Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
jueves, 31 de octubre de 2013
Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)
3-11-2013 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía en video. HAY QUE PINCHAR EN EL ENLACE ANTERIOR PARA VER EL VIDEO.
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
(En
este domingo voy a repetir la misma homilía que ya dije en 2007. Lo hago
porque estoy en nuevo destino pastoral y veo muy necesario que, lo que hace
años prediqué en otro sitio, hoy se escuche en mis nuevas parroquias. Perdón
por la repetición).
En el evangelio de hoy se nos
presenta el caso de Zaqueo, jefe de publicanos y hombre rico. En tiempos de
Jesús había en Israel diversos grupos sociales: 1) Existían los saduceos. Eran los ricos. Ellos
nada más aceptaban los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) y,
como aquí no se hablaba de la resurrección de los muertos, los saduceos no
creían en ella. Para los saduceos Dios “pagaba” en esta vida el cielo y el
infierno. Así, cuando un hombre estaba enfermo, era pobre o tenía cualquier
desgracia, ello era signo de que había pecado y Dios le castigaba en vida. Al
contrario, cuando un hombre estaba sano, tenía riquezas y todo lo iba bien, era
porque Dios veía que era bueno y santo, y lo premiaba en esta vida. Fueron los
saduceos quienes, para poner a prueba a Jesús, le plantearon aquel caso de una
mujer que se había casado con varios hermanos y de ninguno había tenido hijos.
Luego le preguntaron que, al morir, de cuál de los hermanos sería mujer. Con
ello querían decir que la resurrección era algo ridículo. 2) Un segundo grupo
eran los fariseos. Estos creían en
la resurrección de los muertos. Ellos aplicaban la Ley de Moisés con las normas
que ellos mismos elaboraban; para ellos tenía más importancia la Ley de Moisés, y la
interpretación que ellos daban, que el hombre. Los fariseos eran judíos
fervorosos. En este grupo estaban Pablo, Nicodemo… 3) Un tercer grupo lo
formaban los zelotes. Eran
guerrilleros y soldados, y luchaban con armas contra los romanos, contra los
judíos colaboracionistas (como los publicanos) y contra los judíos permisivos
(como los saduceos). Se dice que dos de los apóstoles eran zelotes: Simón el
menor y Judas Iscariote. ¿No recordáis que, en cierta ocasión en que Jesús
hablaba de enfrentamientos, varios apóstoles sacaron unas espadas que llevaban
escondidas, y también en el huerto de los Olivos? Se ve que algunos iban
preparados para la guerra. 4) También existían otro grupo de judíos denominados
publicanos. Eran judíos que cobraban
impuestos de sus compatriotas por encargo de los romanos quedándose con una
parte. Por ejemplo, los romanos les podían decir que cobrasen a cada
compatriota 10 denarios: 2 eran para ellos y los otros 8 se los entregaban a
los romanos. Pero muchos de estos publicanos cobraban 15 denarios; 8 para los
romanos y 7 para ellos. El negocio era redondo. A la vista de todos, los publicanos
eran la escoria: para los saduceos por advenedizos y por pertenecer a una clase
social más baja; para los fariseos porque trataban con los romanos y se
contagiaban de sus costumbres: estaban empecatados y estaban condenados al
infierno sin remisión posible; para los zelotes por traidores y
colaboracionistas; y para el pueblo llano porque los “sangraban” con los
tributos. El evangelista-apóstol Mateo-Leví era publicano. 5) Finalmente,
estaba el pueblo llano. Eran los más
humildes: labradores, pescadores, artesanos, mendigos, etc. De aquí procedían
la mayoría de los apóstoles y el mismo Jesús.
