martes, 29 de marzo de 2016

Domingo II de Pascua (C) - Domingo de la Misericordia



3-4-2016                                DOMINGO II DE PASCUA (C)

            Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia. Pues bien, en el día de hoy quisiera hablaros un poco de ella y utilizaré algunas ideas que ya he predicado en las dos tantas de ejercicios espirituales que he predicado este año: una en Oviedo y otra en Lugo sobre este tema. Explicaré aquí dos ideas: la primera se refiere a lo que entendemos por “misericordia” y la segunda sobre lo que han dicho (y hecho) algunos santos sobre ella.
            1) ¿Qué es la misericordia? En latín la palabra ‘misericordia’ está compuesta de dos términos: miseria y corazón. La ‘miseria’ expresa la pobreza extrema que pide piedad, compasión, una conmiseración implorada por quien está en grave angustia. ‘Miseria’, por tanto, dice una indigencia que amenaza la misma subsistencia de quien se encuentra en este estado, porque está obligado a existir en los márgenes de la vida humana y a duras penas puede vivir. El otro término unido a miseria es corazón. La miseria, acercada al ‘corazón’, de la raíz latina ‘urere’ (significa quemar) es destruida, como arrollada por un incendio. El corazón, por tanto, cuando advierte la miseria presente en un hombre, no la juzga, sino que la quema, la destruye. Y ésta es misericordia. La misericordia indica un corazón humano pronto a intervenir cuando se da cuenta de una indigencia que está provocando la muerte de una vida; e indica también que una miseria que se había apoderado de alguno está terminando, porque será quemada por un corazón que ha reparado en ella. Es verdad que la misericordia del hombre es limitada como su corazón, pero la de Dios es inmensa como su ser.
            Los santos padres educaban a los catecúmenos en la misericordia. Les decían que, cuando el mal no se descarga sobre otro[1], cuando no se multiplica, pierde su fuerza destructiva. Y entonces los hombres ya no actúan bajo las fuerzas del mal juzgándose, odiándose, matándose, sino que, mirándose y descubriéndose pecadores, rezan juntos. ‘Perdónanos nuestras ofensas’.
            2) Asimismo, os propongo la lectura y meditación de varios pensamientos de algunos santos sobre la misericordia:
- Santa Faustina Kowalska (1905-1938) redactó esta oración para pedir a Jesús que la hiciera misericordiosa:
            “Deseo transformarme en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, ¡Oh, Señor! Que este más grande atributo de Dios, es decir, Su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.
Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que juzgue lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.
Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.
Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
Señor mío, transfórmame en Ti, porque Tú lo puedes todo”.
De igual modo, la beata M. Teresa de Calcuta (1910-1997) decía así: “Nosotras somos sobre todo religiosas, no asistentes sociales, no maestras, no enfermeras o doctoras […] La diferencia entre nosotras y las trabajadoras sociales está en esto: en que ellos trabajan por algo, mientras que nosotras trabajamos por Alguien. Nosotras servimos a Jesús en los pobres. Todo lo hacemos –oración, trabajo, sacrificios- lo hacemos por Jesús. Nuestras vidas no tienen ningún sentido, ninguna motivación fuera de Él, que nos ama hasta el final. Sólo Jesús es la explicación de nuestra vida”.
El beato Vladimir Ghika (1873-1954) fue un príncipe rumano convertido al catolicismo. Fue ordenado sacerdote y fundó un instituto para atención a los más pobres tomando como ejemplo a san Vicente de Paul. Murió mártir de los comunistas. Él predicaba y hacía vida algo que él llamaba la liturgia del prójimo, lo cual quería decir que, en cada visita a un necesitado, había que celebrar el encuentro de Jesús con Jesús. Lo explicaba así: “Doble y poderosa liturgia: el pobre ve a Cristo venir a él bajo la apariencia de aquel que le socorre, y el benefactor ve aparecer en el pobre al Cristo sufriente, sobre el cual él se inclina. Pero, por esto mismo, se trata de una única liturgia. En efecto, si el gesto es realizado como se debe, por los dos lados está sólo Cristo: el Cristo salvador viene hacia el Cristo sufriente, y los dos se integran en el Cristo Resucitado, glorioso y que bendice”. Cuando Vladimir iba a atender a algún pobre, iba orando de este modo: “Señor, voy a encontrarme con uno de los que tú has llamado ‘otros Tú mismo’. Haz que la ofrenda que le llevo y el corazón con el que se la dé sean bien acogidos por mi hermano sufriente. Haz que el tiempo que pase a su lado produzca frutos de vida eterna, para él y para mí. Señor, bendíceme con la mano de tus pobres. Señor, sostenme con la mirada de tus pobres. Señor, recíbeme también a mí, un día, en la santa compañía de tus pobres”.

