domingo, 30 de octubre de 2016

Todos los Santos (Fieles difuntos) (C)



1-11-2016                              TODOS LOS SANTOS (C)
                                                              Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
            - El 18 de septiembre de 2013, a los pocos días de haber llegado yo a estas parroquias de Tapia de Casariego, tuve que celebrar un funeral. En dicho funeral prediqué algunas ideas. Hoy, día de Todos los Santos y en el que recorremos las iglesias y cementerios de toda esta zona, quiero rescatar una de aquellas ideas y volver a recordarla. Ahí va:
Hace unos años, creo que siendo yo seminarista, presencié este diálogo. Resulta que un vecino mío había fallecido, cuando contaba con unos 45 años de edad. Murió de cáncer. Al morir dejó mujer y cinco hijos. El mayor de los hijos tenía entonces 12 años y la pequeña unos 2 años. La conversación que yo escuché fue ésta: A la vuelta del funeral-entierro uno decía: ‘Al menos él descansó, lo peor es para los que se quedan, pues, con una pensión de viudedad y con cinco hijos, ¡qué difícil va a ser llevar adelante la familia!’ Otro le contestó: ‘Pues yo no estoy de acuerdo contigo. Yo creo que lo peor es para el que se fue, porque ése ya no volverá y los que se quedaron (mujer e hijos), de una forma u otra, saldrán adelante. El que no puede seguir adelante es el que se va’. Vosotros, ¿qué decís? ¿Es mejor para el que se queda… o para el que se va? Habrá unos que estén de acuerdo con el primero y otros con el segundo. Y habrá otros que digan como el gallego: ‘Depende’. Sí, depende, pues, si el que se muere, muere joven o relativamente joven, es una pena que haya acabado su vida tan pronto, pudiendo vivir más tiempo, y no ver crecer a sus hijos y a sus nietos, y disfrutar más de la vida. Pero, si el que fallece, lo hace ya de mayor, pues es buena su muerte, porque tendría bastantes achaques, dolores y querría descansar y no dar qué hacer a los demás. Y así podemos sacar tantas opiniones como personas hay en el mundo a la pregunta que yo planteaba más arriba: ¿Es mejor para el que se queda… o para el que se va?
            Sin embargo, a esta pregunta hemos respondido desde nosotros, desde esta vida terrena en la que nos encontramos, desde nosotros, que vivimos, respiramos y comemos. Pero es conveniente también responder a esta pregunta desde el otro lado, es decir, desde Dios y desde los que han fallecido. Si les preguntamos a ellos: ‘¿Es mejor para el que se queda… o para el que se va?’ ¿Qué nos responderán? Como veis, os doy algo de tarea para pensar.
            - Asimismo deseo reseñar aquí algunas de las frases de la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre sepultura de los difuntos
y la conservación de las cenizas en caso de cremación
. Básicamente para leer este documento tenemos que hacerlo desde la perspectiva de tres preguntas: ¿Para quién es el documento? ¿Qué dice o establece el documento? ¿Por qué establece estas disposiciones esta Instrucción?
            * ¿Para quién es el documento? Este escrito está dirigido a los católicos, a aquellos que creen en Cristo Jesús y aceptan su santa Iglesia Católica.
            * ¿Qué dice o establece el documento? En los números 6 al 8 del documento dice: “6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.
7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.
8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias.
* ¿Por qué establece estas disposiciones esta Instrucción? Las razones que da el documento son, entre otras, éstas: “2. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana, predicada como una parte esencial del Misterio pascual desde los orígenes del cristianismo. Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma.
3. la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados. Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia. No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.
Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana. La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos; sin embargo, la cremación no está prohibida.
5. Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.
Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia».
La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.

jueves, 27 de octubre de 2016

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)



30-10-2016                 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                   Sb. 11, 22-12, 2; Slm. 144; 2 Ts. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10
            En estos días cercanos a la festividad de “Todos los Santos”, habitualmente solía predicar vidas de santos –antes de venir a Tapia de Casariego-. En esta ocasión quiero rescatar la vida de uno de estos santos, pero que no está canonizado oficialmente, aunque para mí sí que está en el cielo. En este santo se hizo vida la primera lectura de hoy y él hizo vida esta lectura de hoy para todos los que estuvieron a su alrededor: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho (…) Tú tienes compasión de todos, porque todos, Señor, te pertenecen y amas todo lo que tiene vida (…) Por eso, a los que pecan los corriges y reprendes poco a poco, y les haces reconocer sus faltas, para que apartándose del mal crean en ti, Señor”. Esto Dios lo hizo con Zaqueo, de quien nos habla hoy el evangelio, y también con Julio Figar (de quien voy a hablaros durante varios fines de semana) y con todos nosotros.
El P. Julio Figar, O.P. fue un fraile dominico asturiano. Yo oí hablar de él poco después de mi ordenación sacerdotal, hacia 1985 o 1986. Cada vez que leo cosas de Julio u oigo sus charlas noto que el Espíritu Santo corre por todo mi ser y noto que Dios está más presente en mí. Deseo que esto mismo pase con vosotros en las homilías que haré sobre Julio Figar. 

