miércoles, 30 de mayo de 2018

Corpus Christi (B)


3-6-2018                                            CORPUS CHRISTI (B)
Queridos hermanos:
            Celebramos hoy la festividad del Cuerpo y Sangre de Jesús. Nunca podremos agotar la riqueza que se encierra en este tesoro. Cada año os comento algún aspecto de la Eucaristía y hoy quisiera hablaros sobre la Adoración que debemos y podemos tributar al Santísimo Sacramento del altar, es decir, a Jesús mismo, que realmente está presente bajo las especies de pan y vino.
            La adoración eucarística es el acto por el cual los católicos, antes de la Misa o después de ésta o en otros momentos, nos situamos ante el sagrario y establecemos una comunicación de amor con Jesús, el cual padeció, murió y resucitó por todos y cada uno de nosotros. Esta “comunicación” se realiza mediante la petición y la acción de gracias a Jesús Eucaristía, pero sobre todo mediante la escucha atenta y la contemplación del Amado: Contemplando a Jesús, el Amado, podemos contemplar también al Padre y al Espíritu Santo. Escuchando a Jesús, el Amado, podemos escuchar también al Padre, al Espíritu Santo, a María, a la Iglesia y a todos los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. En efecto, el sagrario es la puerta cósmica que nos pone en contacto con Dios y con todos los hombres: presentes, pasados y futuros, y también con toda la creación.
Esta contemplación y adoración se ha de realizar en el mayor silencio posible, tanto exterior como interior. El silencio es el esposo de la adoración. Contemplar y adorar es establecerse intuitivamente en la realidad divina y gozar de su presencia. En la meditación prevalece la búsqueda de la verdad; en la contemplación y en la adoración, en cambio, el goce la Verdad encontrada. Un buen ejemplo de esta adoración eucarística la tenía aquel campesino de la parroquia de Ars, que pasaba horas y horas inmóvil, en la iglesia, con su mirada fija en el sagrario y cuando el santo cura de Ars le preguntó que qué hacía así todo el día, respondió: ‘Nada, yo lo miro a él y él me mira a mí’. Ante el sagrario son siempre dos miradas las que se encuentran: nuestra mirada sobre Dios y la mirada de Dios sobre nosotros. Si a veces se baja nuestra mirada o desaparece, nunca ocurre lo mismo con la mirada de Dios. La contemplación eucarística es reducida, en alguna ocasión, a hacerle compañía a Jesús simplemente, a estar bajo su mirada, dándole la alegría de contemplarnos a nosotros que, a pesar de ser criaturas insignificantes y pecadoras, somos, sin embargo, el fruto de su pasión, aquellos por los que dio su vida.
La adoración eucarística no es impedida de por sí por la aridez que a veces se puede experimentar, ya sea debido a nuestra disipación o sea en cambio permitida por Dios para nuestra purificación. Basta darle a ésta un sentido, renunciando también a nuestra satisfacción derivante del fervor, para hacerle feliz a Él y decir, con palabras de Charles de Foucauld: ‘Tu felicidad, Jesús, me basta’. A veces nuestra adoración eucarística puede parecer una pérdida de tiempo pura y simplemente, un mirar sin ver, pero, en cambio, ¡cuánto testimonio encierra! Jesús sabe que podríamos marcharnos y hacer cientos de cosas mucho más gratificantes, mientras permanecemos allí quemando nuestro tiempo, perdiéndolo ‘miserablemente’.
La adoración es anticipo de lo que haremos por siempre en el cielo. Al final de los tiempos ya cesará la consagración y la comunión eucarísticas; pero nunca se acabará la contemplación del Cordero inmolado por nosotros. Esto, en efecto, es lo que hacen los santos en el cielo (Ap.5, 1ss.). Cuando estamos ante el sagrario, formamos ya un único coro con la Iglesia de lo alto: ellos delante y nosotros, por decirlo así, detrás del altar; ellos en la visión, nosotros en la fe. En el libro del Éxodo leemos que cuando Moisés bajó del monte Sinaí no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Él (Ex 34,29). Quizás nos suceda también a nosotros que, volviendo entre los hermanos después de esos momentos, alguien vea que nuestro rostro se ha hecho radiante, porque hemos contemplado al Señor. Y éste será el más hermoso don que nosotros podremos ofrecerles.
            A continuación quisiera apuntaros aquí algunos testimonios de personas que adoran a Jesús ante el sagrario y lo que sucede:
            - Una madre de tres niños pequeños que adora a Jesús ante el sagrario le preguntaron si no era lo mismo rezar en su casa que llegarse hasta el Santísimo expuesto, respondió: ‘No, no es lo mismo; realmente no es lo mismo. Es verdad que el Señor está en todas partes, que le podemos descubrir en el rostro de todos los que nos rodean, que vemos su mano en todo lo que nos pasa, nos acontece y lo que vemos, pero el ponerse delante de su presencia es algo realmente especial. En este mundo en que vivimos, me parece escuchar a Jesús como dijo entonces: las raposas tienen su madriguera y las aves del campo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar, donde reclinar su cabeza. Pues creo que eso es la Adoración. El decir, pues, aquí estoy yo: reclina tu cabeza sobre mí’.
            - Un matrimonio que hace la adoración conjuntamente dice que ‘estábamos alejados de nuestra fe por el ajetreo de la vida. La adoración nos está sirviendo para unirnos más, retomar la fe que teníamos adormecida, centrar nuestra oración y sobre todo es una experiencia de recogimiento muy intensa con el Señor’.
            - Una señora nos dice: ‘Soy creyente y practicante de toda la vida, pero las visitas al sagrario me ha hecho ver que lo era por costumbre, por tradición, pero que no había experimentado la ternura y el amor misericordioso de Dios en mí. Yo no le había dejado; me había limitado a cumplir sus normas. Ahora desde que hago adoración diaria ante el sagrario, mi fe se ha enardecido. Sobre todo para mí ver siempre la capilla con gente, me llena de gozo. ¡¡¡Gracias por este regalo, Señor!!!’
            - ‘Soy empresaria; tengo 38 años y una vida siempre muy ocupada. Muchas veces no tengo tiempo de hacer todo lo que querría hacer y, sin embargo, una hora semanal de adoración para el Señor me la he regalado. Mi fe era vacilante, sino inexistente. Desde cuando comencé a participar en la hora de adoración eucarística algo ha cambiado, yo misma he cambiado y en torno a mí muchos han cambiado. No puedo expresar en pocas palabras lo que pruebo permaneciendo en silencio sola con el Señor. He elegido mi hora en la noche tarde, y la alegría y la paz que encuentro estando ante su Presencia no tienen parangón. La luz que he encontrado así, siento que es importante y necesaria en mi vida de cristiana y estoy convencida que no podría dejarla más’.
            Alguien puede preguntar: ¿Cómo hay que hacer para adorar? Esto es tema de otro día, pero hoy apunto dos cosas muy breves: 1) A adorar se aprende adorando. 2) Es necesaria la constancia. Todos los días un poco. El Espíritu os irá enseñando.