[1] “Por mi parte, NO”. No tenemos que secundar el mal que nos hacen ni multiplicarlo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Vigilia Pascual - Domingo de Pascua (C)



27-3-2016                              DOMINGO I DE PASCUA (C)

            * (Se lee el evangelio de S. Lucas de la Vigilia Pascual). Vamos a analizar este evangelio que acabamos de escuchar.
            - Aparecen varias mujeres, con nombres y “apellidos”. Las mujeres suelen ser más prácticas que los hombres… y más valientes. Ellas compran aromas para embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. Madrugan, es decir, se levantan antes de que salga el sol, y van fuera de la ciudad, hacia donde está Jesús enterrado. Van a embalsamar a un muerto.
            - Como prácticas que son, saben que el sepulcro, en donde está Jesús enterrado,  está cubierto por una piedra grande, que ellas no tienen la fuerza necesaria para mover. No sé si se lo dijeron a sus maridos o a los apóstoles o a otros hombres. Si se lo dijeron y les pidieron ayuda, seguro que estas mujeres se llevaron un “bufonazo”: “Estáis locas; ¿queréis que nos maten también a nosotros?; déjame dormir; que lo haga (lo de embalsamar) su familia; ¿por qué tienes que meterte tú en eso, en la vida de los demás?...” Por eso, fueron solas y se preguntarían quién les iba a correr la piedra del sepulcro.  
            - Con gran sorpresa, al llegar al sepulcro, ven que la piedra está corrida. A pesar de su miedo, entran en el sepulcro. Allí se les presentaron dos hombres y se asustaron aún más. Éstos les dijeron que Jesús había resucitado.
            - Las mujeres salen corriendo; están llenas de espanto y se lo cuentan a los apóstoles y a los demás discípulos. ¿Cómo reaccionan éstos? El evangelio dice: “Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron”.
            Bien, hasta aquí una explicación somera del evangelio. Vamos ahora a tratar de aplicarlo a nosotros, a nuestro tiempo:
            - Fueron mujeres las que se preocuparon de ir al sepulcro para embalsamar a Jesús. Ahora mismo, también aquí, en este templo un número aplastante de seres humanos son mujeres y muy pocos hombres. Contemos los hombres, si os parece: uno, dos, tres,… Contemos ahora las mujeres: una, dos, tres…, catorce…, veinte…
            - Si las mujeres les dicen a sus maridos, a sus hijos, a sus nietos… que les acompañen a ver a Jesús muerto y resucitado, que les ayuden y compartan su fe…, en muchas ocasiones estos responden que nos les den la lata, que son cosas trasnochadas, que eso es un cuento…
            - Sí, las mujeres están demasiado acostumbradas a que no se les haga caso, a predicar en el desierto, a  recibir “bufonazos”… Pero hemos de reconocer que nuestra familia, nuestra sociedad, y también nuestra Iglesia ESTÁN SOSTENIDAS POR ESTAS MUJERES ‘débiles’ (que no pueden mover una piedra), asustadizas, que son como el cubo de la basura en donde se puede echar gritos, desprecios, falta de sensibilidad, “bufonazos”…. Por eso, hoy, día del Sábado Santo, de la Vigilia Pascual, del Domingo de Pascua quiero reconocer esta labor callada, entregada y constante de las mujeres en el mundo de ayer, de hoy y de siempre.