- Julio era agresivo y no tenía experiencia de Dios. Veamos un poco de los inicios de Julio. Nadie nace santo sin más. Hay un proceso en él… y en todos. En la década de 1970 hubo una gran cantidad de sacerdotes que se secularizaron y de seminaristas y novicios que abandonaron los centros vocacionales. En la misma tesitura estaba Julio. Él era un novicio de los dominicos y eio de Jes del Tribunal Eclesimanera que lo hizo. l Señor se valió de un retiro de la Renovación Carismática para salvar su vocación como dominico y como sacerdote. Él estaba en el 2º Curso de Filosofía. Julio era en aquel momento un joven al estilo de la época: agresivo, de gran dureza, todo le parecía mal y protestaba por todo. Junto a otros cinco compañeros de curso hacía continuas huelgas por parecerles clases y profesores anticuados y abstractos. Todos los detalles de la vida del convento de Alcobendas eran inaguantables para ellos. Se decidieron entonces a pedir permiso para vivir algunos años fuera del convento. Con este motivo alquilaron un piso donde querían ellos fundar una comunidad alternativa para demostrar a todos cómo se podía y se debía vivir en auténtica comunidad de fraternidad y trabajo.
- Dios sale al encuentro de Julio y lo cura. Pocos días antes de pasarse al piso otro compañero, llamado Julio Recio, le invitó a un retiro carismático. Recio era un diácono que estaba igualmente a punto de perder su vocación. Iban por la calle haciendo una “oración” que era también un desafío: “Señor, ésta es la última oportunidad que te damos”. En una carta de 1976 lo contaba Julio de la siguiente manera: “…te puedo decir que los dos íbamos a la desesperada y que puse toda mi esperanza en aquel Dios que tantas maravillas hacía en los demás. Desde lo hondo solamente tenía una palabra para ese Dios desconocido: ¡Ayúdame, Señor! Y el Señor me escuchó. El viernes por la noche me acerqué con la humildad de que era capaz a que un grupo de hermanos oraran por mí. En pocas palabras les resumí mi problema y puse en las manos del Señor mi angustia. Lo que luego sucedió no se podrá nunca escribir, porque no hay palabras para explicar el amor de Dios; sólo decirte que sentí que el Señor se acercaba a mí suavemente llenándome de amor. De algún modo me parecía estar tocando a Dios. Luego una paz profunda que nunca jamás había experimentado. Cuando vi a Recio le dije: ‘¡El Señor me ha liberado!’ y comencé a saltar de gozo por las calles… Al día siguiente en la efusión del Espíritu volví a sentir con fuerza la mano poderosa del Señor”.
“Y ahí empezó todo, con la marca y el sello del Señor. En el convento se tornó todo diferente. La gracia y el Amor de Dios hacen libres; y me hicieron libre, completamente libre, para decidir. Sólo estaba condicionado por una experiencia: la del Amor de Dios; pero esto me daba seguridad para tomar cualquier decisión. Me puse completamente en las manos del Señor para que se cumpliera su voluntad plenamente. Es curioso que constataba los problemas que antes me habían influenciado, pero de una manera diferente. Eran los mismos, pero diferentes, pues los contemplaba desde la paz profunda. El Señor me hizo ver muy pronto y muy claro que ya no había razón para irme. Yo estaba curado. Había encontrado la estabilidad interior. Sólo quedaba comunicar mi decisión al “resto de Israel” (los otros cinco compañeros). Aunque en ningún momento perdí la paz, fue para mí triste y para ellos doloroso. Escuché de todo: que si estaba loco, que qué iba a hacer yo solo, que si me daba miedo el mundo, etc. Para ellos era ya insoportable el quedarse. Para mí comenzaba una etapa de gozo. Y se fueron al piso los cinco con intención de crear algo...”
Tiempo después de su experiencia de conversión escribía: “Hoy puedo decir que quiero a esta comunidad (Alcobendas) con toda el alma, y a cada una de las personas como algo muy sagrado, como hijos de Dios para los que hay un plan como en mí, maravilloso: el plan de Dios. Por esta experiencia puedo relativizar tantas cosas, perdonar otras y comprender todas”.
Muchas veces se le oyó a Julio decir que esta experiencia ahondada por los años es lo que ha predicado siempre en sus charlas y homilías. Experimentó que el Señor vive, que actúa, que ama, que salva. Entonces descubrió la fuerza y la presencia del Espíritu de Jesús. Y el Señor le hizo su testigo, su predicador, su apóstol, proclamando en adelante con una fuerza enorme y una convicción absoluta la resurrección de Jesucristo. Al actuar el Señor dentro de él ha dado paz y consuelo a un número incalculable de gente. “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is. 40, 1). Estas palabras del profeta, que él vivía y pronunciaba con mucha frecuencia, definen muy bien la actuación de Julio: El Señor no le eligió para reñir a su pueblo ni para denunciar a nadie. De esto quedó curado para siempre. Es clara esta constatación: si hubiera seguido en la protesta y en la denuncia agresiva no hubiera hecho otra cosa que aumentar un poquito más el odio entre los hombres, sin haber salvado nada ni a nadie.
Así siguió su vida de estudio con gran ilusión por la Teología con la meta puesta en el sacerdocio. Poco antes de ordenarse sacerdote escribía a una persona cercana a la muerte: “Cuando vea a Dios dígale esto: - que yo le amo y que no puedo vivir sin Él; -que no me abandone nunca; - que tenga misericordia de mis pecados; - dígale también que deseo ser instrumento dócil para ejercer el sacerdocio entre mis hermanos; - que puede hacer de mí lo que quiera, pero que no me quite nunca su Santo Espíritu; - dígale que a veces siento miedo y que me creo abandonado; - pero sobre todo dígale que quiero ser santo y que deseo amarle con todo mi corazón, mi mente, mi ser; - y al final me queda lo más importante: ‘Gracias por el don del Sacerdocio’”.
Julio fue ordenado sacerdote el 31 de marzo de 1979.