He leído la Biblia de principio a fin y no he encontrado vestigio alguno de algo parecido a Dios; solo he encontrado historias de un ente genocida, egocéntrico y vengativo; para mí es imposible llamarle Dios, al menos no desde un punto de vista razonable. Creo que si Dios realmente existiese, no me perdonaría que creyese que es el Dios de la Biblia [...] Para resumir, no creo en Dios, porque es imposible tener la certeza absoluta de saber qué quiere; no creo en milagros, creo en casualidades; no creo en el infierno ni en el paraíso, salvo aquel que pueda crear yo mismo. Por todo esto me siento más vivo y completo que nunca’.