miércoles, 13 de septiembre de 2017

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (A)



17-9-2017                               XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía de vídeo
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            ¿Recordáis el argumento de ‘Romeo y Julieta’, de Shakespeare? Pues, por lo que yo recuerdo, la historia se desarrollaba en Verona (Italia), en la época del Renacimiento, más o menos. Había en la ciudad de Verona dos familias (los Montesco y los Capuleto) totalmente enfrentadas entre sí por rencores tan antiguos, tan antiguos, que ya ni se acordaban de cómo se había originado la disputa entre ellos. Se odiaban a muerte. Estando así las cosas tuvieron la 'mala suerte' de que el hijo único de los Montesco, Romeo, se enamorara perdidamente de la hija única de los Capuleto, Julieta. Y Julieta también se enamoró perdidamente de Romeo. Sin embargo, ambas familias no podían permitir que se mezclara su sangre con la inmundicia de los Montesco o de los Capuleto. Por ello, Romeo y Julieta tuvieron que llevar su mutuo amor a escondidas de sus respectivas familias. Al final, aquello acabó como rosario de la aurora: Las familias consiguieron que ambos jóvenes no pudieran estar juntos y disfrutando de su mutuo amor, puesto que éstos acabaron suicidándose. El rencor pasó factura a ambas familias, y una factura terrible: la muerte de sus únicos hijos.
            Sin embargo, el rencor no pertenece sólo a la literatura, a los libros, sino que está muy presente en nuestras vidas, en los que estamos aquí, en este templo. Estoy convencido que, de un modo u otro, los que estamos aquí, cura incluido, padecemos rencor o resentimiento contra alguna persona o personas[1]. Y este sentimiento se debe a algo que nos han dicho o que nos han hecho o que nos han omitido. El rencor y el resentimiento están dentro de cada uno de nosotros, de una forma o de otra, consciente o inconscientemente. Y esto mueve nuestras vidas, de tal manera que tomamos decisiones muy importantes de cara a los demás y de cara a uno mismo basados en este sentimiento: ‘Prefiero que mi hijo, Romeo, muera por su propia mano a que se case con esa fulana y malnacida, Julieta, hija de la familia de mis enemigos’. ‘Prefiero que mi hija, Julieta, muera por su propia mano a que se case con ese sinvergüenza, Romeo, hijo de la familia de mis enemigos’. Y esto es algo que está presente en tantas personas, sean creyentes o no. El rencor, el resentimiento, la amargura… están presentes en nosotros, de una forma u otra. Y todo esto quiero que quede bien claro, porque, si no tenemos esto bien claro, todo lo que nos ha dicho Dios en las lecturas que acabamos de escuchar, caerá, no en tierra fértil, sino en el camino, entre piedras, en el asfalto endurecido de nuestro corazón, de nuestra conciencia, de nuestra alma y no podrá ser acogido ni ser fructífero. En la homilía de hoy quisiera exponer cuatro enseñanzas que, a mi juicio, Dios nos propone.
            ¿Existe alguna manera de superar estos sentimientos de rencor, de resentimiento, de amargura, de odio, de rabia, de frustración…?:
1) La Palabra de Dios que acabamos de escuchar hoy y que la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y oración nos hablan del perdón. Dios nos dice que solamente se puede salir del rencor, del resentimiento, del deseo de venganza, de la amargura, de la ira…  a través del perdón.
2) En la primera lectura y en el evangelio de hoy se nos dice claramente que el perdón que los hombres hemos de dar a aquellas personas que nos han herido ha de estar basado en el perdón inmenso y repetido que el Señor ha hecho, hace y hará de nuestros pecados: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”,  decía el libro del Eclesiástico en la primera lectura. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”, decía el evangelio. Es decir, si nosotros no perdonamos de corazón a los que nos han hecho daño, tampoco nuestro Padre del cielo podrá perdonar nuestros pecados. Por ello, quien ha experimentado en su propio ser cómo Dios ha perdonado todas sus culpas y pecados, está en la mejor actitud y posición para poder perdonar a los demás.
3) Además, el perdón que hacemos sobre otras personas que nos han hecho daño evita males mayores en nosotros mismos, como nos aporta el ejemplo de la historia de Romeo y Julieta. Ya sabéis aquel dicho (creo que era de Confucio) que dice que quien busque venganza ha de preparar dos tumbas: una para su enemigo y otra para sí mismo[2]. No te dejes vencer por el odio, pues te comerá vivo por el dentro. Pon todo en manos de Dios. Por en sus manos tus dolores y sufrimientos injustos, y Él dará paz a tu corazón. 
4) Finalmente, se ha de decir que perdonar no tiene por qué significar reconstruir la relación con esas personas como si nada hubiera pasado. Esto no es posible en tantas ocasiones y el perdón significaría que no haya rencor ni odio en nuestro corazón, pero que cada uno siga su camino. Y esto puede suceder porque, aunque uno perdone en su corazón, la otra persona no quiera saber nada con nosotros y persista en su enojo y en su rabia y en sus ‘razones’ contra nosotros. Pero también puede suceder que, aunque uno perdone en su corazón, las heridas son tan profundas que sea muy difícil reconstruir la confianza y la comunión mutua. El perdón que reconstruye todas las relaciones y todas las heridas y la confianza y la comunión mutuas es obra exclusivamente de Dios y, mayormente, se da en el cielo. Lo cual no quiere decir que renunciemos a él, sino que luchamos por él sabiendo que es una obra divina, que comienza aquí y acaba en el más allá.