sábado, 26 de mayo de 2018

Primeras Comuniones


2018                           HOMILÍA DE PRIMERAS COMUNIONES
VALORES
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
* Hace algunos años, en las Olimpíadas para personas con discapacidad de Seattle (Estados Unidos), también llamadas Olimpíadas especiales, nueve participantes, todos ellos con una deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos. A la señal todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio. Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el piso, cayó y rodando comenzó a llorar... Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron... ¡Todos! Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: “Listo, ahora vas a ganar”. Y todos, los nueve competidores entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de meta. El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos. Los aplausos duraron largos minutos. Las personas que estaban allí aquel día, repiten y repiten esa historia hasta hoy.
Aquellos chicos, ¿lo hicieron bien o lo hicieron mal? DEPENDE. Si lo que prima es ganar, entonces lo hicieron muy mal. Si lo que prima es quedar el primero, lo hicieron muy mal. Si lo que prima es uno mismo, y no los otros, entonces lo hicieron muy mal.
¿Qué valores había en aquellos chicos que corrían esa carrera? ¿El egoísmo o la compasión? ¿El ganar a toda costa o el compartir un deporte? ¿El quedar el primero, el salir en la foto, el ganar una medalla (mejor la de oro que la de plata, mejor la de plata que la de bronce)? ¿La soberbia o la humildad?
¿Qué valores tengo yo en mi vida? ¿Qué es lo más importante para mí? Porque, según los valores que yo tenga y que sean más importantes para mí, entonces serán esos valores los que, consciente o inconscientemente, trasladaré a mis hijos; en esos valores educaré a mis hijos.
* Durante este curso una catequista dijo a los niños que era más importante lo que se aprendía en la catequesis que lo que se aprendía en la escuela; que era más importante la catequesis que la escuela. Esto me lo comentó una madre y me dijo que no estaba de acuerdo. Que lo más importante era lo que se daba en la escuela. ¿Qué pensamos nosotros? ¿Es más importante lo que se aprende en la escuela o en la catequesis? Yo afirmo que todo es necesario, que las dos cosas son importantes. ¿De qué me sirven las matemáticas, el inglés, las ciencias… si no hay valores humanos y religiosos, que regulen y articulen todos los conocimientos que adquiero a lo largo de la vida? ¿De qué me sirven los valores humanos y religiosos… si me niego a aprender o a escuchar lo que otros tienen que decirme del mundo que me rodea? Por todo esto, yo afirmo que las dos cosas (escuela y catequesis) son importantes. No son ni deben ser enemigas entre sí; no son ni deben ser antagónicas entre sí, sino aliadas. No debe ser un “o esto o lo otro”, sino un “esto Y lo otro”.
También en este curso a la entrada del catecismo me encuentro con un niño, que lo acompañaba su hermana mayor, la cual había hecho la 1ª Comunión, pero no había vuelto ni al catecismo de poscomunión ni a las Misas de los domingos, y le pregunté que por qué no venía a la Misa. La niña se puso toda colorada, bajó la cabeza y no me contestó. Luego supe que se lo había contado a su padre, el cual, molesto conmigo, había comentado que había que respetar las ideas personales (se refería a la idea-decisión de su hija, que no había querido volver ni al catecismo ni a la Misa de los domingos). Cierto, pero entonces ¿por qué este padre bautizó a los hijos sin respetar sus ideas personales? ¿Por qué les manda al catecismo sin respetar sus ideas personales o a la escuela sin respetar sus ideas personales…?
