hombres y mujeres que se depilan todo su cuerpo, que se someten a liposucciones, a cirugía estética y a ayunos tremendos para… estar más delgados, bellos y jóvenes. Hay hombres y mujeres que pasan horas de la noche y del día, al sol y a la lluvia para conseguir una entrada para un concierto de música; y podemos seguir poniendo ejemplos de los sufrimientos a los que se someten hoy las personas para conseguir objetivos meramente humanos y materiales. Pues los cristianos también hacemos esfuerzos para que Dios habite en nosotros más plena y profundamente. Pero en la fe y en las cosas de Dios, ¿no es todo gratuito, no nos da Dios todo gratis? Sí, pero también Jesús nos dijo que Dios nos daría el ciento por uno (Mc. 10, 30). Sí, nosotros ponemos uno, y Dios pone cien. Dios quiere la colaboración del hombre en su obra creadora y en su obra salvadora. DECIR QUE TODO PROCEDE DE DIOS Y QUE EL HOMBRE ES UN PURO SUJETO PASIVO, NO ES CRISTIANO. DECIR QUE TODO PROCEDE DEL HOMBRE Y QUE DIOS ES UN PURO ESPECTADOR DEL ESFUERZO HUMANO, NO ES CRISTIANO.
            * Veamos qué dicen la Iglesia y los santos sobre este tema:
            - Se dice en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2015): “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y en el gozo de las bienaventuranzas.
            - Dice San Juan de la Cruz en su obra ‘Monte de perfección’: “Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada […] Para venir a lo que gustas, has de ir por donde no gustas. Sigue diciendo este santo en su obra del ‘Cántico espiritual’: Quien a Dios busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará.
- Decía San Juan Crisóstomo: “Despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo. Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta no es negocio de muchos, sino de pocos”.
            * Hay mortificaciones, sacrificios y negaciones de uno mismo graves y leves; los hay exteriores e interiores; buscadas por uno mismo o que nos encontramos con ellos a lo largo de la vida.
En alguna ocasión, el dolor y la mortificación los encontramos en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido, en incomprensiones, en injusticias graves. Pero lo normal será que nos encontremos con pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia; puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter de una persona con la que necesariamente hemos de convivir[1], planes que hemos de cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más nos eran necesarios, dificultades producidas por el frío o el calor, pequeñas incomprensiones, una leve enfermedad que nos hace estar con menos capacidad de trabajo ese día… Estas contrariedades pueden ser, cada día, ocasión de crecer en espíritu de mortificación, paciencia, caridad, santidad en definitiva, o bien pueden ser motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. La contrariedad -pequeña o grande- aceptada produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada o con una íntima rebeldía que sale enseguida al exterior en forma de tristeza o malhumor.
Veamos algunos ejemplos concretos y prácticos de ‘ese uno’ que podemos poner los hombres cristianos y que nos abrirá la puerta ‘al ciento’ de Dios, mantendrá nuestro espíritu despierto y alegre, e impedirá que caigamos en la desidia y la dejadez espiritual: + Nos podemos levantar a la hora prevista venciendo la pereza de ese primer momento; + ofrecer la enfermedad y los dolores; + realizar un trabajo bien hecho, aunque nadie lo perciba ni nos lo agradezca; + ser puntuales; + ser sobrios en las comidas y las bebidas; + aceptar con paz las contrariedades de cada día; + cuidar las cosas propias y ajenas que usamos; + tener un orden en nuestros horarios y con las cosas; + vencer el propio egoísmo; + sonreír cuando estamos cansados y los demás necesitan nuestra sonrisa; + ser constantes en las tareas que emprendemos; + dejar hablar a los demás y no imponer siempre nuestras razones; + evitar los gastos superfluos y aumentar las limosnas; + evitar las palabras inútiles y las murmuraciones; + ‘ayunar’ de la TV, del ordenador y del móvil; + luchar contra la curiosidad de vista y de oído…
Pero –repito y esto es importantísimo- todo esto no es para ganar ningún campeonato ni para ser los más fuertes, sino que es para cumplir las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.