[1] Estamos heridos contra la vida que nos ha tratado injustamente, contra padres, hermanos, primos, tíos, parientes, compañeros de clase, profesores, vecinos, compañeros de trabajo, jefes, subordinados, amigos…
[2] Más frases relativas a este tema: Ghandi (Ojo por ojo y el mundo acabará ciego); Francis Bacon (Vengándose, uno se igual a su enemigo; perdonando, uno se muestra superior a él).

3 comentarios:

  1. El rencor es un sentimiento malo que experimentamos con frecuencia en situaciones que nos sentimos ofendidos.

    Por mi experiencia en diferentes ocasiones:familiares, trabajo, amistades... he tenido ocasión de padecerlo y, aunque nunca he llegado a pensar en la venganza, me hicieron sufrir.

    Aun costándome bastante conseguí superar el daño y perdonarlo mediante el diálogo, unas veces aclarando los hechos, y otras dejando pasar el tiempo y pensando que la ofensa recibida, la mayoría de las veces no es hecha adrede.

    Creo que para perdonar de verdad, la relación perdida debe volver a ser lo más normal posible (en casos sin importancia), pues no concibo un: "PERDONO, PERO DE ESA PERSONA NO QUIERO SABER NADA...", aunque, en ocasiones especiales se pueda dar esa situación por la gravedad,consecuencias del agravio o cerrazón de una parte.

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  2. Creo que esta homilía del perdón está muy unida a las anteriores sobre el amor. Es fácil perdonar a alguien a quien de verdad quieres, por ejemplo a un hijo, haga lo que haga. Así nos perdona Dios.
    A veces perdonas por el cariño que tienes a otra persona que no es la que te ofendió. O puedes perdonar a un amigo al que quieres, si él también te quiere y te quiere perdonar.
    Pero cuando no puedes perdonar es terrible, te come por dentro y pierdes la paz. No te queda más que apoyarte en Dios y suplicar su ayuda, y que te dé el amor que no tienes y que necesitas para poder perdonar.

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  3. Mi querido cura de Tapia,

    Sentir rencor me hace ser esclava de mi misma. Mi corazón tiende a estar bien y si le sobrecargo de basura se ralentiza y no le dejo ir a su ritmo, así que he decidido no dar cabida al rencor.
    Otra cosa muy distinta es que después de una acción que considero ofensiva hacia mí todo siga igual. Te perdono, claro que te perdono pero nada volverá a ser igual.

    Un abrazo y feliz semana para cada un@

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