            * Asimismo, en el día de hoy quiero traer aquí un testimonio precioso de Cristo Vivo y Resucitado en Alfonso del Corral. Alfonso del Corral fue uno de los “jugadores de leyenda” del equipo de baloncesto del Real Madrid en los años 80 y después fue director médico del club durante 13 años. En la actualidad es director de la prestigiosa Unidad de Traumatología, Ortopedia y Medicina Deportiva del Hospital Ruber Internacional de Madrid. Está casado, y es padre de cinco hijos, “cuatro aquí y uno en el cielo”. La pérdida de su hijo desencadenó un proceso de acercamiento a Dios y transformación que hoy le ayuda a acercarse a muchas personas hundidas en el sufrimiento. La tragedia llegó en el momento de mayor éxito profesional, cuando su equipo acariciaba el título en la liga, una terrible noticia cambió su forma de vivir la fe. Fue una noche de junio de 1997. Acababa de recibir la máxima calificación por su tesis doctoral en la Universidad de Navarra. La alegría académica se sumaba al trabajo competitivo de los jugadores del equipo blanco, que disputaban el último partido de la liga española. Corría el minuto 77. Alfonso tuvo que dejar precipitadamente el banquillo. Álvaro, su hijo de seis años, se debatía entre la vida y la muerte. Había sufrido un grave accidente tras jugar al fútbol con sus amigos. La puerta de un garaje le había aplastado. Horas después falleció. Es entonces cuando te das cuenta de que no somos nada”. La muerte de un hijo “es brutal. Que muera un niño de seis años y medio no es normal, es como si te metieran un bazooka y te partieran el pecho. Estás como muerto en vida”. Hasta este accidente, recuerda, “yo era creyente, pero con una tradición recibida, y no vivida. Ahora, aún con mis contradicciones, intento ser una persona que vive su fe con un compromiso. Porque en medio del dolor yo tuve la experiencia de Dios con el Resucitado. Y hoy me dejaría partir las piernas afirmando que Jesucristo ha resucitado”. Alfonso no es precisamente una persona sugestionable, sino un hombre de ciencia. Él sabe que esta experiencia que cambió radicalmente su vida es real: Doy fe, tengo una experiencia personal de esto. Hay quien puede pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompaña y me da la esperanza de que Él está ahí”. “Pero Dios es mucho más que una sensación o una percepción. Lo importante no es esa experiencia, sino el camino posterior, esos momentos en los que ves que Él está aquí y te acompaña”. Alfonso hoy piensa que el sufrimiento a veces sirve para despertar a los que viven desatentos, cerrados. En el éxito normalmente no estás receptivo, el triunfo nos envuelve y difícilmente estamos abiertos a otra cosa que al disfrute de los sentidos”. Es en el sufrimiento, cuando se abren los oídos. “Hay quien queda destruido, pero a la mayor parte de la gente el dolor les transforma y les hace ser mejores personas, crean o no crean. Pero si creen, normalmente su transformación es más profunda y trascendente”, explica el doctor del Corral. A partir de ese momento empezó a leer todo lo que caía en sus manos de las distintas religiones existentes. Pero, como ha afirmado: “sólo leyendo el evangelio me calmaba”. Dios entró como un viento fuerte en su vida, y empezó a llenarlo todo. El temor desapareció, y tuvo una completa certeza de que el Buen Dios le concedería ver de nuevo a su hijo.
            * En (la noche) el día de hoy, OS ANUNCIO QUE CRISTO JESÚS HA RESUCITADO. Esta es la experiencia de la Iglesia, de tantos santos, de tantas personas a lo largo de los siglos. No vale, sin embargo, que lo experimenten los demás. Tiene que experimentarlo uno mismo. ¿Cómo sabemos que nos hemos encontrado con Jesús muerto y resucitado? Cuando nuestra vida es distinta y no nos importa el qué dirá la gente. Os animo a encontrar a ese Cristo que vive por la resurrección de Dios Padre sobre Él.