[1] El domingo me dieron a leer una carta de un chico que vive con un hombre adulto y para el primero es un auténtico martirio soportar al segundo. Dice el adulto: ‘Trae una barra de pan de la tienda’. Así lo hace y, al llegar a casa, le echa la bronca: ‘¡Pero es que no te das cuenta que con una sola barra no tenemos para nada en la comida!’ Le manda que aparque el coche sin echar el freno de mano y le dice que lo aparque delante de casa, que está en cuesta. Si el coche se escapara, al chico le caería la bronca segura y, si no se escapa el coche porque echa el freno de mano, tiene asegurada la bronca porque no le hizo caso.

jueves, 13 de junio de 2013

Domingo XI del Tiempo Ordinario (C)



16-6-2013                               DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (C)
                         2Sam. 12, 7-10.13; Slm. 31; Gal. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3

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Queridos hermanos:
            En 2010, al predicar sobre estas mismas lecturas, me detenía en la figura de la mujer que bañó los pies de Jesús con sus lágrimas, que los secó con sus cabellos, que los ungió con perfume y que los besó con sus labios. En aquella homilía, que os invito a repasar en el blog, terminaba de la siguiente manera: Sería muy interesante profundizar en el personaje de Simón, el fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa y que juzgó a María Magdalena, pero hoy no nos da tiempo. Hacedlo vosotros. A ver qué os dice Dios de él. Pues bien, vamos a fijarnos en la homilía de hoy en el fariseo llamado Simón.
            - Fue Simón quien rogó “a Jesús que fuera a comer con él”. ¿Por qué? ¿Cuáles son los motivos por lo que alguien invita a otro a comer en su propia casa? 1) Principalmente puede ser por amistad y por cariño. 2) También puede ser por gratitud hacia esa persona ante algún bien recibido de la persona invitada. 3) Asimismo puede ser para conseguir algo del invitado o de un conocido del invitado; es decir, en este último caso se le invita por interés.
De estas tres razones que he apuntado, ¿cuál pensáis que es la más correcta en el caso de Simón, el fariseo? Está claro que Jesús no era para Simón su amigo ni le tenía un cariño especial. Se puede concluir esto de las mismas palabras de Jesús al contar el recibimiento que le dio Simón al entrar en su casa: “Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume”. Tampoco creo que Simón hubiera invitado a Jesús para agradecerle algo, pues su recibimiento, como acabamos de escuchar, fue más bien correcto, pero frío y distante.
            Entonces sólo nos queda la última razón: Simón invitó a comer a Jesús por algún interés personal, para sacar algo. ¡Vamos a ver si lo averiguamos! Si leemos los capítulos anteriores del evangelio de San Lucas, vemos cómo Jesús se había convertido en un hombre famoso por sus curaciones, por sus milagros y por sus predicaciones. Una gran cantidad de gente lo seguía. De Jesús se hablaba por todo el país e incluso fuera de él. Las razones interesadas o ‘bastardas’ por las que Simón pudo haber invitado a Jesús a comer podían muy bien ser éstas: a) Para presumir en el pueblo en que vivía de que el famoso ‘profeta’ Jesús había estado en su casa. Lo mismo que hay gente hoy que colecciona autógrafos de famosos o se hace fotos con famosos[1], también Simón quería su momento de gloria… a costa de Jesús. De hecho, el evangelio alude a otros invitados a la comida para que fueran testigos del momento de gloria de Simón. Estos invitados serían, por un lado, ‘de la cuerda’ de Simón y, por otro, serían también ‘las fuerzas vivas del lugar’. b) Otra razón podía ser el que Simón lograra adquirir información de primera mano de Jesús para luego transmitirla a otros fariseos. ‘Aquel galileo atraía a demasiada gente y no era de los nuestros’. Había que tratar de controlar y espiar a Jesús. Él no era manejable ni sobornable y eso traía nerviosa a mucha gente, como se puede comprobar en la lectura de los evangelios.
            - Yo me quedo más con la última de estas dos razones que acabo de decir, aunque sin descartar la primera. ¿Por qué digo esto? Pues por lo que sucede durante la comida: al entrar la mujer pecadora y lavar los pies a Jesús y tocarlo, en Simón se produce el siguiente pensamiento: “Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: ‘Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’. Jesús tomó la palabra y le dijo: ‘Simón, tengo algo que decirte’. Él respondió: ‘Dímelo, maestro’”. Fijaros en la respuesta de Simón: “Dímelo, maestro”. Interiormente Simón está juzgando a Jesús, pero por fuera se muestra sumiso y complaciente con Jesús. En sus palabras parece entenderse: ‘Dime lo que quieras, Jesús, que yo estoy aquí para escucharte. Además, reconozco que tú eres mi maestro y yo con gusto aprenderé de lo que me digas’. Nada de esto era verdad; por eso Simón actuaba y hablaba como un fariseo, en el sentido más peyorativo, es decir, con hipocresía, con fingimiento y con falsedad[2].
            - El retrato que nos queda de Simón no es demasiado agraciado: 1) un hombre que actuaba por el propio interés y el de su grupo fariseo, 2) que usaba a los demás para sus fines y egoísmos, 3) que juzgaba a los otros y les miraba por encima del hombro, 4) que hablaba y actuaba con doblez y simulación. En definitiva, fue un hombre que estaba cerrado a la gracia de Dios. Pasó por su casa el Hijo de Dios y no lo acogió. El Hijo de Dios pudo perdonarle, salvarle, amarle…, pero no aceptó nada de esto. Simón creía no necesitar nada de ese Jesús, que embaucaba a los ignorantes y paletos del país, pero… a él NO. Simón ya sabía todo lo que debía saber y nadie podía enseñarle nada nuevo, ni siquiera ‘ese Jesús’.
            Simón, el fariseo, por desgracia, no es muy diferente de nosotros y de nuestras palabras y actuaciones en tantas ocasiones. Sí, muchas veces nosotros, de cara a Dios y de cara a los demás, hablamos y actuamos buscando nuestros intereses, usamos a los demás, somos egoístas con Dios y con los demás, utilizamos la falsedad y la hipocresía y no queremos ser enseñados-perdonados-salvados por el mismo Jesús.
La homilía de este mismo domingo del año 2010 la terminaba con una frase, que vendría bien repetir ahora: “¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria en la relación con Dios y con los demás: a Simón, el fariseo, o a la mujer pecadora?



