miércoles, 27 de mayo de 2015

Domingo de la Santísima Trinidad (B)



31-5-2015                              SANTISIMA TRINIDAD (B)

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
El domingo pasado os hablaba de la Secuencia de Pentecostés y comentaba algunos de sus párrafos. Quería que conocieseis un poco más al Espíritu Santo. Quería que amaseis un poco más al Espíritu santo. Y es que no podemos amar aquello que no conocemos. En efecto, ¿cómo vamos a amar al Espíritu Santo si no lo conocemos? Pero, ¿es que deseamos conocer al Espíritu Santo?
Vivimos en un mundo en el que nos movemos por lo que nos gusta, o por lo que nos es útil, o por lo inmediato (es decir, algo que nos sirva para… ¡ya!). Si tenemos que esperar un tiempo a sacar rendimiento a algo, ya nos cuesta más trabajo desearlo, esperarlo y luchar por ello.
Las cosas de Dios no son muy deseadas en el mundo de hoy, al menos en España. ¿Por qué? Pues porque no nos gustan ni nos atraen en general demasiado, no nos son útiles ni nos reportan una gratificación inmediata. Sin embargo, las cosas de Dios son importantes, son eternas y están presentes en nosotros en cualquier circunstancia y tiempo. Si tenemos la primera perspectiva en nuestra vida (lo que nos gusta, lo útil y lo inmediato), nos costará comprender las cosas de Dios. Si tenemos la segunda perspectiva (lo importante, lo eterno, lo que siempre y en todo momento está), entonces sí que comprenderemos mejor las cosas de Dios. Desde esta segunda perspectiva vamos a seguir tratando de profundizar en algunas de las frases de la Secuencia de Pentecostés.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
            Sí, pidamos al Espíritu Santo que nos enriquezca con buenas acciones, con buenos sentimientos, con buenos amigos, con buenas palabras, con paz, con sosiego, con luz, con certeza, con compañía, con perdón, con cariño…

Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
            ¡Qué difícil le es al hombre darse cuenta de lo vacío que está, si Dios no le llena! El domingo pasado leía en un periódico que van a llevar al cine la historia de un chico crecido en Cataluña. Estaba obsesionado con las armas. Era uno de los mejores coleccionistas de armas en España, a pesar de su juventud. Se fue con 22 años a Afganistán como francotirador y mató a un talibán. A los dos meses de esta ‘hazaña’ regresó a España. Dice que no se arrepiente de haber matado a un hombre, pero que tampoco está orgulloso de ello. Aún hoy se pregunta quién sería aquel hombre al que abatió, si tendría familia, amigos… La directora de la película conversó con él largamente y dice que encontró a un chico ‘totalmente deprimido y desorientado’. Ahora sus fantasías guerreras y con las armas quedan muy atrás. Aquella muerte le cambió; aquella ‘hazaña’ le hizo otro hombre.
Sólo Dios llena nuestro corazón, pues, como decía San Agustín, nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Podemos pasar toda una vida comiendo, durmiendo, trabajando, divirtiéndonos, sufriendo, alegrándonos…, pero sin vivir. La vida pasa por nosotros, pero nosotros podemos no pasar por la vida. Muchas veces recuerdo que hacia 1981 mi hermano cumplía el servicio militar en El Ferral (cerca de León), y todo su afán era tener algunas horas libres para ir a la ciudad, vestir de civil y meterse en una discoteca. Pero esté afán obsesivo y perentorio eran común a muchos reclutas. Nos llenamos de cosas que sacian de momento nuestra sed, pero que, al terminar y tener que volver al cuartel, nos dejan más sedientes y ansiosos que antes. Sólo Dios sacia nuestra sed. Sólo Dios llena nuestro vacío. Sólo Dios… y las cosas de Dios.
Hace ya un tiempo “un experto en empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha; lo colocó sobre la mesa junto a una bandeja que contenía piedras del tamaño de un puño y preguntó: ‘¿Cuántas piedras creen que caben en el frasco?’ Luego que los asistentes hicieron sus conjeturas, empezó a meter piedras que llenaron el frasco. De nuevo preguntó el experto: ‘¿Está lleno?’ Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras más pequeñas, metió parte de esas piedras en el frasco y lo agitó. Las piedrecitas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: ‘¿Está lleno?’ Esta vez los oyentes dudaron: ‘¡Tal vez no!’ Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtró en los pequeños recovecos que dejaban las piedrecitas y la grava. ‘¿Está lleno?’, preguntó de nuevo. ‘¡No!’, exclamaron los asistentes. ‘Bien’, dijo y cogió una jarra con un libro de agua y la comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba. Preguntó: ‘Bueno, ¿qué hemos demostrado hoy?’ Un participante respondió: ‘Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas’. ‘¡No! –concluyó el experto-. Lo que esta demostración nos enseña es que, si no colocas las piedras grandes primero, no podrás colocarlas después’. ¿Cuáles son las piedras grandes de nuestra vida: tu familia, tus amigos, tus sueños, la persona amada, tus semejantes, Dios, tu fe, tus valores morales…? Recuerda: ponlas primero, y el resto encontrará su lugar”.

Con relativa frecuencia sucede que un matrimonio hace una vida, más o menos, normal, pero él o ella no cuidan demasiado la relación y las muestras de afecto con su cónyuge, o más bien las descuidan abiertamente con faltas de respeto y maltratos. Con el tiempo resulta que la mujer o el marido piden el divorcio y entonces el otro cónyuge se echa las manos a la cabeza y está dispuesto a cambiar de modo radical su forma de ser y de comportarse en el matrimonio, pero… ya es tarde. Ya el otro cónyuge no siente nada y se le hace insoportable estar al lado de él o de ella. También sucede con alguna frecuencia que los padres o uno de los padres no cuidan demasiado el trato con sus hijos. Éstos se habitúan a vivir sin esos padres o sin ese padre y, cuando él o ellos se dan cuenta y quieren recuperar el tiempo perdido con los hijos…, ya es tarde. Los hijos ya no quieren ni los necesitan.
Llenemos el frasco de nuestra vida de las ‘cosas’ que importan, de las cosas que valen de verdad, de lo que permanece, y no sólo de lo que nos gusta egoístamente, de lo que nos es útil, de lo que nos gratifica aquí y ahora y sólo a nosotros. Y, ¿qué son esas ‘cosas’? La familia, los amigos, los hombres, los valores morales (generosidad, verdad, honestidad…), Dios, la fe… De este modo el hombre estará lleno, pero lleno de lo que merece la pena.
¡QUE ASI SEA!