Sermón de la Soledad



25-3-16                                     SERMON DE LA SOLEDAD

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En el sermón de la Soledad de este año simplemente quiero tomar como base el himno del “Stabat Mater dolorosa”, el cual se dice que fue compuesto hacia el siglo XIII. Este himno está compuesto ante una imagen que nos transmiten los evangelios: Jesús crucificado tenía a su lado a su madre, a María Magdalena, a otras mujeres y a san Juan evangelista (Jn. 19, 25-26). 
 
   James Tissot (1886-1894)
        El compositor de este himno-oración miraba a Jesús y miraba a su madre, María, y de su corazón salieron estas palabras:
1
Stabat Mater dolorosa
Estaba la Madre dolorosa
-
juxta crucem lacrimosa,
junto a la Cruz llorosa
-
dum pendebat filius.
en que pendía su Hijo.
-
Cuyus animam gementem
Su alma gimiente,
-
contristantem et dolentem
contristada y doliente
-
pertransivit gladius
atravesó la espada.
2
O quam tristis et afflicta
¡Oh, cuán triste y afligida
-
fuit illa benedicta
estuvo aquella bendita
-
Mater unigeniti.
Madre del Unigénito.
-
Quae moerebat et dolebat.
Languidecía y se dolía
-
Pia Mater, cum videbat
la piadosa Madre que veía
-
Nati poenas incliti
las penas de su excelso Hijo[1].
3
Quis est homo qui non fleret,
¿Qué hombre[2] no lloraría
-
Matrem Christi si videret
si a la Madre de Cristo viera
-
In tanto supplicio?
en tanto suplicio?
-
Quis non posset contristari,
¿Quién no se entristecería
-
Piam matrem contemplari
a la Madre contemplando
-
Dolentem cum filio?
a su doliente Hijo?
4
Pro peccatis suae gentis
Por los pecados de su gente
-
vidit Jesum in tormentis
vio a Jesús en los tormentos
-
Et flagellis subditum.
y doblegado por los azotes.
-
Vidit suum dulcem natum
Vio a su dulce Hijo
-
Morientem desolatum
muriendo desolado
-
Dum emisit spiritum.
al entregar su Espíritu.
5
Eia mater, fons amoris,
Ea, Madre, fuente de amor,
-
Me sentire vim doloris
hazme sentir tu dolor,
-
Fac, ut tecum lugeam.
contigo quiero llorar.
-
Fac ut ardeat cor meum
Haz que mi corazón arda
-
In amando Christum Deum,
en el amor de mi Dios
-
Ut sibi complaceam.
y en cumplir su voluntad.
6
Sancta mater, istud agas,
Santa Madre, yo te ruego
-
Crucifixi fige plagas
que me traspases las llagas
-
Cordi meo valide.
del Crucificado en el corazón.
-
Tui nati vulnerati
De tu Hijo malherido
-
Iam dignati pro me pati,
que por mí tanto sufrió
-
Poenas mecum divide!
reparte conmigo las penas
7
Fac me vere tecum flere,
Déjame llorar contigo
-
Crucifixo condolere,
condolerme por tu Hijo
-
Donec ego vixero.
mientras yo esté vivo.
-
Juxta crucem tecum stare
Junto a la Cruz contigo estar
-
et me tibi sociare
y contigo asociarme
-
In planctu desidero.
en el llanto es mi deseo.
8
Virgo virginum praeclara,
Virgen de Vírgenes preclara
-
Mihi iam non sis amara,
no te amargues ya conmigo
-
Fac me tecum plangere.
déjame llorar contigo.
-
Fac ut portem Christi mortem,
Haz que llore la muerte de Cristo
-
Passionis fac sortem
hazme socio de su Pasión,
-
Et plagas recolere.
haz que me quede con sus llagas.
9
Fac me plagis vulnerari,
Haz que me hieran sus llagas
-
fac me cruce inebriari
haz que con la Cruz me embriague
-
et cruore Filii.,
y con la Sangre de tu Hijo.
-
Flammis ne urar succensus
Para que no me queme en las llamas
-
Per te virgo, sim defensus
defiéndeme tú, Virgen santa,
-
In die judicii.
en el día del juicio.
10
Christe, cum sit hinc exire,
Cuando, Cristo, haya de irme,
-
da per matrem me venire
concédeme que tu Madre me guíe
-
ad palmam victoriae
a la palma de la victoria.
-
Quando corpus morietur
Y cuando mi cuerpo muera,
-
Fac ut animae donetur
haz que a mi alma se conceda
-
Paradisi gloria.
del Paraíso la gloria.
-
Amen.
Amén.