[1] En varias ocasiones he entrado en algún bar o restaurante en donde figuran en las paredes fotografías de famosos artistas, o de toreros, o de políticos, o de deportistas… con el dueño del local.
[2] A este respecto vienen muy bien unas palabras del Papa Francisco de principios de este mes. Dijo que la hipocresía es la lengua de los corruptos y que un verdadero cristiano no usa un lenguaje “socialmente educado”, sino que habla de manera sencilla, con amor, “con la misma transparencia que los niños, que no son hipócritas porque no son corruptos”. Denunció el Papa a aquellos que, “con palabras suaves, bonitas, demasiado dulzonas intentan presentarse como amigos, pero todo es falso, ya que esa gente no ama la verdad, sólo a sí mismos, e intentan engañar, implicar al otro en su mentira. Tienen un corazón mentiroso y no pueden decir la verdad”. El Papa advirtió a los cristianos sobre la vanidad y dijo que, aunque “nos gusta que se digan cosas bonitas de nosotros”, hay que tener cuidado, “ya que los corruptos lo saben y con ese lenguaje intentan debilitarnos”. El Papa pidió a los fieles que piensen bien qué lenguaje usan y si hablan con amor “o con ese lenguaje social con el que se dicen cosas bonitas, pero que no sentimos”. “Que nuestro lenguaje sea evangélico. Los hipócritas comienzan con la lisonja, la adulación y acaban acusando a los que han adulado. Pidamos al Señor que nuestro lenguaje sea sencillo, que hablemos como los niños, como hijos de Dios, con verdad y amor”.

