Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 29 de enero de 2016
jueves, 28 de enero de 2016
Domingo IV del Tiempo Ordinario (C)
31-1-2016 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (C)
Al finalizar la segunda lectura, que
escribió san Pablo, leemos: “En una
palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el
amor”. Sí, san Pablo nos dice que el amor es más grande que la fe, y que el
amor es más grande que la esperanza. Asimismo hemos de saber que, al final de
los tiempos, desaparecerá la fe, pues veremos a Dios cara a cara y no nos hará
falta tener fe en Dios. E igualmente desaparecerá la esperanza, pues ya
habremos alcanzado lo que buscábamos, es decir, habremos alcanzado a Dios. Por
lo tanto, lo único que nos quedará al final de los tiempos, y que es lo más
importante y que es para siempre, es el amor. Esto es lo que quiere decir san
Pablo con esta última frase de la lectura de hoy.
Este trozo de la carta de san Pablo
a los corintios es ‘superconocido’ y leído en casi todas las celebraciones del
sacramento del matrimonio. En el día de hoy quisiera profundizar un poco más
sobre este texto, sobre el amor. La homilía de hoy la voy a titular así: EL TEST DEL AMOR.
Cuando una persona va a un psicólogo
y éste quiere conocer algo sobre su personalidad, ha de realizar algún test.
Pues bien, en el día de hoy, aprovechando la descripción que san Pablo hace del
amor, vamos a tratar de elaborar un test del amor.
- Pensemos en la persona que más nos quiere en este mundo (o que más nos
ha querido) y veamos hasta dónde puede llegar su amor por nosotros. Dice
san Pablo: “El amor es
paciente”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este
mundo, ¿tiene paciencia con nosotros cuando nos equivocamos, cuando no vamos a
su ritmo, cuando fallamos una y otra vez, cuando no sabemos, cuando le hacemos
esperar…?
Dice
san Pablo: “El amor es servicial”.
Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿antepone
nuestras necesidades a las suyas, nuestro tiempo al suyo, nuestro gusto al
suyo, nuestra hambre a la suya, nuestro sueño al suyo, nuestras ilusiones a las
suyas? ¿Hasta dónde está dispuesta a perder de lo suyo para que nosotros
ganemos o crezcamos?
Dice
san Pablo: “El amor no es envidioso”.
Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿se alegra
con nuestros éxitos, llora y sufre con nuestros fracasos, se goza con el hecho
de que nosotros estemos bien con otras personas, aunque no estemos con ella, o
más bien es posesiva y no soporta que tengamos relación con otras personas?
Dice san Pablo: “El amor no busca su interés”. Esa
persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿es capaz de
perder o renunciar a sus bienes a favor nuestro, o sus razones a favor nuestro,
o sus prioridades a favor nuestro?
Dice
san Pablo: “El amor no se irrita; no lleva
en cuenta el mal”. Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en
este mundo, ¿nos reprocha con frecuencia, o nos echa en cara nuestros fallos,
nos lee la ‘lista’ de nuestros errores, nos grita, nos hace de menos, nos
insulta, nos abochorna con nuestros errores…?
Dice
san Pablo: “El amor todo lo excusa”.
Esa persona que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿busca
siempre ponerse en nuestro lugar, nos acepta tal y como somos, ve sus fallos
antes que los nuestros, nos perdona siempre, nos justifica siempre…?
Dice san Pablo: “El amor todo lo cree”. Esa persona que
pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿confía totalmente en
nosotros, y por eso pone su vida y sus bienes a nuestra disposición, es capaz
de ver y descubrir nuestras virtudes y valores…?
Dice san Pablo: “El amor todo lo espera”. Esa persona que
pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿piensa que somos capaces de
cambiar y de mejorar, y nos ayuda a cambiar y a mejorar?
Dice san Pablo: “El amor todo lo soporta”. Esa persona
que pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿soporta y aguanta
nuestros desplantes, nuestras mentiras, nuestras deslealtades, nuestras
miserias, nuestro desamor por ella, nuestra cobardía, nuestros pecados,
muestras traiciones, nuestros egoísmos…?
Dice san Pablo: “El amor no acaba nunca”. Esa persona que
pensamos que es la que más nos ama en este mundo, ¿sigue amándonos y confiando
en nosotros, a pesar del paso del tiempo? ¿Notamos que con el paso del tiempo
vamos envejeciendo y cambiando, pero que su amor permanece hacia nosotros o
incluso que aumenta?