En definitiva, desde mi punto de vista no estamos hablando aquí de respetar las ideas personales (que está muy bien), de qué es más importante (si la escuela o la catequesis), sino de qué valores deseo tener en mí y qué valores deseo inculcar a los hijos.
* Los valores se inculcan con las palabras, pero también con los hechos y con el ejemplo.
Existen los valores de ser los primeros, los mejores, los más fuertes, los más listos, los más ricos, los que más tienen, los más morenos, los más divertidos, los que mejor comen, los que corren más rápido o más lejos (coches, viajes, experiencias…).
También hay otros valores: los de la compasión, la comprensión, la paciencia, el perdón con los que se equivocan, la honestidad, ser trabajadores, constantes, decir siempre la verdad, no lastimar ni herir a otros gratuitamente, compartir, hablar lo bueno, aprender, enseñar…
Pero es que también existen valores religiosos. * Para algunos los valores religiosos consisten simplemente en que Dios existe, pero Él está arriba y nosotros abajo. Él tiene poco que ver con nosotros. * Bautizarse (echar agua en la cabeza en una iglesia o capilla, hacer una fiesta y que escriban en el libro parroquial el bautizo para más adelante). * Hacer la 1ª Comunión y desaparecer. * Ir a la fiestas del pueblo (el Carmen, san Isidro, los Mártires de La Roda, el Festón…);… ¿Bastan estos valores religiosos para nosotros y para los niños?
Hay otros valores religiosos mejores y más profundos: * orar, confiar y amar diariamente a ese Dios que nos ha creado y nos ama. * Leer, conocer, reflexionar y tratar de aplicar a nuestra vida la Palabra de Dios, es decir, las cosas que Dios mismo nos ha enseñado y que están en el libro sagrado de la Biblia; * compartir la fe semanalmente cada domingo con otros cristianos; * sentir a Dios cerca de nosotros: cuando nacemos o nacen otros, cuando se contrae matrimonio, cuando alguien fallece, cuando estamos en la vida de cada día…
Termino con un ejemplo que viene a iluminar todo lo dicho hasta ahora. Este ejemplo, los que venís a Misa habitualmente, ya me lo habéis escuchado, pero –repito- viene muy bien ponerlo de nuevo aquí. Este ejemplo, que está probado científicamente, trata de responder a la pregunta si es suficiente lo material para llevar una vida humana satisfactoria o es necesario, además, otros componentes (valores) de tipo afectivo, psicológico, espiritual… Vamos a coger a un niño y le vamos a dar todo, materialmente hablando, lo que necesite: comida, ropa, techo, escuela, medicina, juegos, viajes, móvil, dinero… Poned aquí todo lo que queráis, pero… no se le va a dar ningún abrazo, ningún beso,  ninguna palmada de aprobación, ninguna palabra cariñosa, ningún ‘te quiero’… Al final, dicen los psicólogos y psiquiatras, este niño estará mal y quedará destrozado para siempre en su vida de joven y de adulto. Con esto quiero decir que lo material es necesario, pero otras cosas menos visibles (amor, confianza, fe…), es decir, valores humanos y religiosos son también, no sólo necesarios, sino imprescindibles.
Termino: Cuando queremos que nuestros hijos hagan la 1ª Comunión, ¿qué valores deseo inculcar en ellos y que vivan?
Cuando queremos que nuestros hijos coman a Jesucristo, el Hijo de Dios, ¿qué valores deseo inculcar en ellos y que vivan?
Pero no nos quedemos ni nos detengamos en los niños. Vayamos a nosotros mismos: ¿Qué valores vivo yo? Pues esos valores, humanos y religiosos, que vivo y hago míos, son los mismos que estamos enseñando, de palabra y de obra, a los niños.