[1] En los párrafos 1 y 2 se nos trata de describir la situación en la que se encontraba la Virgen María: ella estaba a los pies de una cruz en la que colgaba su hijo Jesús. Como no podía ser de otro modo, María estaba “dolorosa” y “llorosa”, pues veía a su hijo que se estaba muriendo. Moría, no por enfermedad o por accidente, sino porque lo estaban matando y, además, de un modo cruel. La muerte en cruz en una de las muertes más horribles que existen y que el hombre ha inventado. Al crucificar a un hombre se le mata, pero no de repente, sino alargando el suplicio durante horas. El hombre crucificado tiene unos dolores horribles, pues le han horadado sus manos y sus pies. Tiene unos dolores horribles, pues su cuerpo se sostiene sólo y exclusivamente en esos clavos que atraviesan sus miembros. El hombre crucificado padece una sed tremenda, pues tiene una gran pérdida de sangre. El hombre crucificado padece las asfixia, al no poder respirar libremente, pues sus pulmones están oprimidos por las costillas y ello le impide tomar aire. El hombre crucificado es consciente de que lo están matando, de que se le escapa la vida. El hombre crucificado ve a su lado a su madre “dolorosa” y “llorosa”. Y la madre veía también, como nos dice el himno, las penas de su excelso Hijo. En estos dos primeros números es la Madre Dolorosa la protagonista: es de ella de quien se dice que está “dolorosa” y “llorosa”. Es de ella de quien se dice que tenía un “alma gimiente, contristada y doliente”. Es de ella de quien se dice estaba “triste y afligida”. Es de ella de quien se dice que “languidecía y se dolía” al ver a su hijo sufrir de aquella manera.
[2] En el número 3 de este himno-oración trata el compositor de meternos a todos los hombres en la piel de María, en los sentimientos de la Madre de Jesús. En efecto, habría que tener el corazón muy duro para no condolerse con el sufrimiento de una madre que está viendo morir a su hijo. El Jueves Santo por la mañana tuve que ir a bendecir una casa nueva que un joven matrimonio está estrenando. Al bendecir la casa estaban los esposos y una niña pequeña, de unos 3 años, a la que la madre le decía que ella tenía mucha suerte por tener una casa, pues había otros niños que no tenían más que una caja de cartón por casa, según acababan de ver en la televisión. Cuando terminé de bendecir la casa, me preguntó el matrimonio que cuánto me debía por la bendición de la casa y les dije que nada. Entonces me dieron una limosna para los pobres y la niña, de lo suyo también me dio 1,10 € como limosna para los pobres. Así, de esta forma tan sencilla los padres trataron de que su hija comprendiera la situación de otras personas que no tenían casa como ella y que ella se involucrara de algún modo. De esta misma manera, el compositor del himno-oración trata de que comprendamos la situación por la que pasa María y que nos involucremos en ella: “¿Qué hombre no lloraría si a la Madre de Cristo viera en tanto suplicio? ¿Quién no se entristecería a la Madre contemplando a su doliente Hijo?”