lunes, 30 de marzo de 2015

Jueves Santo (B)

2-4-2015                                          JUEVES SANTO (B)

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Lavatorio de los pies
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Con la celebración de hoy comenzamos el Triduo Pascual. Nos hemos estado preparando durante 40 días con penitencia, con más oración y con la confesión de nues­tros pecados para asistir y participar en los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesús.
            El día de Jueves Santo tiene varios significados: es el día en que Cristo instituyó el sacramento del Orden, cuando Jesús ordenó como obispos a los apóstoles; es el día de la institución de la Eucaristía; y es el día del amor fraterno.
            Por todo esto podemos pensar que el evangelio que acabamos de escuchar (el lavatorio de los pies) no puede venir mucho a cuento, ¿por qué, en vez de poner la parte del evangelio en que Cristo instituye la Eucaristía, se pone este texto del lavatorio de los pies?

            Vamos primero a ver qué significaba en tiempo de Jesús lavar los pies. Lavar los pies se hacía antes de cenar y no durante la cena. Era un gesto humillante. Era una tarea de un esclavo y no de un judío; un amo judío no podía pedir a un esclavo judío que le lavara los pies. Sería rebajarlo e insultarlo. El amo judío debía ordenar a un esclavo de otra nacionalidad que le lavara los pies, pero nunca podía ordenárselo a un esclavo judío. Por eso, cuando Jesús se puso a lavar los pies a sus discípulos, quedaron extrañados. Más aún, yo diría que quedaron escandalizados. Por ello, Pedro se negó en redondo: “No me lavarás los pies jamás”. Cómo Jesús, que era el Maestro, el Señor, el Hijo de Dios, iba reba­jarse y hacer un trabajo de esclavo extranjero. Jesús explicó su sentido: “Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,  también lo hagáis”.
            Lavar los pies significa servir, estar al servicio de los demás. Si Dios me llamó para el  sacerdocio, no es para que yo crezca a vuestra costa. No, es para estar a vuestro servicio y facilitaros el camino hacia Dios. Si vosotros sois cristianos, es por lo mismo: para estar al servicio de todos los que nos rodean. Y Jesús no era ningún charlatán: Él decía y hacía lo que decía. Por eso, entregó su divinidad, su Palabra, su evangelio, sus milagros, sus curaciones, su amor… Jesús nos entregó todo lo suyo y, al final, dio lo único que le quedaba: su vida, su ser. Por eso, nos dejó su Cuerpo y su Sangre para que nos alimentemos de Él. Es decir, para San Juan la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies es lo mismo: es Dios que sirve, Dios mismo que nos alimenta con su Cuerpo y Sangre, Dios mismo que se pone de esclavo del hombre para que éste salga del pozo en el que está, para que suba al Reino de Dios.

            Según todo esto, ¿qué enseñanza para nuestra vida podemos sacar hoy? No podemos participar en la Misa sin ‘lavarnos los pies’ mutuamente.
            1) Aquel que viene a Misa y comulga ha de estar al servicio de los demás, y sino comulgaría sacrílegamente.
2) Aquel que está al servicio de los demás, ayudando a las personas con todo su ser, ése necesita también la Eucaristía, necesita de Dios. En caso contrario estaría haciendo el bien con sus solas fuerzas, y eso nos puede llenar de orgullo y de soberbia, o puede llegar un momento en que nos puede cansar y reventar. No podemos solos, sin la ayuda de Dios, hacer el bien a los demás.
            Como mensaje final para el día de hoy, Jueves Santo, puede ser éste: ¡Que Dios nos haga valorar la Eucaristía y nos haga servicia­les unos con otros!

jueves, 26 de marzo de 2015

Domingo de Ramos (B)



29-3-2015                                  DOMINGO DE RAMOS (B)
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:

