miércoles, 29 de marzo de 2017

Domingo V de Cuaresma (A)



2-4-2017                                DOMINGO V DE CUARESMA (A)
Homilía en vídeo
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            * Las lecturas de hoy nos hablan de muertos y de muerte. Ello nos recuerda una realidad muy presente en nuestra vida de cada día.
Al leer el periódico de cada día, unos lo abren primeramente por la sección de economía, otros por la sección de deporte, otros por la sección de programas de televisión y muchos por la sección de las esquelas. En éstas se mira la edad que tenían los difuntos y, cuando se ve habitualmente gente más joven que uno mismo o de edad parecida, entonces eso recuerda que se está ya en “lista de espera”…
            A veces miramos fotografías antiguas de nuestra boda, de la ordenación sacerdotal, de primeras comuniones, del colegio o de la universidad, de otros eventos… y nos fijamos en personas que ya han fallecido y que no están entre nosotros. Ya no están abuelos, padres, tíos, primos, vecinos, amigos…
            Una de las actividades más frecuentes que hemos de hacer a lo largo del año es ir a los tanatorios a dar pésames, ir a las iglesias a funerales, y acudir a cementerios o a columbarios para depositar allí los restos o las cenizas de los fallecidos.
            Por tanto, repito que el contacto con la muerte es algo habitual y corriente en nuestra vida ordinaria.
            * También el evangelio de hoy nos cuenta la muerte de Lázaro, un amigo de Jesús, y nos da una serie de datos que rodearon aquel suceso y que hoy, 2000 años después, se siguen dando:
            - Ante la enfermedad grave de Lázaro y la posibilidad real de una muerte inmediata, se avisa por parte de los familiares a los amigos más íntimos. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: -‘Señor, tu amigo está enfermo’.
            - Una vez que Lázaro falleció, éste fue enterrado y la gente que se enteró después del entierro acudió, no obstante, ante las hermanas del difunto para darles el pésame: Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado […] muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
            - Las lágrimas y el desconsuelo forman parte de la gente que tiene un parentesco con el difunto o de la gente que tiene amistad con el mismo. Así, el evangelio nos cuenta que los vecinos y amigos estaban consolando a María por la muerte de su hermano, ya que ésta lloraba. Nos dice el evangelio que Jesús, ante la muerte de Lázaro y viendo llorar a María, también solloza él y se conmueve. Por tres veces se dice que Jesús sollozó y lloró de pena ante la muerte de Lázaro. He de decir, como sacerdote que para mí, éste es uno de los momentos más duros: Cuando no sabes qué decir o qué hacer a la gente que sufre y llora por el fallecimiento de un ser querido. Recuerdo que, en junio de 1988, un domingo había celebrado las Misas por la mañana en el concejo de Taramundi. Comí después con un matrimonio mayor y me entretuve con ellos en su casa. A media tarde me vinieron a buscar el médico y el juez de paz de la villa. Querían que los acompañara, pues un chico de unos 26 años, que se iba a casar en un mes, se había ahorcado (en los cuatro años que estuve en Taramundi enterré a 8 personas que se habían suicidado; esto era muy común por aquella zona). Pues bien, llegamos a un monte, que estaba a una media hora de camino de la casa del chico ahorcado. Allí colgaba él de un árbol; tenía abundante saliva en la boca. La saliva ya estaba verde y tenía moscas por su cara y en la comisura de sus labios. La cuerda estaba hundida en su cuello. La escena era muy desagradable y fuerte. El chico había salido por la mañana de casa para atender el ganado que estaba libre en la montaña, pero tardaba en venir para comer. Entonces, un hermano y su padre salieron a buscarlo y lo encontraron así. No podían moverlo ni descolgarlo hasta que el médico y el juez de paz hicieran el levantamiento del cadáver. Eran las 8 de la tarde cuando pudimos bajarlo del árbol. El hermano y yo lo cogimos por los pies para alzarlo un poco y el padre cortó la cuerda. Lo metimos en un todo terreno. Ya estaba rígido y no pudimos encogerle las piernas, que sobresalían por la puerta de atrás del vehículo. Pero lo más duro estaba por llegar: cuando metimos entre los tres (padre, hermano y yo) al chico en la casa por la cocina y allí estaba la madre, ésta empezó a dar gritos y a llorar de modo desconsolado por su querido hijo. En estos momentos lo único que puedes hacer es estar, tener gestos físicos de cariño y de cercanía y callar o decir palabras sueltas de consuelo y de fortaleza.
            - Asimismo con ocasión de una defunción, puede haber malos olores, sobre todo si la persona difunta estaba muy medicada. Cuando Jesús le dice a María que quite la tapa del sepulcro, con mucho sentido común la hermana le responde: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
            * ¿Qué postura hemos de tener las personas de fe ante la muerte? ¿Podemos reaccionar igual que los que no tienen fe y que los creyentes no practicantes? ¿Qué respuesta nos da Jesucristo ante la muerte? ¿Nos da Él también el pésame? ¿Sus palabras son palabras de consuelo, como cualquier amigo o como cualquier persona de buen corazón? Veamos lo que nos dicen las lecturas de hoy:
            - Ante el sufrimiento y ante la muerte, los creyentes debemos reaccionar como dice el salmo 129, es decir, volviéndonos a Dios para suplicarle con entera confianza, para poner en sus manos nuestros corazones destrozados: Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica […] Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora”.
            - Esta entera confianza en Dios la vemos en las dos hermanas de Lázaro, las cuales por separado dicen a Jesús lo mismo: (María) “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.” (Marta) “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.” Implícitamente hay una especie de reproche: ‘Señor, te habíamos avisado con tiempo. ¿Por qué te entretuviste en venir? ¿Por qué no viniste enseguida? Podrías haberlo curado, como curaste al ciego de nacimiento.’ Sin embargo, a continuación de este de reproche, una de las hermanas afirma totalmente convencida su esperanza en Jesús, en Dios y en la vida eterna: “Pero aún ahora (que mi hermano está muerto) sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. […] Sé que (mi hermano) resucitará en la resurrección del último día.”
            Hasta ahora hemos visto lo que hemos de hacer los creyentes ante el sufrimiento y ante la muerte. Ahora veamos la respuesta de Dios a estas súplicas y a estas necesidades de sus hijos:
- Dios, a través del profeta Ezequiel, nos responde: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío […] Os infundiré mi espíritu, y viviréis.” Fijaros en la fuerza de esta imagen que nos presenta el profeta: Será Dios mismo quien venga a nuestros cementerios, ante nuestros nichos, a donde estén depositados nuestros restos o cenizas y abrirás las puertas y las losas; escarbará en la tierra y buceará por el mar, si nuestras cenizas fueron esparcidas por el agua, y nos recogerá con sus manos y nos hará salir de allí. Y en ese momento nos soplará con su aliento de vida y viviremos de nuevo, y viviremos para siempre.
            - Y el mismo Jesús dice en el evangelio de hoy: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.” Jesús es la VIDA auténtica. La única manera de beber de esta fuente de VIDA, tanto si estamos muertos como si estamos vivos, físicamente hablando, es a través de la fe en Él. Por eso Jesús pregunta a Marta si cree, y cuando María duda en abrir el sepulcro de Lázaro, porque huele ya mal, Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Marta creyó y lo confesó abiertamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
            Que Dios Padre nos conceda tener esta fe. Pidámosela a Él, que es quien nos la puede dar.