Es
conveniente saber todas estas cosas para comprender mejor lo que hoy se nos
relata en el evangelio. Zaqueo no sólo era publicano, sino que era jefe de
publicanos y, por lo tanto, muy rico. Zaqueo se enteró que Jesús viene a su
ciudad. Esto era un acontecimiento para todos los lugares por los que Jesús
pasaba. Su fama de hombre santo, de profeta y de taumaturgo (hacedor de
milagros) le precedía. Toda la ciudad y la gente de los alrededores estaban
allí para ver a Jesús. También Zaqueo quería ver a Jesús. Nos dice el evangelio
que Zaqueo era bajo de estatura. El se metía entre la gente y ésta, que lo
reconoció y le tenía ganas, empezó a pellizcarlo, a darle patadas por la
espalda y a darle collejas, a insultarlo…; pero a él no le importaba, porque
quería ver a Jesús. Cuando comprobó que era imposible ver a Jesús, entonces,
previendo el camino que iba a seguir Jesús, se subió a un árbol por donde éste
había de pasar. Y Zaqueo se subió al árbol como si fuese un mozalbete. Estaba
haciendo el ridículo, poniéndose en evidencia, pero no le importaba, porque
quería ver a Jesús. Por ver a Jesús
Zaqueo soportó golpes, insultos, vejaciones. Por ver a Jesús Zaqueo se puso en
ridículo y en evidencia, pero todo lo daba por bien empleado por ver un poco a
Jesús, aunque fuera simplemente de lejos y al pasar. Entonces nos dice el
evangelio: “Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los
ojos y dijo: ‘Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu
casa.’” ¿Por qué Jesús ve a Zaqueo y no ve al resto
de la gente? Muy sencillo, porque los demás iban a ver a “Fernando Alonso”, al
“Barça”, al “Real Madrid”, en definitiva, iban a ver el espectáculo. Iban a ver
los toros desde la barrera, pero no estaban dispuestos a perder nada de lo suyo
ni de sí mismos por ver a Jesús. Jesús sabe todo esto y, por eso, VE a
Zaqueo, VE el interior de Zaqueo y quiere hospedarse en su casa.
Fijaros
en otro aspecto de las palabras de Jesús. Jesús dice a Zaqueo que baje del
árbol, pues Jesús ve que Zaqueo se ha humillado y puesto en ridículo para
verle, pero Jesús, que ama y ama de
verdad, no quiere que Zaqueo prolongue la humillación más y le trata de tú a
tú. Sólo el que ama le duele el dolor del otro como propio, le duele el
ridículo del otro como propio.
Mas
sigamos con el evangelio: “Él bajó
en seguida y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.’” Sí, cuando Jesús habló a Zaqueo, éste se puso muy contento. Cuando Dios se fija en un hombre y le habla, enseguida la alegría toma posesión de ese hombre. Y ¿qué pasa con el resto de la gente de Jericó? Pues que la envidia se apodera de ellos. Y reparten “leña” contra Jesús y contra Zaqueo: ‘Este es un pecador y “el profeta” (Jesús) entra en casa de un pecador; no debe ser tan santo si anda con traidores, estafadores, ladrones, ricos…’ En realidad, repito: es pura envidia.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.’” Sí, cuando Jesús habló a Zaqueo, éste se puso muy contento. Cuando Dios se fija en un hombre y le habla, enseguida la alegría toma posesión de ese hombre. Y ¿qué pasa con el resto de la gente de Jericó? Pues que la envidia se apodera de ellos. Y reparten “leña” contra Jesús y contra Zaqueo: ‘Este es un pecador y “el profeta” (Jesús) entra en casa de un pecador; no debe ser tan santo si anda con traidores, estafadores, ladrones, ricos…’ En realidad, repito: es pura envidia.
¿Por
qué sabemos que lo de Zaqueo no era un mero espectáculo, un ver a “Fernando
Alonso” o un poco de circo? Pues porque el evangelio nos cuenta que Zaqueo dio
signos de cambio en su vida: ‘Yo que tengo fama y merecida, como todos los
publicanos, de pesetero; ahora daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en
algo he robado, devolveré cuatro veces más’.
¿A quién se nos
parecemos más nosotros? ¿A Zaqueo o a los otros hombres de Jericó? ¿Estoy
dispuesto a perder, a quedar en ridículo, a morir para encontrar a Jesús? Los
que responden afirmativamente a esta pregunta sentirán cómo el Señor alza la
vista ante ellos y les dice “baja
en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” ¡Qué suerte tendremos en nuestra vida si, a
la hora de nuestra muerte, Jesús nos dice como a Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…”!
jueves, 24 de octubre de 2013
Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)
27-10-2013 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C)
Video de la homilía
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
El evangelio es muy sugerente y de mucha profundidad; sin
embargo, hoy quisiera más bien fijarme en las dos lecturas.
- Decía la primera lectura: “El Señor es un Dios justo... escucha las súplicas del oprimido; no
desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando se queja; sus penas
consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan
las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa”. Esto suena muy bonito...