            Voy a titular esta homilía de este modo: Desinterés del hombre-interés de Dios.
           - Hace unos días me llegó la siguiente historia en un mensaje al móvil: “Un ratón, mirando por un agujero de la pared, ve al granjero y a su esposa abrir un paquete. ¡Quedó aterrorizado al ver que era una trampa para cazar ratones! Fue corriendo al patio a advertirle a todos: ‘¡Hay una ratonera en casa!, ¡hay una ratonera!’ La gallina, que estaba cacareando y escarbando en la tierra, le dice: ‘Disculpe, señor ratón, yo comprendo que es un grave problema para Vd., pero a mí no me perjudica en nada’. Entonces el ratón fue hasta el cordero y éste le dice lo mismo: ‘Disculpe, señor ratón, yo creo no poder hacer algo más que pedir por Vd. en mis oraciones’. El ratón se dirigió a la vaca y ella le dijo: ‘Pero, ¿acaso estoy en peligro? ¡Pienso que no!’ El ratón volvió a la casa, preocupado y abatido para enfrentarse a la ratonera del granjero. Aquella noche se oyó un gran barullo. Parecía que la ratonera había atrapado a su víctima. ¡¡¡La mujer corrió a ver qué había cogido!!! En la oscuridad ella no vio que la ratonera había atrapado la cola de una serpiente venenosa. La serpiente veloz mordió a la mujer, y el granjero la llevó inmediatamente al hospital. Allí la atendieron, le dieron una medicación y la mandaron de vuelta para casa. La mujer volvió con fiebre alta. El granjero para reconfortarla le preparó una nutritiva sopa. Agarró el cuchillo y fue a buscar el ingrediente principal: ¡La gallina! Como la mujer no mejoró, los amigos y vecinos fueron a visitarlos. El granjero mató al cordero para alimentarlos. La mujer no mejoró y murió. Y entonces el esposo vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.
Moraleja: La próxima vez que alguien te cuente su problema y creas que no te afecta, porque no es tuyo y no le prestes atención, piénsalo dos veces. El que no vive para servir, no sirve para vivir. El mundo no anda mal por la maldad de los malos, sino por la apatía de los buenos... Así que, cuando alguien necesite de ti por sus problemas, tiéndele la mano o dale una palabra de aliento...
Recuerdo el episodio de tres vecinos que tenían una serie de fincas colindantes. Resultó que uno de éstos tenía una de estas parcelas en el medio de las propiedades de sus vecinos. Y este hombre corrió los lindes de la parte izquierda. Protestó el dueño de la finca perjudicada y, como no se arreglaron, fueron a juicio. El perjudicado pidió al vecino del otro lado que fuera como testigo suyo, no para favorecerlo, sino simplemente para que dijera la verdad: que los lindes habían sido movidos con mala voluntad por el vecino primero. Pero éste que fue requerido como testigo no quiso ir. ¿Por qué? Porque no quería enemistarse con el colindante, porque no era su problema, porque sus propiedades no estaban en peligro, porque a él no le perjudicaba aquel corrimiento de lindes… Total, que no fue como testigo ni de una ni de otra parte. Sin embargo, pasados unos meses, el vecino que había corrido los lindes de la parte izquierda, movió también los de la parte derecha, es decir, los que pertenecían a la finca del propuesto como testigo y que no había ido. ¡Ay, amigo, ahora sí que era su problema, ahora sí que sus propiedades estaban en peligro, ahora sí que le perjudicaba la acción del vecino primero…! ¿Ahora este vecino tercero se va a atrever a acudir ante el primer perjudicado para que testifique ante el juez y diga la verdad de los lindes? ¡Manos que no dais qué esperáis!
También es verdad que otras personas actúan de otro modo. Como os contaba en la homilía del domingo pasado, el policía que vigilaba la iglesia en Pakistán no miró para otro lado, sino que paró a aquel terrorista que iba explotar una bomba en el interior de la iglesia. Por no mirar este policía para otro lado murió, pero salvó con su acción a mucha gente de una muerte segura.
- Celebramos hoy el domingo de Ramos y algunos de vosotros podéis estaros preguntando qué tiene que ver esta historia de ratones y ratoneras, de fincas y juicios con el domingo de Ramos. Según se mire, yo creo que mucho. Veréis: Dios oía los gritos desesperados de sufrimiento y dolor de los hombres. Dios podía haber contestado como la gallina, como el cordero o como la vaca a esas súplicas de los hombres dolientes: ‘No es mi problema, a mí no me perjudica en nada, yo no estoy en peligro…’ Sin embargo, Dios nos enseña que Él actuó de otro modo: 1) Dios mandó a los profetas para hablar a los hombres en su nombre y para guiarles por el camino del bien. 2) Estuvo siempre a su lado cuidándolos, según se nos dice en el Antiguo Testamento. 3) Además, mandó a su Hijo a la tierra. 4) Jesús asumió la carne de un hombre, las limitaciones de un hombre, los miedos de un hombre, la pobreza de un hombre… 5) Jesús, como nos dice el evangelio, se preocupó durante su vida de todos los hombres: los enfermos, los hambrientos, los pecadores, los despreciados…, y esperaba siempre a todos los hombres a que volvieran a Dios (como el hijo pródigo). 6) Finalmente, Jesús dio su vida por todos los hombres: por los buenos y por los malos, por los que creían en Él y por los que no creían. Jesús no fue como la gallina ni como el cordero ni como la vaca de la historia, que miraron para otro lado ante el problema del ratón.
Jesús nos ha dado ejemplo a sus discípulos y nos dice que, cuando alguien necesite de nosotros, aunque no estemos en peligro, aunque no sea nuestro problema, aunque no nos perjudique…, nos dice que nos volquemos con esas personas: de palabra y de obra. Sólo así seremos verdaderos discípulos de Jesús e hijos de Dios.
Asistiremos en esta Semana Santa a los últimos momentos de Jesús, un hombre-Dios que no pasó de los problemas de los demás, sino que se metió de lleno y eso le valió la muerte.
En nuestra historia de cada día, ¿nos parecemos más a la gallina, al cordero o a la vaca de la historia? O quizás, ¿no parecemos más al policía muerto en Pakistán y a Jesús que se preocupan por los problemas y por los sufrimientos de los demás? Si somos del primer grupo, lo que celebramos en Semana Santa será como una especie de cuento que no tiene mucho o nada que ver con nuestra vida. Si somos del segundo grupo, entonces lo que celebramos en esta Semana Santa, no sólo es parte de la historia de Jesús, sino también de nuestra propia vida.