miércoles, 31 de mayo de 2017

Domingo de Pentecostés (A)



4-6-2014                                PENTECOSTES (A)

Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
     “En un pequeño pueblo, existía una diminuta carpintería famosa por los muebles que allí se fabricaban. Cierto día las herramientas decidieron reunirse en asamblea para dirimir sus diferencias. Una vez estuvieron todas reunidas, el martillo, en su calidad de presidente tomó la palabra.
-Queridos compañeros, ya estamos constituidos en asamblea. ¿Cuál es el problema? -Tienes que dimitir- exclamaron muchas voces.
-¿Cuál es la razón? – inquirió el martillo. -¡Haces demasiado ruido!- se oyó al fondo de la sala, al tiempo que las demás afirmaban con sus gestos. -Además -agregó otra herramienta-, te pasas el día golpeando todo.
El martillo se sintió triste y frustrado. -Está bien, me iré si eso es lo que queréis. ¿Quién se propone como presidente?
-Yo, se autoproclamó el tornillo -De eso nada -gritaron varias herramientas-.Sólo sirves si das muchas vueltas y eso nos retrasa todo.
-Seré yo -exclamó la lija- -¡Jamás!-protesto la mayoría-. Eres muy áspera y siempre tienes fricciones con los demás.
-¡Yo seré el próximo presidente! -anuncio el metro. -De ninguna manera, te pasas el día midiendo a los demás como si tus medidas fueran las únicas válidas – dijo una pequeña herramienta.
En esa discusión estaban enfrascados cuando entró el carpintero y se puso a trabajar. Utilizó todas y cada una de las herramientas en el momento oportuno. Después de unas horas de trabajo, los trozos de madera apilados en el suelo fueron convertidos en un precioso mueble listo para entregar al cliente. El carpintero se levantó, observo el mueble y sonrió al ver lo bien que había quedado. Se quitó el delantal de trabajo y salió de la carpintería.
De inmediato la Asamblea volvió a reunirse y el alicate tomo la palabra: ‘Queridos compañeros, es evidente que todos tenemos defectos pero acabamos de ver que nuestras cualidades hacen posible que se puedan hacer muebles tan maravillosos como éste’. Las herramientas se miraron unas a otras sin decir nada y el alicate continuó: ‘Son nuestras cualidades y no nuestros defectos las que nos hacen valiosas. El martillo es fuerte y eso nos hace unir muchas piezas. El tornillo también une y da fuerza allí donde no actúa el martillo. La lija lima aquello que es áspero y pule la superficie. El metro es preciso y exacto, nos permite no equivocar las medidas que nos han encargado. Y así podría continuar con cada una de vosotras’.
Después de aquellas palabras todas las herramientas se dieron cuenta que sólo el trabajo en equipo les hacía realmente útiles y que debían de fijarse en las virtudes de cada una para conseguir el éxito”.
            En el día de hoy celebramos Pentecostés, o sea, la venida del Espíritu Santo. Para comentar esta fiesta cristiana voy a utilizar este cuento[1], que supongo que muchos de vosotros ya conoceréis. Asimismo, con este cuento trataré de dar un poco de luz a las lecturas (sobre todo a la segunda lectura) que acabamos de escuchar.
            En efecto, en la Iglesia de Dios hay muchos cristianos y cada uno tiene su puesto, cada uno es un miembro de ese cuerpo magnífico que es la Iglesia. Todos tenemos una función dentro de esta comunidad de fe y de hermanos. Ya sabéis: nadie es más importante que nadie, nadie es mejor que nadie. Todos formamos la única Iglesia de Cristo y todo tenemos nuestras tareas. Para realizar esas tareas el Espíritu Santo nos ha dado una serie de carismas, de cualidades, de talentos, de capacidades… Lo podemos denominar como queramos. Estos carismas pueden ser:
- Carisma del profeta. Quien pone la palabra y la luz de Dios en medio de nuestras vidas y nos orienta y da sentido a nuestro caminar diario.
- Carisma del cantor. Quien sea capaz de contar y cantar aquello que todos creemos, y eleva nuestro espíritu con la música. El cantor alegra nuestro corazón.
- Carisma del médico. Todo grupo humano tiene heridas que curar y relaciones que sanar. Pero cuando la comunidad es más perfecta, las grietas son más finas y sutiles, por ello más peligrosas. A estas heridas, a veces imperceptibles e inconfesables, ha de llegar el médico. Éste pone paz en nuestro interior y no mete cizaña en nuestras relaciones.
- Carisma del que rige, coordina, gobierna. Es necesario que el grupo que crece desde dentro cuente con el don de ser coordinado y gobernado con autoridad. La autoridad ha de ejercerse desde espíritu de servicio para que no sea “como la de los señores de este mundo, que oprimen” (Mt. 20, 25).
            - Carisma del orante. Quien pone su corazón diariamente ante el Señor para suplicar perdón por los pecados de su Iglesia y del mundo entero, para suplicar alegría y fuerza en el día a día.
            Se podían seguir diciendo muchos más carismas que el Espíritu Santo regala a su Iglesia y a sus hijos.
            Pero no podemos ser ingenuos. Hay carismas falsos y carismas verdaderos. Y también hay carismas verdaderos mal usados o utilizados en provecho personal. ¿Cómo distinguir esto? San Pablo nos ofrece unos criterios a seguir para distinguir los verdaderos carismas de los falsos.
Primer criterio de discernimiento o distinción del auténtico carisma es su contribución a reforzar la fe en Cristo.
Segundo criterio, la colaboración de los diversos carismas al único designio de Dios (1Cor 12, 4-6). Siendo Dios la única fuente de carismas, entre estos no puede haber oposición.
Tercer criterio, su servicio al bien común y a la unidad del cuerpo (1Cor 12, 7ss). Todos los carismas tienen que dar vitalidad al cuerpo místico que es la Iglesia.
            Y estas realidades de los carismas y de los criterios de discernimiento se ven perfectamente reflejados en el cuento de la carpintería: hemos de fijarnos, no tanto en nuestros defectos (como decía el alicate), sino en nuestras cualidades; y el Espíritu Santo (que es el verdadero carpintero), si nos dejamos, nos utiliza para ‘fabricar’ la voluntad de Dios, que es lo mejor para el mundo, para la Iglesia y para todos los hombres del universo. Estas son dos tareas concretas para este día de Pentecostés: 1) fijarnos en lo bueno del que está a mi lado y 2) ser dócil a lo que el Espíritu Santo quiere hacer conmigo.