jueves, 6 de junio de 2013

Domningo X del Tiempo Ordinario (C)



9-6-2013                                 DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO (C)
                                          1 Ry. 17, 17-24; Slm. 29; Gal.1, 11-19; Lc. 7, 11-17

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            - La primera lectura de hoy y el evangelio nos hablan de muerte y de vida. No primero de la vida y después de la muerte. NO. Nos hablan primero de la muerte de dos chicos y luego de la vida de esos dos mismos chicos. Vamos a entrar en el tema:
            * El 5 de agosto de 2009 se podía leer una noticia en los periódicos referida a la persecución que sufren los cristianos en Pakistán, un país de inmensa mayoría musulmana. Todo comenzó al término de una boda entre católicos: “Gojra (Pakistán). Han arrojado piedras, quemado las casas y perseguido a los fugitivos, disparando a tontas y a locas. Al final, los muertos son nueve. Siete se apellidan Hamid y son del mismo clan familiar del padre Hussein Younis, franciscano. Entre ellos hay dos niños. Su único delito es ser cristianos. (Cuenta el sacerdote paquistaní): ‘Como es habitual, al final de la ceremonia (de la boda) en la iglesia los invitados han arrojado sobre la pareja flores, arroz, algunas monedas para augurar prosperidad y tarjetas con frases de saludo u oraciones. La desgracia es que los musulmanes comenzaron a decir que las tarjetas eran páginas arrancadas del Corán, una ofensa gravísima para el Islam y hoy todavía más grave en estos tiempos de fanatismo. Muy rápidamente han volado insultos y acusaciones, y luego piedras. En la tarde ya habían incendiadas algunas casas de varias familias. Pero la violencia más grave explotó en la mañana del sábado 1 de agosto en Gojra, alrededor del barrio cristiano. Nuestra gente contó ocho autobuses cargados con extremistas que llegaron de afuera. Rostros desconocidos de gente armada hasta los dientes. Su slogan era que nosotros, los cristianos, tenemos la misma religión que los soldados americanos y, en consecuencia, somos enemigos y merecemos la muerte. Primero arrojaron piedras, luego repartieron combustible y, por último, metralletas y bombas. Aquí, a mi alrededor, está todo incendiado y carbonizado. El derramamiento de sangre pudo ser mucho peor si los cristianos no hubiesen huido rápidamente. Mis familiares no fueron lo suficientemente rápidos’”.
* En mayo de 2012 murió Manuel Preciado de un infarto. Había sido entrenador del Sporting de Gijón y de otros equipos de fútbol. Iba a comenzar como entrenador del Villareal (en la Comunidad Valenciana). Manuel Preciado había tenido muchos sufrimientos en la vida, pues se le habían muerto su mujer, su hijo y su padre. Ante esto dijo tiempo atrás: “Fui tratado muy duramente por la vida. Tenía dos salidas: o pegarme un tiro o mirar al cielo y tirar para adelante. Escogí esta última”.
* El evangelio nos narra la historia de una mujer viuda, que tenía un único hijo, el cual se murió y lo sacaban a enterrar. Había un gran gentío que acompañaba al chico en el ataúd y la madre lloraba desconsolada. (¡Es tan duro perder a un hijo!). Jesús se encontró con el cortejo fúnebre y, al verla el Señor, le dio lástima” e hizo el milagro de revivir al chico y entregárselo vivo a su madre. La primera lectura nos narra un hecho parecido del profeta Elías, pero aporta otros datos nuevos: el grito desgarrador de la madre que clama contra Dios y le pide cuentas en la persona de su profeta: “¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?” Y es que la madre pensaba que la muerte de su hijo era un castigo de Dios por los pecados del pasado.