- Pensemos ahora en la persona que más amamos
sobre la tierra o que más hemos amado. Vamos a hacer ahora el test del amor,
pero al revés, es decir, no nos preguntamos si alguien nos ha amado como
acabamos de describir, sino si nosotros hemos amado o amamos como nos dice san
Pablo. O sea, ¿nuestro amor por esa persona es paciente? ¿Tenemos paciencia
con ella cuando se equivoca, cuando no va a nuestro ritmo, cuando falla una y
otra vez, cuando no sabe, cuando nos hace esperar…?
Nuestro amor por
esa persona es servicial… (Háganse las preguntas del apartado anterior sobre
todas las definiciones del amor, pero formuladas de tal manera que la acción de
amar de ese modo recaiga sobre nosotros).
- Sinceramente yo
he hecho los dos test anteriores y veo que fallo estrepitosamente en muchos de
los apartados, por no decir en todos. Supongo que a vosotros os pasará lo mismo
o parecido. Entonces, ¿de dónde sacó san Pablo esta definición del amor? ¿De lo
que había visto en sí mismo, de lo que había visto en otras personas de su
tiempo, de lo que había escuchado de alguien, de lo que había leído en libros
muy antiguos? Pienso que no. Pienso que lo que sucedió en realidad es que san
Pablo transcribió en esta carta a los corintios lo que él mismo había
experimentado del amor de Dios sobre sí. Por eso, en esta parte final de la homilía vamos a hacer por tercera y última
vez el test del amor, pero no ya sobre lo que otras personas hacen con
nosotros o lo que nosotros hacemos con otras personas, sino sobre lo que Dios hace con nosotros. Y
entonces comprobaremos que efectivamente Dios tiene un pleno total de 10 al
test del amor. Dios sí que es paciente siempre con nosotros; Dios sí que
está siempre disponible para nosotros; Dios sí que no tiene envidia de nuestros
logros y se entristece con nuestros dolores; Dios sí que no busca su propio
interés, sino siempre busca el nuestro; Dios nunca se irrita con nosotros; Dios
no nos toma en cuenta el mal y quiere perdonarnos una y mil veces, hasta
setenta veces siete; Dios nos excusa siempre, nos cree siempre, nos espera
siempre, nos soporta siempre, y su amor nunca falla ni fallará.
lunes, 18 de enero de 2016
Domingo III del Tiempo Ordinario (C)
24-1-2016 DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)
Mañana, 25 de enero, terminaremos la
semana de oración por la unidad de todos los cristianos para unirnos bajo la única
y misma Iglesia de Cristo Jesús. Voy a decir algunas ideas sobre ello, pero sobre todo de la Iglesia:
- Hace un tiempo, estuve en cama de
gripe durante una semana, y aproveché para leer un libro sobre la historia el
siglo pasado, concretamente desde 1933 hasta 1949. En el libro se hacía un
relato novelado del nazismo y de la 2ª Guerra Mundial. Se trata de una ficción
en lo que fue realidad: con unos personajes de novela se muestran hechos reales
de aquellos tiempos. En alguna de las páginas del libro se narra la decisión de
Hitler de matar a todos los discapacitados físicos o psíquicos y cómo se empezó
a realizar esto en hospitales alemanes. Algunos de los protagonistas acuden a
un pastor protestante para que denuncie estos hechos. Así lo hace este pastor y
escribe a uno de los ministros de Hitler pidiéndole cuentas y que pare esas
acciones. Pero enseguida el pastor protestante recibe la visita de la Gestapo,
que humilla y aterroriza a los cinco hijos del pastor y a su mujer. El pastor
es obligado a escribir otra carta al ministro pidiendo disculpas. Los
feligreses del pastor dicen que no volvió a ser el mismo: era un hombre
derrotado, hundido y asustado. Poco tiempo después los protagonistas de la
novela acuden con pruebas irrefutables del asesinato de los discapacitados a un
sacerdote católico de 27 años y le vuelven a confirmar la historia. Este
sacerdote inmediatamente predica en la Misa de su parroquia sobre el quinto
mandamiento de la Ley de Dios: No matarás, y denuncia estos crímenes horrendos.
Un obispo católico se hace eco de esta homilía y predica también sobre ello y
se hacen copias de la predicación del obispo, la cual se reparte por toda
Alemania. Al joven sacerdote católico lo detiene la Gestapo y le torturan para
que delate a quienes le dieron las pruebas. Le ponen electrodos en las partes
más sensibles de su cuerpo, pero él no delata a nadie. Finalmente, lo matan con
las descargas eléctricas. Sin embargo, Hitler da orden de parar el programa de
aniquilamiento de discapacitados.