Pero mucha gente dice que es completamente falso: Está ahí el caso, que ya he narrado en otras
ocasiones, de la madre de un torero que rezaba siempre para que a su hijo no le
pasara nada en la plaza, pero un día un toro le sacó un ojo y, desde ese día,
nunca más volvió a rezar, pues no servía para nada, ni Dios ni sus rezos; hace
ya unos años un chico me decía que él no rezaba nunca, porque eso no servía para
nada; finalmente, tenemos nuestra propia experiencia con la oración. Sí,
rezamos, pero no parece que saquemos demasiado fruto, pues seguimos con
nuestros problemas, con nuestros defectos, con nuestras inquietudes, con
nuestras enfermedades, con nuestras depresiones…
¿Quién tendrá razón? ¿La primera lectura, que dice que
nuestras quejas y súplicas son escuchadas por Dios, o los que dicen que Dios
está en su cielo bien tranquilo: sin molestarnos y sin querer que le
molestemos?
- Veamos ahora la segunda lectura; en ella dice S. Pablo:
“He combatido bien mi combate, he corrido
hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la
que el Señor, juez justo, me premiará... El me libró de la boca del león. El
Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará...” Bien, S. Pablo ha sido
un buen apóstol, ¿cómo va Dios a recompensarle? Lo dice él mismo al principio: “Yo estoy a punto de ser sacrificado”.
S. Pablo fue mandado decapitar por Nerón. ¿Y ésta es la recompensa que Dios le
dio a este servidor tan cumplidor...? Tenía mucha razón Sta.
Teresa de Jesús, cuando habiéndole mandado Jesús, en pleno invierno, irse con
unas monjas a fundar un convento y la riada les llevó las carretas, los enseres
y las dejó en un descampado sin nada que ponerse ni donde techarse y entonces
Sta. Teresa, dirigiéndose al cielo, dijo a Jesús: ‘Así tratas a tus amigos’, y
Jesús le contestó. ‘Así los trato’, a lo que Sta. Teresa, que era muy remangada
y no se quedaba con nada en la lengua, le contestó: ‘¡¡¡Por eso tienes tan
pocos!!!’
- Quiero resaltar
todos estos hechos para subrayar las contradicciones que palpamos en tantas
ocasiones entre lo que nos dice la Sagrada Escritura y lo que nos ‘dice’ la
vida de cada día: nuestra vida y la vida de los que nos rodean. Así, de este
modo, quiero que nos demos cuenta de que, a pesar de tantos años como llevamos
bautizados, comulgando, en el sacerdocio, en la Iglesia… todavía nos queda
mucho para hacer nuestros los valores que Jesucristo nos propone en su
evangelio. Los valores propuestos son las bienaventuranzas, es decir, gozarse
por tener hambre, por llorar, porque nos insulten, por ser pobres. Otro
valor propuesto por Jesús y por su evangelio es el mensaje de la cruz, que “para los que se pierden resulta una locura;
en cambio, para los que se salvan, para nosotros, es un portento de Dios...
Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y
necedad para los griegos” (1 Co 1, 18. 23).
Ser cristiano no significa tener un seguro a todo riesgo
de que no vamos a tener problemas, de que nuestros hijos serán los mejores, de
que gozaremos de muy buena salud, de que en nuestro matrimonio no habrá
problemas, etc. Ser cristiano significa que nos sucederán problemas y alegrías,
fracasos y triunfos, grandes momentos y tiempos de rutina… como al resto de
mortales (creyentes o no, católicos o no), pero la manera de afrontarlos tiene
que ser diferente. Sí, cuando clamemos a Dios con lágrimas en los ojos, con
súplicas, con gritos…; cuando veamos todo oscuro…; entonces, sólo entonces,
tendremos la certeza de que Él nos salvará y nos librará de todo mal, pero no quitándonoslo, sino sufriendo con
nosotros esos mismos males. Cristo no está en la cruz haciendo gimnasia; Él
está llevando sobre sí todos nuestros males y sufrimientos.
Sólo quien ha experimentado la cruz puede llegar a la
resurrección. Y desde esta perspectiva sí es totalmente cierto lo que dice la
primera lectura y la certeza de S. Pablo, en la segunda, de estar en Dios.
Asimismo, desde esta perspectiva, se experimenta como real la respuesta del
salmo: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha”.
¡Qué Dios nos conceda percibir esto en nuestras vidas!
sábado, 19 de octubre de 2013
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