            - ¿Merece la pena vivir? ¿Por qué y para qué? ¿Merece la pena morir? ¿Por qué y para qué? ¿Por qué y para qué cosas, personas, ideas, creencias… merece la pena vivir? ¿Por qué y para qué cosas, personas, ideas, creencias… merece la pena morir?
            El año pasado asistí al matrimonio de una chica que enseguida se quedó embarazada. Ha tenido un embarazo con muchas molestias, con muchas infecciones de orina y con otras complicaciones. Se ha privado de comer ciertas cosas, de beber ciertas cosas y de hacer otras que pudieran perjudicar a su bebé. ¿Merece la pena morir-vivir (: sufrir y privarse de cosas y de una forma de vida a la que uno está habituado) por un bebé que está en camino?
            Parte de esta homilía la preparé en la madrugada del miércoles en Urgencias de la Residencia de Oviedo en el box en el que estaba mi madre ingresada por una neumonía. ¿Merece la pena morir-vivir (: atender a una madre enferma, que mi padre[1] no duerma por estar pendiente de su mujer) por una mujer anciana?
            Los católicos paquistaníes murieron por sus creencias religiosas. ¿Merece la pena morir-vivir por esas creencias, por esa fe en Dios?
            - De alguna manera Manuel Preciado descubrió que todos en esta vida: su mujer, su hijo, su padre y él mismo, tenemos un ciclo vital: nacer, vivir y morir. En efecto, de este ciclo vital una parte nos es impuesta o acontece independientemente de nuestra voluntad, pero otra la elegimos nosotros. Yo quisiera que, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, reflexionemos hoy sobre la parte que elegimos nosotros. Sí, nosotros en gran medida somos libres para elegir cómo vivimos y para qué queremos vivir: en definitiva, somos nosotros quienes podemos elegir el sentido de nuestra vida y también el sentido de nuestra muerte.
            Hay personas que viven y mueren para sí: son egoístas (todos los somos) y aquí se dan diversos grados. Hay otras personas que, en gran medida, viven y mueren para los demás. Ahí tenemos el ejemplo de las  madres de las lecturas que acabamos de escuchar. Ellas vivían para sus hijos y se quedaron destrozadas cuando sus hijos se murieron. Dios les devolvió de nuevo a la vida terrena a los dos: uno a través del profeta Elías y otro a través de Jesús. Sin embargo, pasados unos años murieron las madres y ellos mismos volvieron a morirse también.
            Mucha gente quiere que Dios les dé más tiempo de vida terrena. Pero nosotros, los cristianos, tenemos que mirar más allá y más profundamente. Nosotros hemos de pedir que Jesús nos de VIDA ETERNA y PLENA[2], aquí y ahora, y después de nuestra muerte terrena… también. Nosotros hemos de pedir que Jesús nos dé un sentido de vida y un sentido de muerte. ¿Por qué y para que vivir? ¿Por qué y para qué morir? Morir y vivir por Dios y para Dios tiene pleno sentido, hoy y siempre. Morir y vivir por el ser humano y para el ser humano tiene sentido, hoy y siempre.
            Esto es lo que Jesús y su profeta Elías nos enseñan en las lecturas de hoy, y esto es lo que queremos aprender, experimentar y enseñar; con muchos fallos, pecados y debilidades, pero es lo que queremos hacer y queremos que Dios mismo nos lo conceda, pues es la única manera de conseguirlo.



[1] Al regresar a casa, hacia las 5 de la madrugada, habiendo dejado a mi madre allá, me dice mi padre que siente mucho que, por causa de ellos, no haya podido yo dormir. Yo viví estas palabras de mi padre como un acto de amor. Este morir-vivir por los hijos implica el que un padre no se preocupa tanto si él no ha dormido absolutamente nada. Se preocupó si su hijo no había dormido lo suficiente.
[2] Jesús, en el evangelio que se lee el miércoles en la Misa, decía: “No es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc. 12, 27).