- ¿A qué viene este relato? ¿Para
destacar la fuerza y la supremacía del sacerdote católico sobre el pastor
protestante? NO. Ambos forman parte de la única Iglesia de Dios, del mismo
Cuerpo de Cristo Jesús. En distinta medida, son de la misma Iglesia y del mismo
Cuerpo. Uno queda amedrentado en el relato de la novela, y el otro toma el
relevo. En otras ocasiones no podrá seguir el sacerdote católico y lo hará por
él el pastor protestante. (Y lo que digo con este ejemplo novelesco, se puede
afirmar en tantos casos reales a lo largo de la historia, de los tiempos y de
los lugares). Sí, en aquellos clérigos alemanes se cumplió el maravilloso texto
de San Pablo sobre la Iglesia de Dios, sobre el Cuerpo de Cristo, al que
nosotros pertenecemos por especial regalo de Dios. “Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo
no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los
pies: «No os necesito»”. Y un poco más adelante dice: “Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es
honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y
cada uno es un miembro”. Los sacerdotes católicos necesitamos a los
pastores protestantes, los pastores protestantes necesitan a los sacerdotes
católicos. Si cada uno de nosotros buscamos que crezca nuestro ego o nuestro
grupo (es lo mismo), entonces no nos entenderemos ni estaremos en línea con
Cristo Jesús. Pero si cada uno de nosotros buscamos que crezca Dios y el
hombre, entonces sí que nos entenderemos; entonces sí que nos alegraremos y
entristeceremos con los demás, aunque no piensen como nosotros.
- A modo de reflexiones finales:
1) Dios nos ha elegido para formar
parte de su maravilloso Cuerpo-Iglesia. Nos ha elegido Él, y no hemos sido
nosotros los que simplemente hemos elegido ser parte del Cuerpo, de la Iglesia.
2) En este Cuerpo y en esta Iglesia
todos somos necesarios y todos tenemos una función. Nadie es más importante que
nadie. No es más importante el párroco que el monaguillo o que la mujer del
quinto banco. No es más importante el obispo que el párroco. No es más
importante el catequista que el niño que acude al catecismo de 1ª Comunión.
Todos nos necesitamos y todos debemos cuidarnos. Hay una imagen preciosa sobre
las flores y los santos en la Iglesia que se me quedó grabada la primera vez
que leí Historia de un alma, de Santa
Teresita del Niño Jesús. Escribe ella: “Comprendí que todas las flores que Él ha
creado son hermosas y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le
quitan a la humilde violeta su perfume, ni a la margarita su encantadora
sencillez; comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas la naturaleza
perdería su gala primaveral, y los campos ya no se verían esmaltados de
florecillas”. Lo que quería decir Santa Teresita, como nos
dice hoy San Pablo en la segunda lectura, es que Dios se complace en lo más
grande y en lo más pequeño. Lo uno realza lo otro y no podemos ni debemos
prescindir de nada ni de nadie en la Iglesia de Cristo.
3)
Finalizo hablando un poco más de la Iglesia[1], a la
que amo y a la que necesito. En mi vida como cristiano y como católico he
comprobado que las personas de fe tenemos nuestra propia trayectoria y que Dios
nos va haciendo descubrir en distintos momentos y etapas lo que importa en la
fe y lo que nos ayuda a llegar a Él. TODOS los componentes de lo que importa en
la fe y lo que nos ayuda a llegar a Dios lo tienen los santos. Nosotros sólo
tenemos, de momento, algunas de estas cosas y son regalos de Dios. Voy a ir
diciendo algunos de estos componentes para que los podamos reconocer y
agradecer (se pueden expresar de otros modos): a) el amor a Dios Padre, b) la
cercanía a Jesús, c) el descubrimiento del Espíritu Santo, d) María nuestra
Madre, e) la Sagrada Escritura como Palabra de Dios y fuente de Vida, f) el
amor y el respeto al hombre concreto como criatura de Dios, g) la necesidad de
la oración y del silencio, h) el sentimiento de nuestra propia miseria y, a
pesar de ello, de que Dios nos tiene de su mano, i) la certeza de la Vida
Eterna, j) la necesidad de la Iglesia como madre que nos acoge… Esta última es
de las más difíciles de descubrir en estos tiempos que vivimos. Termino con la
frase de un autor católico inglés, Chesterton:
“Quien no ama a la Iglesia, ve los
defectos de sus hijos e hijas. Quien la ama, los ve mejor: pero no ve solamente
los defectos, ve también sus virtudes”.
[1] La
Iglesia son mis feligreses de la UPAP de Tapia de Casariego, las
personas que se acercan con problemas y con alegrías, las personas que no se
acercan, los que han muerto y gozan ya de Dios, los que han muerto y no gozan
aún de Dios y tantos más.
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