jueves, 25 de junio de 2015

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (B)



28-6-2015                               DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de vídeo. HAY QUE PINCHAR EN EL ENLACE ANTERIOR PARA VER EL VIDEO.
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Las lecturas que acabamos de escuchar nos hablan de muerte y de VIDA. Vamos a profundizar un poco en estos temas, pero no desde una perspectiva simplemente mundana (lo que propugna nuestra sociedad), sino y sobre todo desde una perspectiva cristiana (lo que propugna y nos ofrece nuestro Señor Jesús).
            a) Nuestra sociedad insiste en querer darnos una larga vida, una vida de calidad. De aquí las felicitaciones que nos damos cuando se va descubriendo el genoma humano; los avances en las investigaciones con las células embrionarias y con las células madres; las posibilidades de crear otros seres humanos, que sean portadores de células sanas y que curen así a otros hombres como, por ejemplo, a hermanos suyos; los beneficios de tomar alimentos de soja o con otros ingredientes que rejuvenecen la piel u otras partes de nuestro organismo; los avances clínicos para curar y retrasar el envejecimiento de las neuronas...
            Sin embargo, la realidad que nos rodea es terca y vemos la tremenda proliferación de enfermedades degenerativas en los ancianos y no tan ancianos (Alzheimer, demencia senil, artrosis y otras cosas por el estilo). Si queréis ver algo de esto, podemos pasar por algún asilo o residencia de ancianos y quedará patente a nuestros ojos esta realidad. Así, vemos que el hombre, desde que nace, camina hacia la muerte, la cual nos visita antes o después. (Miremos las esquelas del periódico de la semana y las edades de los fallecidos).
            b) ¿Cuál es la postura de Dios ante la muerte de los seres humanos?
            Decimos y/o escuchamos con relativa frecuencia esta pregunta: ¿Por qué Dios permite la muerte de seres inocentes, de jóvenes, de personas que son el sostén de sus familias, de personas que han luchado toda su vida y ahora, a los 65 años, fallecen recién jubilados, cuando podían disfrutar un poco de su pensión, de su familia, de algún viaje de placer? Frente a esto tenemos las palabras de la 1ª lectura de hoy: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que viviera […] No hay veneno de muerte en lo que Dios ha creado […] Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo imagen de su propio ser” (Sab. 1, 13-14; 2, 23).
En el evangelio de hoy hemos escuchado cómo Jesús es el Dios dador de vida, el que rescata a una niña de la muerte y a unos padres desconsolados de la desesperación. Fijaros qué imagen más preciosa y tierna nos muestra el evangelio: 1) todo lloros y desesperación en la casa de la niña (Jesús “encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos” [Mc. 5]; eran las plañideras profesionales mezcladas con la familia y amistades); 2) se ríen de Jesús cuando éste dice que la niña duerme y que no está muerta (es decir, pasaron de las lágrimas y gritos de lamento a las risas y a las burlas; era todo una pura comedia, pues nadie puede pasar de las lágrimas de verdad a las risas sin más); 3) Jesús entró en la habitación de la niña con sus acompañantes y con el padre y la madre (no dice ‘con los padres”, sino que dice “con el padre y con la madre”… individualizados, pues cada uno sufre a su manera y en una profundidad terrible la falta de su hija). Jesús coge a la niña de la mano y le dice: “’Talitha qumi’ (que significa: ‘Contigo hablo, niña; levántate’” (Mc 5).
            Vemos, por tanto, que Dios no es el origen de la muerte y que quiere rescatarnos de ella…, Y LO HACE. Pero, si Dios no creó la muerte, ¿de dónde viene? Es decir, ¿por quién entró la muerte en este mundo y en los hombres, si no entró por medio de Dios? Nos lo responde la primera lectura de hoy: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen” (Sab. 2, 24). Esto de que la experimentan los que le pertenecen, ¿qué significa?..., pues aquí morimos todos. Sí, es verdad. Eso significa que la muerte no hace presa para siempre en aquellos que son de Dios y que están en Dios.
            c) ¿Cuál debe de ser la postura de los cristianos ante la muerte?
            Cuando una persona experimenta de cerca y de verdad a Dios, no tiene miedo a la muerte. No digo que no tenga dolores o sufrimientos con la enfermedad o con la separación, pero hay una esperanza radical y profunda en Dios. El 5 de junio recibía un correo de una persona que me comunicaba la muerte de su madre. Leo: Querido Andrés: ¿Cómo estás? Quería comunicarte que esta semana pasada ha fallecido mi madre. Después de una caída, se rompió la cadera y tuvieron que intervenirla. El postoperatorio fue muy duro y difícil, se complicaron las cosas y no pudo superarlo, tenía ya 98 años. Hemos tenido una experiencia muy dolorosa, pero una gracia inmensa del Señor. Ella se iba dando cuenta de la gravedad y se fue despidiendo de todos; nos pidió que viniera un sacerdote. Cuando se despedía de mí, yo no podía contener las lágrimas y me dijo con gran ternura: ‘Hija, no llores, que existe el cielo. Además, quiero pedirte que lo digas en mi funeral. Hay algunos que no se lo creen y quiero que te escuchen decir que es cierto que el cielo existe’.  Hasta el último día compartimos continuamente abrazos y cariños, piropos, perdón y miradas que jamás se me olvidarán. Cuando mi madre expiró estábamos mi marido y yo. Pudimos rezar juntos el rosario de la Divina Misericordia en varias ocasiones. Sentimos una gran Paz.
Cumplí con su último deseo y di testimonio del gran amor de su vida: el Sagrado Corazón de Jesús. Me encomendé a Jesús, a María y a ella, y sentí valor, fuerza y dulzura al comunicarlo. Bendito sea el Señor.
            Hay un texto precioso de la M. Teresa de Calcuta, que yo uso con frecuencia por el bien que me hizo. Aquí se ve lo que sienten y experimentan sobre la muerte quienes tienen experiencia de Dios. “La gente me pregunta sobre la muerte, si la espero con ilusión, y yo respondo: 'Claro que sí', porque iré a mi casa. Morir no es el fin, es sólo el principio. La muerte es la continuación de la vida. Éste es el sentido de la vida eterna: es donde nuestra alma va hacia Dios, a estar en presencia de Dios, a ver a Dios, a hablar con Dios, a seguirlo amando con un amor mayor, porque en el Cielo le podremos amar con todo nuestro corazón y nuestra alma, puesto que en la muerte sólo abandonamos el cuerpo: nuestra alma y nuestro corazón viven para siempre. Cuando morimos nos reunimos con Dios y con todos los que hemos conocido y partieron antes que nosotros: nuestra familia y amigos nos estarán esperando. El Cielo debe de ser un lugar muy bello”.
            Desde esta perspectiva se entiende muy bien lo que decía el Papa Juan XIII: “Todos los días son buenos para nacer, todos los días son buenos para morir. Yo sé de Quién me he fiado”. Y es que morir es Dios, y es que vivir es Dios. Da lo mismo morir que vivir. Estamos siempre en Dios, o por mejor decir, está Dios siempre en nosotros.
            En definitiva un cristiano no lucha (no debe de luchar) primordialmente por vivir más tiempo y mejor, sino y sobre todo por vivir en y con Dios, pues Él es la VIDA con mayúscula. Así nos lo dice Jesús: “Esforzaos, no por conseguir el alimento transitorio, sino el permanente (Dios), el que da la vida eterna” (Jn 6, 27); y en otro lugar dice Jesús: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Y finalmente: “El que ama su vida (puramente terrenal), la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 25).