Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 28 de noviembre de 2014
jueves, 27 de noviembre de 2014
Domingo I de Adviento (B)
30-11-2014 1º DOMINGO ADVIENTO (B)
Queridos hermanos:
Comenzamos hoy el año litúrgico. Y
empezamos con el tiempo de Adviento. En este año litúrgico nuevo y en este
tiempo de Adviento ha cambiado alguna cosa, por ejemplo, durante este año y
hasta el 22 de noviembre de 2015 (festividad de Cristo Rey) vamos a leer el
leccionario del ciclo B, siguiendo el evangelio de San Marcos. Además, los
sacerdotes en este tiempo de Adviento vestiremos la casulla morada y no verde
de estos domingos de atrás. El color
morado en Adviento quiere expresar una preparación espiritual; también el color morado es signo de vigilancia
y de deseos de conversión.
Con el Adviento nos preparamos para
celebrar y vivir algunos de los ejes fundamentales de la fe cristiana: la Encarnación del Hijo
de Dios en un ser humano y el nacimiento de Jesús, el Dios Niño. Jesús viene a
este mundo como Dios y como hombre. Por eso hemos de prepararnos: ¡Cristo va a
venir a nosotros!
Si va a venir alguien importante a
nuestra casa, la preparamos bien: hacemos limpieza general, vamos a la tienda
a comprar alimentos o bebidas con que agasajar a la persona que va a venir. Nos
ponemos ropa de fiesta. Advertimos a los niños que no digan impertinencias y
que no molesten demasiado. Los pasamos por la ducha. Recuerdo que hace unos 20
años el rey Juan Carlos I visitó un poblado gitano y todos los gitanos se
vistieron sus mejores galas, pero lo que más me llamó la atención fue ver una
imagen en televisión de un niño de año y medio de edad y vestido con un traje
hecho a la medida; tenía chaleco y todo, y entonces ya pensé que había sido una
tontería hacer un traje para ese niño, y que sólo vestiría en ese día, pues
rápidamente le iba a quedar pequeño. Fijaros también la que se armó en Boal al
ser nombrado pueblo ejemplar en Asturias este año y ser visitado por los reyes
de España. Pues bien, si para recibir a altas personalidades humanas hacemos
estas cosas, ¡cuánto más tendríamos que prepararnos para recibir a Jesús!
Todo esto es lo que nos pide Dios a
nosotros para recibirlo. Que ‘aseemos’ nuestro espíritu y que toda la parroquia
se prepare para recibirlo. Supongo que algunos de vosotros ya conocéis una
antigua historia de los indios americanos que nos puede ilustrar en esta idea:
LOS DOS
LOBOS
“Una
mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre
en el interior de las personas. El dijo: ‘Hijo mío, la batalla es entre dos
lobos dentro de todos nosotros. Uno es Malvado;
es el lobo de la ira, de la envidia, de los celos, de la tristeza, del pesar,
de la avaricia, de la arrogancia, de la autocompasión, de la culpa, del
resentimiento, de la inferioridad, de las mentiras, del falso orgullo, de la
superioridad y del ego. El otro es Bueno;
es el lobo de la alegría, de la paz, del amor, de la esperanza, de la
serenidad, de la humildad, de la bondad, de la benevolencia, de la empatía, de
la generosidad, de la verdad, de la compasión y de la fe’.
El
nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: ‘¿Qué lobo gana?’
El viejo
Cherokee respondió: ‘Aquél al que tú alimentes’”.
Es
decir, el tiempo de Adviento ha de ser para nosotros una espera activa, y no
una espera pasiva de estación de tren o de autobús o de avión. Allí sentados
sin hacer nada para adelantar o preparar la llegada de Jesús.
Cuando
Jesús nos dice en el evangelio que vigilemos, lo que no está diciendo es que
alimentemos ese Lobo Bueno que hay en cada uno de nosotros. Por eso, como
siempre, es conveniente que hagamos un plan para el Adviento que empezamos en
el día de hoy: alimentamos al Lobo Bueno cuando perdonamos, cuando ‘no sacamos
la lengua a pacer’, cuando reaccionamos con humildad y amabilidad ante los
demás (sobre todo en casa), cuando frecuentamos las visitas al Santísimo en el
sagrario, cuando vemos menos tele y leemos más la Biblia u otros libros
religiosos, cuando nos privamos de comidas superfluas y compartimos nuestros
bienes con otras personas necesitadas, cuando visitamos enfermos, ancianos o
personas en soledad, cuando ponemos a producir nuestros talentos, cuando
hacemos nuestro el evangelio del otro domingo: dar de comer al hambriento, de
beber al sediento, vestir al desnudo.
La espera del Señor no
nos quita la incertidumbre de cuándo vendrá, pero sí que tenemos la certeza de
que vendrá (“¡ojalá rasgases el cielo y
bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia”). Por
eso, nuestro esperar no es angustioso,
sino confiado, pues esperamos lo que ya poseemos de alguna manera por la fe.
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