[1] Ya una vez usé esta historia, pero veo conveniente utilizarla de nuevo para dar luz en esta celebración de Pentecostés.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Domingo de la Ascensión del Señor (A)



28-5-17                   DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)

Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            - Si leemos los periódicos o escuchamos la radio o vemos la televisión, percibiremos que algunos de los problemas que tiene el mundo son el terrorismo, la inseguridad ciudadana, el paro, las enfermedades, etc. A estos hay que sumar los ‘pequeños-grandes’ problemas de cada uno de nosotros.
            Hace un tiempo, era un domingo, a las 7 de la mañana recibía la llamada telefónica de una mujer, cuya hija, de 28 años y con la carrera recién terminada, había sido operada de un cáncer. Éste se descubrió sorpresivamente. Parece ser que lo cogieron a tiempo. Me contaba la madre de esta chica que fue a visitarla una joven amiga, que también tuvo cáncer y le decía que en la vida había un antes y un después de la enfermedad. Cuando llega esto, uno se replantea muchas cosas. Quita importancia a cosas que hasta entonces eran irrenunciables y pasa a disfrutar de otras que uno no se daba ni cuenta.
Voy a transcribir a continuación una poesía, titulada: ‘La marioneta’, y que, durante algún tiempo se atribuyó a Gabriel García Márquez, el cual (se decía) la habría escrito hacia 1999, cuando fue diagnosticado de un cáncer linfático. Se trata de un poema de despedida, que quizás algunos de vosotros conozcáis:
“Si por un instante Dios se olvidara que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más; entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan, y ¡cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
            Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto no solamente mi cuerpo sino mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón escribiría mi odio sobre el hielo y esperaría a que saliera el sol. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de los pétalos...
            Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un solo día de decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
            Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
            Son tantas las cosas que he podido aprender de ustedes, que realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo”.
            - Alguien me puede preguntar: ¿Qué tiene esto que ver con la Ascensión de Jesús que hoy celebramos? En la segunda lectura de hoy hay una frase que va dirigida a todos nosotros. Dice así: Que Dios “ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama". Y es que Cristo quiere llevarnos al Cielo con Él y con su Padre Dios, pero… no sólo cuando nos muramos. Jesús quiere que ahora mismo estemos abiertos a la vida, a lo que nos rodea, a lo bello, a lo sencillo y que miremos todo esto con ojos de niño, con ojos de asombro, con los ojos de Dios. Dios quiere que miremos el presente y que no nos angustiemos por el futuro incierto o nos culpabilicemos por el pasado inamovible.
            “Ascender al cielo” no es subir más allá de la estación espacial o de la luna o de las estrellas. “Ascender al cielo” tiene como finalidad ver a Dios allá cara a cara, pero sólo será posible si somos capaces de ver a Dios cara a cara en el día a día, aquí en la tierra, de nuestra vida mortal,
            ¿Por qué sólo valoramos la vida cuando la perdemos? ¿Por qué sólo valoramos la salud cuando la perdemos? ¿Por qué sólo valoramos la familia cuando la perdemos? ¿Por qué sólo valoramos el trabajo cuando lo perdemos? ¿Por qué sólo valoramos las piernas cuando no podemos caminar? ¿Por qué sólo valoramos…?
            - Como decía la poesía de ‘La marioneta’, la felicidad no está simplemente en haber llegado a la cima de la montaña, sino y sobre todo en ir ascendiendo por la falda de la montaña.
La santidad (del cielo) sólo se alcanza cuando uno es capaz de luchar y vencer (CON LA GRACIA DE DIOS) al pecado en medio de tantas derrotas. La santidad es la cima de la montaña, las luchas, victorias y derrotas son la ascensión por la falda de la montaña.
            La paz interior (del cielo) sólo se alcanza y se disfruta cuando uno es capaz de transitar ‘por los infiernos y los purgatorios’ de la vida ordinaria sin dejarse aplastar ni poseer (CON LA GRACIA DE DIOS) por ellos.
            Si logramos esto, entonces es que estamos ascendiendo al cielo poco a poco y lo estamos haciendo CON LA GRACIA DE DIOS.